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EL HÉROE DE LAS MIL CARAS (69) - JOSEPH CAMPBELL


4 / APOTEOSIS (8)


Se cuenta la historia de un estudioso de Confucio que buscaba al vigésimo octavo patriarca budista, Bodhidarma, “para pacificar su alma”. Bodhidarma replicó: “Muéstramela y la pacificaré”. El hombre replicó: “Ese es mi problema, no la encuentro.” Bodhidarma dijo: “Tu deseo se ha concedido”. El hombre comprendió y partió en paz. (126)

Aquellos que saben no sólo que el Eterno vive en ellos, sino que lo que son verdaderamente ellos y todas las cosas es el Eterno, habitan en los sotos de los árboles que colman los deseos, beben el líquido de la inmortalidad y escuchan en todas partes la música silenciosa de la eterna armonía. Estos son los inmortales. Los pintores de paisajes taoístas en China y en Japón describen en forma suprema lo celestial de este estado terrestre. Los cuatro animales benévolos, el fénix, el unicornio, la tortuga y el dragón, viven en los jardines de sauces, los bambúes y los ciruelos y entre la niebla de las montañas sagradas, cerca de las esferas divinas. Los sabios, de ásperos cuerpos pero de espíritus eternamente jóvenes, meditan en las montañas o viajan sobre las mareas inmortales montados en animales extraños y simbólicos, o tienen conversaciones deliciosas junto a las tazas de té al sonido de la flauta de Lan Ts’ai-ho.

La señora del paraíso terrenal de los chinos inmortales es la diosa de las hadas Hsi Wang Mu, “La Madre Dorada de la Tortuga”. Vive en un palacio sobre la montaña K’unlun, rodeada de flores fragantes, de murallas de joyas, y del muro de su jardín, que es de oro. (127) Está formada de la quintaesencia pura del aire del oeste. Los huéspedes que recibe en su periódica “Fiesta de los Duraznos” (que se celebra cuando los duraznos maduran, una vez cada seiscientos años) son servidos por las graciosas hijas de la Madre Dorada, en las glorietas y pabellones que rodean el Lago de las Gemas. Las aguas brotan de una fuente encantada. Se sirven médula de fénix, hígado de dragón y otras carnes; los duraznos y el vino dan la inmortalidad. Se escucha la música de invisibles instrumentos y canciones que no nacen de labios mortales, y las danzas de las damiselas visibles son las manifestaciones de júbilo de la eternidad en el tiempo. (128)

Las ceremonias del té en Japón están concebidas dentro del espíritu taoísta del paraíso terrenal. La sala de té, llamada “residencia de la fantasía”, es una estructura efímera construida para encerrar un momento de intuición poética. Llamada también “residencia del vacío”, está desprovista de ornamentos. En forma temporal contiene un solo cuadro o un arreglo floral. La casa de té es llamada “residencia de lo asimétrico”: lo asimétrico sugiere movimiento; lo que intencionadamente no se ha terminado hace un vacío en el cual la imaginación del que lo contempla puede volcarse.

El invitado se aproxima por una vereda del jardín y debe inclinarse para pasar por la entrada, que es baja. Hace una reverencia al cuadro o al arreglo de flores, a la tetera que canta, y toma su lugar en el suelo. El objeto más sencillo, enmarcado en la controlada sencillez de la casa de té, sobresale con una misteriosa belleza; su silencio abarca el secreto de la existencia temporal. A cada huésped se le permite completar esa experiencia en relación consigo mismo. Los presentes contemplan así el universo en miniatura y llegan al conocimiento de su escondida relación con los inmortales.

Los grandes maestros del té se ocupaban de hacer del asombro divino un momento experimentado: fuera de la casa de té la influencia pasó al hogar y del hogar destiló a la nación entera. (129) Durante el largo y pacífico período Tokuwaga (1603-1868), antes de la llegada del comodoro Perry en 1854, la estructura de la vida japonesa estaba tan imbuida de formalidades significativas, que la existencia, hasta en su más mínimo detalle, era una expresión consciente de la eternidad; el paisaje mismo era un santuario. En forma similar, en el Oriente, en el mundo antiguo y en las Américas precolombinas, la sociedad y la naturaleza representaban para la mente lo inexpresable. “Las plantas, las rocas, el fuego y el agua: todo está vivo. Nos observan y ven nuestras necesidades. Ven el momento en que nada nos protege -declara un viejo apache narrador de leyendas- y en ese momento se revelan y hablan con nosotros”. (130). Esto es lo que los budistas llaman “el sermón de lo inanimado”.


Notas

(126) Coomaraswamy, Hinduism and Buddhism, p. 74.
(127) Esta es la muralla del Paraíso, ver supra, pp. 87 y 143. Ahora estamos adentro. Hsi Wang Mu es el aspecto femenino del Señor que pasea por el Jardín, quien creó al hombre a su propia imagen, masculina y femenina (Génesis, 1:27).
(128) Cf. E. T. Wemcr, A Dictionary of Chinese Mythology (Shangai, 1932), p. 163.
(129) Ver Okakura Kakuzo, El libro del té (México, 1943). Ver también Daisetz Teitaro Suzuki, Essays in Zen Buddhism (Londres, 1927), y Lafcadio Hearn, Japón (Nueva York, 1904).
(130) Morris Edward Opler, Myths and Tales of the Jicarilla Apache Indians (Memoirs of the American Folklore Society, vol. XXXI, 1938), p. 110.

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