TERCERA ENTREGA
LAS MISIONES
3
LA MILICIA JESUITICA
"Id, e incendiad al mundo!" Esta consigna de Ignacio de Loyola para los suyos, apunta la circunstancia y respuesta que significa desde su otigen la Compañía de Jesús. Se estaba abriendo el abigarrado mundo planetario para la movilidad y la aventura, y los jesuitas serán la nueva respuesta de la Iglesia a esta nueva situación. Los jesuitas rompen la tradición contemplativa de las antiguas órdenes, y se definirán por su "acción en el mundo". Son la figura eclesial del hombre moderno que alborea.
El espíritu de la Compañía, puede compendiarse en este fragmento de la "Fórmttla" que Loyola sometiera al Papa el 3 de setiembre de 1539: "Nosotros hemos juzgado soberano expediente que cada mIO de nosotros se comprometa por tm voto especial, de suerte que, todo lo que el Papa actual o sus sucesores nos ordenen para berIeficio de las almas y propagación de la fe, en cualquier país que se nos qttiera enviar, nosotros iremos sin tergiversar, sin excusas, sin retardo, en tanto dependa de nosotros; nosotros nos obligamos a obedecer, sea que se nos mande a país de Turcos o de otros Infieles, ettalesquiera sean, mismo en lo qtte se flama las Indias, o también con todos los heréticos y cismá ticos, o entre los fieles". Así, a los tres votos monásticos clásicos, obediencia, castidad y pobreza, se agrega el especial de obediencia directa al Papa y su disponibilidad absoluta para partir donde fuera, para predicar la Palabra "ad majorem Dei gloriam".
La Iglesia suscita diferentes respuestas a cada nueva circunstancia. Con la Orden Benedictina, en la formación de Europa, en un ámbito agrario, recorrido por bandas guerreras y "girovagos", afirmó la estabilidad pacífica (Stabilitas loci-Pax), la vida fraterna, sobria, en común, trabajando y orando, centrada en la liturgia, el Oficio Divino. Los benedictinos, separados del mundo, sedentarios, irradiaron educadores. Luego, en el siglo XIII, con la irrupción de las burguesías, el comercio, y su gran revolución intelectual y universitaria, surgieron las órdenes mendicantes. Los dominicos predicadores de la inteligencia: su lema es "Veritas"; los franciscanos contra el naciente fetichismo del dinero, afirmaron la "pobreza" y la simplicidad de la caridad. Con los mendicantes, los claustros se abren al mundo. Pero los jesuitas darán otro paso: suprimirán el claustro, el coro, para introducirse totalmente en el fragor del mundo. De ahí su larga preparación de catorce años, los "Ejercicios Espirituales", que no es un libro sino una práctica ahondada de la conciencia, una interiorización ascética sin mortificaciones exteriores, para formar cristianos que serán hombres solos movilizados en los múltiples avatares del mundo. De tal modo, obediencia e individualidad se complementan: la libertad cristiana de cada jesuita estará sometida incondicionalmente al General de la Compañía. Por el contrario, la vida más comunitaria de dominicos y franciscanos les permitirá una constitución interior democrática.
Y si el acento de los dominicos es en el intelecto, el de los jesuitas es en la voluntad. Así, en pleno proceso de conquista y colonización de América en el siglo XVI, la reforma protestante se expande vigorosamente y la Iglesia sentía resquebrajarse la cristiandad medieval europea y su autoridad magisterial. Los jesuitas serán entonces la máxima expresión de la reforma católica, del Concilio de Trento, a la vez que se lanzarán apostólicos a ese mundo ancho y ajeno del Extremo Oriente, India y América, cerrando filas junto al Papado en medio de la separación de las naciones, desentendiéndose de la pirámide feudal y rompiendo las jerarquías intermedias.
La España de entonces estaba en plena vitalidad religiosa, por precedentes reformas que la preservaron de la crisis protestante y le permitieron ser la impulsora de la reforma católica. Era un país dinámico y complejo, y el conjunto de la sociedad hispánica se reflejaba en los distintos niveles eclesiásticos, desde prelados aristocráticos a canónicos guerreros, humanistas letrados, teólogos y místicos, y convivían en su seno la gran propiedad con el pulular de clérigos ignorantes y órdenes remozadas. Hasta fines del siglo XVI serán los franciscanos y dominicos los que realizarán el mayor esfuerzo evangélico y ellos abrirán rumbos. Pero los jesuitas estaban como predestinados al Nuevo Mundo. Y, en términos generales, puede reconocerse que el subsuelo básico principal de América Latina que se configura bajo el signo del Concilio de Trento y su espíritu, será predominantemente jesuita. De ahí la importancia que tiene aún hoy para nosotros comprender su obra y sentido.
Los jesuitas iniciarán su obra americana por vía lusitana en Brasil donde tendrán el papel decisivo. Y será el Provincial de los jesuitas en Brasil, el célebre Manuel de Nobrega el primero en concebir las misiones rioplatenses, por contacto con paraguayos de Asunción en 1552. Todavía nadie tenía muy claro los territorios que delimitaba la línea de Tordesillas. Pero finalmente este no será el camino.
Toda el área rioplatense integraba el ámbito del Virreinato del Perú, y fue San Francisco Borja (bisnieto del Papa Alejandro Borgia), tercer General de la Compañía (1565-1572)
quien envía los primeros jesuitas a las Indias españolas: Perú en 1567 y Méjico en 1572.
En el Perú eran entonces los Concilios de Lima. Y es especialmente en el Tercer Concilio Limense donde, bajo la dirección del arzobispo San Toribio de Mogrovejo, se procedía a la americanización del Concilio de Trento. Toribio, el gran organizador de la Iglesia sudamericana, tuvo ya el consejo jesuita. Una de las tareas primordiales del III Concilio Limense, comenzado en 1582, será la redacción de un catecismo trilingüe, en quechua, aymará y castellano, que tomarán a su cargo los jesuitas José de Acosta, Barzana, Valera y Bartolomé de Santiago (los dos últimos mestizos).
Este será el catecismo luego traducido al guaraní por- el apóstol franciscano Luis Bolaños, precursor en las "reducciones", y el utilizado en las Misiones del Paraguay. Fue el primer libro impreso en América del Sur y su título comenzaba: "Doctrina cristiana y catecismo para instmcción de los indios y demás personas". Y su modelo es el catecismo de Trento, el célebre Catecismo Romano de 1556.
Al Tercer Concilio Limense vino el obispo de Tucumán, el portugués dominico Francisco de Victoria (España y Portugal se habían unido en la Corona de Felipe II en 1580) y allí pidió a los jesuitas que bajaran hacia eI Río de la Plata, cosa que hicieron en 1585. Pero el obispo de Tucumán, impaciente por la tardanza, había solicitado la venida de otros jesuitas desde Brasil, que llegan a Buenos Aires en 1587. Y son de estos últimos, los padres Saloni (español), Ortega (portugués) y Fields (escocés) los que se trasladan al Paraguay y preparan el terreno para las Misiones. ¿Iban a ser lusitanas? No, porque el General de la Compañía, Claudia Aquaviva, no secunda tales proyectos y en 1607 crea la Provincia del Paraguay en la jurisdicción española. De tal modo, desde su origen, las Misiones serán zona fronteriza y de tensión. Las vacilaciones de jurisdicción de su fundación señalaban el destino, lo que será el desgarramiento dramático para Jesuitas y Guaraníes en América del Sur.
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