POR QUÉ Y CÓMO ESCRIBO TANGOS (1)
Escribo tangos porque me atrae su ritmo. Lo siento con la intensidad de muy
pocas otras cosas. Su síntesis es un desafío que me provoca y que yo acepto
complacido… Decir tantas cosas en tan corto espacio. ¡Qué difícil y qué lindo!
Para escribir un tango distribuyo mentalmente los incidentes centrales.
Divido en partes en conflicto y atento al estado (al estado sicológico, me
refiero), al estado anímico, trato de comentarlo con música. Sigo al personaje
en su desconsuelo, en su alegría, en su rabia. No he pensado nunca en el otro “Estado”,
con mayúsculas. De haberlo hecho habría evitado la suspensión por radio de mis
canciones (1). A veces, siguiendo a mis personajes en su alegría y su rabia, disloco
mis músicas, lo que sorprende y fastidia a muchos músicos. Dicen que sacrifico
la línea melódica en homenaje a la letra y están en un error. Yo rompo de
intento la imagen musical trazada. Me lo exige una necesidad. Quiero que la
música diga lo que luego aclararán aun más las palabras. En el reducidísimo
espacio de una letra de tango vive toda una historia que salta, se aquieta,
llora, ríe, comenta, maldice o se angustia. ¿Cómo sería posible que la música
se independice de ello?
Un tango es una expresión libre. Su estructura y su técnica constructiva
dependen pura y exclusivamente del tema que lo mueve a cantar dándole vida. Los
grandes músicos no podrán hacer nunca un tango expresivo. Los mata el
tecnicismo matemático que el tango de por sí rechaza.
Uso el argot por la sencillísima razón de que es más completo en la
pintura. Hay estados o tipos o lugares para los cuales el símil académico es
impropio por lo desusado. No entiendo por qué es más propio “robar” que “afanar”.
¿Por hábito? Bah… Lo que sucede es que hay palabras feas y palabras lindas…
Tanto la Academia, como el argot, tienen un sinnúmero de palabras que me
desagradan. Utilizo de ambas las que me gustan por su sabor rotundo o pictórico
o dulce. Las hay amplias, curvas, melosas, dolientes. Y las hay en todos los
idiomas. Y si mi país, cosmopolita y babilónico, manoseándolas a diario, las entiende
y yo las preciso, las enlazo lleno de alegría. Nuestro lunfardo tiene aciertos
de fonética estupendos. Quieren matarlo. Hacen reír. Me hacen gracia esos que
se creen que los idiomas los han hecho los sabios. Si la necesidad de un pueblo
es capaz de crear un genio ¿cómo pretenden que se detenga en la creación de una
palabra que le hace falta? Y el lunfardo, en su casi totalidad, se distingue
por eso. Su vocablo es siempre más gráfico que el que sustituye, más poderoso y
más nuestro. En “Soy un arlequín” me abstuve de usarlo porque no me hizo falta…
(2)
Notas
(1) La prohibición a que se refiere consistió en una medida del Ministerio
de Marina, en febrero de 2929, por la cual no se podían transmitir por radio “Chorra”,
“Qué vachaché” y “Esta noche me emborracho”.
(2) La Época – Julio 2929.
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