LA SOLEDAD DE ARTIGAS
Hugo Giovanetti Viola
El 1º de diciembre asistimos al estreno uruguayo de Exilio y mate amargo de Walter Acosta en el precioso Auditorio Batalla de las Piedras, y
fuimos conmovidos por la excavación histórica y estética que implantó uno de
nuestros mayores teatristas en el mismísimo campo de batalla donde el héroe
arquetípico de América derrotó para siempre a la desesperanza en la que quieren
seguirnos sumergiendo los imperios de palo.
La dramaturgia y la dirección de este jugadísimo espectáculo unipersonal
(que en esta oportunidad contó con la eventual asistencia del actor pedrense
Rodolfo Caravia) pertenecen al propio Acosta, un juglar y escritor cuya
vastísima trayectoria de proyección mundial se inició en El Galpón de comienzos
de la década del 50, nada menos que bajo la orientación de Atahualpa del
Cioppo.
Posteriormente el actual encarnador de un Artigas de 83 años trabajó
durante mucho tiempo en Londres, llegando a dirigir a actores de la talla de
John Gielgud, y adquirió un grado de autoexigencia y una depuración dramática
que casi nunca nos ofrece el endémico provincianismo de la teatralidad
tontovideana.
Eso pudimos comprobarlo asistiendo a una magnífica puesta que dirigió
Acosta en la Sala Verdi hace más de diez años: allí había una digestión de las
prospectivas teorizadas por Grotowski, Artaud o Peter Brook en la búsqueda de
una tensión donde las acciones dinamizaran revulsivamente a la
hegemonizante y adormecedora discursividad
verbal naturalista que nos caracteriza.
Claro que hay excepciones, y justamente hace pocos días el unipersonal Ser humana, que montaron Angie Oña y
Freddy González orillando el inocuo “ambiente culturoso” promocionado por las
marquesinas del establishment, ganó un Florencio y ya trascendió fronteras, con
una ferviente recepción de público de
todo pelo que esperaba que apareciera, de una vez por todas, otra profundidad.
Y esa otra profundidad también
campeó en Exilio y mate amargo
aunque, insólitamente, con el total
ninguneo tanto de la prensa escrita y televisiva como del mundillo actoral.
¿Pero qué se podía esperar frente a un Artigas isomorfizado en cuerpo y
alma (y hasta en edad) por un cojonudo y revulsivo (tanto en los contenidos
semánticos como en los de la poética de la tensión teatral) juglar denunciante
de la interminable cadena de traiciones que ha intentado emborronar y degradar la grandeza
trascendente de nuestro héroe arquetípico hasta los cambalachescos días de
hoy?
El público pedrense pudo conmoverse con la garra purificadora irradiada por Exilio y mate amargo, y elMontevideano Laboratorio de Artes -único medio
de la prensa capitalina presente- le realizó un celu-reportaje al gestor de la
patriada.
Entonces nos enteramos de que el espectáculo le había sido ofrecido a tres
compañías teatrales tontovideanas que lo rechazaron y comprobamos una vez más
que al avispero electoralista no le
interesa exponer nada más que el mármol del mito donde late, con más vigencia
que nunca, nuestra único potencial salvador: el del amor al pueblo.
Y será recién cuando reine ese amor
que los uruguayos merecerán festejar
su raigambre oriental.
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