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RENZO PIANO “NO SÉ HACER OTRA COSA. PARA MÍ, EL TRABAJO ES UNA FIESTA”


por Iñaki Gil

Cambió el curso de la arquitectura con el Centro Pompidou, pero no se cree una estrella. Se declara humanista y europeo y, a sus 81 años, no piensa en la jubilación

Estamos en el Marais, el barrio fino e ilustrado de París. En la calle, una discreta placa dorada: Renzo Piano Building Workshop. Un patio, luminoso, con filas de mesas apretadas y una lámpara Ptolomeo por persona. La prensa del día saluda al visitante que accede luego a una sala repleta de libros de arquitectura y de revistas especializadas.

Renzo Piano, uno de los grandes de la arquitectura, premio Pritzker (1998) está en el despacho contiguo. Un espacio modesto, sin ventanas pero con una cristalera a la salita donde aguarda el periodista. Despacha, firma y repasa papeles. En las estanterías, un casco de obra blanco. Su mesa es grande y cuadrada. Dos sillas indican que hace reuniones in situ. Él se sienta de espaldas a la pared.

Viste pantalón chino, camisa azul sin corbata y un jersey de cuello redondo, verde como los rotuladores con los que dibuja. Calza deportivas. Barba corta. Nadie diría que nació en 1937. En Génova, donde su padre era constructor. Se diplomó en la Escuela Politécnica de Milán, pero mamó el oficio acompañando a su padre a la obra. Este y sus tres hermanos dieron vuelo al negocio levantando casas y fábricas al calor de las necesidades de la postguerra. Desde ahí, desde Fratelli Piano, Renzo levantó su primera obra notoria, el pabellón italiano de la Expo 70 de Osaka (Japón). Un año después, a los 35 años, al alimón con Richard Rogers, 38 entonces, ganó el concurso del Centro Pompidou. Ah, se me olvidaba, estamos a dos pasos del Beaubourg... "Fue un pecado de juventud, un gesto de liberación, un canto de libertad. Desde entonces, hace 40 años, soy un poco su prisionero. Voy cada mes. No vivo lejos y los domingos voy a almorzar a Georges [el restaurante del último piso]. Miro, controlo...".

Las críticas fueron furibundas al principio.

Un arquitecto debe estar acostumbrado a la crítica. La arquitectura es un arte público y peligroso porque lo que hace dura para siempre. Si un escritor hace un mal libro, no se lee. Si el músico falla, no se le escucha. Si un arquitecto hace las cosas mal, la gente no tiene más remedio que sufrir su obra. Por eso debe estar abierto a las críticas. Con el Beaubourg la gente estaba dividida. A unos les gustaba, pero a la mayoría, no. Ahora la cosa se ha invertido. Siempre es así. Un edificio necesita tiempo para formar parte de la ciudad. Es un error levantar edificios siguiendo el grado de satisfacción de la gente. Un edificio, de una manera u otra, representa... lo que represente.

Un éxito de tal dimensión antes de cumplir los 40 debió de lanzar su carrera. ¿Le favoreció un logro tan precoz?

No crea. ¡Mi madre estaba preocupada por las críticas! Fue un éxito y un drama, porque durante bastantes años apenas tuve trabajo. Cuando se hacen cosas así, el público coge miedo.


"NO ME SIENTO UN ARTISTA PORQUE LA ARQUITECTURA ES, ANTES QUE NADA, UNA CIENCIA, UNA TECNOLOGÍA"

¿Intimidaba a los potenciales clientes?

Los clientes piensan que vas a poner los tubos por fuera. Así que, después del Beaubourg, me ocupé de proyectos sociales en el sur de Italia y con la Unesco en Senegal. En mi historia personal hay una mezcla de constructor y sociólogo, aunque no me gusta esta palabra. Alguien próximo a la gente. Me interesa la vida en comunidad. Cuando era joven, era la época de las ocupaciones universitarias. Crecí con la idea de que la arquitectura servía para cambiar el mundo. Detrás de ello hay una utopía. Esta mezcla curiosa sobrevive hoy. Combina el lado constructor, juntar piezas, y el lado un poco utópico y un poco poético. La arquitectura debe hacerse con imaginación, con el sueño, con el deseo.

Alguien que le conoce bien como Rogers le define como un humanista. ¿Se identifica?

Yo digo lo mismo de Richard Rogers. Siempre fuimos dos amigos fraternales. Dos chicos mal educados. Sí, humanistas mal educados. El humanismo es la mezcla en la diferencia. Entre la ciencia y el saber, la cultura. Pasa constantemente, a lo largo de una misma jornada: a las 10, soy constructor; a las 11 un poco utopista; a las 12.30, sobre todo poeta; y luego vuelvo a ser constructor. Y el sábado soy marino. Creo que a un escritor o a un periodista les pasa algo parecido.

Los periodistas no solemos tener la vocación de permanencia de los arquitectos.

Creo que se equivoca. Si una cosa está bien hecha, fuerte, profunda, entonces queda. El papel va a la papelera, pero lo que está dentro permanece.

¿Sólo se asoció aquella vez, para el Beaubourg? ¿Tan mal fue? ¿No le gusta hacer proyectos a medias?

Aquello fue muy largo. El problema es que él estaba en Londres y yo en París. Pero somos amigos, hablamos cada semana y vamos juntos de vacaciones. Después trabajé asociado con Peter Rice, un gran ingeniero [que venía de trabajar en la Ópera de Sidney]. Hice muchas cosas con él. El aeropuerto de Osaka (Japón) por ejemplo. Luego fundé Renzo Piano Building Workshop. Mi regla de oro era no pasar de 100 personas, pero somos 170. París es la central, pero tenemos sedes en Génova y Nueva York. En la agencia se hablan 17 lenguas. Casi todas europeas pero también japonés y chino.

Pero usted, que es el jefe, tiene la última palabra, ¿no?

El jefe moral, quizá. Pero la arquitectura es un trabajo en equipo. Estoy convencido de que la creatividad es un milagro que sólo ocurre cuando es compartida. En esta agencia tengo 10 partners y 25 asociados y no soy el único propietario.

Cuando reciben un encargo, cuál es la rutina. ¿Es usted quien inicia el proyecto?

No, nunca. En cada propuesta hay un partner que la analiza. Yo intervengo después porque, como soy italiano, me enamoro enseguida. Además, soy como los niños, cuando me pongo a hacer una cosa no quiero hacerla de otra forma.

¿En qué proyectos están trabajando?

Tenemos cuatro proyectos con universidades. En Francia, Amiens y Normale Superiore en París. Y otros dos en Estados Unidos, en Baltimore con la John Hopkins y el nuevo campus de Columbia, en Harlem. Dos hospitales, uno en África y otro en Italia. Y tres centros culturales en Moscú, Estambul y Los Ángeles.


"YO AMO A LAS CIUDADES. PERO ESTÁN ENFERMAS. HAY QUE OCUPARSE DEL CENTRO Y DE LAS BARRIADAS"

Se dice que los museos son las catedrales de nuestro siglo.

La palabra catedral es un poco monumental (je, je). Me río porque cuando hicimos el Beaubourg lo concebimos como el antimonumento. Pero se ha convertido en un monumento. El Tribunal que hemos terminado hace seis meses en París es, ciertamente, una catedral laica donde se imparte justicia. Los lugares públicos, ya sean escuelas, universidades, biliotecas... son sitios donde se realiza el milagro de la solidaridad. Vas a escuchar música a una sala de conciertos y lo haces con otros. Siempre hay ese placer de compartir. Es el ritual maravilloso de la coexistencia que tanto necesitamos hoy. ¿Sabe? Soy un defensor apasionado de la idea de ciudad.

De ciudad, tal como la entendemos en Europa...

Bueno, Boston y Nueva York son ciudades bastante europeas. Los Ángeles, no. Pero algo está cambiando. Estamos construyendo en Los Ángeles la Casa del Cine, donde se van a hacer los Óscar. Allí está la primera línea de metro y se empiezan a ver peatones en la calle. Digo esto para defender que en una ciudad, sea moderna como Los Ángeles, sea compleja como Estambul, sea antigua como Roma, siempre pasa algo interesante.

¿Cuál es su ciudad favorita?

J'ai deux amours como la canción de Joséphine Baker. Tengo dos amores, mi país y París. Varias, pero la primera es París. Vivo cerca de la plaza de los Vosgos. No tengo coche, lo hago todo a pie. También me gustan Berna, mi ciudad natal (Génova) y Nueva York. Siempre se ama la ciudad en la que se construye. Es inevitable. Pero París es especial, es la ciudad en la que vivo y en la que nació y creció mi último hijo, el cuarto.

Está hecho un parisino...

Ando por todo el mundo y cuando me preguntan qué me siento, respondo que europeo. Me siento, por supuesto, italiano. Pero, al mismo tiempo francés, un poco español e inglés. Si dentro de Europa tengo que elegir un particularismo, digo que mediterráneo.

¿Está Europa en peligro?

Desde luego. No habría que olvidar que Europa es una gran ciudad, con sus bosques y sus montañas. Mire los mapas. Es siempre interesante. Por ejemplo, mire el mapa de Arabia saudí. Es casi tan grande como Europa y es un desierto.

Yo me refería al populismo y le iba a preguntar por la situación política en Italia.

Va a ser difícil hablar de eso.


"ES UN ERROR LEVANTAR EDIFICIOS SIGUIENDO EL GRADO DE SATISFACCIÓN DE LA GENTE"

Usted es senador.

Cierto. Soy senador vitalicio, nombrado por el presidente de la República. Tengo un magnífico despacho en Roma, al que voy cada dos meses. Empleo el dinero que me dan para pagar a una docena de jóvenes que trabajan conmigo. Desde el primer momento, decidí trabajar sobre las periferias urbanas. Son la ciudad del futuro. Fábricas de deseos, para bien o para mal. En todas las ciudades del mundo, los habitantes del centro de las urbes no pasan del 10%. Mientras, las periferias son olvidadas, abandonadas y van siempre acompañadas de un adjetivo negativo. Los centros urbanos son como un showroom. Demasiado comerciales y turísticos. París aún resiste, pero Florencia o Venecia están perdidas. Yo amo las ciudades. Pero están enfermas, hay que ocuparse del centro y de las barriadas. Las periferias necesitan estructuras, ser urbanizadas.

Precisamente, acabamos de vivir el movimiento de los chalecos amarillos, presentado como la rebelión de la Francia periférica.

La política debía haber sido un poco más sensible, dado que Francia es un país que tiene maravillosas ciudades, pero la mayoría de los franceses viven en territorios rurales. La política se ha equivocado a menudo en los últimos tres o cuatro últimos años. Trump o el Brexit nacen en los barrios y en las campiñas.

¿No le gusta hablar de política?

La arquitectura es un oficio altamente político. Como el periodismo, por cierto. Yo nací con la idea de que la política es un oficio noble. En la Grecia clásica, los elegidos hacían esta promesa: "Yo os prometo, atenienses, devolveros Atenas más bella que la que me habéis entregado". Política viene de polis, ciudad en griego. Así que cuando me dieron la función pública de senador vitalicio decidí ocuparme del destino de las ciudades y de las periferias. Como arquitecto con una cultura humanista, mi papel de senador es ocuparme de la ciudad.

A su edad, ¿no se plantea jubilarse?

No me gusta la jubilación. No sé hacer otra cosa y soy feliz en mi profesión. Para mí, esto es una fiesta.

¿Está a gusto en el estatus de star architect?

No soy una estrella. La expresión arquitecto estrella me molesta porque implica frivolidad. Vivo mi vida en mi casa y con mis amigos. No hago vida pública. Me paso el día trabajando.

¿Se siente artesano o artista?

No me siento artista porque la arquitectura es, antes que nada, una ciencia, una tecnología. Construir es una actividad técnica pero hay arte, porque puede hacerse bien o mal. Hay imaginación, deseo, poesía, luz, belleza. No me siento artista pero fatalmente acabas siéndolo. si lo que usted me pregunta es si me siento constructor, le respondo que no. ¿Si me siento artista? No ¿Utopista? No. Pero todo junto, sí. Construir es un gesto de paz. Edificar es una palabra interesante. Tiene algo de positivo.

Tiene razón Piano. Edificar es, según la RAE, "construir un edificio". Pero también: "Infundir en alguien sentimientos de piedad y virtud".


(EL MUNDO / 27-6-2019)

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