“PELEARTE POR MÚSICA, O POR QUIÉN TOCA MEJOR, ESO
ES COSA DE PUTAS”
por Alejandro Jofré
Corrían los días en los que el hombre de Piano bar hacía cosas como tirarse a una piscina desde el noveno piso de un hotel. También planeaba otras como volver a armar Sui Generis y repasar sus primeros años como músico. Una entrevista con Los Inrockuptibles lo perfiló.
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“Yo era un chico muy llamativo, lo que tenía sus desventajas en asuntos
de represión, ya que te llevaban preso. En realidad, yo era bastante loco: me
hacía mi propia ropa —sin entrar en ninguna comunidad—, vivía en la Avenida
Santa Fe. Me tomé todo eso con mucha inocencia. Recién salía de un colegio
militar. Cuando empecé el secundario, ya estaba muy influenciado por los
Beatles, cortarme el pelo me hinchaba las pelotas. Fui contemporáneo de eso,
de Help, del Sgt. Pepper’s. Era inevitable”.
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“Nos decían hippies, putos, locos… La cultura rock existía solamente
entre los que la curtían, no estaba tan difundida. Era muy fácil distinguir
quién era quién porque no había MTV”.
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“Los paparazzi antes no existían, al menos para los rockeros de acá.
Nunca en mi vida me sentí tan en Chismolandia como ahora. Debe ser porque yo
tengo el récord de las cosas que no se pueden hacer: resistencia a la
autoridad, corrupción de menores… Incluso me han adjudicado hijos. Me estoy
ganando la fama de rockero inmortal”.
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“Sui es la adolescencia, para
nosotros como para los pendejos de quince. Cuando me encontraba
componiendo El día que apagaron la luz, y estaba pensando en la
tapa —una idea tipo la estética de El jinete sin cabeza de Tim
Burton—, alguien me dijo: ‘Como en la época de Sui’. Después escuché el tema
varias veces más y pensé: ‘Caramba, tengo una época’. Así como la del
Paleozoico o la del Medioevo, hay una época que es la de Sui Generis. Entonces,
Sui debe haber generado algo. No me hice a semejanza del mundo, sino que logré
que un cacho de mundo fuera semejante a mí”.
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“Me veo creyéndome un poco más inteligente que los demás. Cuando uno
tiene esa edad, se come el mundo, no le importa nada. Era muy creído: era
profesor de piano, tocaba muy bien… La cagada era el género, que no existía.
Estaban Los Gatos, Almendra, Manal y algunos más: ahí mismo empezamos a hinchar
las bolas con esto. el hecho de haber tenido un solo plan hizo que mi música
trascendiera, no como otros que eligieron grabar lo que les proponían las
compañías”.
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“No paro porque cuando toco, escucho. Y si me equivoqué, bueno… No soy
de grabar y después ponerme a escuchar; para eso hago otra toma. Más ahora que
hay 48 canales. Creo que es piola lo que estoy haciendo. Cada disco te manda
una historia y a la vez existe una continuidad entre ellos. A Sinfonía
para adolescentes lo veo muy cerca de La hija de la lágrima y
de Casandra Lange”.
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“Me aburrían los grupos que tenían un concepto, un mensaje o algo que
decir. Escuchaba palabras juntas, sin una historia ni nada. En ese sentido, los
Beatles con Sgt. Pepper’s fueron pioneros. A ellos les pasó lo
mismo que a mí: en un momento querés la sinfonía. Es decir, te aburrís de tocar
el piano. En mi caso, el apetito de música es mayor que la innovación. Si hay
dos cosas y elegís una, cuando la tenés ya querés la otra”.
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“Grabar me encanta, es tan copado como componer”.
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“En Vida no conocía nada: tocaba y callaba. Confesiones
de invierno, el segundo, lo hicimos en RCA; teníamos ocho canales, pero
había una soga roja —como la de las discotecas— para que nadie pasara y tocara
la consola. Un día le digo al técnico: ‘Bueno, voy a poner el distorsionador’,
y el tipo me responde: ‘¿Cómo? Nos pasamos toda la vida para lograr un sonido
limpio y ustedes vienen a distorsionarlo?’. Otra cosa que hacíamos era grabar a
las orquestas que venían: les decíamos que estábamos ensayando y grabábamos; y
cuando lo hacíamos en serio, grabábamos desde otro canal, reducíamos, y así
podíamos ser más ampulosos. Todo eso lo aprendí de Billy Bond”.
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“Prácticamente me pasaba el día en el estudio; si no estaba haciendo
algo mío, tocaba con la Pesada o solamente curtía… Había horas en que no pasaba
nada. Había un humo gigante, como un hongo atómico”.
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“Fui a ver a Almendra al Pueyrredón de Flores, a Los Gatos también. Eran
buenísimos. No voy a entrar en la vieja polémica de que si el rock era mejor
antes que ahora, pero esos grupos eran impresionantes”.
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“Fuimos con Pedro Aznar y un amigo neoyorkino a una peluquería; era la
época de la Haircut Band, con grupos tipo A Flock of Seagulls. Nosotros
estábamos con el pelo largo y caímos una noche al CBGB: nos quisimos violar al
guitarrista de un grupo que tocaba y terminamos curtiendo toda la noche en el
hotel. Como nos avergonzábamos mucho de nuestros pelos, nos lo quisimos cortar.
Por suerte fuimos a una peluquería de artista. Quedaba por el Soho y mi peinado
se llamaba ‘Slick a little, you know, funky, but one you can pass through the
airport to”, que quiere decir: ‘un peinado un poco loquito pero que no te
impida pasar por un aeropuerto’. Al mío lo interpretaron bien e hicieron justo
lo que quería. A Pedro le pusieron una taza en la cabeza y le cortaron tipo los
Carlitos Balás. Bueno, me corté el pelo, quedó buenísimo, y también me compré
un saco. La verdad es que no sé por qué corno lo hice. Me sentía fuera de
moda”.
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“No es que fui al cine, vi una película y me corté el pelo. Esa es la
primera vez que estaba en Nueva York, y me fue tan bien que estaba alucinado;
no entendía nada. Estaba en las nubes y sin miedo. No le di tanta importancia
al hecho de cortarme el pelo, pero puede ser que la tenga”.
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“Cuando tenía que buscar músicos, si no los conocía de antes, eran
amigos de amigos. A Fito, por ejemplo, lo conocí en la oficina de Grinbank. Me
dijeron: ‘Ese es Fito Páez’. Yo realmente no lo había escuchado nunca, solo
sabía que era bueno. Cuando lo vi le dije: ‘¿Querés tocar conmigo?’. Y se fue
llorando, es divino… Calamaro casi vivía en mi casa. A mí me gusta producir
discos —Los Abuelos de la Nada, Los Twist, Suéter, etc.—, porque me encanta que
a mis amigos les vaya bien, así pueden comer conmigo en restaurantes caros”.
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“No me gustan los
grupos que hay ahora, pueden tocar bien, pero no me parece que les pueda
aportar algo. Me propusieron algunas cosas, pero no me interesaron. No hace
mucho me hicieron un homenaje, eso es genial… Sin embargo, lo que me encanta es
que los grupos hagan demos y disquitos, también que Calamaro haya pasado por
ese síndrome que le dio conmigo: ‘No pueden estar ahí arriba los que tienen más
de treinta años’. Me parece bien pelearse con un represor o con un tipo que en
la esquina te hincha las pelotas; pero pelearte por música, o por quién toca
mejor o quién tiene que estar más alto en los charts, eso es cosa de putas.
Está bien, los músicos somos todos putas, pero eso es de puta barata”.
(Culto / 23-10-2017)
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