CANTO SEXTO
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No olvide la promesa que
me ha hecho de pasearse por el puente del Carrusel. En caso de que yo pase por
allí, tengo la seguridad más absoluta de que lo encontraré y le daré la mano,
con tal de que esa inocente manifestación de un adolescente que todavía ayer se
inclinaba ante el altar del pudor, no llegue a ofenderlo por su respetuosa
familiaridad. Ahora bien, ¿la familiaridad no resulta admisible en el caso de
una intensa y ardiente intimidad, cuando la perdición es convicta y confesa? ¿Y
qué mal habría, después de todo -se lo pregunto a usted mismo- en que le diga
adiós, de paso cuando pasado mañana, llueva o no, hayan dado las cinco? Usted
mismo apreciará, gentleman, el tacto con que he construido mi carta, pues no me
permito, en una hoja suelta y fácil de perderse, decirle nada más. Sus señas al
final de la página son un jeroglífico. Me ha sido preciso casi un cuarto de
hora para descifrarlo. Me parece que ha hecho bien en escribir las palabras en
forma microscópica. Me eximo de firmar, con lo que lo imito a usted; vivimos en
una época demasiado excéntrica, para asombrarse por un momento de lo que podría
ocurrir. Tengo curiosidad por saber cómo ha averiguado el lugar en donde mora
mi inmovilidad glacial, rodeada de una larga hilera de salas desiertas,
inmundos osarios de mil horas de tedio. ¿Cómo podría decirlo? Cuando pienso en
usted, mi pecho se agita, resonante como el derrumbamiento de un imperio en
decadencia, pues la sombra de ese amor delata una sonrisa que quizás no exista:
¡es una sombra tan vaga, y mueve sus escamas tan tortuosamente! Dejo en sus
manos mis sentimientos impetuosos, placas de mármol absolutamente nuevas, y
vírgenes aun de cualquier contacto moral. Tengamos paciencia hasta los primeros
fulgores del crepúsculo matinal, y en espera del momento que me arrojará en el
horroroso enlace de sus brazos pestíferos, me inclino humildemente hacia sus
rodillas, que abrazo.” Después de haber escrito esta carta culpable, Mervyn la
lleva al correo y vuelve a acostarse. No penséis encontrar allí a su ángel
guardián. La cola de pescado sólo volará durante tres días, es cierto; pero
¡ay! No por eso la viga estará menos quemada; y una bala cilindrocónica
atravesará la piel del rinoceronte, a pesar de la muchacha de nieve y el
mendigo. El loco coronado habrá dicho la verdad sobre la fidelidad de los
catorce puñales.
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