Peque tiene una amiga.
Engreída, impertinente, sabelotodo.
Sus primeros encuentros en la placita fueron borrascosos y terminaron en tormentas huracanadas.
La cosa empezó un atardecer violeta y carmesí en el que el sol se despedía del Santa Lucía con millones de trasluces turquesas y brillantes aguamarinas.
Peque venía distraída derecho a subirse en su hamaca azul añil, soñando con colibríes y bichitos de luz:
-Me contaron que en las ciudades desaparecieron las luciérnagas. La contaminación las borró de un plumazo y es una pena porque son hadas chiquititas iguales a luceros y lunas que flotan adornando la tierra.
Rocío, vestida de primavera, corrió y le dio un violento empujón que casi la tira al suelo, se trepó en su hamaca, le hizo una mueca imperdonablemente ofensiva y le sacó la lengua como diciéndole:
-Tomá, ¡te embromé!
Sin decir nada y roja de rabia, Peque se subió a la otra hamaca, color frutilla, y se balanceó furiosamente como para llegar al cielo y patearlo.
Al menos, eso le pareció cuando empezó a verse las puntas de los zapatos cada vez más altas.
Las dos volaban escuchando el suave y herrumbroso chirí-chiró-chirirí-chiriró de las cadenas hasta que Rocío frenó de repente, se bajó, fue derecho al arbolito de la abuela y lo agarró a patadas.
Peque vio todo rojo y se bajó para sujetarla de un brazo, zamarreańdola:
-¿Qué hacés? ¿Te volviste loca?
-¿Y a vos qué te importa?
-¡Me importa y MUCHO! ¡Ese arbolito es un héroe de la vida!
-¿Qué decís, bobalicona? ¿Una porquería de árbol, flacucho y enclenque, un héroe?
-No acostumbro a insultar a nadie porque soy MUY educada, pero a vos tengo bajarte el copete, estúpida.
-¿Vos y cuántos más?
-Yo solita, ¿sabés? ¡No necesito a nadie! Hoy no quiero ni puedo porque estoy MUY enojada, pero si venís otro día te cuento su historia.
La otra volvió a sacarle la lengua poniéndose los pulgares en las orejas y las manos abiertas en abanicos:
-No me interesan esas idioteces.
-¡Ah, pero qué bonita! ¡Igualita a las horribles gárgolas que adornan las iglesias de París! ¡Y no te nombro a Notre Dame, porque no creo que una enana maleducada tenga tanta cultura!
-¿Y vos, con esa cara de sapo reventado? ¡No creas que no sé de qué estás hablando! ¡Conozco a esos bicharracos porque los vi en un documental de internet!
¡PAJARITO Y NO VOLABA!
¡Peque se topó con una sabihonda como ella!
-Haceme el favor, mandate mudar antes que te dé unos cuantos sopapos, gurisa atorranta.
Lo cierto es que Rocío se asustó al ver la furia de Peque, que es más alta y fuerte que ella, y se puso chiquita como perro que quiere esconderse abajo de la mesa.
-¡Y no vuelvas a MI placita a sentarte en MI hamaca porque yo también sé dar patadas y cinchar de las mechas! ¡Clinuda!
-¡La placita y las hamacas son de todo el mundo! ¡Mi papá es el comisario-detective y me lo explicó!
-¡Y mi papá es profesor en el liceo y se le importan un pito las explicaciones del tuyo!
-Le voy a contar que me amenazaste y te va a mandar veinte policías para que te metan presa!
-¡Sí, decile que sí, que el mío es amigo del capitán del puerto y le va a tirar un cañonazo a esos policías muertos de hambre!-amagó a correrla Peque.
La otra quiso tener la última palabra y desde lejos, por las dudas, volvió a parecerse a una gárgola parisina.
Entonces Peque le hizo una mueca horrorosa que su hermana mayor le había enseñado justo el día anterior: dejó que la lengua le llegara casi hasta la pera, se levantó fuertemente los párpados y miró para abajo logrando que los ojos le quedaran en blanco.
Rocío disparó entre unas sombras tan tenebrosas como las que aparecen en las pelis de miedo, gritando aterrorizada:
-¡¡¡¡¡UNA ZOMBIIIIII!!!!! ¡¡¡¡¡MAMAAAAAAAAAAAAAÁ!!!!!
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