RETRATO
DEL ARTISTA ATORMENTADO
por
Natividad Pulido
El
31 de octubre de 1918 moría, a los 28 años, el pintor austriaco, tan admirado
como atacado por la censura
Como ha ocurrido con
muchas estrellas de la música, el arte o el cine, morir antes de cumplir los 30
años ha ayudado a construir el mito y alcanzar la inmortalidad. Fue al caso del
actor James Dean o el artista Jean-Michel Basquiat, a quienes se suele comparar
con nuestro protagonista: el pintor austriaco Egon Schiele (1890-1918). Los
tres fueron jóvenes rebeldes, incomprendidos, atormentados y fallecieron cuando
apenas comenzaban a saborear el éxito. Vivieron demasiado deprisa y la vida les
pasó factura: James Dean estrelló su Porsche en la carretera, la droga acabó
con Basquiat y Schiele falleció a causa de la «fiebre española», tres días
después de perder por la misma enfermedad a su esposa, embarazada de seis
meses.
Diez de sus veintiocho
años de vida le bastaron a este último para crear un estilo único e
inconfundible y dejar un legado de 350 pinturas y unos 3.000 dibujos y
acuarelas. Contaba su amigo el escritor y crítico Arthur Roesler que las
últimas palabras de Schiele antes de expirar fueron: «Después de mi muerte,
tarde o temprano, la gente me ensalzará y admirará mi arte». Sea cierto o forme
parte de la leyenda, se ha convertido en un pintor de culto, con legiones de
fans en todo el mundo, entre ellos la mismísima Madonna o el ya desaparecido David
Bowie. Sus obras cotizan al alza en el mercado, se acaba de estrenar una
película sobre su vida y su obra, y sus exposiciones son recibidas como grandes
acontecimientos. Es el caso de la muestra conmemorativa del centenario que le
dedica el Museo Leopold de Viena.
Erotismo
y emoción
Dice Tobias G. Natter en
el monumental catálogo de su obra completa, publicado por Taschen, que «el
antihéroe de ayer es la superestrella de hoy». Marginal y radical, indómito y
salvaje, es autor de una obra tan provocadora, sensual y erótica como cargada
de emoción, de una desasosegante galería de retratos y autorretratos
expresionistas que perturban al espectador con sus cuerpos huesudos, deformes,
retorcidos, en tensión, en posturas poco convencionales, y caras que gesticulan
y hacen muecas de dolor. Los dedos de sus manos, alargados y tensos, siempre
abiertos en forma de V y con el pulgar contraído. No fue condescendiente con
nadie, mucho menos consigo mismo.
También pintó y dibujó
escenas explícitamente sexuales, que hoy no pasan el filtro de los nuevos
inquisidores, pacatos Torquemadas que se empeñan en censurar su arte, al que
tildan sin más de pornográfico. En Alemania y Gran Bretaña no aceptaron mostrar
sus desnudos en los anuncios publicitarios de la exposición de Viena.
Aparecieron con los genitales tapados por una banda en la que se podía leer:
«Lo siento, cien años pero demasiado atrevido para hoy», junto al hashtag
#ToArtItsFreedom. Éste alude al célebre lema de la Secesión vienesa que luce en
su sede de la capital austriaca: «A cada tiempo su arte, a cada arte su
libertad».
Belleza
en el abismo
Niño prodigio para el
dibujo, fundó con otros jóvenes pintores el Neukunstgruppe (Nuevo Grupo
Artístico). Wally Neuzil fue su eterna musa, aunque acabaría casándose con Edith
Harms. Ambas y su hermana pequeña, Gerti, fueron las mujeres de su vida. Fue
capaz de descubrir belleza en el abismo. Se puso a sí mismo una y otra vez, de
forma obsesiva e implacable, frente al espejo, como hiciera el Dorian Gray de
Wilde. Al hombre moderno no le gustó nada lo que vio reflejado en él. Egon
Schiele desafió, junto con nombres como Gustav Klimt y Oskar Kokoschka, las
convenciones sociales que la Secesión ayudó a romper e hizo saltar por los
aires los tabúes de la moderna Viena de 1900. «El arte no puede ser moderno, el
arte es eterno», decía Schiele.
Son muchos los que se han
empeñado en psicoanalizar el alma torturada que adivinan entrever tras sus
pinturas: la muerte de su padre a causa de las heridas que le dejó la sífilis
(ataques de locura, un intento de suicidio) fue traumática para él. Como
también lo fue la guerra y, muy especialmente, el llamado «Caso Neulengbach».
Egon Schiele fue detenido y encarcelado durante tres semanas, acusado de
corrupción de menores. Un oficial de la Armada le denunció por el supuesto
rapto de su hija de 14 años, Tatjana von Mossig. La policía se incautó en su
estudio de dibujos considerados obscenos e inmorales. Y, aunque tras los hechos
escribiera «no me siento castigado, sino purificado», lo cierto es que le
dejaron muy tocado. Nunca más entrarían niños en su estudio para posar en sus
retratos.
Egon Schiele alimentó su
imagen de mártir sacrificado: llegó a autorretratarse como un San Sebastián
asaeteado. «Reprimir al artista es un delito, significa asesinar vida en
gestación. Un artista debe amar la muerte y la vida. ¡Soy infeliz en mi
interior. Soy tan infeliz!», se lamentaba este artista rebelde y atormentado
que, cien años después de su muerte, nos sigue perturbando y emocionando por
igual, al tiempo que reivindica con sus obras que a cada arte, su libertad.
(ABC Cultura / 31-10-2018)
(ABC Cultura / 31-10-2018)
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