La creación del tango cantado (1)
Bastaría cotejar la versión original de “Mi noche triste” de 1917 con la
que graba en 1930, para advertir el cambio sustancial que operó Gardel sobre el
modo de cantar del tango.
Agreguemos que “Mi noche triste” era un tango instrumental que su autor
Samuel Castriota tituló “Lita”. A este tango Pascual Contursi le arrima los
inspirados versos de su autoría y que hacen del mismo tango el conocido hoy
como “Mi noche triste”. Crea, además, el modelo o arquetipo del tango que
celebra las penas del amor desdichado, verdadero tópico que reaparecerá muchas
veces en la posterior historia del tango-canción.
Vayamos a las interpretaciones de Gardel. La del año 1917 es la primera y
además primera también de un tango con letra. Lo graba acompañado en guitarra
por José Ricardo, insigne bordoneador, hecho que favorece su participación
porque la milonga se acompaña con importante empleo de la bordona, es decir, la
cuerda de afinación más grave.
Gardel canta en esa versión primera en el registro de tenor que las
condiciones técnicas de la grabación quizá acentúan. La interpretación posee un
“tempo” rápido, como fue en los orígenes que acercaron el tango a la milonga,
ya que por otra parte, compartían la misma coreografía de pareja estrechamente
abrazada. El compás es de 2 / 4, característico de la milonga. En el comienzo,
la voz de tenor sube a la región aguda gracias al portamento sobre las palabras
“percanta que me amuraste”. A partir de “sabiendo que te quería” el tempo se
acelera y se hace mucho más nítido el estilo milonguero.
La versión de 1930 es totalmente distinta. Cambia no solamente la calidad
sonora por los progresos técnicos de la grabación, gracias a las conquistas del
cine sonoro, pero sobre todo cambia el modo con el cual Gardel encara ahora el
canto de ese tango.
En primer término las guitarras incluyen a José María Aguilar, el más
dotado de los acompañantes del cantor, que sabía sacar partido importante del
plectro (vulgo, “púa”). La versión se inicia con un claro marcado en 4 / 4, en
un “tempo” moderado, sin el apresuramiento de la versión de 1917, que como dije
antes, es heredera de la milonga en su “tempo” y compás de 2 / 4.
La voz de Gardel se abre en el registro grave, de barítono. El portamento
inicial, medido, sin exageración que demore el trámite de la melodía, conduce
el segundo verso “en lo mejor de mi vida”. El tono es sereno, con una
expresividad algo velada como corresponde a la evocación que la letra establece.
Porque el protagonista padece el abandono desde hace cierto tiempo, le ha
dejado “espina en el corazón”. Por ello la pena no tiene el fulgor dramático de
lo que está ocurriendo sino la herida que no cierra a pesar del tiempo
transcurrido.
Obsérvese cómo el volumen de la voz, es decir, el tango dinámico, se mueve
en el comienzo de los versos con énfasis y emisión “forte” mientras que desciende
al “piano”, menos volumen en el verso siguiente, en un juego de niveles que
animan el canto y le evitan, al margen de la exigencia vocal, todo riesgo de
monotonía.
El verso “para mí ya no hay consuelo” lo canta con el énfasis previsible
mientras que “pa’ olvidarme de tu amor” hace una curva “diminuendo” que
encuentra a la última palabra (“amor”) en un sugestivo nivel de intimidad
cálida.
El tono vuelve al “forte” con “Cuando voy a mi cotorro”, articulándose el
fraseo del canto en las consonantes. De modo que las “C” de “cuando” y “cotorro”
con pivotes al igual que la “v” de “voy”. En el verso siguiente la intención expresiva
se apoya en “desarreglado” y en “todo triste, abandonado”. Enseguida la voz
retorna a un volumen importante que soporta los dos versos, “De noche cuando me
acuesto / no puedo cerrar la puerta”, con una ligera disminución que
corresponde a “me hago ilusión que volvés”.
En el tramo siguiente, los versos “Siempre llevo bizcochitos / pa’tomar
con matecitos” adopta el tono íntimo que expresan los diminutivos.
“Y si vieras la catrera / cómo se pone cabrera” elige el camino del énfasis
y la articulación sobre las consonantes que es el secreto del fraseo impecable
de Gardel, articulación que permite comprender todo lo que canta. Obsérvese en
este pasaje cómo se apoya en la sílaba “ca” en las palabras “catrera” y “cabrera”,
La última estrofa redondea esta interpretación que es, sin duda, una de las
obras maestras de Gardel. Con tono dramático y afirmativo se escuchan los
versos que van de “La guitarra en el ropero / todavía está colgada / nadie en
ella canta nada / ni hace sus cuerdas vibrar”, tono que acentúa hacia el final
para cantar “Y la lámpara del cuarto / también tu ausencia ha sentido” y por
último se torna velada y profundamente íntima en “porque su luz no ha querido /
mi noche triste alumbrar”. Para mayor énfasis en ese giro emotivo, el plectro
de Aguilar hace un trémolo que sugiere casi la lámpara apagada, la oscuridad
del “cotorro”, en realidad la sombría tristeza del abandonado.
El retorno del comienzo es el regreso del “portamento” sobre “percanta que
me a(muraste)”, recurso que separa la vocal inicial de “amuraste” acoplándola
al pronombre reflexivo “me”, en esas curvas que improvisadas por Gardel,
obligaban al acompañamiento a guardar silencio. Silencio que se prolongaba
hasta que, al retomar Gardel la melodía y el ritmo, volvían las guitarras o la
orquesta. Queda, por último, la nota sostenida sobre la palabra “amor” nota
final, plena, sin perder altura ni volumen, que siempre es el sello de los
remates de Gardel.
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