Gustavo
Buntinx (Perú, 1957) es un teórico y curador que se autodefine como chofer
del proyecto Micromuseo en Lima (“al fondo
hay sitio”), donde quiere repensar radicalmente la lógica museal misma desde
una mirada crítica, y que apuesta a redefinir y discutir los límites del arte
en su actual estado de crisis.
Sin ocultar las contradicciones con las cuales todos los que trabajamos
en el sistema artístico tenemos que lidiar, Buntinx cree que estamos viviendo
un momento de decadencia cultural y de derrota humana donde el rol del arte,
hasta el que se propone como radical, se ha vuelto una imagen complaciente y
cómplice.
Invitado a Chile como parte del jurado de la primera versión de la Beca Fundación Actual MAVI, organizada por el MAVI (Museo de Artes Visuales), en Santiago, he hablado
con él sobre sus proyectos, su rol como curador del Pabellón de Perú en la
próxima Bienal de Venecia, y para entender cómo resistir a este fracaso, o
morir en el intento.
Usted ha sido
invitado como parte del jurado de la nueva beca organizada por el Museo de
Artes Visuales de Santiago. ¿Qué opina de los artistas chilenos? De lo que pudo
alcanzar a examinar…
Acabo de compartir
los oficios de la definición de la beca generada por la Fundación Actual y el
MAVI. Yo creo que es imposible opinar sobre escenas en general, son demasiado
vastas, demasiado complejas y crecientemente banalizadas por la normalización
de la diferencia y la homogeneización banalizante de todo. No es sólo un
problema de Chile, es un problema en el mundo. Es siempre mejor restringir la
reflexión a situaciones específicas puntuales. Lo que vi en el grupo de más de
200 artífices que se presentaron a esta convocatoria en particular, es
alentador. Creo que hay un acierto en la convocatoria precisamente, que es la
de haber planteado un recorte generacional atípico (35-55 años), allí donde el
capitalismo hedónico, que es el sistema sociopolítico económico cultural en el
que vivimos, tiene una sobredemanda de simulacros de juventud, y hay una
efebolatría.
Hay una presión
social para ser y verse siempre joven, y el arte tiene cierta responsabilidad
en esto…
Muy triste; es
mucho más interesante incorporar el tránsito y el trance, la decadencia de los
cuerpos y la liberación del alma de esa prisión que es el cuerpo. Es decir,
volver a ciertas inquietudes espirituales esenciales. Contra todo eso el
capitalismo hedónico va a luchar ferozmente y más ferozmente el fascismo de
izquierda, que también existe, y que ha oscurecido el siglo XX, y que vuelve a
agobiarnos ahora con la pesadilla del Chavismo y locuras de ese tipo. Entonces,
hay un horizonte fascista también en la cultura, que no se agota.
Creo que ha sido
importante en este concurso haber apostado por un perfil de edad intermedia
para conseguir una masa crítica relevante de propuestas que articulan cierta
densidad, y que no se agotan en la búsqueda frívola del escándalo. Si el arte
tiene una responsabilidad social es la de establecer un espacio de silencio, de
recogimiento, de reflexión, de autorreflexión crítica, incluso irónica, que nos
permita mantener al menos la fantasía y, ojalá, la posibilidad de un
pensamiento crítico genuino. Entonces, eso empieza con enlentecer los procesos
de la creación y densificarlos.
Hay una
sobreproducción artística que es similar al mecanismo del capitalismo más
feroz…
Hay demasiado arte, pero por suerte en esta convocatoria había un número
significativo de propuestas significantes, y eso me alentó. Llevo años
intentando salir del mundo del arte; he llegado a la convicción de que el peor
enemigo del arte es el mundo del arte.
La verdadera agenda radical para el
arte es la recuperación de la espiritualidad
Quiere salir del
mundo del arte y será el curador –junto a Giuliana Vidarte- del Pabellón de
Perú en la próxima Bienal de Venecia, el lugar donde se reúne todo el gotha del
mundo del arte…
De la contradicción
vivimos… ahora vamos a hablar de eso, pero para acabar el concepto anterior,
estoy convencido de que el peor enemigo del arte es el mundo del arte, que se
ha vuelto una máquina normalizadora de diferencias e integradora de
subversiones hasta el punto de que hoy, a través del arte, la subversión es la
norma… peor todavía: la subversión es el mandato, hay una academia de la
transgresión, lo cual es una contradicción descorazonadora, y nos arroja a la
contemplación del abismo. Hay un terrorismo en las vanguardias que se ha vuelto
un terrorismo de la vida real que nos debe hacer reflexionar sobre toda la
historia supuestamente crítica de los desarrollos de la modernidad y luego de
la posmodernidad artística.
El mismo circuito
del arte neutraliza todos estos gestos, y hasta la obra más radical se vuelve
una postura estética por el mismo lugar donde circula…
Lo neutraliza, lo
rentabiliza, hace del gesto subversivo el mecanismo más asegurado para la
perpetuación del sistema que se pretende retóricamente erosionar o liquidar, y
hace del quehacer artístico una competencia pueril de aversiones y escándalos.
Hace poco me llamaron para solicitar mi opinión sobre la trituración fallida de
un cuadro de Banksy en una subasta, y empezaron a hacerme toda una serie de
preguntas esotéricas, post-estructuralistas, etc. Y yo les interrumpí, y les
dije ‘no me interesa’. A mi avanzada edad quiero volver a un arte que
signifique algo en la vida misma, un arte que vuelva a las esencias primarias,
primeras, primordiales del arte, aquellas que se vinculan con cambios genuinos,
es decir, aquellas que pasan por la transformación de uno mismo y desde allí
pueden proyectarse a la sociedad y ojalá generar la revolución. No hay
transformación posible que no implique la transformación e incluso la
destrucción de uno mismo, y todo esto es una manera de hablar de la verdadera
agenda radical para el arte, que es la recuperación de la espiritualidad.
Yo le decía antes
que llevo años intentando salir del mundo del arte para volver al arte mismo.
Por ejemplo, yo dirijo un proyecto museal alternativo en el Perú que se llama
Micromuseo (en realidad soy su chofer, no lo dirijo, lo conduzco) y hacemos
muchas cosas. Una de ellas nos ha impulsado a peregrinar durante años en una
zona muy remota de los Andes peruanos, donde un padre salesiano italiano lleva
décadas armando un circuito impresionante de voluntarios, de jóvenes italianos
que van a ayudar. Uno frívolamente en Latinoamérica piensa que Europa son todas
sociedades aseadas -como dice Nelly Richard-, y que no piensan en nada más que
en su próximo orgasmo, pero no, increíblemente allí hay unos loquitos que se
preocupan por la salvación de su alma inmortal, generando escuelas de artes y
oficios, con una ética medieval y una estética tal vez renacentista, tal vez…
pero a mí lo que me interesó mucho en medio de esta consagración oficial del
arte como instrumento de cambio social donde al final no cambia nada, porque
termina siendo integrado al sistema sobre el que vomita -el capital exige
artífices que vomiten sobre él para sentirse purificado y reproducirse con
glamour morboso, obsceno, en esa contradicción vivimos-, es que encontré un
arte que sí transformaba y transformaba vidas.
Hay una tensión
dentro de los discursos del arte por quebrar las identidades, como la de
género, o por rescatarlas, como las exposiciones sobre los pueblos originarios.
Estas dos facetas pueden dialogar en el sincretismo, en la contaminación…
Exactamente, no hay identidad, hay identificaciones. Si uno no entiende
eso, no entiende nada en el trabajo cultural de estos procesos conflictivos que
son los de la gestación y desarrollo de nuestras sociedades. No hay retorno
posible a una identidad originaria porque, incluso en ese escenario inicial,
todo es combinación y mezcla, y no se puede pensar en una religiosidad andina
desligada de la impronta cristiana que se refracta y se metamorfosea y se
transforma en una manifestación religiosa distinta, que ya no es prehispánica,
ni tampoco es católica a la manera europea. Entonces, el proceso cultural es un
proceso metabólico: no se trata de negar al otro, sino de devorarlo y
transformarlo en energía propia; eso lo entendieron muy bien los modernistas
brasileños con el movimiento antropófago, pero también lo entendieron muy bien
los pobladores andinos que, confrontados ante esta imposición cultural violenta
que fue el cristianismo, terminaron por incorporarlo y modificarlo.
Ya casi nadie hace casi nada en el
mundo del arte que no corresponda a una estrategia
Volviendo a la
Bienal de Venecia, su apuesta fue hacia un proyecto amazónico con el artista
Christian Bendayán, que tiene que ver justamente con el sincretismo cultural.
¿Cómo surgió el proyecto?
Bueno, como le
decía, yo intenté varias veces de terminar radicalmente, o más bien cortar
discretamente, mis amarras con el mundo del arte, pero cada vez que estoy en
ese trance algo sucede que me lo impide. Paradójicamente, en algunos momentos
cruciales lo que sucedió fue que se iniciaron campañas virtuales (usted bien
sabe que el mundo del arte está lleno de disputas ridículas, y ahora
magnificadas por ese invento satánico que es Facebook, que es un instrumento
del demonio en el mundo, qué duda cabe) de liquidación mutua, guerras virtuales
que se vuelven demasiado físicas o concretas… entonces uno de repente sin
querer se ve involucrado, se ve en medio del fuego cruzado, y ya no puedes
abandonar la batalla, retirarse y dejar lo que has construido en manos de los
vándalos…
¿Todo eso fue para
no aceptar una derrota?
Sí, pero más que
eso… Usted es muy joven, pero digamos en mi generación, en un país entonces
ultra periférico cómo el Perú, cuando yo tenía 20, 25 años, ¿por qué alguien en
el Perú se iba a involucrar con el arte? O sea, no era para vivir de ello,
nadie pensaba que ibas a vivir del arte, y de la curaduría mucho menos.
Entonces, ¿porque uno se metía en el arte? A ver, primero, obviamente, uno es
joven, hormonal y era para seducir y ser seducido, para enamorar y enamorarse,
para cambiar la vida, y si eso no era posible, qué más da, cambiaremos el
mundo. No es tan interesante como cambiar la vida, pero bueno, puede darte
algún estímulo, si no puedes cambiar la vida, cambia al menos el mundo, ¿y si
eso no es posible? Puedes cambiar la decoración de interiores, que tal vez es
más importante que todo lo demás, ese era el eros y el ethos de la praxis
artística, incluyendo la curaduría en una sociedad ultra periférica,
occidentalizada pero marginal y disfuncional como el Perú de finales de los
70-principios de los 80.
Ahora, esto que
estoy diciendo suena marciano, suena loco extraterrestre, no tiene ningún
sentido; hoy el arte, la curaduría, es una carrera con maestrías
internacionales, con escalafones, con protocolos, con estrategias. Quizás el
libro más brillante sobre el arte que se haya escrito en los últimos años es el
de Pablo Helguera, Manual de estilo del arte
contemporáneo…
Donde ironiza sobre
el circuito del arte…
Pero lo feroz es
que su ironía es súbitamente certera, es decir, ya casi nadie hace casi nada en
el mundo del arte, que no corresponda a una estrategia…
Esto es cierto, y
desalentador…
Por eso, es
desalentador, vimos el ocaso de la condición humana, en dos o tres generaciones
ya no va a haber homo sapiens… quizá para mejor, quien sabe… Entonces, ¿cuál es
nuestro deber ético?, ¿cuál es nuestra posibilidad ética? Retirarnos del mundo
del demonio y de la carne, de esta farsa que es el mundo del arte, para
devolvernos al arte como ejercicio espiritual y para dar testimonio de esa gran
odisea, de este gran viaje que fue el fugaz tránsito de lo humano por esta
tierra. Y no es desde las instituciones del mundo arte que esto lo vamos a
lograr. Pero siempre algo sucede, te calumnian de la manera más vil y
asquerosa, entonces tienes que mantenerte de alguna manera en el espacio para
reivindicar una posición ética, un ethos. Hay
situaciones creativas que necesitan del mundo del arte para poder dejar una
marca o hacer una diferencia, pero las personas comprometidas con esos procesos
requieren de acompañamiento y de ayuda.
Lo de la Bienal de
Venecia tenía que ver un poco con lo último, y en el fondo si quieres saber la
verdad, soy un chico fácil, me enamoro, soy enamoradizo, sólo que no me enamoro
de los cuerpos danzantes del mundo del demonio de la carne -me enamoro de la
belleza del arte.
Hay que recuperar la categoría de la belleza, porque finalmente Platón
tenía razón: belleza es verdad, verdad es belleza, al menos en un sentido
personal e intransferible. Me enamoré como en tantas otras ocasiones de la obra
que venía perfilando Christian Bendayán, que es una persona con la que he
trabajado mucho. Yo hice una retrospectiva precoz en Lima hace más de 10 años,
y luego traje otra retrospectiva de él acá a Chile, donde nos dieron todo el
museo de arte contemporáneo.
La obra de Christian Bendayán no es
sólo un viaje en el río, es el río mismo sobre el cual muchos otros han viajado
¿Me puedes contar
de manera más específica sobre el proyecto con Christian Bendayán?
Juntémonos en
Venecia; podemos hablar frente a las sombras de las obras y le puedo explicar
cosas muy complejas sobre las construcciones del imaginario amazónico, que
desde su fundación es un travestismo, es decir, los conquistadores quisieron
leer la otredad absoluta de la selva tropical desde códigos de mitos clásicos,
como por ejemplo las mujeres guerreras del Amazonas. Es un nombre superpuesto
de la manera más delirante y errónea, pero sobre ese error se construye una
cultura, una cultura atrapada en un sinnúmero de conflictos, pero que desde ese
drama y ese trauma ha logrado redefinir el sentido mismo de lo genésico en el
arte.
Christian Bendayán
es casi un héroe cultural; lo que ha hecho por recuperar y transformar la
valoración de la amazónico, en el arte en particular, y en la cultura en
general en el Perú es inconmensurable, a través de su obra sin duda, pero
también a través de la generosidad con la que él ha incorporado otras manos,
otras sensibilidades de procedencia amazónicas Y les ha dado un lugar en el
mundo.
La obra de
Christian Bendayán no es sólo un viaje en el río, es el río mismo sobre el cual
muchos otros han viajado, y cómo puede uno decirle no a la incitación de darle
a esa entrega de vida y de pasión que su trabajo ha implicado un aire nuevo a
través de la oportunidad que surgió de la convocatoria de la Bienal de Venecia.
Todo esto es muy loco porque yo en este trance que algunos consideraban
autodestructivo, de retirarme de todo, había decidido no presentarme a esta
convocatoria y continuar divagando errante entre las montañas.
Pero me llama
Christian, me muestra las cosas y me dejé llevar, y vuelvo entonces al mundo
del arte; también con cierta ingenuidad, pensé que puedo cumplir con mi deber
de acompañar estos procesos nobles y ennoblecedores de la vida y del arte sin
contaminarme, porque de todas maneras es un proyecto tan delirante que no tiene
posibilidad alguna de ganar. Entonces, pasé dos semanas sin dormir y tuve que
invertir plata y lo demás en generar el proyecto, como también lo hizo
Christian, ya que todo se decidió sobre la hora, muy al final de la
convocatoria, pero es importante perder. Yo ilusamente aposté a eso con la
convicción de que era una apuesta perdida, y por lo tanto era un gesto de amor
hacia esa diferencia erótica que la trayectoria toda de Christian Bendayán
implica en medio del pozo séptico del Thanatos que a veces parece resumir a
cierta escena… pero ¡ganamos!
Es como decía El
Padrino: cada vez que quiero salir me vuelven a jalar… Y ahora tengo que estar
lidiando con reglamentos, tengo que hacer mis listas de obras y calcular
segundos, y tengo que escuchar los comentarios más ridículos y falsos en la
escena.
Y esta es una
propuesta muy erótica, que tiene que ver con el travestismo de lo amazónico,
pero también es un planteamiento arquitectónico. Estamos trabajando las obras
en dos materialidades asociadas a la locura del urbanismo de Iquitos, capital
amazónica del Perú, que es la época del caucho, una época infame, de extremada
rentabilidad de un producto natural que era el caucho obtenido a través de la
sobreexplotación esclavista de los nativos. Hubo un auge económico deslumbrante
que hizo de Iquitos un boomtown, como dicen
en Estados Unidos, y en pocos años lo que era un villorrio, casi miserable, se
convirtió en una coqueta ciudad europea a fines del siglo XIX, que se quiso
modelar en Lisboa o en Milán, entonces uno de los rasgos arquitectónicos fue la
sobre decoración del revestimiento de los edificios con azulejos traídos de
Europa.
Como Fitzcarraldo
en la película de Herzog…
Sí, totalmente
vinculado con Fitzcarraldo, que propuso llevar la gran ópera a Iquitos, pero no
lo logró, pero sí otros caucheros construyeron la ópera de Manaos, que es la
otra capital del Amazonas de Brasil, y por otro lado otro loco hizo traer una
casa industrialmente fabricada de metal, que se le conoce como la Casa Eiffel,
como cursilería porque en realidad no era de la fábrica de Eiffel, sino de una
fábrica rival en Bélgica, y la llevaron por pedazos y la armaron como un
mecano, un lego, una casa de metal bajo el sol inclemente del trópico. Locura
total. Entonces Christian está trabajando imágenes de travestismo sexual y
cultural en técnicas de azulejos y pinturas sobre metal; en fin, estamos
jugando con esta idea, esta fricción entre travestir y revestir. Cuando uno
tiene una superficie de cemento, por ejemplo, y la quiere decorar, le quiere
dar un acabado más aparente entre comillas, la revistes, la puedes vestir de
madera o de azulejos, entonces hay toda una reflexión sobre el revestimiento no
sólo del cuerpo humano, sino también del cuerpo cultural y arquitectónico… es
un tema muy denso. Hay un trabajo de archivo de fotografía histórica de la
Amazonia del periodo del caucho… en realidad es un trabajo de Hércules, una
labor interminable…
Todo esto rompe con
estereotipos relacionados a ciertos lugares como la Amazonia o cierto indigenismo…
De hecho, estamos trabajando una
imagen de la Amazonia que tradicionalmente ha sido evitada en la historia del
arte, que es la selva urbana, con un solo antecedente: Christian Bendayán, que
es el primero y quizá el único de los pintores amazónicos que ha trabajado la
selva como ciudad, o la ciudad en la selva, incluyendo la ciudad física y la
ciudad humana. Él trabaja mucho con modelos travestis, está muy vinculado con
la comunidad LGTB de Iquitos, y esto le da otra capa o una densidad adicional
de sentido, de significado, pero también de significantes a su labor. Con una
cosa así, ¡cómo uno se va a negar a participar!. Si Ulises, con toda sabiduría,
no hubiese hecho que sus compañeros lo atasen al mástil para poder escuchar los
cantos de sirena sin que su impulso incontrolable de arrojarse a los brazos de
las sirenas pudiese concretarse, él hubiese perecido en esa seducción…
(Artishock / 7-11-2018)
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