FRANNY Y ZOOEY
(Traducción de Isabel de Juan)
QUINTA ENTREGA
FRANNY (5)
Franny le miró, luego se encogió de hombros y sacudió la cabeza simultáneamente.
-Nada. Absolutamente nada -dijo-. Come. Cómete los caracoles. Fríos son horribles.
-Come tú también.
Franny asintió y miró su sandwich de pollo. Experimentó una ligera náusea, y apartó la mirada inmediatamente y dio una chupada al pitillo.
-¿Cómo va la obra? -preguntó Lane, atendiendo a sus caracoles.
-No lo sé. Ya no intervengo en ella. La dejé.
-¿Qué lo dejaste? -Lane alzó los ojos-. Creí que estabas entusiasmada con el papel. ¿Qué pasó? ¿Se lo dieron a otra?
-No. Era todo mío. Es desagradable, muy desagradable.
-Pero ¿qué pasó? No habrás dejado toda la asignatura, ¿verdad?
Franny asintió y bebió un sorbo de leche. Lane terminó de masticar y tragar y luego preguntó:
-¿Por qué, por Dios santo? Yo pensaba que el teatro era tu pasión. Es prácticamente la única cosa que te he oído…
-Lo dejé, simplemente -dijo Franny-. Empezó a molestarme y a hacerme sentir una pequeña y desagradable egomaníaca -reflexionó-. No sé. Parecía como de mal gusto actuar, de entrada. Me refiero a todo el ego que hay en el asunto. Y me odiaba tanto cuando estaba interpretando una obra y, al terminar, volvía entre bastidores. Todos aquellos egos corriendo de un lado para otro y sintiéndose terriblemente creativos y afectuosos. Besando a todo el mundo y yendo maquillados por todas partes, y luego tratando de ser tremendamente naturales y amables con sus amigos cuando volvían a verlos entre bastidores. Me odiaba a mí misma… Y lo peor es que generalmente estaba como avergonzada de hacer las obras que hacía. Especialmente en las compañías de verano -miró a Lane-. El caso es que tenía buenos papeles, así que no me mires de ese modo. No era eso. Era que me hubiese dado vergüenza que alguien a quien yo respetara, por ejemplo, mis hermanos, me oyeran decir algunas de las frases que tenía que decir. Escribía a algunas personas y les pedía que no vinieran -reflexionó de nuevo-. Excepto cuando hice el papel de Pegeen, en Playboy, el verano pasado. Quiero decir que eso podía haber estado realmente bien, lo que pasa es que el idiota que interpretaba al playboy estropeó toda la diversión. Era tan lírico… ¡Dios mío, qué lírico!
Lane había terminado sus caracoles. Se quedó deliberadamente inexpresivo.
-Tuvo críticas excelentes -dijo-. Tú me enviaste las críticas, como recordarás.
Franny suspiró.
-De acuerdo. Está bien, Lane.
-No, me refiero a que llevas media hora hablando como si fueras la única persona en el mundo que tuviera algo de sentido, alguna capacidad crítica. Quiero decir que varios de los mejores críticos consideraron que ese actor estuvo magnífico en la obra, puede que así fuera, puede que tú estés equivocada. ¿Se te ha ocurrido pensarlo? Debes saber que no has alcanzado la madura y venerable…
-Estuvo magnífico para alguien que sólo tiene talento. Para interpretar bien al playboy, has de ser un genio… No puedo remediarlo -dijo Franny. Arqueó un poco la espalda y, con los labios entreabiertos, se puso la mano en la coronilla-. Estoy tan aturdida y tan rara. No sé qué me pasa.
-¿Acaso crees que tú eres un genio?
Franny retiró la mano de su cabeza.
-Oh, Lane. Por favor. No me hagas eso.
-Yo no te hago nada…
-Lo único que sé es que estoy perdiendo el juicio-. Estoy harta de ego, ego, ego. El mío y el de los demás. Estoy harta de que todo el mundo quiera llegar a alguna parte, hacer algo notable, ser alguien interesante. Es repugnante…, lo es, lo es. Me da igual lo que digan los demás.
Lane alzó las cejas al oír esto, y se apoyó en el respaldo para ser más convincente.
-¿Estás segura de que no tienes miedo de competir? -preguntó con estudiada calma-. Yo no entiendo mucho de esto, pero apostaría a que un buen psicoanalista, quiero decir uno que fuera realmente competente, tomaría esa afirmación…
-No tengo miedo de competir. Es justamente lo contrario. ¿No lo comprendes? Me da miedo ver que acabaré compitiendo, eso es lo que me asusta. Por eso dejé el curso de teatro. Precisamente porque estoy tan horriblemente condicionada a aceptar los criterios de los demás, y precisamente porque me gusta el aplauso y que la gente me admire, pero eso no lo justifica. Me avergüenzo de ello. Me da náuseas. Me asquea no tener el valor de no ser nadie en absoluto. Me da asco de mí misma y de todos los que quieren causar sensación -hizo una pausa y de pronto cogió el vaso de leche y se lo llevó a los labios-. Lo sabía -dijo, dejando el vaso en la mesa-. Esto es una novedad. Me pasan cosas raras con los dientes. Me castañean. Anteayer estuve a punto de romper un vaso con los dientes. Es posible que esté total y absolutamente loca sin saberlo.
El camarero se había acercado para servirle a Lane las ancas de rana y la ensalada, y Franny le miró. Él, a su vez, miró el sandwich de pollo intacto. Preguntó si la señorita desearía tomar otra cosa. Franny le dio las gracias y le dijo que no.
-Es que como muy despacio -dijo.
El camarero, que no era un hombre joven, pareció examinar por un instante su palidez y su frente húmeda, luego hizo una inclinación de cabeza y se retiró.
-¿Quieres usar esto un momento? -preguntó Lane de pronto. Le tendió un pañuelo blanco doblado. Su voz sonaba comprensiva y amable, a pesar de un perverso intento de que sonara impersonal.
-¿Por qué? ¿Me hace falta?
-Estás sudando. Bueno, no sudando, pero tienes la frente un poco sudorosa.
-¿De verdad? ¡Qué horror! Lo siento… -Franny levantó su bolso a la altura de la mesa, lo abrió y empezó a revolver en él-. Tengo kleenex por algún sitio.
-Utiliza mi pañuelo, por amor de Dios. ¿Qué más da?
-No. Me encanta ese pañuelo y no voy a dejártelo manchado de sudor -dijo Franny.
Llevaba el bolso abarrotado. Para ver mejor, comenzó a sacar unas cuantas cosas y a ponerlas sobre el mantel, a la izquierda del sandwich que no había probado.
-Aquí están -dijo. Usó el espejo de la polvera y con toques rápidos y ligeros se secó la frente con un kleenex-. Dios mío. Parezco un fantasma. ¿Cómo puedes soportarme?
-¿Qué es ese libro? -preguntó Lane.
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