DE DORMILONES
Gente de sueño pesau,
aura que dice, los Cortejo, que eran siete sin contar el perro que no era
Cortejo ni de sueño pesau. El perro, pa que vea, era de sueño tan livianito que
dos por tres flotaba y había que bajarlo de algún ucalito. Hasta que se fue
aquerenciando a los árboles y un día se quedó a vivir en un nido de horneros.
Los Cortejo eran siete
durmiendo en el mesmo rancho. Todos roncadores de primera. Roncaban pa adentro
y chiflaban pa fuera, roncaban pa dentro y chiflaban pa fuera. Llegaba gente de
lejos pa escucharlos.
Cuando roncaban pa
dentro, el rancho se achicaba. Cuando roncaban pa fuera, el rancho se inflaba.
Usté lo veía a la distancia y parecía un pulmón con puerta.
Toda gente de trabajo los
Cortejo, pero no duraban en ningún conchabo por dormilones. No había manera de
que llegaran en hora a ningún lau. Era gente de voluntá, pero sin un goyete pal
sueño. Eso que habían amaestrado a los gallos y a los teros, pa que tempranito
a la mañana rodearan el rancho y se afirmaran a cantar todos al mesmo tiempo.
El bicherío se desgañitaba, y pa los Cortejo era una canción de cuna.
Desesperados los pobres,
amaestraron a las pulgas pa que los picaran a todos a la mesma hora. El
pulguerío engordaba que era un gusto verlo, y los Cortejo no se movían ni pa la
rascada.
Una güelta Flemón
Cortejo, el menor de los Cortejo, cayó al boliche El Resorte. Tomando unos
vinos taban la Duvija, Milagroso Piraña, el tape Olmedo, Sugeridor Vetusto, el
pardo Santiago y Decidor Bosquejo.
Flemón Cortejo saludó, se
acodó, pidió una caña y bostezó. En cuantito terminó de bostezar, se le arrimó
la Duvija y va y le dice:
-Usté disculpe don
Flemón, pero andesé con cuidau no sea cosa que la caña le ataque el sueño y se
nos caiga dormido arriba del mostrador.
Ahí el barcino se corrió
pa la otra punta. El hombre, tomador de trago corto y pausado, tuvo de sobra
con una caña pa contar su desgracia.
Dijo que su familia era
buena pal trabajo, pero que nunca llegaba a trabajar porque se dormía. Que era
una cosa como de sangre, que vaya uno a saber de ánde les venía. Hubo un
silencio como de respeto. Después, el tape Olmedo, sin dejar de hacerle punta a
un palito, comentó:
-Lo mejor pa estos casos
-dijo-, es meter un despertador adentro de una lata y colgar la lata del techo.
A la otra noche, Flemón
colgó la lata con el despertador. Locos de la vida los hermanos porque al fin
iban a tempranear.
Pa la madrugada dentro a
llover que era un lujo. Caía agua como si la volcaran con camiones. Los
Cortejo, en un solo ronquido.
Justo donde estaba la
lata con el despertador adentro, el techo se llovía.
La lata se fue llenando
de agua y al rato en lugar de tic tac, se escuchaba glub glub.
Cuando los hermanos se
despertaron, el sol del mediodía andaba peliando con los últimos nubarrones de
la tormenta. No podían entender cómo se habían dormido. Flemón descolgó la
lata, y casi se baña. Al ver aquello, los siete se persignaron en silencio.
Flotando en el agua, morado, estaba el despertador. Las agujas desencajadas,
las patitas tiesas, ahogado.
Pa la tardecita lo fueron
a enterrar. Lo enterraron junto al rancho.
Cualquier abombado sabe
que si uno no entierra despertadores le brotan campanillas. Al tiempo, con las
primeras luces del día las campanillas sonaban todas al mismo tiempo. Venía
gente de lejos pa escucharlas, y pa ver a los Cortejo madrugando.
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