Arte y técnica escénica
EL TEATRO MORTAL (10)
Todo esto nos lleva de
nuevo al mismo problema. La palabra “teatro” tiene muchos significados
imprecisos. En la mayor parte del mundo, el teatro carece de un lugar exacto en
la sociedad, de un propósito claro, y sólo existe en fragmentos: un teatro persigue
el dinero, otro busca la gloria, este va en busca de la emoción, aquel de la
política, otro busca la diversión. El actor queda atado de pies y manos,
confundido y devorado por condiciones que escapan a su control. A veces los actores
pueden parecer celosos o frívolos, pero nunca he conocido a un actor que no
quisiera trabajar. En este deseo radica su fuerza, y es lo que hace que los
profesionales se entiendan entre sí en todas partes. Pero el actor no puede
reformar solo su profesión. En un teatro con pocas escuelas y sin objetivos, el
intérprete es por lo general la persona que sirve de instrumento, no el
instrumento. Sin embargo, cuando el teatro vuelve al actor, el problema sigue
sin resolverse. Por el contrario, la interpretación mortal pasa a ser el núcleo
de la crisis.
El dilema del actor no es
exclusivo de los teatros comerciales con su inadecuado tiempo para ensayar. Los
cantantes y a menudo los bailarines no se apartan de sus maestros; los actores,
una vez lanzados, no tienen nada que los ayude a desarrollar su talento. En
cuanto alcanzan cierta posición, dejan de estudiar. Consideremos, por ejemplo,
a un actor joven, no formado, sin desarrollar, pero pleno de talento y de
posibilidades. Rápidamente descubre lo que ha de hacer y, tras dominar sus
dificultades primeras, con un poco de suerte se encuentra en la envidiable
posición de tener un trabajo que le gusta, que lo hace bien y que le
proporciona dinero y fama. Si desea perfeccionarse, su siguiente paso ha de ser
sobrepasar lo alcanzado y explorar y explorar lo verdaderamente difícil. Pero
ninguno tiene tiempo para enfrentarse a ese problema. Sus amigos le son de poca
utilidad, resulta improbable que sus padres conozcan a fondo el arte de su
hijo, y su agente, que puede ser bienintencionado e inteligente, no está allí
para aconsejarle que rechace las buenas ofertas en aras de un vago algo más que
podría mejorar su arte. Hacer una carrera y desarrollarse artísticamente no van
a la fuerza codo a codo; a menudo el actor al ir avanzando en su carrera, se
estanca en su trabajo. Es una triste historia cuyas excepciones no hacen más
que enmascarar la verdad.
¿Cómo distribuye su
tiempo un actor? Naturalmente, de mil maneras, entre ellas tumbarse en la cama,
beber, ir al peluquero, visitar a su agente, actuar en una película, registrar
su voz, leer, a veces estudiar, últimamente incluso juguetear un poco en la
política. No hace al caso que emplee su tiempo de manera frívola o útil; lo
cierto es que poco de lo que hace guarda relación con su principal
preocupación: no estancarse como actor o, lo que es lo mismo, como ser humano,
es decir, esforzarse en desarrollar sus cualidades artísticas. ¿Y dónde ha de
realizarse ese esfuerzo? Una y otra vez he trabajado con actores que, tras el
acostumbrado preámbulo de que “se ponían en mis manos”, por mucho que hagan les
resulta trágicamente imposible desprenderse, ni siquiera en los ensayos, de su
propia imagen que ha robustecido una interna vaciedad. Y cuando uno consigue
penetrar esta coraza, el resultado es el mismo que si se golpeara la imagen en
un aparato de televisión.
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