lunes

PETER BROOK - EL ESPACIO VACÍO (12)


EL TEATRO MORTAL (12)

La incompetencia es el defecto, la condición y la tragedia del mundo teatral en todos los niveles: por cada buena comedia, revista musical o política, o incluso obra clásica que vemos, existen docenas de otras piezas traicionadas casi siempre por falta de la más elemental habilidad. Las técnicas de la puesta en escena, del diseño, de la forma de hablar, moverse en un escenario, sentarse, incluso escuchar, no son suficientemente conocidas. Compárese lo poco que cuesta -en términos generales- encontrar trabajo en muchos teatros del mundo con el mínimo nivel de preparación que se le exige, por ejemplo, a un concertista de piano. Pensemos en los miles de profesores de música, residentes en miles de pequeñas ciudades, capaces de interpretar todas las notas de los pasajes más difíciles de Liszt o leer a simple vista a Scriabin. En comparación con ellos, la mayor parte de nuestro trabajo está a un nivel de aficionados. En su actividad profesional, el crítico se encuentra con más incompetencia que preparación. Una vez me solicitaron que fuera a montar una ópera en el Oriente Medio y en la carta de invitación me indicaban con toda sinceridad que “nuestra orquesta no tiene todos los instrumentos y da notas falsas, pero hasta el presente nuestro público no se ha dado cuenta”. Por fortuna, el crítico tiende a observar y, en este sentido, su reacción más violenta es válida, ya que es una llamada a la competencia. Además de esta función vital, el crítico ejerce la de marcar el camino. El crítico se une al juego mortal cuando no acepta esta responsabilidad, cuando minimiza su propia importancia. Por lo general, el crítico es un hombre sincero y honrado, plenamente consciente de los aspectos humanos de su profesión; se dijo que a uno de los famosos “carniceros de Broadway” le atormentaba saber que de él dependía el futuro y la felicidad de muchos. Incluso si es consciente de su poder de destrucción, menosprecia su fuerza. Cuando el statu quo está podrido -y pocos críticos lo pondrán en duda-, la única posibilidad es juzgar los hechos en relación con un posible objetivo, que ha de ser el mismo para el artista y el crítico, es decir, el camino hacia un teatro menos mortal, aunque, todavía, ampliamente indefinido. Este es nuestro propósito, nuestra compartida meta, y nuestra tarea común ha de ser la observación de todas las señales y huellas que jalonan dicho camino. En un sentido superficial nuestras relaciones con los críticos pueden ser tirantes, pero en un sentido más profundo dicha relación es absolutamente necesaria; al igual que el pez en el océano, necesitamos unos de otros de nuestros talentos devoradores para perpetuar la existencia del lecho marino. Y aun esto no es suficiente, ya que también es preciso compartir los esfuerzos para subir a la superficie. Ahí radica la dificultad para todos. El crítico es parte de un todo y carece de verdadera importancia el hecho de que escriba sus observaciones de manera rápida o lenta, breve o larga. ¿Se ha hecho una idea de cómo pudiera ser el teatro en su comunidad y revisa esta idea de acuerdo con cada experiencia que vive? ¿Cuántos críticos ven su función desde este prisma? Por esta razón, tanto mejor será un crítico cuanto más ahonde. No veo más que ventajas en el hecho de que un crítico se adentre en nuestras vidas, se reúna con actores, charle, discuta, observe, intervenga. Me agraciaría verlo metido de lleno en el ambiente, intentando manejar las cosas por sí mismo. Cierto es que existe un pequeño problema de índole social. ¿Cómo dirigirse a quien se acaba de censurar en letras de molde? Cabe que de momento surja una situación embarazosa, pero sería ridículo pensar que ese es el motivo que impide a los críticos un contacto vital con el ambiente de que forman parte. Tal situación puede vencerse con facilidad y es evidente que una relación más estrecha no pondrá al crítico en connivencia con las personas que ha de conocer. Las críticas que la gente de teatro se dirige a sí misma son con frecuencia devastadoras, aunque absolutamente necesarias. El crítico que no disfruta con el teatro es un crítico mortal, quien lo ama pero no es críticamente claro de lo que esto significa, también es un crítico mortal; el crítico vital es el que se ha formulado con toda claridad lo que el teatro pudiera ser, y tiene la suficiente audacia para poner en riesgo su fórmula cada vez que participa en un hecho teatral.

El gran problema del crítico profesional es que rara vez le piden que se exponga a los hechos que pueden cambiar su pensamiento: le resulta difícil contener su entusiasmo, cuando hay tan pocas obras buenas en el mundo. Año tras año el cine se nutre de rico material; en cambio, lo único que pueden hacer los teatros es elegir entre grandes obras de corte tradicional o piezas modernas más o menos buenas. Nos hallamos ahora en otra zona capital del problema: el dilema del escritor mortal.

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