por Luis Martínez
A sus 83 años, el
siempre combativo Ken Loach se niega a bajar la guardia. Tras presentar en
Cannes 'Sorry, we missed you', ahora acude al Atlántida Film Fest.para recoger
un premio de honor a toda su carrera y celebrar el 50 aniversario de 'Kes', su
más temprana obra maestra
Pese a la firmeza de sus convicciones y la
rotundidad de cada declaración, Ken Loach (Nuneaton, 1936) sabe renunciar a
según qué cosas. Por ejemplo, pese a confesarse republicano y declaradamente
antimonárquico, dice que vestirá corbata en la inauguración (ayer por la noche)
del Atlántida Film Fest. Todo sea por la reina Letizia ahí
presente. Y hasta ahí. Ni un paso más. Tras presentar en la pasada edición de
Cannes Sorry, we missed you, película en la que diseccionaba
la autoexplotación en el mundo de la mensajería, ahora acude a Mallorca para
recoger el Premio Masters of Cinema y a celebrar el 50 aniversario
de Kes, una película fundacional que desarma los
inconvenientes de la realidad desde la mirada transparente y por fuerza
revolucionaria de un niño. Aquélla fue su más temprana obra maestra. Y su
primera pedrada. Vendrían más que harían más daño. Medio centenar de películas
y dos palmas de oro contemplan una de las más coherentes e hirientes
filmografías del cine contemporáneo. Siempre en lucha y, de vez en cuando, con
corbata.
¿Cómo fue volver a reencontrarse con
Kes (el lunes hubo una proyección)?
Si soy sincero, sólo vi los cinco primeros minutos.
Pero me gustó lo que vi.
¿Sigue en contacto con el chaval
(David Bradley)?
El chaval tiene ahora 65 años (se ríe). Fue su
primera película con 14 años y Kes hizo que se convirtiera en
actor. Nos mandamos una tarjeta navideña cada año.
Pocos directores pueden presentar una
filmografía tan política, tan comprometida con la denuncia de la injustica, tan
larga... Y ahí sigue.
Lo que sucede es que las cosas han empeorado. El
capitalismo ahora es mucho peor. Es desalentador comprobar que no
aprendemos.
¿En qué sentido han empeorado?
Lo más relevante es que la solidaridad ha
muerto. Ya no existe como fundamento de la sociedad. Por supuesto que
a un nivel muy local, sí que se da, pero el Estado es cruel y muy
agresivo. Todas las instituciones que deberían velar por la justicia
social se han convertido en herramientas para castigar a los pobres. Si
no puedes mantenerte a ti y a tu familia, eres responsabilizado por ello y, en
consecuencia, eres castigado.
¿Cuándo cree que cambiaron las
cosas?
Justo después de la guerra, en los años 50, había
una sensación colectiva de responsabilidad. Y eso incluía tanto a los
empleadores como a los trabajadores. Hablo del derecho a un salario justo, de
unas vacaciones por el trabajo, del servicio de salud... Desde la energía a los
medios de transporte eran bienes comunes, de la sociedad. No digo que
fuera el paraíso, pero detrás de ello había un concepto y un consenso sobre lo
que debía ser una sociedad. Eso, obviamente, fue desmantelado por
Thatcher.
Pero Thatcher fue elegida por los
británicos...
Hitler también. Por los alemanes en este caso. A lo
que iba es que si la única regla para medir las relaciones humanas es la reducción
de costes para hacer más competitivo un producto eso deriva necesariamente en
reducción de derechos. Se ahorra siempre por los gastos y considerar un
simple gasto al salario hace que ya nadie hable de lo justo. Esa es la
lógica del sistema.
En su última película, Sorry,
we missed you, se aborda el asunto de los contratos a tiempo cero, el de
los repartidores convertidos en falsos autónomos...
Ese quizá sea el punto límite. Es el
sistema de explotación perfecto: el obrero es obligado a explotarse a sí
mismo. No necesitas a un jefe enfadado que te diga cuánto tienes que
trabajar, ya te encargas tú mismo.
En varias ocasiones ha dicho que lo
que se ha roto es el propio concepto de normalidad...
Sí, hemos normalizado lo inaceptable. Los bancos de
alimentos forman parte de la asistencia social. La injusticia se acepta
como parte del sistema. Hemos llegado a un punto en el que se habla de
generosidad o de caridad en lugar de simple justicia. Y es
responsabilidad de todos rechazar eso. No estamos condenados a vivir así,
porque no es justo. No es normal. Lo curioso es el lenguaje que emplea un
sector de la misma izquierda socialdemócrata que, después de reconocer que lo
que ocurre es injusto, advierte sobre el peligro de los extremistas. Reconocen
la injusticia, pero hacen lo posible para evitar cambiar las cosas.
Y, pese a todo, no hay entrevista en
la que no se declare optimista... Lo confieso, no lo entiendo.
(Se ríe) Sí, es cierto que todo induce al
pesimismo. La ultraderecha está creciendo por todos los lados. Incluida España.
Vivimos un tiempo complejo y la extrema derecha ofrece respuestas sencillas.
Pero, y esto es lo importante, falsas. Los nacionalistas populistas de
ahora son los nacional socialistas de antes. Responsabilizar a la inmigración
no arregla nada, pero marca un objetivo sobre el que desfogarse. La izquierda
tiene que pensar en cómo cambiar el sistema. Y eso da más trabajo, exige más
esfuerzo y, sobre todo, cuenta con enemigos mucho más poderosos.
Por lo que dice, todo es peor. ¿De
dónde se saca ese optimismo?
Bueno, tengo esperanzas en que en las próximas
elecciones británicas algo cambie. Es una muy buena oportunidad para el
Partido Laborista con Jeremy Corbyn al frente. Espero que no hagan
mella la campaña brutal que arrecia en los medios contra él, al que acusan de
racista.
¿Tiene su cine alguna opción de
cambiar la realidad que denuncia?
Sin duda. Cathy come home (1966) provocó
un gran debate y en cierto modo hizo cambiar las cosas. Con Yo, Daniel
Blake (2016) ha pasado algo parecido. La polémica ha llegado al
Parlamento. Se han hecho hasta 600 proyecciones fuera de los cines comerciales
en iglesias, locales de asociaciones, sindicatos... Muchos de los
espectadores se veían identificados hasta el punto de salir llorando de la
sala.
Lleva toda la vida en pie de guerra,
¿se ha sentido amenazado?
Si tuviera miedo a las consecuencias no haría lo
que hago. Sin embargo, es ahora cuando veo concretarse las amenazas. Una de las
excusas para atacar a la izquierda ahora es acusarla de racista y antisemita
por la defensa de la causa palestina. Han llegado incluso a insultar a
mis nietos diciendo que su abuelo niega el Holocausto. Es una
auténtica locura.
¿Le pregunto por la retirada?
Puede hacerlo, pero ahora mismo estoy trabajando
(se ríe).
(EL MUNDO / 3-7-2019)
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