crónica ficcionada del golpe de estado y de la Huelga General
Mientras en el Senado estallaban
impotentes protestas, el Secretariado Ejecutivo de la Convención Nacional de
Trabajadores, reunido en La Teja, en la sede de la Federación Obrera de la
Industria del Vidrio, organizaba la ocupación de los lugares de trabajo y el
inicio de la Huelga General a escala nacional. El llamamiento de la Central en
pocas horas alcanza una amplísima difusión y llega a los lugares más remotos
del país, aun cuando es ignorado por los medios masivos de comunicación; lo
llevan dirigentes y militantes sindicales a las fábricas, para ser leídos en
asambleas, es reproducido por miles en improvisados centros de impresión y
hasta copiado con máquina de escribir y papel carbónico. Hay días que por su
intensidad parecen condensar siglos y horas que parecen aglutinar años; las
5:00 a.m. es un momento clave, culmina la reunión en el Estado Mayor Conjunto
de las Fuerzas Armadas de lo más conspicuo del poder militar; de ella
participan tres Comandantes en Jefe, cuatro de las diferentes regiones del
Ejército y Segundos Jefes de los Estados Mayores de las tres fuerzas y de
algunas de las principales unidades militares. Con aparatosidad inicia la
ofensiva militar y casi simultáneamente por las radios comienza a difundirse el
decreto presidencial que anuncia que el Poder Legislativo ha sido disuelto.
***
Alpargatas no es una fábrica más, es toda
una institución para el común de los uruguayos, que valoran el calzado de lona
y suela de yute que produce, por su comodidad, durabilidad y bajo costo, a tal
punto que con los años los dueños debieron introducir telares para producir en
cantidad. La planta industrial impone su presencia, está instalada en las
inmediaciones de la Facultad de Medicina, de la Facultad de Química y del
Palacio Legislativo y cuenta con cuatro plantas, en la última de las cuales
está la cantina para los trabajadores, los que desde tempranas horas se turnan
a la hora del descanso, para escuchar con sus radios Spika y controlar lo que
pueda estar ocurriendo en el entorno del Parlamento. Desde muy temprano en la
noche detectan el movimiento militar, por eso son los primeros en ocupar la
fábrica. Son las 7: 05 de la mañana y Héctor está colgando unas pancartas,
cuando siente que raspando el hormigón extraños sonidos metálicos avanzan en su
dirección, pero al principio la escasa luminosidad no le permite divisar a la
distancia más que unas formas gigantescas y fantasmales. Cada tanto le llega,
tamizada, en tono amenazante y prepotente, alguna voz de mando. No tarda mucho la columna de tanques en
llegar hasta adonde está, no puede saberlo pero es dirigida por el General Luis
Vicente Queirolo, a quien le han encomendado la simbólica tarea de sitiar el
Palacio de las Leyes, para luego invadirlo. El entorno, que un día fue lugar de
despedida de Don José Batlle y Ordóñez, pero que también fue testigo de grandes
festejos populares, ahora está ocupado por una división del Ejército y anuncia
como ninguna otra cosa, el fin del estado de derecho. Héctor se estremece, pero
desde donde está puede ver grupos de estudiantes en los balcones de la
Facultad, que cuelgan pancartas y eso le da fuerzas, por lo visto en cualquier
momento la van a ocupar, pero además sabe que no tardarán en llegar hasta el cercano
Palacio Sudamérica camiones cargados de obrero del vidrio que van a reunirse en
asamblea y todo eso lo pone más tranquilo.
La suerte está echada y ya no hay marcha atrás
***
Conrado Vázquez no pudo dormir en toda la
noche. Junto a su esposa estuvo prendido de la radio. Como juez, se considera
un hombre amante de las leyes, del estado de derecho, de la Constitución de la
República y ahora siente que todo en lo que ha creído está desmoronándose.
Hasta hacía algunos días pensaba que las tradiciones democráticas del país
acabarían por neutralizar el desgaste político de los últimos años, pero la
disolución de las cámaras daba por tierra con sus esperanzas. Ya no es un
hombre joven y su mayor preocupación es el futuro de Carlos y Andrea, sus dos
hijos y de sus nietos. Doris, su mujer, lo mira preocupada, no está respirando
bien, ya tuvo problemas cardíacos en el pasado y lo que ocurre lo está
sobresaltando; no para de repetir que es el fin del Uruguay en el que creyó,
del Uruguay de Artigas, de Varela, Batlle, de Domingo Arena, de Vaz Ferreira,
de Grauert, de la Suiza de América, del país que lo había enorgullecido y en el
que logró formar una familia y hacer una carrera pese a su modesto origen como
hijo de un trabajador de Paysandú. Por momentos solloza, tan impotente como
indignado y refunfuña que los parlamentarios debían haberse atrincherado en el
Palacio Legislativo para resistir, aunque tuvieran que inmolarse por las
libertades democráticas, como lo hizo en su momento Baltasar Brum. Para
tranquilizarse y con el apoyo de su mujer, decide sacar a pasear a Tobi, el
perro, pero una fuerza incontenible, que le viene de su propia historia
personal lo va conduciendo hasta el cercano Palacio Legislativo. En su recorrido pasa por la puerta del
Sindicato de Alpargatas y las pancartas lo retrotraen a las discusiones con sus
hijos, que imbuidos de los cambios de los últimos años, impactados por la
guerra de Viet Nam, por la revolución cubana, por los conflictos del mundo y
por la propia crisis del país, hablan en lo que para él es otro idioma.
Mientras camina recuerda las grandes discusiones que para disgusto de Doris,
tuvo con ellos los domingos, a la hora de almorzar, los gritos, a cuando hasta
los había echado, a sus enojos, que lo llevaron a defender lo indefendible de
su querido Partido Colorado, aunque por supuesto no compartía en lo más mínimo
los atropellos de los últimos años, que costaron la vida de tantos estudiantes
y pusieron en entredicho a su tan apreciado Poder Judicial. Por un momento
piensa que vivió una mentira, que tal vez vivió equivocado. Pero aleja la idea
de su mente. Lo espanta. No puede ser una mentira el Uruguay construido por
Batlle, el de las reformas sociales, el del Estado protector, el que había
quedado, a diferencia del resto de América Latina, al margen de los golpes de
estado. Absorto en sus ideas, llega hasta la explanada legislativa en el mismo
momento en que irrumpen imponentes los carros blindados. El hombre los mira
absorto, con la rienda en la mano, mientras el perro, ajeno a todo, orina entre
los pastos.
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