9 / LA LECCIÓN DEL ENFADO (1)
Una enfermera de urgencias de un hospital del Medio Oeste recibió un aviso de recepción. La informaron de la llegada de cinco personas en estado crítico. La situación, que en sí mismo ya era tensa, se complicó porque uno de los heridos era el marido de la enfermera. Los otros cuatro eran miembros de una familia que la enfermera no conocía. A pesar de todos los esfuerzos de médicos y enfermeras, los cinco murieron.
¿Qué los había matado? ¿El derrumbamiento de un edificio? ¿Un accidente de autobús? ¿Un tiroteo? ¿Un incendio?
Lo que los mató fue el enfado.
Un coche había intentado adelantar a otro en una carretera rural, pero ninguno de los dos conductores quiso ceder. Circularon en paralelo a toda velocidad mientras, alentados por la rabia, intentaban colocarse delante del otro. Ninguno de los dos vio al tercer vehículo, que avanzaba hacia ellos, hasta que fue demasiado tarde.
El marido de la enfermera era uno de los conductores enfadados.
Los dos conductores no se conocían y no tenían ninguna razón para estar tan enojados el uno con el otro. La rabia los dominó, simplemente, porque uno quería adelantar al otro. El conductor superviviente fue procesado.
Tres familias quedaron destrozadas por aquel trágico accidente provocado por la rabia, considerada por algunos agentes de policía como la causa número uno de los accidentes de tráfico que se producen hoy día en Estados Unidos.
Todos hemos conducido enfadados alguna vez, pero por suerte pocos hemos sufrido unas consecuencias tan trágicas. Sin embargo, si permitimos que nuestra ira aumente como hicieron aquellos dos hombres, esa puede convertirse en una importante fuerza negativa en nuestras vidas. Debemos aprender a expresar nuestro enfado de una forma sana para controlarlo antes de que nos controle a nosotros.
El enfado es una emoción natural que, en su estado normal, sólo debería tardar entre unos segundos y unos minutos en exteriorizarse. Por ejemplo, si alguien se nos cuela en la cola del cine, es natural que nos enfademos con esa persona durante aproximadamente un minuto. Si sintiéramos nuestro enfado de una forma natural y lo expresáramos, si lo experimentáramos durante un minuto para luego pasar a otra cosa no habría ningún problema. Las dificultades surgen cuando lo expresamos de una forma inadecuada y explotamos o bien lo reprimimos, en cuyo caso se acumula, con el resulta de que achacamos a la situación más enfado del que merece o ninguno en absoluto.
El enfado reprimido no se evapora, sino que se convierte en una cuestión pendiente. Si no elaboramos esas pequeñas dosis de enfado, este aumenta más y más hasta que sale por algún lado, que normalmente no es el adecuado. Aquellos dos conductores tenían tanto enfado acumulado que cuando se encontraron explotaron. En tan sólo unos segundos estallaron como un volcán.
Otro problema que surge cuando acumulamos enfado es que, aunque la persona que nos ha herido quiera asumir la responsabilidad de sus actos, para nosotros no resulta suficiente. Si se disculpa sinceramente y aun así seguimos enfadados, nos encontramos ante un enfado acumulado que puede salir a la superficie una y otra vez de maneras distintas e imprevisibles.
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