ANTE LA MUERTE DE
HUGO GARCIA ROBLES
Un humanista de vocación renacentista y epicúrea
La primera noticia que recibo el 1 de enero del nuevo año, 2014, es la muerte de Hugo García Robles en Montevideo. El impacto es grande y las imágenes del pasado se me agolpan en el recuerdo atropellado de uno de mis mejores amigos en Uruguay, a quien veía en cada uno de mis viajes y con quien he disfrutado de su vasta y rica cultura en diálogos interminables sobre literatura, música clásica en la que me inició cuando viajó a Francia invitado por Air France para visitar bodegas y catar vinos y champagne, sobre gastronomía en la que era experto y gracias a cuya hospitalidad comí en los mejores restaurantes, donde nunca aceptaba ser invitado y pagaba religiosamente, y sobre tantas cosas de la actualidad de la vida cultural uruguaya.
Los recuerdos se remontan a los años sesenta, alrededor de la Editorial
Alfa y la revista Temas donde
trabajaba, junto a la sombra tutelar de Benito Milla, dividiendo su tiempo con
el Sodre donde programaba la música que irradiaban sus ondas y un trabajo
burocrático en Amdet. Entre Alfa y El Oro del Rhin, su confitería montevideana
predilecta, tejimos la sólida amistad que los avatares de la vida nos han
conducido de Montevideo a Caracas, adonde siguió con Milla la aventura inicial
de Monte Ávila y, posteriormente en Barcelona con la editorial Laia. De sus
sinsabores económicos, que lo obligaron a trabajar en radios y periódicos para
sobrevivir hasta no hace mucho, cuando otros disfrutaban de su jubilación, he
sido solidario testigo. De su secreta vocación de poeta, plasmada en un libro
de reducido tiraje, publicado sin difusión alguna en Caracas, he sido cómplice
y lector.
De su fiel y paciente compañera Nalí, he sido amigo con la que hemos
compartido cenas preparadas por Hugo con celo de experto en la estrecha cocina
del apartamento de Javier Barrios Amorím, donde vivió desde su regreso al
Uruguay y donde había concentrado los restos de los sucesivos naufragios de su
vida. Muebles cosechados en remates de la Ciudad Vieja, cuadros donados por
pintores, originales cerámicas de Nalí, libros y revistas amontonados en
cuidadoso orden, lo rodeaban y hacían de su hogar el entrañable punto de
encuentro de sus fieles amigos, que han sido muchos. Vestido siempre
pulcramente con ropas a tono y de excelente gusto, García Robles -humanista
epicúreo de vocación renacentista, gentil caballero atento con las mujeres- ha
interrumpido abruptamente su diálogo de amistad (no hace mucho hablamos por
teléfono) el 31 de diciembre. Lo echaré de menos cuando vuelva al Uruguay: me
faltará su verbo fácil y su prodigiosa memoria, su gusto por la vida y su
amistad siempre abierta y generosa.
Fernando Aínsa, Zaragoza, 2 de enero 2014.
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