ANNA RHOGIO
-Quiero
que me cuentes por qué te espanta la idea de ir a la escuela -ya habíamos
cenado-. Pensá que ni el verano ni las vacaciones duran para siempre.
-El
colegio de la ciudad era feo y gris, las maestras gritonas, las nenas malas y
peleadoras -recordaba esos tiempos con dolor.
Al
ser muy tímida me consideraban extraña y solitaria, y con frecuencia, el blanco
de bromas bastante crueles.
-Acá
es muy distinto, la gente es sencilla y no podés pasarte la vida entre vacas,
perros y caballos, además, estudiar es una obligación. El otoño y el invierno
tienen sus encantos. La tierra queda preparada para dormir y despertar en
primavera. Hay poco trabajo de modo que ir a clase te mantendrá entretenida y
ocupada.
-Abue,
acá jamás nunca falta el trabajo. Mirá que tengo ojos y los veo a todos siempre
ocupados.
Esa
noche me trajo a la cama un libro hermoso con láminas y relatos cortos, fáciles
de leer.
Poco
a poco me hice adicta a la lectura. Sacrificaba juegos y andanzas al sol y al
viento, aunque mi amigo rabiara, para leer durante horas. Ella sabía que es un
buen ejercicio y sonriendo, me animaba para que siguiera mientras
iba y venía ocupada en sus labores.
Una
mañana, la casa se llenó de gente y mucho alboroto.
-Hoy
comienza la vendimia y al terminar haremos una fiesta como todos los años.
“Zás
-pensé ocultándome detrás de mi tazón con café con leche-, estoy frita. Después
viene la escuela.”
Decidí
divertirme en grande para olvidar lo que me esperaba.
¡Y
qué bueno fue!
Se
trabajó intensamente durante la cosecha.
“¡Nunca
tomaré vino!” decidí al ver pisar las uvas de aquella manera.
¡Y
mi abuela! ¡Tan pulcra y cuidadosa, intervenía en la creación adentro de la
batea, descalza, la pollera remangada en un nudo, saltando y riendo como una
muchacha! ¡Las gotas del jugo tornasoladamente verde, ponían diademas frescas
en las frentes de las damas salpicándolas con abanicos de estrellas que
llegaban al cielo!
¡Con
las remeras empapadas y perfumadas de zumo, adheridas a pechos y espaldas,
parecían vivientes esculturas griegas y romanas!
-¡Vení
y aprenderás a hacer vino!
-¡Jamás!
Y
huí horrorizada a esconderme detrás de los barriles.
Cuando
terminó la cosecha, las viñas se veían desoladas, sin racimos y con muchas
hojas caídas en los surcos.
Recordé
el otoño.
El
domingo almorzamos entre bromas y ella me señaló los niños y niñas que
como yo, ayudaron en la tarea:
-Serán
tus compañeros de clase.
Supe
que me llevaría bien con todos porque esos días reímos y jugamos en los ratos
de descanso, y no me sentí ni tímida ni solitaria.
¡Me
liberé de un gran peso y se me aligeró alegremente el alma!
La
sensación de tristeza se perdió entre racimos dorados, negros y morados de
aquel jubiloso tiempo de vendimia.
Al
atardecer, cien faroles que colgaban de los parrales iluminaron el patio y con
ropas “pa dominguear” como decía Jacinto, llegaron vecinos y musiqueros: tres
acordeonistas y tres guitarreros.
Empezó
el baile. Para mí, aquello era maravilloso y nuevo, nunca antes vivido, nunca
antes disfrutado.
De
pronto vi algo que no podía creer ni admitir: MI abuela bailaba sonriente con
un paisano engolillado y panzón. Al ver que la miraba, me envió un beso con las
puntas de los dedos y me llamó:
-¿De
qué te asombrás? ¡A mí también me gusta bailar!
Entonces,
todo estaba bien.
Era
una alegría universal y cuando terminó, el patio quedó vacío de sortilegios. La
magia había volado junto con el perfume de las uvas que aromaba el aire de la
siesta atrayendo pájaros golosos y abejas zumbadoras. Ahora la magia reposaba
en barriles de roble y abuela me dijo que si hacíamos silencio y pegábamos las
orejas a las maderas, se podía oír el burbujeo de miles de duendes que hacían
su trabajo.
¡Y
era verdad!
Jacinto
fue bajando y apagando lentamente los faroles, uno por uno, como pidiendo
disculpas y se me ensombrecieron los ojos.
Ella
se dio cuenta:
-No
te apenes, el año que viene volverá a repetirse. La joven amable y preciosa que
te regaló el libro de cuentos, es la hija del señor que bailó conmigo y será tu
maestra.
Esa
noche antes de que me rindiera el sueño, lo juro, vi que el último de mis
miedos con forma de bruja montada en una escoba, se escapaba por la
ventana hacia las estrellas.
HAUGUSSTO BRAZLLEIM /
HUGO GIOVANETTI VIOLA
en el cerro Jarau
me espera.
Arranca piedras
esperando que algún día
la encuentre.
Y su mirada
está más cerca del sol
que la mía.
Y es más alma
y me abriga.
Hay una fuente
que está cantando
y espera que algún día
me salve.
Se está llamando
a las criaturas
y ellas se hartan
aunque a oscuras.
Cabalgué en las neblinas
del cerro Jarau
cabalgué en las neblinas
del cerro Jarau.
Y su mirada
está más cerca del sol
que la mía.
Y es más alma
y me abriga.
Cabalgué en las neblinas
del cerro Jarau
cabalgué en las neblinas
del cerro Jarau.
ANTONIO GARCÍA PINTOS
ESCONDITE Y
GOCE (FRAGMENTOS)
Hace tiempo que pasamos de la cama a un colchón que está en el
suelo. Entre la pared y la cama, el colchón en el suelo ofrece un sabor propio.
Esondite de cuerpos abigarrados, encajados contra cualquier peligro.
Esta noche trajiste tazas de té y alfajores que iremos saboreando
mientras empiezan las caricias lentas sobre el cuello y te muerdo el cabello,
la lengua suave recorriendo el oido, los vericuetos secretos y extraños.
Empiezan las caricias apropiándose de los cuerpos que se
mueven y acomodan a puro capricho donde cada mano dibuja sin saber
figuras insólitas, libres y totalmente fuera de la permanente y tediosa
ocupación trivial.
Mis dedos entre
los senos producen caminos al goce desconocido.
JOSÉ
LUIS MACHADO
1 TEXTO DE DIARIO DE UN SINVERGÜENZA
Navegamos en el océano de los sueños. Es
extremadamente suave, tan erótico que uno no sabe cuál es el alma y cuál la
piel, por lo que en todos los fragmentos de los bordes y de nuestros toques hay
aromas y sabores que indican en dónde es afuera y en dónde es adentro; de otra
manera uno puede enredarse, confundirse, perderse. Sin ir más lejos, la otra
noche, me conto mi hembra que mi boca se equivocó, y en lugar de seguir por la
piel puso rumbo al alma; y como el alma es infinita no ha vuelto aun, y nadie
sabe en dónde está, aunque ella sí.
FEDERICO COORE
PORQUE
Porque lo que creías que era la verdad
es el narciso sucio de tu falsedad.
Porque en el pozo seco de tu basural
tu cráneo carburaba sin poder brillar.
Porque nunca parabas de morir sin mirar
reías mentiras y ladrabas sin bozal.
Somos bichos que pueden redoblegar
pasan barcas bruñidas huevo frito toldo
azul.
Porque si lo esferoide maquina la verdad
por más que no te muevas te va a detonar
porque como ya dijo un ruso jugador
aunque vos hagas trampa el huevo brillará.
Y no creas que la verdad es tu Satán
si el alma no se ve hasta que te olvides
y decidas hacer.
Somos bichos que pueden redoblegar
pasan barcas bruñidas huevo frito toldo
azul
MARCELO SOSA
NOCHE
La noche me tapa
como un océano sin orillas
sin superficie.
He llovido mis penas y la muerte
me vomita mis pecados y cadenas.
Mi adentro se afuera, se altera.
Mi alma se ajena, se pierde.
Salgo a mi tormenta.
todavía hay flores.
Debo entrar descalzo,
hundirme en la pesadilla,
sentir en mis pies el vapor dulzón,
las espinas jóvenes de cardos secos.
Hay una ninfa jubilada escondida en un
ombú enano.
Canta una canción ya caduca
con letra cambiada,
ha perdido el mar de la mirada,
y creció alas para morir en este bosque
mío.
Hay un carancho que me mira
con ojos de violencia en espera.
Me veo en esos ojos que tuve.
Encuentro la flor y abro mis pulmones;
limpio la mierda a gritos,
a susurros,
a oraciones.
Hundo mis manos y limpio.
Gritan mis dedos el dolor,
cantan la alegría,
despiertan como horneros y hacen
del barro nido.
Amanece.
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