Lo que sigue es una reproducción exacta de las páginas del diario de Seymour que leí mientras estaba sentado en el borde de la bañera. Me parece absolutamente correcto suprimir todas las fechas. Baste decir, pienso, que las notas fueron escritas mientras estaba destinado en Forth Monmouth, a fines de 1941 y comienzos de 1942, unos meses antes de que se fijara la fecha de la boda.
Hacía un frío de helarse
esta tarde en la retreta, y unos seis hombres de nuestro pelotón se desmayaron
durante la interminable interpretación del himno nacional. Supongo que si uno
tiene la circulación sanguínea normal, no puede adoptar la posición antinatural
de firmes. Sobre todo si presenta armas con un rifle cargado. Yo no tengo
circulación, ni pulso. La inmovilidad es mi morada. El tempo del himno nacional
y el mío se armonizan perfectamente. Para mí, su ritmo es el de un vals
romántico.
Conseguimos permiso hasta
medianoche, después del desfile. Me encontré con Muriel en el Biltmore a las
siete. Dos copas, dos sándwiches de atún, después una película que ella quería
ver, una con Greer Garson. La miré varias veces en la oscuridad cuando el avión
del hijo de Greer Garson cae durante el combate. Tenía la boca abierta. Absorta,
preocupada. Identificación completa con la tragedia Metro-Goldwyn-Mayer. Sentí
reverencia y felicidad. Cómo amo y necesito su corazón que no discrimina.
Cuando los niños en la película llevan al gatito para enseñárselo a la madre,
me miró. M. ama los gatitos y quiere que yo los ame. Aun en la oscuridad,
percibí que ella se sentía extraña hacia mí, como le ocurre cuando yo no amo
automáticamente lo que ella ama. Después, mientras tomábamos un trago en la
estación, me preguntó si no creía que aquel gatito era “bastante bonito”. Ya no
usa la palabra “amoroso”. ¿Cuánto le hice abandonar su vocabulario normal? Como
soy un pesado, le mencioné la definición que da R. H. Blyth del
sentimentalismo: somos sentimentales cuando le acordamos a una cosa más ternura
de la que Dios le otorga. Dije (¿sentenciosamente?) que sin duda Dios ama los
gatitos, pero probablemente no calzados con botines en tecnicolor. Les deja
este toque creador a los autores de guiones cinematográficos. M. lo pensó,
pareció estar de acuerdo conmigo, pero el “conocimiento” no fue muy bien
recibido. Estuvo agitando la bebida y sintiéndose distante de mí. Le preocupa
la manera en que su amor por mí viene y se va, aparece y desaparece. Duda de su
realidad sólo porque no es constantemente agradable como un gatito. Dios sabe
que es triste. La voz humana hace lo que puede por profanarlo todo en la
tierra.
Esta noche cena en la
casa de los Fedder. Muy bien. Ternera, puré de patatas, judías, una hermosa ensalada
con aceite y vinagre. De postre había algo hecho por Muriel misma: una cosa con
queso cremoso helado y fresas adentro. Me hizo asomar lágrimas a los ojos.
(Saigyo dice: “Qué es lo no sé / pero de gratitud / me caen lágrimas”.) Había
una botella de ketchup en una mesa cerca de mí. Al
parecer Muriel dijo a la señora Fedder que yo le ponía ketchup a todo.
Daría cualquier cosa por haber visto a M. diciéndole precavidamente a su madre
que yo le ponía ketchup incluso a las judías. Querida mía.
Después de comer la
señora Fedder sugirió que escucháramos el programa. Su entusiasmo, su nostalgia
por el programa, especialmente por los viejos tiempos en que aparecíamos Buddy
y yo, me pone incómodo. Esta noche se transmitía desde una base aérea, nada
menos, cerca de San Diego. Demasiadas preguntas y respuestas pedantes. Franny
sonaba como si tuviera catarro. Zooey estaba en gran forma, soñador. El locutor
le sacó el tema de los planes de viviendas, y la pequeña Burke dijo que
detestaba las casas que parecen todas iguales, refiriéndose a la larga serie de
construcciones idénticas de las “viviendas sociales”. Zooey dijo que eran “bonitas”.
Dijo que sería muy bonito ir a casa y equivocarse. Comer con gente equivocada,
dormir en cama equivocada y despedirse de todo el mundo por la mañana con un
beso pensando que es la familia de uno. Dijo que le gustaría incluso que todo
el mundo fuera idéntico. Dijo que así uno pensaría que todas las personas con
que uno se encuentra son la esposa, el padre o la madre de uno, y la gente se
pasaría el tiempo arrojándose los unos en brazos de los otros dondequiera que
fuesen y que sería “muy bonito”.
Me sentí intolerablemente
feliz toda la noche. La familiaridad entre Muriel y su madre me sorprendió por
lo hermosa cuando estábamos todos sentados en la sala. Conocen cada una de las
debilidades de la otra, sobre todo en la conversación, y las pescan con la
mirada. Los ojos de la señora Fedder vigilan en la conversación el gusto “literario”
de Muriel y los ojos de Muriel vigilan la tendencia de su madre a ser ampulosa,
verborrágica. Cuando discuten, no hay peligro de una pelea permanente, porque
son madre e hija. Un fenómeno terrible y hermoso de ver. Pero a veces, cuando
estoy allí encantado desearía que el señor Fedder interviniera más en la conversación.
A veces siento que lo necesito. A veces, al irme, tengo la impresión especial
de que tanto M. como su madre me han llenado los bolsillos de botellitas y
tubos de lápiz labial, colorete, redes para el pelo, desodorantes y cosas así.
Les estoy abrumadoramente agradecido, pero no sé qué hacer con sus regalos
invisibles.
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