1ª edición / Caracol al Galope 1999
1ª edición WEB / elMontevideano Laboratorio de Artes 2018
PARTE 2
13
El jueves volvió a
cambiar el tiempo y el invierno se instaló definitivamente. De madrugada me
despertó el frío y tuve que levantarme para ponerme medias y agregar otra
frazada. Me costó volver a dormirme. Ahora el viento bajaba de la montaña con
una consistencia que no dejaba dudas: los días de sol y calor ya se habían
terminado. Cuando mi padre me llamó ya eran más de las ocho y preferí no
ducharme. La abuela me esperaba con su tazón de café con leche enfrente.
-Llamó tu amigo -dijo con
la boca llena y la mano derecha agitándose sin parar sobre sus piernas. -El que
vino de la ciudad a pasar sus vacaciones.
-Ángel.
-Sí. No dijo que fuera
urgente, pero para telefonear a esta hora de la mañana-
Y tomó un sorbo de su
tazón rellenado con pedazos de pan.
-Qué extraño -dije.
-El teléfono a estas
horas nunca es bueno. Dijo que iba a volver a comunicarse.
Mamá me pasó la llamada
de Ángel al cuarto, cuando ya estaba vistiéndome para salir.
-Espero no haberte despertado,
Diogo.
-¿Qué fue lo que pasó?
-Jairo amaneció muerto.
-¿Quién es Jairo?
-Mi canario. Anoche
estaba perfecto, y hoy-
-Ah: aquel canario negro
que cantaba tan lindo.
-Sí -hizo un silencio
como si esperase que yo agregara algo, y escuché el viento afuera.
-Capaz que le hizo mal el
cambio de temperatura -se me ocurrió decir.
-Puede ser. El garaje es
muy frío.
-¿Y ahora qué vas a
hacer?
-Enterrarlo.
Hubo algo en su tono de
voz que me hizo recordar al Ángel que siempre había mostrado un respeto exagerado
por toda forma de vida, que capturaba a las abejas con un vaso y las soltaba
afuera. Y me pareció entender lo que quería.
-Puedo pasar por ahí
antes de ir al trabajo -dije. -Si te parece bien.
-¿No se te irá a hacer
tarde?
-No, No tiene importancia.
Cuando salí me topé con
una niebla gelatinosa que parecía empujarme de nuevo hacia mi casa. Me costó
bastante llegar a lo de los Muñoz, porque era difícil distinguir algo a más de
veinte metros. Fui acercándome a la puerta del garaje y encontré a Ángel y a
Cristina custodiando la jaula como soldados.
-Pobre Jairo -dijo Cris.
-Vamos a enterrarlo en el jardín, junto con los otros. Y cantaba tan lindo.
Ángel miró la jaula y
agregó:
-Mi padre lo compró hace
diez años, más o menos. Era el último de todos.
-Yo no me acuerdo de
haberlo visto antes -dije, observando la jaula con más atención. -¿Era todo negro
así? ¿Hasta las patas?
-Era. Voy a buscar una
caja o algo para enterrarlo.
-Te acompaño. Sé dónde
hay una -dijo Cris.
Cuando volvieron Cris
traía una cajita y Ángel una tijera. No entendí para qué era la tijera. Salimos
caminando en procesión y subimos hasta el jardín donde habíamos ido enterrando
a todos nuestros animales, desde que éramos chicos. Arriba hacía más frío, y se
podía ver la hierba cubriendo completamente el valle. Ángel empezó a cavar con
una pala de jardín.
-¿Cuántos canarios
enterraron? -me preguntó Cris.
-Tres, por lo menos. Uno
era mío. Y tres perros, unos cuantos gatos y todos los demás: mariposas,
escarabajos, grillos.
Cristina se agachó y
ayudó a empujar la tierra con las manos desnudas. Ángel sacó al pájaro de la
jaula y lo dejó en el pasto. Entonces agarró la tijera y cortó el aire varias
veces, como si fuera un peluquero antes de empezar a trabajar.
-Qué vas a hacer -le pregunté.
-La caja es demasiado
chica -me explicó Cris, dando la vuelta la cabeza y apretándome la mano con los
ojos cerrados.
Entonces Ángel levantó el
pequeño cuerpo negro y le cortó las patas con un único gesto y el chasquido del
metal me puso la piel de gallina. Porque las cortó con satisfacción, y en ese
momento me pasó por la cabeza que hasta lo podría haber hecho con el canario
vivo. Ahí me di cuenta que ya no era el Ángel que se había ido a estudiar a la
ciudad. Dejó caer las patitas igual que si fueran escarbadientes usados y
después acomodó el cuerpo del canario con la misma ferocidad maligna y casi
sonriente.
-Ya está -dijo Cris,
todavía sin animarse a abrir los ojos.
-Ya está -repitió Ángel,
y cuando me miró pareció el de siempre, otra vez, un poco sorprendido y como
sin saber qué hacer con la caja que tenía entre las manos.
-Vamos a terminar con
esto de una vez -le dije.
Después nos quedamos un momento
en el medio de la niebla, contemplando la tierra removida.
-Así termina todo -dijo
él, y suspiró.
-Falta algo -dijo Cris,
agachándose.
-Qué vas a hacer -le
pregunté.
-Rezar. Los animales
también tienen un alma.
Y dejó caer las rodillas
largas y finas sobre el pasto, juntó las manos y empezó la oración. Recién ahí
me di cuenta que estaba totalmente vestida de negro. Después volvimos a la casa
y Ángel me miró.
-Nueve años -dijo. -Y
para que sepas, los animales también tienen un alma.
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