A fines de mayo de 1942, la prole -siete en total- de Les y Bessie (Gallagher) Glass, comediantes retirados del Circuito Pantages, andaban desparramados, por decirlo de un modo extravagante, por todo Estados Unidos. Para empezar, yo, el segundo, estaba en el hospital de Fort Benning, Georgia, con pleuresía, un pequeño recuerdo de trece semanas de adiestramiento básico en infantería. Los mellizos, Walt y Waker, hacía ya un año que estaban separados. Walker estaba en un campo de objetores de conciencia, en Maryland, y Walt en alguna parte del Pacífico, o en camino, con una unidad de artillería de campaña. (Nunca supimos con seguridad dónde estaba Walt en aquel momento concreto. Nunca había sido muy aficionado a escribir cartas, y fueron muy pocos los datos personales -casi ninguno- que nos llegaron después de su muerte. Murió en un accidente militar, indeciblemente absurdo, a fines del otoño de 1945, en Japón.) Mi hermana mayor, Boo Boo, que se sitúa cronológicamente entre los mellizos y yo, era alférez del Servicio Voluntario Femenino de Emergencia, acuartelado intermitentemente en la base naval de Brooklyn. Toda aquella primavera y aquel verano, ocupó el pequeño apartamento de Nueva York que mi hermano Seymour y yo casi habíamos abandonado del todo después de incorporarnos al ejército. Los dos menores de la familia, Zooey (varón) y Franny (mujer), estaban con nuestros progenitores en Los Ángeles, donde mi padre buscaba talentos para un estudio de cine. Zooey tenía trece años y Franny, ocho. Los dos aparecían todas las semanas en un programa de preguntas y respuestas, llamado con típica ironía punzante Los niños sabios. En uno u otro momento, bien puedo decirlo aquí (o más bien, en uno u otro año), todos los niños de nuestra familia han sido huéspedes semanales de Los niños sabios. Seymour y yo fuimos los primeros en aparecer, allá por 1927, a las edades respectivas de diez y ocho años, en épocas en que el programa se emitía desde una de las salas de fiestas del viejo hotel Murray Hill. Los siete, desde Seymour hasta Franny, aparecíamos con sudónimo. Lo cual puede parecer sumamente extraño, considerando que éramos hijos de comediantes, secta que no suele ser reacia a la publicidad, pero mi madre había leído una vez en una revista un artículo sobre los pequeños tormentos que los niños profesionales están obligados a aguantar (su alejamiento de una sociedad normal, presuntamente deseable), y adoptó una posición férrea al respecto, de la que nunca, nunca se apartó. (Este no es el momento de discutir si casi todos o todos los niños “profesionales” deben ser proscritos, compadecidos o ejecutados implacablemente por perturbar la paz. Por el momento, sólo diré que los que nos pagaron a todos en el programa Los niños sabios sirvió para mandar a seis de nosotros a la universidad, y ahora, al séptimo.)
La mañana del 22 o 23 de mayo (nadie en mi familia ha fechado jamás una
carta) me dejaron una carta de mi hermana Boo Boo a los pies de la cama en el
hospital de Fort Benning, mientras me vendaban a la altura del diafragma con
venda plástica (una terapéutica aplicada habitualmente a los enfermos de
pleuresía, posiblemente para impedirles que tosan hasta hacerse pedazos).
Terminada la prueba, leí la carta de Boo Boo. Todavía la tengo y la reproduzco
textualmente:
Buddy querido,
estoy haciendo el equipaje a toda
velocidad, de modo que esta será corta pero penetrante. El Almirante
Pellizcaculos ha decidido que tiene que volar a lugares desconocidos para
colaborar en los esfuerzos bélicos y ha decidido también llevarse a su
secretaria si se porta bien. Simplemente, me revienta. Dejando de lado a
Seymour, esto significa barracones en bases aéreas glaciales y chistes
infantiles de nuestros combatientes y esas horribles cosas de papel para vomitar
en el avión. El caso es que Seymour se casa, sí, se casa, de modo que atención,
por favor. No podré ir. Estaré lejos de seis semanas a dos meses. He conocido a
la chica. En mi opinión es nula pero despampanante. En realidad no sé si es
nula. Quiero decir que apenas pronunció dos palabras la noche que la conocí. Se
sentó, sonrió y fumó, de modo que no es justo decirlo. No sé nada del romance
mismo, salvo que al parecer se conocieron el último invierno, cuando Seymour
estaba destinado en Monmouth. La madre es el colmo: perita en todas las artes,
y se trata con un buen junguiano dos veces por semanas (me preguntó dos veces,
la noche que la conocí, si me había analizado alguna vez). Me dijo que le
gustaría que Seymour fuera más sociable. Con el mismo impulso dijo que
simplemente le encantaba, aunque etcétera, y que lo había escuchado
religiosamente durante todos los años que actuó por radio. Esto es todo lo que
sé, aparte de que tienes que ir a la boda. Nunca te lo perdonaré si no vas. Lo
digo en serio. Mamá y papá no pueden venir desde la costa. Franny tiene la
rubéola, por lo pronto. Dicho sea de paso, ¿la escuchaste la semana pasada? Se
explayó largo y tendido acerca de cómo volaba por todo el apartamento, cuando
tenía cuatro años y no había nadie en casa. El nuevo locutor es peor que Grant,
si es posible, incluso peor que el Sullivan de los viejos tiempos. Le dijo que
seguramente soñaba que volaba. La nena se mantuvo en sus trece, como un ángel.
Dijo que sabía que volaba porque al bajar tenía siempre polvo en los dedos por
haber tocado las bombillas. Me muero por verla. A ti también. De todos modos,
tiene que ir a la boda. Aunque sea sin permiso, si no hay remedio, pero ve. Es
a las tres, el 4 de junio. Lo que se dice no sectaria y Emancipada, en el
domicilio de su abuela, en la calle Sesenta y tres. Los casa un juez. No sé el
número exacto, pero queda justo a dos puertas de donde vivían lujosamente Carl
y Amy. Voy a telegrafiar a Walt, pero creo que ya se ha embarcado. Por favor,
ve, Buddy. Está flaco como un gato y tiene esa mirada de éxtasis que corta el
habla. Quizá todo salga perfectamente bien, pero detesto 1942. Creo que odiaré
1942 hasta mi muerte, por cuestión de principios. Muchos cariños, te veré a mi
vuelta.
Boo Boo
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