domingo

ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO - ESCRITOS INÉDITOS (3)



POR QUÉ Y CÓMO ESCRIBO TANGOS (1)


Escribo tangos porque me atrae su ritmo. Lo siento con la intensidad de muy pocas otras cosas. Su síntesis es un desafío que me provoca y que yo acepto complacido… Decir tantas cosas en tan corto espacio. ¡Qué difícil y qué lindo!

Para escribir un tango distribuyo mentalmente los incidentes centrales. Divido en partes en conflicto y atento al estado (al estado sicológico, me refiero), al estado anímico, trato de comentarlo con música. Sigo al personaje en su desconsuelo, en su alegría, en su rabia. No he pensado nunca en el otro “Estado”, con mayúsculas. De haberlo hecho habría evitado la suspensión por radio de mis canciones (1). A veces, siguiendo a mis personajes en su alegría y su rabia, disloco mis músicas, lo que sorprende y fastidia a muchos músicos. Dicen que sacrifico la línea melódica en homenaje a la letra y están en un error. Yo rompo de intento la imagen musical trazada. Me lo exige una necesidad. Quiero que la música diga lo que luego aclararán aun más las palabras. En el reducidísimo espacio de una letra de tango vive toda una historia que salta, se aquieta, llora, ríe, comenta, maldice o se angustia. ¿Cómo sería posible que la música se independice de ello?

Un tango es una expresión libre. Su estructura y su técnica constructiva dependen pura y exclusivamente del tema que lo mueve a cantar dándole vida. Los grandes músicos no podrán hacer nunca un tango expresivo. Los mata el tecnicismo matemático que el tango de por sí rechaza.

Uso el argot por la sencillísima razón de que es más completo en la pintura. Hay estados o tipos o lugares para los cuales el símil académico es impropio por lo desusado. No entiendo por qué es más propio “robar” que “afanar”. ¿Por hábito? Bah… Lo que sucede es que hay palabras feas y palabras lindas… Tanto la Academia, como el argot, tienen un sinnúmero de palabras que me desagradan. Utilizo de ambas las que me gustan por su sabor rotundo o pictórico o dulce. Las hay amplias, curvas, melosas, dolientes. Y las hay en todos los idiomas. Y si mi país, cosmopolita y babilónico, manoseándolas a diario, las entiende y yo las preciso, las enlazo lleno de alegría. Nuestro lunfardo tiene aciertos de fonética estupendos. Quieren matarlo. Hacen reír. Me hacen gracia esos que se creen que los idiomas los han hecho los sabios. Si la necesidad de un pueblo es capaz de crear un genio ¿cómo pretenden que se detenga en la creación de una palabra que le hace falta? Y el lunfardo, en su casi totalidad, se distingue por eso. Su vocablo es siempre más gráfico que el que sustituye, más poderoso y más nuestro. En “Soy un arlequín” me abstuve de usarlo porque no me hizo falta… (2)


Notas

(1) La prohibición a que se refiere consistió en una medida del Ministerio de Marina, en febrero de 2929, por la cual no se podían transmitir por radio “Chorra”, “Qué vachaché” y “Esta noche me emborracho”.
(2) La Época – Julio 2929.

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