SÉPTIMA ENTREGA
31 / DIBUJACIÓN
-Pa. Sífilis -se desorbitó Ricardo cuando le conté el episodio del gargajo. -Menos mal que no te gusta cojer sin amor. Mirá si te enganchabas con la gorda.
-Me dijo Freddy que se curó hace años -sentí una terrible pena retroactiva por la mujer que se pasaba media hora acomodándose la tripa. -Y ahora parece que el ex-marido está a punto de ganarle la custodia total de la criatura.
-Abrí el mail, Abelito -señaló eufóricamente la computadora mi amigo. -Te mandé un regalo recién escaneado en el cyber.
-No me digas que conseguiste el retrato de Carbajal -empecé a lidiar con la lentitud de la máquina.
-Se llama Artigas en el Paraguay, y fue subastado en el 94. Pero ahora comprobaron que esta reproducción que figura en el libro de Fernández Cabrelli es la obra anónima que inspiró a Carbajal.
Entonces la computadora se puso estúpida del todo y tuve que apagarla para que se enfriara.
-Permiso -sacó la yerba del armario y puso a calentar agua Ricardo. -¿Cuántos capítulos te faltan para terminar el libro de tu vida?
-Tres. Lo liquido en tres días.
-Yo no quiero ser yeta, ¿pero por qué no vas guardando todo eso en un pendrive?
No pude contestarle porque la sudoración helada se transformó en un tsunami de escalofríos que me hicieron sondear el Cristo de Giovanetti.
-Dios me ayuda -murmuré.
-Disculpá -me alcanzó un mate mi amigo ateo con los ojos avitralados. -Dale, abrí de una vez. Vas a ver qué carbonilla.
Esta vez la máquina respondió enseguida, y al abrir el adjunto tuve la sensación de haber sido emponchado por la mirada más perfecta que puede ofrecer un hombre en cualquier época y lugar de este infierno terrestre que sólo aman los santos.
-Esto es una dibujación, Ricardo. Como les llama el Artigas de mi libro a los daguerrotipos.
-Yo diría que es una imitación de los primeros daguerrotipos. Y dicen que los rasgos se los copiaron a la litografía que hizo Godet sobre un grafito de Michón.
-Pero tiene una tremenda mirada. En el de Blanes hay un lustre sin alma, nomás.
-¿Y me vas a decir que en cualquier gran retrato no ves un alma, loco? Blanes hizo lo que pudo. Y además se conocen otros dos óleos -los de Hidalgo y Valenzani- donde tanto Antonio Díaz como Cáceres reconocieron las facciones verdaderas de Artigas. Y concuerdan con estas.
De repente empecé a sentir escalofríos taquicárdicos en los muslos y supe que en el ojo derecho de aquella dibujación reposaba lo que a mí podía faltarme para siempre.
Unas ganas eternas de vivir, aunque perdamos todo.
No es la pompa espacial / sino la gravidez de una vida redonda / lo que pesa en el cielo.
32 / SUEÑO
En octubre empecé con Yo el Protector / Memorial personal de Pepe Artigas, después de resolver que el poema épico iba a estructurarse como la Divina Comedia y mis propias Confesiones: 3 partes integradas por 33 capítulos, y una PAX-LUX final.
Decidí terminar Las alas del infierno cuando el Capitán Pepe deserta de los blandengues y cruza a Buenos Aires para sumarse a la Revolución.
El amor del purgatorio se cerraría con la estampida hacia el exilio paraguayo, y La soledad del paraíso con la muerte en Ibiray.
El monólogo interior del héroe tenía que acollararse a través de párrafos-islotes o intertextualidades carnavalizantes mucho más escandalosas y extemporáneas que las que utilizo en esta novelita.
A esa altura ya no podía escribir de otra manera, y la lacunaridad sentenciosa y espaciadísima que usaba en los artículos del blog se transformó en una herramienta barroca ideal.
Pero lo que terminó por demorarme hasta la exasperación fue concebir la frase mental con la que un Artigas agonizante iba a recapitular la historia de su alma y el alma de su historia.
Entonces soñé con Ella.
Y hablo de Bénédicte, la adolescente parisina que me hizo contemplar el vitral de la Más Dimensión.
Yo había dejado de escribirle hacía 38 años, y entre el 78 y el 91 viajé tres veces a París por congresos literarios y preferí no tratar de localizarla.
Tuve pánico de encontrarme con una mujer ya deshabitada por Notre Dame.
Alguien escribió que los milagros empiezan a suceder cuando invertimos más energía en los sueños que en los miedos, y es la pura verdad.
A los dos meses de mudarme a Lepanto me decidí a buscarla en facebook: encontré una maestra enamorada de su vocación que vive hace décadas en Montréal, tiene dos hijos ya adultos y sigue rebrillando como siempre.
Ni Eladio Linacero tuvo menos fe que yo.
En el sueño que me decidió a empezar de una vez por todas el libro de mi vida, Bénédicte aparecía multiplicada: era varias mujeres-muchachas que lavaban la ropa cantando en un arroyo.
Y además contrapunteaban una especie de magia interracial tan preciosamente facetada como la que conoció Artigas: indias, blancas y negras.
Entonces decidí dejar hablar al Protector con un zurcimiento lezamiano donde floreciera América.
La que lava siempre es Dios, reza una extraordinaria canción de Guillermo Wood.
Y al otro día empecé a escribir mi poema épico como si fuese Gregor Samsa refrescándose el arrastramiento ventral en el vidrio de un cuadro donde sonreía Ella.
33 / BILIS
Cuando se fue Ricardo me quedé tomando mate frente a la dibujación y de repente se escuchó una de las interminables expectoraciones que Dolly hacía tronar en su baño cuando andaba muy loca.
-Soy tu monstruo de la guarda, chiquito -sonó el timbre del corredor como a la media hora y mis escalofríos arreciaron peor que en una silla eléctrica.
Esta vez traía una tarta gelatinosa cubierta por unas tajadas de kiwi que me hicieron acordar al amor que se fue por el aire.
-No te voy a mentir -le resplandeció el odio a la gorda. -Hoy recibí una llamada de mi ex-marido pidiéndome disculpas y jurando traerme a Matilda a merendar. Pero ya se hizo de noche y no aparecieron. ¿No querés probar esta delicia con el mate? Es mi especialidad.
Y después de alcanzarme una rebanada se acercó a la biblioteca para hinchar la miopía sobre los portarretratos de mi hija y mi nieta.
-¿Qué edad tiene Paloma?
-Treinta y tres.
-Y es muchísimo más linda que la nena teñida que te trajiste una mañana a apretar el año pasado, antes que se mudara tu mujer. ¿O te creés que no los vi?
-Andate, Dolly.
-¿No te gustó la tarta?
-Sí. Está exquisita. Pero andate lo antes posible, por favor.
Entonces se tanteó la blusa para empalmar la foto que le saqué a Matilda en secreto y la puso entre los portarretratos de la biblioteca.
-La Narcisita piensa que no sé entrarle a la computadora -carcajeó jediendo grumosamente a bilis. -Yo te pago para le que des clases de guitarra y no para que la emputezcas, viejo degenerado.
-Ella quiere creer.
-¿Y por qué sueña con tomar la comunión maquillada?
-Esas fantasías no importan.
-¿Ah, no? Vamos a preguntarle a tu amigo el cura, entonces.
-Así no vas a ayudarla -me acordé del pobre Dostoievski esperando el fusilamiento en la nieve, aunque sentí que a mí el zar de los cielos nunca iba a perdonarme.
-¿Y no serás vos el que precisa ayuda?
-Por algo estoy tratando de dejarle un libro santo al mundo -pegué un teclazo en la computadora para que reapareciera la dibujación.
-¿Y cómo vas a poder escribir algo santo si vos sos un Narciso?
-Eso mismo me preguntó tu hija.
-Porque ella es como vos. Entre ustedes se conocen.
-Andate, Dolly. En serio.
-Okey -terminó por señalar triunfantemente la tarta desde el corredor. -Ahora te aviso que acabás de comerte una gelatina mezclada con mis gargajos.
34 / ECO
Cuando estuvimos en el Chuy Kiwi le deslizó su celular a una encargada de la sala para que nos sacara una foto abrazados antes de la función, y ya al revisar la primera toma me hizo una guiñada eufórica.
Es el único testimonio visual que nos quedó del enamoramiento.
Y apenas lo recibí en Montevideo se los reenvié a mi hermana y a mi hijo con resultados tétricos: Martín me contestó que hubiese preferido no abrir el adjunto y Ma-Sa tuvo la yocástica ocurrencia de aludir a la tragedia vivida por nuestro beatificado J.D. Salinger cuando se le hizo mierda un romance como el mío.
Recién volví a chatear con ella después que fui a ver al psiquiatra, y me di cuenta que Paloma la tenía perfectamente al tanto de mi ruptura con Clara y la mudanza de Candela al Espanto.
Celos de la jauría.
Sin embargo Ma-Sa me ayudó mucho preguntándome si Germán no había recurrido al mito de la ninfa Eco para tipificar el síndrome depresivo de mi ex-mujer.
Yo nunca le metí mucho el diente a la mitología griega, y mientras mi hermana me explicaba que la deidad alcahueta condenada por Hera a repetir nada más que los finales de las frases se autoexpulsó a una cueva después de sentirse nadie frente a su adorado Narciso, se me aflojaron escalofriantemente las rodillas.
Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como / cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; / vuelve los ojos locos, y todo lo vivido / se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
De golpe me acordé que apenas nos conocimos en Cuernavaca Candela quedó tan impresionada con la foto donde aparezco abrazando a la Brigitte Bardot, que no tuvo más remedio que empozarse en una minusvalidez lastimosa y preguntarme qué le había visto a una chamaquita como ella.
Habría que aprender desde la adolescencia que cuando las parejas arrancan con esos chirridos siempre terminan mal.
¿Pero quién podía entender que fue una foto sacada de chiripa porque a la diva le gustaba descalzarse en la mitad de las aburridísimas fiestas que le espinaban el corazón y ponerse a bailar con los músicos pasaplateros?
Yo creo que ni mi tío el cura creyó del todo en la inocencia de aquel lucimiento.
¿Y ahora quién se animaba a descifrar si el reenvío del abrazo con Kiwi significaba el desaforado compartir de un arcoiris milagroso o una invasión cucarachesca en la desmadrada unidad familiar?
Hace poco leí un comentario hecho en facebook donde una poeta y crítica sugiere sorprendentemente que una posible interpretación de La metamorfosis podría ser la de que sólo Gregor Samsa se haya contemplado a sí mismo como a un bicho monstruoso.
Lo que no soportó la familia fue nada más que el exhibicionismo de su libertad loca.
35 / LIMBO
El miércoles de Semana Santa escuché cuatro golpecitos en la parte baja de la puerta y le abrí a la alumna más hermosa que tuve en mi vida.
-Dice mi madre si me podés dar la clase hoy -señaló la computadora Matilda. -Pero si estás escribiendo te dejo tranquilo.
-No, pasá. Vos sos más importante. ¿Te rezongaron mucho por lo de la foto?
-Saladísimo. Y ahora a la loca se le ocurrió que repasemos la catequesis juntas. ¿Sabés el Credo?
-Claro.
-¿Y alguna vez te explicaron por qué Jesús tuvo que bajar a los infiernos antes de la resurrección?
-Eso nunca lo entendí, cosita. Yo soy muy mal católico.
-Perá que ya te explico. ¿No me podrías mostrar esa dibujación de Artigas que conseguiste? -puso la guitarra sobre el sillón la infanta que era capaz de manejarme mejor que una esposa y se abalanzó hacia el monitor.
-Yo estoy seguro de que es una foto de la época -amplié el retrato a pantalla entera y me sentí un Rey Mago.
-Dios -se agarró las manos a la altura de los pechitos Matilda después de ver al viejo que irradiaba una hondura sobrehumana. -Me hace acordar a Knocking on heaven’s door.
-Te adoro, Mati -estiré el brazo para acariciarle los alones de la melena entreazulada pero no me dejó.
-Tené cuidado que la loca puede ver todo y ahora empezó a decir que sos un enamorador peligroso.
-Bueno -me reí tratando de disimular la sensación de estar volviendo a eructar la gelatina entreverada con gargajos. -Pero vos no le creas.
-¿Por casualidad no tendrás una foto de la nena teñida que trajiste al apartamento el año pasado?
-Esperá que te la muestro -terminé por jadear después de apretarme los ojos como el boxeador de Hemingway gancheado traidoramente en los huevos.
-Yo creo que sos un hombre bueno, Abel.
-Dios te oiga.
-Pa, sabelo: tu novia tenía risa de ángel -aplaudió la criatura cuando nos vio abrazados con Kiwi.
-¿Vamos a dar la clase?
-¿Qué me vas a enseñar?
-Una canción que se llama Pero el amor es más fuerte.
La aprendió en dos patadas, y cuando ya estaba en el corredor me puso un índice acariciador en la boca:
-¿Te olvidaste de lo que te tenía que explicar? Cristo bajó el sábado al Limbo para liberar a la gente que no se merecía seguir sufriendo tanto.
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