VI I I / MANUEL EL ZORRO (3)
“Estas eran sólo palabras. “Y
aura -continuó Manuel- la mala suerte me obliga a deshacerme por dinero de mis
malacaras; y por eso he venido esta noche pa saber tu decisión”.
“-Manuel -dije yo-, soy un
hombre de pocas palabras y honrao, como vos lo sabés, y por consiguiente no
había necesidá de andar con tantas güeltas conmigo, ni que vos me echaras
primero tantos rodeos; pues ansina no me tratás como amigo.
“-Tenés razón -dijo él-, pero
no me gusta apiarme antes de parar el caballo y sacar los pieses de los
estribos.
“-Eso es como debe ser
-retruqué yo-; pero vos sabés que cuando se llega al rancho de un amigo, no hay
necesidá de apiarse tan lejos de la tranquera.
“-Te agradezco lo que vos
decís -dijo Manuel-, ya sé que tengo más defectos que manchas tiene un gato
pajero, pero el andar apurao no es uno de ellos.
“-Eso es lo que me gusta
-dije yo-, porque no soy aficionado a rumbiar por ay como un borracho abrazando
a estraños. Pero nuestra amistá no es de ayer, pues nos hemos conocido y mirao
hasta las tripas y el caracú, ¿por qué, entonces, hemos de tratarnos como
estraños, puesto que jamás hemos tenido disputas ni motivos pa hablar mal uno
de ¿otro?
“-¿Y por qué -dijo Manuel-,
puesto que nunca ni en sueños se nos ha ocurrido insultarnos uno al otro? ¡Hay
algunos que malqueriéndome, te llenarían la cabeza como un buche de mentiras si
pudieran, haciéndome no sé qué cargos, cuando sabe Dios si no serán ellos mesmos
los autores de lo que me acusan, puesto que están tan pronto pa echármelo
encima!
“-Si vos te referís a la
hacienda que he perdido -dije yo-, no te incomodés por tan poca cosa; porque si
los que hablan mal de vos por ser ellos mesmos malos, estuviesen escuchando,
podrían decir: Este hombre
empieza a sacarse el lazo cuando naides ha pensar en acusarlo.
“-Tenés razón -dijo Manuel-,
pues no hay nada, por malo que sea, que no digan de mí, y por consiguiente me
quedo mudo, porque nada se gana con hablar. Ya me han bautisao de antemano, y a
ningún hombre le gusta que lo tomen por embustero.
“-En cuanto a mí -dije yo-,
nunca te he sospechao, sabiendo que sos un hombre honrao, güeno y trabajador.
Si me hubieses ofendido en algo ya te lo habría dicho, pues ansina soy yo de
franco con todo bicho.
“-Creo de fijo en lo que vos
decís -dijo él-, porque sé que vos no sos de aquellos que se escuenden bajo la
carona como hay muchos. Por eso, confiando en tu franqueza en todo, he venido a
verte respecto a mis fletes, porque no me gusta tratar con aquellos que con
cada grano de maíz le echan una fanega de marlos.
“-Pero, Manuel -retruqué yo-,
vos sabés que yo no soy hecho de oro, ni que me han dejao por herencia las
minas de Perú. Vos pedís demasiado caro por tus redomones.
“-No seré yo el que lo niegue
-dijo Manuel-, pero vos no sos de los que se tapan las orejas cuando habla la
razón y la pobreza. Mis redomones son mi única riqueza y felicidá, y sólo de
ellos me vanaglorio.
“-Entonces -dije yo-, te digo
francamente que mañana te daré la contestación de sí o de no.
“-Como querás; pero mire,
amigo, si arreglamos el negocio esta noche, bajaré el precio.
“-Si querés rebajar algo
-dije yo-, que sea mañana, pues tengo algunas cuentas que arreglar esta noche,
y de yapa, tengo que pensar en mil cosas.
“Después de eso, Manuel monto
en su caballo y se jué. La noche estaba escura y llovía, pero nunca había
necesitao ni farol ni de la luz de la luna pa encontrar lo que buscaba de
noche, bien juese su propio rancho o alguna vaquillona gorda… ¡quién sabe si
suya!
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