AUTOR Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD
ESTÉTICA (10)
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El tercer momento en que fijaremos nuestra atención son las acciones
externas del hombre, que transcurren en el mundo espacial. De qué manera se
vive la acción y su espacio en la autoconciencia del que actúa, y de qué manera
vivencio la acción de otro hombre, en qué plano de la conciencia se ubica su
valor estético: estos con los problemas planteados por el examen que sigue.
Hemos apuntado hace poco que los fragmentos de mi expresividad exterior me incumben
sólo a través de las vivencias interiores correspondientes. Efectivamente,
cuando mi realidad por alguna razón se vuelve dudosa, cuando yo no sé si sueño
o no, no me convence la pura visibilidad de mi cuerpo: o bien debo hacer algún
movimiento, o bien pellizcarme, es decir, para percatarme de mi realidad debo
traducir mi apariencia externa al lenguaje de sensaciones propias, internas.
Cuando dejamos de utilizar, a consecuencia de alguna enfermedad, algún miembro,
por ejemplo una pierna, esta se nos presenta como algo ajeno, “no mío”, a pesar
de que en la imagen externa y visible de mi cuerpo sin duda sigue perteneciendo
a mi totalidad. Todo fragmento de cuerpo dado externamente debe ser vivido por
mí desde el interior, y sólo de este modo puede ser atribuido a mi persona y a
mi unicidad; si esta traducción al lenguaje de las sensaciones internas no se
logra, estoy preparado para rechazar dicho fragmento como si no fuera mío, como
si no se tratara de mi cuerpo, y se rompe su nexo intimo conmigo. Es sobre todo
importante esta vivencia puramente interna del cuerpo y de sus miembros en el
momento del cumplimiento de la acción, que siempre establece una relación entre
mi persona y otro objeto, externo, y amplifica la esfera de mi influencia
física.
Sin dificultad y mediante autoobservación es posible convencerse de que el
momento en que yo me fijo menos en mi expresividad externa es el de la
realización de la acción física; hablando estrictamente, yo actúo, agarro un
objeto, no con la mano en tanto que imagen externamente concluida, sino
mediante una sensación muscular internamente vivida que corresponde a la mano,
y no toco el objeto como una imagen externamente concluida, sino la
correspondiente vivencia táctil y la sensación muscular de la vivencia del
objeto, de su peso, densidad, etc. Lo visible tan sólo contempla desde el
exterior lo vivido y, sin duda, sólo tiene una importancia secundaria para la
realización de la acción. En general todo lo dado, existente, habido y
realizado, como tal, retrocede al plano posterior de la conciencia activa. La
conciencia está dirigida hacia una finalidad y los caminos de su cumplimiento y
todos los medios de su realización se viven desde el interior. La vía del
cumplimiento de una acción es puramente interna, y la continuidad de esta vía
es también puramente interna (Bergson). Supongamos que yo realizo con mi mano
algún movimiento determinado, por ejemplo alcanzo un libro de un estante; no
estoy siguiendo el movimiento externo de mi mano ni el camino visible que ella
hace, no observo las posiciones que mi mano adopta durante el movimiento con
respecto a diversos objetos que se encuentran en la habitación: todo ello se
introduce en mi conciencia únicamente en forma de fragmentos casuales poco
necesarios para la acción; yo dirijo mi mano desde adentro. Cuando camino por
la calle, me oriento internamente hacia adelante, calculo y evalúo mis movimientos
internamente; por supuesto, a veces necesito ver algunas cosas con exactitud,
incluso algunas cosas que forman parte de mí mismo, pero esta vista externa
durante el cumplimiento de la acción es siempre unilateral: sólo abarca en el
objeto aquello que tiene que ver directamente con la acción dada, y con esto
destruye la plenitud de la dación visible del objeto. Lo determinado, lo dado,
lo seguro que se encuentra en la imagen visible del objeto que se encuentra en
la zona de acción, está corroído y descompuesto durante la realización de la
acción por la acción inminente, futura, aun en el proceso de realización con
respecto al objeto dado: el objeto es visto por mí desde el punto de vista de
una vivencia futura interior, pero este es el punto de vista más injusto con
respecto a la conclusividad externa del objeto. Así, pues, desarrollando
nuestro ejemplo, yo, al caminar por la calle y al ver a una persona que viene a
mi encuentro, me retiro rápidamente hacia la derecha para evitar una colisión;
en la visión de este hombre para mí, en el primer plano se encontraba este
choque posible previsto por mí y vivido por mí internamente (y esta anticipación
se efectuaría en lenguaje de la sensación interna propia), de allí que
directamente se realizara mi movimiento hacia la derecha dirigido internamente.
El objeto que se encuentra en la zona de una acción externa intensa se vive
como un obstáculo posible, como una presión, como un posible dolor, o como un
posible apoyo para una pierna, un brazo, etc., y todo esto se realiza en el
lenguaje de la autosensación interna: es lo que descompone la externa dación
conclusa del objeto. En una acción interna de carácter intenso, de esta manera,
la base -o, propiamente dicho, el mundo de la acción- sigue siendo la autosensación
interna que disuelve en sí o somete todo aquello que está expresado
externamente, que no permite que nada externo se concluya en una estable dación
visible ni dentro de mí mismo, ni fuera de mi persona.
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