AUTOR
Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (1)
La actitud arquitectónicamente estable y
dinámicamente viva del autor con respecto a su personaje debe ser comprendida
tanto en sus principios básicos como en las diversas manifestaciones
individuales que tal actitud revela en cada autor y cada obra determinada.
Nuestro objetivo es el análisis de estos principios básicos y en lo sucesivo
sólo trazaremos las vías y los tipos de individuación de esta actitud y,
finalmente, verificaremos nuestras conclusiones sobre la base de un análisis de
la actitud del autor hacia el héroe en la obra de Dostoievski, Pushkin y otros.
Ya hemos hablado bastante acerca de que cada
momento de una obra se nos presenta como reacción del autor, que abarca tanto
al objeto mismo como la reacción del personaje frente al objeto (reacción a la
reacción); en este sentido, el autor es el que da el tono a todo detalle de su
personaje, a cualquier rasgo suyo, a todo suceso de su vida, a todo acto suyo,
a sus pensamientos, sentimientos, igual que en la vida real evaluamos cualquier
manifestación de las personas que nos rodean; pero en la vida tales reacciones
son de carácter suelto y vienen a ser precisamente reacciones a algunas
manifestaciones aisladas y no a la totalidad de una persona dada; inclusive
allí donde ofrecemos una definición completa de una persona y la definimos como
buena o mala, egoísta, etc., las definiciones expresan una postura pragmática y
vitalista que adoptamos frente a esa persona, y no tanto la determinan como,
más bien, dan cierto pronóstico de aquello que podría o no esperarse de la
persona en cuestión; o, finalmente, nuestras definiciones son impresiones
eventuales de una totalidad, o una mala generalización empírica; en la vida
real no nos interesa la totalidad de la persona sino actos aislados suyos, que
de una u otra manera nos importan. Como veremos más adelante, uno mismo es la
persona menos indicada para percibir en sí la totalidad individual. Pero en una
obra artística, en la base de la reacción del autor a las manifestaciones
aisladas de su personaje está una reacción única con la totalidad del
personaje, y todas las manifestaciones separadas tienen tanta importancia para
la caracterización del todo como su conjunto. Tal reacción frente a la
totalidad del hombre-protagonista es específicamente estética, porque recoge
todas las definiciones y valoraciones cognoscitivas y éticas y las constituye
en una totalidad única, tanto concreta y especulativa como totalidad de
sentido. Esa reacción total frente al héroe literario tiene un carácter
fundamentalmente productivo y constructivo. Y en general, toda actitud de
principio tiene un carácter creativo y productivo. Aquello que en la vida, en
la conciencia, en el acto, solemos llamar un objeto determinado, tan sólo
adquiere su determinación, sus rasgos, en nuestra actitud hacia él: es nuestra
actitud la que define el objeto y su estructura, y no al revés; solamente allí
donde nuestra actitud se vuelve eventual o caprichosa, sólo cuando nos
apartamos de nuestra actitud de principio hacia las cosas y el mundo, la
determinación del objeto se nos contrapone entonces como algo ajeno e
independiente y comienza a desintegrarse, y nosotros mismos caemos bajo el
dominio de lo casual, nos perdemos a nosotros mismos y la estabilidad de un
mundo definido.
El autor tampoco encuentra en seguida una visión
no eventual, fundamentalmente creativa, de su héroe, la reacción del autor no
se torna básica y productiva en seguida, cuando de una actitud valorativa se
desprende la totalidad del personaje: este mostrará muchas muecas, facetas
casuales, gestos falsos, acciones inesperadas relacionadas con las reacciones
eventuales, caprichos emocionales y volitivos del autor, y este último tendrá
que avanzar a través del caos hacia su verdadera postura valorativa, hasta que
su visión del personaje llegue a constituir una totalidad estable y necesaria.
Hay muchos velos que quitar de la cara de la persona más cercana, y según
parece bien conocida, velos que nuestras reacciones casuales, actitudes y
situaciones cotidianas han aportado, para poder ver una imagen total y
verdadera de esta persona. La lucha de un artista por una imagen definida y
estable de su personaje es, mucho, una lucha consigo mismo.
Este proceso, como una regularidad psicológica,
no puede ser estudiado por nosotros de una manera inmediata; nos enfrentamos al
personaje tan sólo en la medida en que se ha plasmado en una obra literaria, es
decir, únicamente vemos su historia ideal de sentido y su regularidad ideal de
sentido, y en cuanto a cuáles fueron sus causas temporales y su
desenvolvimiento psicológico, sólo puede ser conjeturado, pero nada tiene que
ver con la estética.
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