Era un día, Dios lo sabe, no sólo de señales y signos desencadenados, sino de amplia comunicación desenfrenada por vía de la palabra escrita. Si uno se metía en un coche atestado, el destino tomaba caminos indirectos, antes de que uno se metiera, para que tuviese una libreta y un lápiz encima, por si uno de los pasajeros era sordomudo. Si uno se deslizaba en un cuarto de baño, hacía bien en fijarse si no había algún pequeño mensaje, ligeramente apocalíptico o poco menos, pegado encima del lavabo.
Durante años los siete
hijos de nuestra familia con un solo cuarto de baño, tuvimos la quizá pesada
pero útil costumbre de dejarnos mensajes en el espejo del botiquín, usando para
escribir un pedazo de jabón húmedo. En general nuestros mensajes solían
consistir en amonestaciones sumamente enérgicas y, no pocas veces, en amenazas
no disimuladas. “Boo Boo, recoge la esponja después de usarla, No la dejes
tirada. Besos, Seymour”. “Walt, te toca a ti llevar a Z. y a F. al parque. Yo
lo hice ayer. Adivina quién.” “El martes es el aniversario. No vayas al cine ni
te quedes vagabundeando por el estudio después de la emisión o pagas prenda.
Eso también va para ti, Buddy.” “Mamá dijo que Zooey casi se come el Feenolax.
No dejar en el lavabo ningún objeto algo venenoso que pueda alcanzar y comerse.”
Desde luego, estos son ejemplos tomados de nuestra infancia, pero años después,
cuando en nombre de la independencia o de lo que sea, Seymour y yo hicimos
rancho aparte y tomamos un apartamento para nosotros, él y yo nominalmente nos
habíamos apartado de la vieja costumbre familiar. Es decir, que no tirábamos los
restos del jabón.
Cuando hube entrado en el
cuarto de baño con el diario de Seymour bajo el brazo y cerrado cuidadosamente
la puerta tras de mí, descubrí casi de inmediato un mensaje. Pero no era la
letra de Seymour sino, sin lugar a dudas, la de mi hermana Boo Boo. Con o sin
jabón, su letra era siempre casi indescifrable por lo minúscula, y se las había
arreglado para plantar en el espejo el siguiente mensaje: “Levantad,
carpinteros, la viga del tejado. Como Ares llega el novio, mucho más alto que
un hombre alto. Amor. Irving Sappho, contratado en otro tiempo por Elysium
Studios Ltd. Que seas muy muy muy feliz con tu preciosa Muriel. Es una orden.
Quedan ascendidos todos los habitantes de esta manzana”. El escritor contratado
que se mencionaba en el texto, debo decirlo, siempre había sido una gran
celebridad (con los lógicos período de tambaleo) entre todos los niños de
nuestra familia, debido en general a la inconmensurable influencia sobre todos
nosotros del gusto de Seymour en cuanto a la poesía. Leí y releí la cita, y
después me senté en el borde de la bañera y abrí el diario de Seymour.
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