4 / APOTEOSIS (8)
Se cuenta la historia de
un estudioso de Confucio que buscaba al vigésimo octavo patriarca budista, Bodhidarma,
“para pacificar su alma”. Bodhidarma replicó: “Muéstramela y la pacificaré”. El
hombre replicó: “Ese es mi problema, no la encuentro.” Bodhidarma dijo: “Tu
deseo se ha concedido”. El hombre comprendió y partió en paz. (126)
Aquellos que saben no sólo
que el Eterno vive en ellos, sino que lo que son verdaderamente ellos y todas
las cosas es el Eterno, habitan en los sotos de los árboles que colman los
deseos, beben el líquido de la inmortalidad y escuchan en todas partes la música
silenciosa de la eterna armonía. Estos son los inmortales. Los pintores de
paisajes taoístas en China y en Japón describen en forma suprema lo celestial
de este estado terrestre. Los cuatro animales benévolos, el fénix, el unicornio,
la tortuga y el dragón, viven en los jardines de sauces, los bambúes y los ciruelos
y entre la niebla de las montañas sagradas, cerca de las esferas divinas. Los
sabios, de ásperos cuerpos pero de espíritus eternamente jóvenes, meditan en
las montañas o viajan sobre las mareas inmortales montados en animales extraños
y simbólicos, o tienen conversaciones deliciosas junto a las tazas de té al
sonido de la flauta de Lan Ts’ai-ho.
La señora del paraíso
terrenal de los chinos inmortales es la diosa de las hadas Hsi Wang Mu, “La
Madre Dorada de la Tortuga”. Vive en un palacio sobre la montaña K’unlun,
rodeada de flores fragantes, de murallas de joyas, y del muro de su jardín, que
es de oro. (127) Está formada de la quintaesencia pura del aire del oeste. Los
huéspedes que recibe en su periódica “Fiesta de los Duraznos” (que se celebra
cuando los duraznos maduran, una vez cada seiscientos años) son servidos por
las graciosas hijas de la Madre Dorada, en las glorietas y pabellones que
rodean el Lago de las Gemas. Las aguas brotan de una fuente encantada. Se
sirven médula de fénix, hígado de dragón y otras carnes; los duraznos y el vino
dan la inmortalidad. Se escucha la música de invisibles instrumentos y
canciones que no nacen de labios mortales, y las danzas de las damiselas visibles
son las manifestaciones de júbilo de la eternidad en el tiempo. (128)
Las ceremonias del té en
Japón están concebidas dentro del espíritu taoísta del paraíso terrenal. La
sala de té, llamada “residencia de la fantasía”, es una estructura efímera construida
para encerrar un momento de intuición poética. Llamada también “residencia del
vacío”, está desprovista de ornamentos. En forma temporal contiene un solo
cuadro o un arreglo floral. La casa de té es llamada “residencia de lo asimétrico”:
lo asimétrico sugiere movimiento; lo que intencionadamente no se ha terminado
hace un vacío en el cual la imaginación del que lo contempla puede volcarse.
El invitado se aproxima
por una vereda del jardín y debe inclinarse para pasar por la entrada, que es
baja. Hace una reverencia al cuadro o al arreglo de flores, a la tetera que
canta, y toma su lugar en el suelo. El objeto más sencillo, enmarcado en la
controlada sencillez de la casa de té, sobresale con una misteriosa belleza; su
silencio abarca el secreto de la existencia temporal. A cada huésped se le permite
completar esa experiencia en relación consigo mismo. Los presentes contemplan
así el universo en miniatura y llegan al conocimiento de su escondida relación
con los inmortales.
Los grandes maestros del
té se ocupaban de hacer del asombro divino un momento experimentado: fuera de
la casa de té la influencia pasó al hogar y del hogar destiló a la nación
entera. (129) Durante el largo y pacífico período Tokuwaga (1603-1868), antes
de la llegada del comodoro Perry en 1854, la estructura de la vida japonesa estaba
tan imbuida de formalidades significativas, que la existencia, hasta en su más
mínimo detalle, era una expresión consciente de la eternidad; el paisaje mismo
era un santuario. En forma similar, en el Oriente, en el mundo antiguo y en las
Américas precolombinas, la sociedad y la naturaleza representaban para la mente
lo inexpresable. “Las plantas, las rocas, el fuego y el agua: todo está vivo.
Nos observan y ven nuestras necesidades. Ven el momento en que nada nos protege
-declara un viejo apache narrador de leyendas- y en ese momento se revelan y
hablan con nosotros”. (130). Esto es lo que los budistas llaman “el sermón de
lo inanimado”.
Notas
(126) Coomaraswamy, Hinduism and Buddhism, p.
74.
(127) Esta es la muralla
del Paraíso, ver supra, pp. 87 y 143. Ahora estamos adentro. Hsi Wang Mu
es el aspecto femenino del Señor que pasea por el Jardín, quien creó al hombre
a su propia imagen, masculina y femenina (Génesis, 1:27).
(128) Cf. E. T. Wemcr, A Dictionary of Chinese Mythology
(Shangai, 1932), p. 163.
(129) Ver Okakura Kakuzo,
El libro del té (México, 1943). Ver también Daisetz Teitaro Suzuki, Essays
in Zen Buddhism (Londres, 1927), y Lafcadio Hearn, Japón (Nueva
York, 1904).
(130) Morris Edward Opler, Myths and Tales of the
Jicarilla Apache Indians (Memoirs of the American Folklore Society, vol.
XXXI, 1938), p. 110.
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