PARA LEER DEBAJO DE UN SICOMORO
DECIMOCUARTA ENTREGA
6 / DESCUBRIMIENTOS E INNATOS DESCUBRIDORES (1)
¿Decía usted que la palabra descubrimiento en esta latitud trae a colación rápidamente al genovés?
Lo he comprobado: aquí connota Colón muchísimo. Infinitamente más Colón que Pasteur y más Pasteur que los hermanos Lumière y más Lumière que Servet, por ejemplo. Se alude entre nosotros a un descubrimiento y la evocación deriva enseguida hacia las aguas navegadas por La Niña, La Pimta y La Santa María. Eso es lo que se llama condicionamiento histórico, además de una secuela de la escolástica de la primaria. Cierto es que la historia escrito comenzó en estos lares con el advenimiento del genovés. Desde entonces hay en la palabra Descubrimiento un chispazo detonante, un blanco fogonazo en la claridad. Recordar cuando aprendíamos cada cual en su infancia a descubrir el mundo. ¿Existe el río? Existe. ¿Existen los pájaros y las nubes? Pues sí. Y existen también los caminos, las casualidades, las sorpresas. ¿Ah sí? Y existe el pie y existe el crecimiento del pie y existe el zapato que ya le queda chico. Ah, cómo existen cosas. Y existe la oreja, que oye, y la nariz, que huele. Es decir, todas esas maravillas camufladas y menudas, deslumbrantes y cotidianas, iguales y monótonamentre imprescindibles.
Entonces resulta que, en alguna parte, en la escuela, nos llega de repente el notición, es decir, aprendemos la lección de que el Almirante navegó y navegó, enfrentó amotinados, vio una luz y al fin nos descubrió y nos descubrió. Sucedió algo que tenía que suceder, como si el tiempo ya hubiese tenido prendido con alfileres el velamen. De esta manera se nos imprime esa acepción postrenacentista de la palabra Descubrimiento. En Asia debe ser muy distinto. Ignoro cómo es, pues mis viajes por Asia se reducen a la calle Zanja, pero allá es posible que connote más imprenta o pólvora.
De cualquier manera, hemos descubierto que las palabras no son partículas inmaculadas del lenguaje, sino que nos llegan con su acíbar o miel. Cada palabra tiene preludios, huellas de dedos anteriores. Cada una trae su desgaste. También, por supuesto, hay constantes reincorporaciones. Para decirlo de alguna forma, sin ínfulas excesivas y vanidades ridículas, nosotros somos reincorporadores naturales, así como carne atenuante contra las decadencias y cansancios clásicos. Adicionar, reinventar, volver a vivir lo olvidado, poner nueva imagen o cambiar la máscara, son sinónimos materiales y constantes de la palabra descubrir. No sé cuánto ni hasta dónde hemos sido descubiertos, pero sé, sí, que los americanos somos innatos descubridores.
¿Cree que Humboldt, con hacer algunas importantes observaciones, redescubre el archipiélago?
Necesitamos ver qué es Descubrir. La palabra Descubrimiento, como apreciamos ya, en términos de navegación, oceanográficos, geográficos y hasta históricos, entre nosotros se vincula a Colón y sus viajes. Pero cuando trasquilamos las palabras, las sorprendemos por detrás, vemos, sin demasiado esfuerzo, que se tambalean y que las simetrías se trasmutan en acciones de paralaje. Marco Polo avanzó hacia el Asia, desde el epicentro irradiante de Europa. Asia nunca avanzó con semejante ímpetu hacia Marco Polo y Europa. Asia fue redescubierta. Polo nunca fue descubierto y ni siquiera cogido in fraganti. Ese modo de descubrir o redescubrir y esa manera de acuñar descubrimientos, es típicamente europea. Europa inventa la cultura. A Colón se le atribuye un espejo prestado, la luna europea del prestamista. Él iba a calcar en agua lo que Polo anduvo en tierra. Iba tras especias, vulgares especias si las contrastamos con la retribución que recibe de manos de la historia. Para colmo, Colón no se sintió descubridor de continentes sino un ente de segunda moviendo paralajes en el universo de su caro Polo, precursor de la huella. Entonces, ¿descubrir lo que aquel narró en detalles, que lo lleva a constantes traspiés narrativos y lo conduce a ver lo que no vio y no ver lo que mira? Marco Polo inventó el itinerario a remontar. Colón creyó hasta el fin marchar por itinerarios inventados. El descubridor no aspira a descubrir, ambiciona cierta ruta similar para arribar al mismo puerto.
Por otro lado, ¿portar mosquetes es lo que permite descubrir? La flecha es descubierta. La flecha es de un linaje inferior y puntiagudo, la flecha pervive remotamente en un ignoto arrabal de Europa. ¿Cómo hubiese sido si llegan a contender mosquetes contra mosquetes? ¿De qué hablaríamos ahora: de invasión, de guerra mundial, de descubrimiento? Incursiono imprevistamente en esas aguas, pero me asaltan paradojas y amargas interrogaciones. Los mongoles que bajaron por el estrecho de Bering y colonizaron, así como los vikingos que llegaron a costas del Canadá, ¿sólo eran trashumantes, sólo levantaron la tapa de la olla? Y el imprevisto y rubio Quetzalcoatl, arribando náufrago, ¿qué fragmento del botín puede reclamar? Nos inclinamos sobre un mar de extramuros a parlamentar de extranjerías y levaduras.
No me atrevo, por ahora, a insinuar que el redescubrimiento de Humboldt sea más transparente y preconcebido que el del genovés. Ni quito mérito ni trato de obstaculizar ni minimizar la hazaña del gran Almirante, quien por la simple razón de su travesía dibujó una raya divisoria a mitad del milenio que es hoy la cicatriz más visible del planeta. Digo que, no obstante, ver lo que otros ojos foráneos o nativos no acertaron a ver, constatar agujas en el brillo que el párpado nativo sólo registraba como intolerancia, es descubrir en una importante y esclarecedora acepción. Lo descubierto ha sido antes descubierto. Todo ojo tiene su ojo precursor. Mejor viajar atinadamente con el sombrero suelto y engrasado y quitárselo a cada destello. Mejor orientar la nao entre los laberintos y las sinuosidades de las ollas y permanecer alertas para levantar tapas. Hoy mismo hice comprobaciones en la mañana: rasgar la orilla y liberar sobres y misivas, implica una oferta de descubrimiento. Sobre todo su ignoramos el acto genético del remitente.
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