lunes

FRANCISCO "PACO" ESPÍNOLA - DON JUAN, EL ZORRO (41)


En la casa del Zorrino (1)

Iban cerca ya de la casa del Zorrino, cuando este se sujetó y dijo:

-¡Caracho! ¡Mirá al Teruteru cerca de mi casa!

En efecto. Allí estaba, con el sombrero más a la nuca y aun así, rebasándole el ala su copetito de atrás, por lo que le quedaba como coleta.

-¿Estará de espía? -desconfió Don Juan.

-¡Alcahuete! Claro que es una fija que está espiando. Pero déjame acomodarlo por mi cuenta y ya vas a ver en qué le quedan las ganas de propalación. Vos escóndete por aquí y cuando veas que ha llegado el momento te metés adentro y me esperás.

Se guareció Don Juan tras un espinillo. Y el Zorrino salió como que iba derecho a su casa, con la cabeza muy agachada, mirando afanosamente el suelo. De pronto de paraba, miraba a su alrededor, registraba alguna mata de pasto, y seguía, y más allá volvía a hacer lo mismo… Cuando estuvo a poca distancia del Teruteru hizo como que recién reparaba en él y lo saludó muy atento.

-Buen día, aparcero -dijo el Zorrino retribuyendo el tratamiento y parándose de frente. -¿No sabe lo que me ha pasado?

-No tengo noticia. Cuente pues el sucedido.

Y avanzó con sigilo y un pasito que denunciaba de lejos su egoísmo y la doblez de su carácter.

-Que perdí el cinto con veinte amarillas y plata en papel, además.

El Zorrino no se movió y el Teruteru se detuvo. Y siguieron hablándose como a través de un cerco.

-¡No me diga! ¿Y dónde pudo haber sido eso?

-¡Pero amigo, si yo lo supiera! Lo ando campiando desde anoche.

-Usté sabe que yo soy pobre; pobre pero honrado -dijo adelantándose seis o siete pasos el Teruteru y volviendo a detenerse.

-¡Cómo no lo viá saber! Pero no colijo a qué viene eso -respondió el otro dando con suavidad dos pasos tan grandes que le valieron por cinco y poniéndose de nuevo firme.

-Viene por esta cuestión. Yo no tengo nada que hacer, ando al cuete, y si usté me promete darme la mitá de la plata, puede dar unos vuelos -de arriba se ve mejor- a ver si le agencio el cinto.

Dieron varios pasos más cada uno y ahora sí que se detuvieron porque estaban ya pecho con pecho.

-Trato hecho -dijo el Zorrino. -La mitá de la plata puede contarla ya como suya.

-Bueno; usté indique el camino.

Y, como rastreadores de oficio, se pusieron en movimiento.

-Por aquí anduve… Después de una vuelta por aquí… Estuve parado solo un ratito, ¿sabe? ¡esas cosas…! En una de esas chilcas… Desvié este matorral…

El Teruteru, por el aire, lo seguía haciendo círculos, con los ojos clavados en tierra. Como se había recogido el poncho sobre los hombros para aligerarse, era grande la sombra que hacía mover en el suelo. El barbijo le sostuvo firme el sombrero. Y con toda intención el Zorrino lo iba alejando de su vivienda; profundizándolo cada vez más en el chilcal. Hasta que calculó que el Zorro estaría mateando lo más tranquilo. Entonces se detuvo y dijo:

-Mire, compañero, de aquí me acuerdo como si fuera ahora que me fui derecho a la pulpería. Yo de tanto campiar estoy que no valgo un cobre, de cansado. Siga usté solito, nomás, y si tiene alguna novedá se viene y me noticea. ¿Usté sabe mi casa, no? -agregó con aire de inocencia.

-Sí; ¡cómo no lo via a saber! -exclamó el Teruteru sin advertir que su socio lo estaba sobrando.

-No, ¡como usté siempre es tan distraído…!

-¡La mitá, ya sabe!

-Pierda cuidado, socio. Mi palabra es una firma. La mitá de la plata y todo mi agradecimiento.

El Teruteru siguió dando vueltas rumbo a la pulpería. Y al galope, el Zorrino llegó a su casa.

Como supusiera, Don Juan había calentado el agua y estaba tomando mate, con la pava entre las piernas, sombrío.

-¿Qué diablos le dijiste al Teuteru que salieron los dos como si fueran rastriadores de oficio?

El Zorrino agarró un cráneo vacuno, lo acercó junto al de Don Juan, tomó asiento y le contó lo sucedido.

La tristeza de Don Juan se entreabrió para dejar pasar una sonrisa que revoloteaba.

-¿Sabés que la hiciste lindo? -dijo.

-¡Y, se hace lo que se puede! -contestó el otro sin disimular su orgullo por aquel aprecio.

Pero observó que la sonrisa de Don Juan iba bajando, huyendo casi invisiblemente y que desapareció en su interior.

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