Por Luisa Corradini
Elisabeth Badinter suele
definirse como une petite dame très ordinaire (una pequeña dama muy común), una
coquetería que hace sonreír a sus interlocutores. Desde hace 30 años, esta
filósofa, historiadora, socióloga y antropóloga tritura convencionalismos y
agita conciencias, analizando en forma implacable las relaciones entre hombres
y mujeres.
Militante de la igualdad de sexos
desde la adolescencia, esta gran burguesa de ojos color acero no duda, desde
hace un tiempo, en denunciar las desviaciones que, a su juicio, padece el
feminismo actual.
Badinter aborrece del ”feminismo
diferencialista”, que afirma la superioridad de la mujer sobre el hombre; dice
que se ha instalado la falsa idea de que la violencia es patrimonio exclusivo
de los hombres, y se declara decididamente hostil a la “paridad”, último
hallazgo de muchos gobiernos europeos. Para ella, “se trata de un error
fundamental, producto de la confusión entre igualdad y paridad. Es una falacia
que lleva a considerar a hombres y mujeres como pertenecientes a dos
naturalezas diferentes”.
Badinter nació en 1944 en las
afueras de París. Su padre, Marcel Bleustein-Blanchet, dueño del imperio
publicitario Publicis, solía repetirle: “Una mujer puede triunfar igual que un
hombre. Sólo tiene que trabajar". Ella siguió el consejo al pie de la
letra.
En 1966, siendo aún una
estudiante, se casó con Robert Badinter, un abogado que años más tarde, como
ministro de Justicia de François Mitterrand, fue el artífice de la abolición de
la pena de muerte en Francia.
Desde entonces, en una docena de
libros, esta mujer de modales suaves y sólido coraje político demuele
prejuicios y falsas ideas. A su juicio, la mujer es tan ambiciosa como el
hombre. Tampoco existe una naturaleza femenina: "La femineidad depende
sólo de la cultura", dice. El amor maternal no es innato: "La ternura
de una madre nace del contacto con el niño". Y los hombres no son lo mismo
que las mujeres: "La verdadera igualdad es la mutua aceptación de las
diferencias", insiste.
En su cruzada contra ese nuevo
feminismo al que acusa de provocar la pérdida absoluta de los marcos de
referencia, Badinter arremete contra la tendencia, "muy
norteamericana" de transformar a la mujer en víctima absoluta, mientras
que el hombre es definido como un verdugo irrecuperable a quien se le intima a
cambiar, y rápido, la manifestación de su sexualidad.
Usted sostiene que las actuales
desviaciones del feminismo terminarán por deteriorar aún más las relaciones
entre hombres y mujeres. ¿Quiere decir que la dominación masculina no existe?
El feminismo de Simone de
Beauvoir, que yo reivindico, no es victimista. Desde un punto de vista
filosófico, ese feminismo ha sido el motor de mi reflexión. Yo quisiera que las
mujeres, sobre todo las jóvenes, comprendieran que esa victimización puede
volverse contra ellas. Contrariamente a lo que se cree, esa actitud introduce
una imagen desastrosa de la mujer. En los años 80 pudimos sacar a la luz una
ignominia invisible que padecían las mujeres: la violación. Pero después,
curiosamente, se produjo una desviación que consistió en querer extender la
noción de agresión sexual a comportamientos y actitudes masculinas, que
corresponden a otro orden. En 1992, las feministas europeas pidieron a los
parlamentos extender la noción de acoso sexual, lo que fue hecho en 2002. Desde
entonces, todo puede ser catalogado de acoso: una mirada, un gesto, una
palabra... Esto introduce dos imágenes catastróficas en la relación
hombre-mujer: por un lado, la de una mujer impotente, incapaz de resistir a los
hombres, que recurre a los tribunales, como antes recurría a papá y a mamá. Por
el otro, la imagen de un hombre agresivo, dominante y explotador. Es verdad que
hay hombres que son execrables, que hay más violencia masculina que femenina, y
mujeres que son víctimas de esos hombres. Pero esas mujeres no son el único
símbolo de la condición femenina. Y esos hombres violentos y explotadores no
son típicos del género masculino.
Pero el 80 por ciento de los
condenados por homicidio involuntario y violencias en Francia son hombres.
¿Cómo interpreta esa cifra?
Las estadísticas no mienten.
Pero, ¿ha visto usted que alguien estudie la violencia femenina? Esa violencia
aumenta cada día, sobre todo en las jovencitas. Mi explicación es que la
violencia no es una exclusividad de los hombres. Tomemos como ejemplo los
jóvenes de los suburbios desfavorecidos, prisioneros de esquemas arcaicos de
virilidad y de masculinidad. El aumento del feminismo hizo estallar el concepto
de identidad masculina, pero ellos no tienen medios para construir una
identidad más elástica, menos esquemática. Por su parte, las jovencitas de
14-15 años, para defenderse, comienzan a tener comportamientos similares a los
varones. Esa violencia va a manifestarse cada vez más. El aumento de la
violencia, sin distinción de edad, sexo o contexto social, tiene que ver con
una incapacidad cada vez mayor de los individuos para soportar el peso de las
obligaciones, y con una propensión inquietante a confundir derechos universales
y deseos individuales. En Francia, las estadísticas de 2005 demuestran un
aumento considerable de la violencia de los jóvenes: en las escuelas, colegios,
liceos ¡y hasta en el jardín de infantes!
¿Por eso rechaza usted la
expresión "violencia de género"?
Me asombra que las Naciones
Unidas hayan decidido utilizar esa expresión. Una vez más, ¿qué quiere decir
violencia de género? ¿Que la violencia es lo propio del hombre? ¿Que la
masculinidad se define por la dominación y la opresión del otro sexo? ¿Que las
mujeres ignoran la violencia? En un estudio realizado en 2002 en Quebec, 62.700
mujeres y 39.500 hombres se declararon víctimas de violencias conyugales. Es
cierto: los actos de agresión no son los mismos. Las mujeres padecen con más
frecuencia violencias físicas y sexuales. Por el contrario, según ese estudio,
las cifras son parejas cuando se trata de violencias psicológicas. En su reciente
estudio sobre la violencia contra la mujer en Francia, Amnesty Internacional
afirma que cada cuatro días muere una mujer víctima de la violencia conyugal.
Pero también dice que cada 15 días muere un hombre por las mismas razones. Como
los hombres, las mujeres también pueden ser violentas con los más débiles: con
los niños pequeños o los ancianos. Si admitimos la noción de "violencia de
género" llegaremos a una definición dual y opuesta a la humanidad: los
verdugos contra las víctimas, el mal contra el bien.
¿Las feministas francesas
importaron esa lógica de victimización de los Estados Unidos?
Las feministas radicales
norteamericanas, como Dworkin y MacKinnon, que consideran a las mujeres como
una clase oprimida, dominada por la sexualidad masculina, publicaron sus
trabajos en los años 70 del siglo XX. Por entonces, no se habló de ello en
Francia, pero sus ideas se multiplicaron mediante las asociaciones feministas
europeas. Son esas organizaciones las que hablan hoy en nombre de la mujer...
En todo caso, esa lógica de
victimización parece haber sido adoptada por el conjunto de la sociedad.
En nuestras sociedades
occidentales, la víctima es sagrada. Para mostrar que la mujer es un pequeño
ser frágil e impotente, no se ha dudado en publicar estadísticas falsas sobre
la violencia conyugal. En Francia, los medios de comunicación, sin ninguna
investigación previa, han afirmado que había en el país un 10% de mujeres
golpeadas; después, un 12%, y después, un 14%. Se da así la idea de que el
hombre es un peligroso verdugo. Se habla de la condición de la mujer en
general, como si su situación fuera idéntica en Francia o en Afganistán. Es un
engaño.
Hace poco usted denunció un
informe de la organización Amnesty Internacional sobre la condición de la
mujer. Ese informe -dijo- hace una amalgama inaceptable.
En ese texto, la organización
dice que en todo el mundo las mujeres padecen actos o amenazas de violencia.
Sin diferencia de fronteras, fortuna, raza o cultura. Añade: "En sus casas
o en sus ciudades, en tiempo de guerra como en tiempo de paz, las mujeres son
mutiladas, golpeadas o violadas con toda impunidad". Esto es absurdo. No
es lo mismo la violencia en tiempo de guerra que en tiempo de paz, la violencia
del Estado y la violencia privada, la violencia de un compañero, de un acosador
sexual, de un soldado o de un tratante de blancas. Hay amalgama también entre
la parisiense que es acosada en el subte, la niña nigeriana víctima de un
traficante y la jordana que padece un crimen de honor. Amalgama entre violencia
psicológica y física, violencia de Estados totalitarios y violencia de Estados
democráticos. Esa visión pone también al mismo nivel la bofetada conyugal y la
lapidación de una mujer adúltera. Esas simplificaciones me parecen poco serias
y terminan por rendir un magro servicio a la causa de la mujer.
También es particularmente
crítica con las leyes que establecen la paridad entre hombres y mujeres, sobre
todo en política.
La paridad por ley es, a la vez,
una medida técnica de corrección y un gran debate filosófico. En realidad, se
trata de la discriminación positiva implícita. Otra cosa sería una actitud
voluntarista. Por ejemplo, que ante una situación inaceptable de desigualdad,
durante cinco años, cada partido político se comprometa a incorporar al 30 o al
50 por ciento de mujeres, sin promulgar ninguna ley. La cuestión de la ley es
para mí insoportable, por dos razones. La primera es la sexualización de la
ciudadanía y, con ella, el retorno al determinismo biológico. Esto es temible
para las mujeres y contrario a las ideas universalistas. La segunda razón es:
¿por qué razón hay cuotas sólo para las mujeres? Cuando yo miro el Parlamento
en Francia no veo cuotas para los franceses menores de 25 años, ni cuotas para
los obreros, ni para los franceses de origen africano o árabe. Las mujeres que
han defendido la paridad tuvieron una actitud realmente egoísta con respecto a
otras categorías sociales.
Angela Merkel en Alemania,
Michelle Bachelet en Chile, Segolène Royal liderando los sondeos en Francia...
las mujeres parecen ganar terreno en lo político. ¿Cree que los franceses están
listos para tener una mujer presidenta?
Hace mucho tiempo que Francia
está lista para eso. Naturalmente, yo estoy feliz de que se reconozca la
capacidad de las mujeres a ejercer los cargos políticos más importantes. Pero
lo importante no es que lleguen a presidentas por ser mujeres, sino por su
capacidad. De otro modo, yo hubiera estado feliz cuando Margaret Thatcher llegó
a primera ministra de Gran Bretaña...
¿Cuál es el espacio en que habría
que proseguir hoy el combate feminista por la igualdad? ¿Cómo pensar,
finalmente, la relación hombre-mujer?
El termómetro objetivo de la
desigualdad entre sexos sigue siendo la diferencia de salarios. Ese es el
criterio con que yo mido los fracasos y los avances del feminismo. ¿Por qué?
Porque la igualdad de sexos hoy se juega en la esfera privada, en la familia,
en la intimidad. Mientras las mujeres sigan asumiendo el 80% de los trabajos
domésticos, correrán con una enorme desventaja. No es por casualidad que el 80%
del trabajo de tiempo parcial sea desempeñado por mujeres. Nunca avanzaremos
mientras las organizaciones feministas sigan manteniendo ese doble discurso que
consiste en afirmar que hay una diferencia esencial entre hombre y mujer (la
maternidad) y, al mismo tiempo, en considerar insoportable el trabajo femenino
de tiempo completo. O mujeres y hombres pueden compartir todo, incluida la
"parentalidad" y las tareas domésticas, o jamás habrá igualdad entre
los sexos.
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