AUTOPRESERVACIÓN (18)
Con un “¡Basta!” se
domina nuevamente. En el mayor apuro económico escribe a la “amadísima
mujercita”:
Tengo que ser breve -es la
una y media y aun no he comido-, quisiera poderte mandar más. Aquí hay 3
gulden, por el momento, mañana al mediodía tendrás más. Debes estar alegre y
despreocupada, todo ha de ir bien -te beso mil veces- estoy agotado de hambre. (1)
Pero el mismo día escribe
con el cariñoso tacto que le es propio:
Si necesitas algo,
querida, escríbemelo sinceramente y trataré con verdadero gusto de contentarte
en todo, mi Stanzi Marini. (2)
Hasta en los últimos
meses de su vida sigue siendo el bromista de siempre, con un humor que adquiere
formas palpables, espantando los tristes pensamientos:
Hoy le di a Leitgeb una sorpresa.
Fui a lo de los Rechberger, la mujer mandó una hija a su habitación para
decirle que un viejo amigo de Roma había llegado. Que ya había recorrido varias
casas y que no había podido dar con él. Mandó decir que esperara un momento y
entre tanto el pobre tonto se vistió como en domingo, con el mejor de sus
trajes y un magnífico peinado. Te podrás imaginar cómo nos reímos de él; es que
siempre tengo que tener un bufón. (3) Hoy fui al teatro
porque sentí la necesidad de ejecutar yo mismo el aria de Papageno con el
carillón. Le hice una broma a Schikaneder; hice un arpegio en un momento dado -él
se asustó- miró la escena y me vio, cuando debía repetir el arpegio, no lo
hice, entonces él se cortó y no supo qué hacer. Yo adiviné su pensamiento e
hice nuevamente un acorde y él golpeó entonces el carillón y dijo cállate la
boca. Todos se rieron, y creo que muchos supieron, a raíz de esta broma, que él
no toca personalmente ese instrumento. (4)
Los muchos pedidos de
dinero al amigo y capitalista Puchberg apenas si revelan algo de la profunda
miseria de Mozart. Sólo en dos oportunidades se lamenta de no poder trabajar:
…por lo tanto, si por lo
menos recibiera 600 florines podría trabajar más o menos tranquilo, pues… ay,
la tranquilidad es necesaria… (5)
Si supiera cuánta
aflicción y penas me da todo esto. Me ha impedido todo este tiempo terminar mis
cuartetos. (6)
Por lo demás, nos conmueven
estas cartas justamente por el dominio, el tacto y la tímida reserva que
evidencian, así como por su ilimitada sinceridad que no trata de hermosear
nada. Mozart no intenta obtener ninguna ventaja mediante las lágrimas o los
halagos. Su superioridad espiritual lo preserva de cualquier humillación de sí
mismo.
La capacidad de
autodefensa no ha sido ganada sin esfuerzos. Si su ineficiencia demuestra la
supremacía de los sentimientos, la poca frecuencia con que eso ocurre prueba la
grandeza de su fortaleza espiritual. La autopreservación de los embates del
mundo circundante es una condición para la creación artística. El deber de
Mozart es modelar obras clásicas sujetas a formas. Si no ha de desintegrarse
líricamente a la manera de los románticos, el espíritu debe tener supremacía
sobre los sentimientos. Justamente porque Mozart renuncia a extender su yo
hacia todas las direcciones, a agotar sus fuerzas y a perderse, porque se
concentra y se limita sabiamente, realiza el mandato que mora en u interior.
Con consciente economía de dispersar sus fuerzas; no reparte su interés en
distintos campos de lo espiritual, social o político. Pertenece a su música;
como el guardián de un precioso tesoro cuida con esmero la fuente creadora de
su música, que encuadra su vigorosa personalidad consciente de su
responsabilidad para impedir que tampoco ella se desborde. No negamos la
presencia de lo pasional, de lo inesperadamente demoníaco (7) en la música
mozartiana. Sin embargo, sus obras son, para nuestra sensibilidad actual,
clásicas. Dominadas por su severo espíritu, tan seguro de su fuerza que puede
permitirse ceder a la magia de la casualidad sin exponerse al caos. La música
de Mozart está tanto más animada por el alma, cuanto más reprimido es el
sentimiento por la forma. ¿Por qué no habría de manifestarse también en el
estilo de expresión verbal esa forma clásica?
Notas
(1) A su esposa, Viena,
5-VII-1791, II, 285.
(2) A su esposa, Viena,
5-VII-1791, II, 286.
(3) A su esposa, Viena, 25-VI-1791,
II, 293.
(4) A Puchberg, Viena,
comienzo de mayo de 1790, II, 438.
(5) A Puchberg, Viena,
12-VI-1790, II, 439.
(6) Afred Heuss, Das dümonische Element in Mozarts
Werken.
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