LAS CARTAS DE MOZART COMO ESPEJO DE SU POSICIÓN FRENTE AL MUNDO (2)
EL
JUSTO MEDIO (2)
Imagínese el lector la
reacción a una escena de celos en el estilo de los Stürmer und Drünger,
y valorará debidamente la reserva de Mozart en la siguiente carta a Constanza:
¡Queridísima amiga!:
¿Me ha de permitir que le
dé aunque más no sea este nombre? Tanto no me ha de odiar para que no pueda
seguir siendo su amigo y usted siga siendo mi amiga, y -aunque no quiere seguir
siéndolo- no puede impedirme que piense en su bien, amiga mía, tal como ya
estoy acostumbrado. Reflexione lo que me ha dicho hoy. Me ha dado (sin
importarle mis ruegos) tres veces calabazas y me ha dicho en la cara que no
quiere saber más nada conmigo, a mí, para quien no es tan indiferente como para
usted perder el objeto de su amor -no soy irreflexivo, tan acalorado- como para
aceptar su rechazo, la quiero demasiado. Le ruego que vuelva a considerar y a pensar
en la causa de todo este disgusto, la cual fue el que yo le hiciera notar que
usted había estado desvergonzada a irreflexiva al contarle a sus hermanas -nota
bene, en mi presencia- que se había hecho medir las pantorrillas por un
chapeaux. Eso no lo hace una mujer que valore su honor. La idea de participar
en la fiesta me parece bastante buena. Pero hay que contemplar muchos detalles:
si en el grupo hay sólo buenos amigos y conocidos, si soy una niña o una
muchacha casadera, especialmente si soy una novia prometida, y, principalmente,
si toda la gente reunida es de mi misma clase o inferior -pero especialmente-
si los hay superiores. Si realmente la baronesa misma se lo hizo hacer es una
cosa completamente distinta, pues ella es una mujer ya de edad (que de ninguna
manera puede atraer), y porque es la amante del Et caetera. Espero, querida
amiga, que usted nunca quiera llevar una vida semejante a la de ella, aunque no
quiera ser mi esposa. Si tenía usted deseos de participar en la fiesta (si bien
al participar de esa manera no queda muy bien en un hombre, cuanto menos en una
mujer) y le era imposible resistir la tentación hubiese tomado usted misma la
cinta y, en nombre de Dios, se hubiera medido las pantorrillas, tal como lo han
hecho hasta ahora todas las mujeres de honor en mi presencia, y no por un
chapeaux. Yo nunca se lo hubiera hecho a usted en presencia de otros, yo le
hubiera alcanzado la cinta a usted. Tanto menos con un extraño quien nada me
importa. Pero eso ha pasado. Una pequeña confesión suya de su conducta un tanto
irreflexiva lo habría arreglado todo y -si usted no me lo toma a mal, querida
amiga- aun puede arreglarlo. Esto le demuestra cuánto la quiero. No me arrojo
sobre usted, como usted -yo pienso -medito- y siento-. Sienta usted, tenga
sentimientos, así podré decir, hoy todavía, que Constanza es la virtuosa y
honrada y sensata y fiel amada del probo y bienpensado.
Mozart (1)
Con qué mesura y cuidado
ha sido escrita esta carta. El apasionamiento, dominado en tranquilas palabras,
obliga a ceder. La explicación obliga al asentimiento. No hay tormentosas
acusaciones ni exclamaciones ofendidas ni desbordes de dolor. Objetivamente
Mozart recapitula los acontecimientos y exterioriza un juicio muy sensato. No
se abandona a ninguna pasión: “no me arrojo sobre usted, como usted”. Se
muestra dueño de sí mismo: “-yo pienso- medito. La mente conduce sin tiranías
al sentimiento: “-y siento-”. Sentimiento no es acaloramiento ni bullir, no es
instinto. El sentimiento surge de sensaciones iluminadas por el espíritu. Todo
lo que Mozart invoca como fundamento de su reproche demuestra su repugnancia
por el descuido de las formas. Él mismo las guarda en su carta a pesar de la
acerba crítica.
Notas
(1) A Constanza Weber,
Viena, 29-IV-1782, II, 162.
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