por Cristian Vázquez
Ring Lardner es considerado uno de los padres del
cuento moderno estadounidense. Pese a eso, y a que fue admirado por Hemingway,
Scott Fitzgerald, Salinger y Virginia Woolf, ocupa un lugar marginal en el
canon. Ahora se cumplen 85 años de su muerte, un buen pretexto para recordarlo
y releerlo.
1
Ring Lardner (1885-1933) fue un fenómeno en el
periodismo deportivo de su lugar y su tiempo: Estados Unidos en la década de
1910. A lo largo de su vida escribió más de 4,500 artículos, que llegaron a
publicarse en 115 periódicos de su país. Tras el fin de la Primera Guerra
Mundial “dio inicio la gran época de los deportes en Estados Unidos, y el
escritor que cubría este tema se volvió una figura principal”, escribió el periodista Pete Hamill.
En una época en que todavía no se había inventado la radio, el sportswriter “era
tan conocido como algunos boxeadores y beisbolistas”. Lardner fue tal vez el
mayor de todos: hay quienes lo señalan como el padre de la columna periodística
moderna.
Una de las características más destacadas de su
estilo fue el uso del slang, la jerga vernácula y coloquial de los
estadounidenses. Por medio de esta herramienta, que hasta entonces solo se
había usado para burlarse de los hablantes o como recurso cómico, Lardner
retrató no solo la voz de la gente, sino también su pensamiento. Echó mano
también de otro elemento fundamental: el humor. Un humor negro y absurdo, a
veces surrealista, siempre ácido y corrosivo, que bajo la máscara de la simple
broma constituía una crítica mordaz a la sociedad en que le tocó vivir.
Esa misma voz constituyó también una de las marcas
registradas de su ficción. Su primer libro importante, You Know Me Al,
de 1916, está compuesto por las cartas que un personaje, el jugador de béisbol
Jack Keefe, le dirige a un amigo. Para tener una idea de su influencia, digamos
que por entonces un adolescente llamado Ernest Hemingway escribía reportajes
para revistas de su escuela secundaria, los cuales eran —en palabras de Rodrigo
Fresán— “claras y admiradas imitaciones del estilo coloquial de Ring Lardner”.
Hemingway firmaba esos textos como “Ring Lardner, Jr”.
En los años veinte, Lardner se alejó del periodismo
deportivo y se abocó a la escritura de ficción y a disfrutar de los años locos.
Si bien incursionó en el teatro, su mayor logro fueron sus cuentos, algunos de
los cuales son de presencia habitual en las antologías de relatos breves
estadounidenses: “Campeón” (uno de los mejores cuentos de boxeo que se han
escrito, llevado al cine en 1949 con Kirk Douglas en el papel principal),
“Corte de pelo”, “A algunos les gustan frías”, “La luna de miel de oro”. Su
obra le valió la admiración y los elogios de autores como Virginia Woolf, James
M. Barrie y J. D. Salinger.
2
Sin embargo, ni el aprovechamiento del slang como
materia prima para sus textos, ni la crítica amarga y satírica a la sociedad
estadounidense, son lo más destacado a la hora de analizar su obra con la perspectiva
del tiempo. Según Ricardo Piglia, “los méritos de Lardner nacen de su
contribución al perfeccionamiento formal de la moderna short story:
toda esa serie de cambios (que había comenzado con Stephen Crane y Henry James)
que fueron concentrando el relato en el cuento, sustituyendo el argumento por
el estilo, valorizando, cuidadosamente, el punto de vista”.
Piglia lo explicaba así en el texto que acompañaba
al cuento “Corte de pelo” en la antología Crónicas de Norteamérica,
publicada en Buenos Aires en 1967. Junto con Sherwood Anderson, Lardner “ha
contribuido más que nadie a la definición de lo que se ha dado en llamar la
‘estética norteamericana’”, señalaba Piglia, y a la vez destacaba las
dificultades para “individualizar y valorizar desde el presente el aporte de su
técnica: aplastado por el peso de los narradores que, a partir de Hemingway,
siguieron el camino abierto por él, sus méritos reales se fueron apagando”.
El autor de Respiración artificial añadía
que Lardner “terminó arrinconado en un incómodo sitial de ‘precursores’: el
éxito de sus continuadores se justifica pero, al mismo tiempo, sirve para
olvidarlo, para hacer ver más nítidamente sus limitaciones”. Y lo resumía con
una figura muy expresiva: “Como un general que viene de ganar un combate que ha
servido para debilitar definitivamente al adversario, y tiene que asistir,
mezclado con el público, a los homenajes rendidos al vencedor de la última
batalla”. Tito Livio lo advirtió ya hace más de dos mil años: “Siempre los
últimos que llegan a la batalla parecen decidir la victoria”.
3
Ring Lardner murió el 25 de septiembre de 1933 de
un ataque al corazón, derivado de la tuberculosis que le habían diagnosticado
siete años atrás (aunque algunas fuentes señalan que el motivo principal fue el
alcoholismo). Con su muerte, anotó Piglia, “pareció dar una voltereta hacia el
olvido”. “Cualesquiera hayan sido los logros de Ring, no alcanzó todos aquellos
de los que era capaz”, lamentó su amigo Francis Scott
Fitzgerald en un artículo en The New Republic un par de
semanas después. “Y esto se debió a una actitud cínica hacia su propio trabajo.
¿A cuánto tiempo atrás se remonta esa actitud? —se preguntó el autor de El
gran Gatsby—. ¿Hasta su juventud en un pueblo de Michigan?”.
No es tan fácil leer a Lardner en nuestro idioma.
Las ediciones son escasas y esquivas, y buena parte de su obra no está
traducida. Entre lo poco suyo que se puede leer en la web está el hermoso
cuento “Hay ciertas
sonrisas”, traducido
por Celia Filipetto, incluido en la antología A algunos les gustan
frías (Acantilado, 2001). Un cuento que le gusta mucho a Holden
Cauldfield, el protagonista de The Catcher in the Rye, la novela de
Salinger. “Soy bastante ignorante, pero leo mucho —dice Cauldfield—. Mi autor
favorito es mi hermano D. B., y el que le sigue, Ring Lardner”. Y luego revela
que lo entusiasmó mucho ese relato en que un agente de tránsito se enamora de
una conductora muy linda y demasiado intrépida.
Su último libro se publicó unos meses antes de su
muerte y también habla de sonrisas: se titula Lose with a Smile, es
decir, “Pierde con una sonrisa”. Me gusta pensar que Ring Lardner era un tipo
que sonreía mucho, pese a la expresión seria con que uno lo ve en todas las
fotos tras googlear su nombre. Y me gusta pensar que ese título postrero puede
aplicarse al conjunto de su vida y su obra. Que Lardner era de esa clase de
personas que saben perder sin perder la sonrisa. Disfrutó de la era del jazz,
criticó y se rio como pocos del mundo en que le tocó vivir, fundó la estética
norteamericana pero quedó relegado al oscuro sitial de los precursores: su
nombre perdió muy rápido el lustre del que gozó en sus mejores días.
Seguramente podría haber dicho, como Holden Cauldfield, con ese cinismo que le
impidió dar de sí todo lo que podía: “Soy bastante ignorante, pero leo mucho”.
O al revés: “Leo mucho, pero soy bastante ignorante”. Que no es lo mismo, pero
es igual. Y lo habría dicho, indudablemente, sin dejar de sonreír.
(LETRAS LIBRES / 25-9-2018)
(LETRAS LIBRES / 25-9-2018)
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