PARA LEER DEBAJO DE UN SICOMORO
SEXTA ENTREGA
2 / ÁRBOL INCORREGIBLEMENTE REPLETO DE DESCUBRIMIENTOS (2)
Usted es gordo ahora, pero ¿alguna vez fue suficientemente flaco como para trepar al árbol?
En la vida he sido suficiente para pocas cosas. Sí, una vez, como en un cuento, subí a un árbol que a su vez trepaba por una cerca. Cuando me separé un metro del suelo, comprendí mejor la palabra altura y entreví los que mis mayores llamaban con misterio horizonte. Un árbol está incorregiblemente repleto de descubrimientos, que continúan descubriéndose después que uno bajó y dejó la adolescencia disolviéndose bajo un manto de lluvia y otras espesuras.
Hoy descubro que la felicidad es cualquier asunto, incluso agarrarse a una rama y con manos de flaco resistir, mientras contemplas a la lagartija en su guerra. Descubro hoy, ahora en este ensortijado segundo y con su ayuda, que fui flaco alguna vez, siquiera tres segundos, para trepar al árbol, porque los árboles, y he aquí otro descubrimiento, están vedados a los gordos. Soy un exflaco. Anótelo ahí. Y soy un gordo eventual, porque me lamerían los gusanos del polvo enamorado. Anótelo ahí también.
¿Qué daría por tener un árbol delante de su casa?
Vivo en Trocadero, calle estrecha, soleada y polvorienta. ¿Cuánto daría? Daría mi otra eternidad, la siguiente, porque esta la comprendí entre mis novelas por escribir, mis poemas revoloteando en las vísperas y en las entrevistas que concedo a los periodistas ansiosos de novedad. Si el cielo me diese otro par de ojos y otra nariz y otra gordura, yo las pondré a disposición de su pregunta. Deseo tanto tener un árbol delante de la casa, que permutaría (ahora se puso de moda permutar, ¿no?), que incluso permutaría mi casa por el árbol solo, sin la casa detrás. Y viviría gustoso en una rama, si me la cede el gorrión.
Dicen algunos, los que profesan con devoción la concepción materialista, que el hombre bajó del árbol. Gustoso me gustaría contradecir y subir al árbol para ser de verdad el hombre y no una afobiada bestia de ciudad entre las cuatro paredes de su cueva.
¿Conoce algún vínculo indisoluble entre hombre y árbol?
En efecto hay vínculos nutricios, energéticos, vitales, pero de esos mejor conversa el botánico. Ya antes, en el “Preludio a las eras imaginarias”, me explayé en parte y dije que: “La identidad que es la extensión crea el ser, como la extensión crea el árbol. Pero todo es ser causal, para diferenciarse de la sucesión de la infinitud. Pero el ser es ser causal, como el árbol es bosque.
“La casualidad es como un bosque… dominado. El ser causal es como un bosque dentro del espíritu de la visibilidad”. Eso dije. Eso sostengo. Y si acaso agrego: El ser y ser árbol no impide acatar sociedad. Y transpirar como bosque no reduce o no debe reducir al individuo. Si bosque e individuo, si árbol y sociedad, alternan sin sustituirse, se toman afecto sin evitar las críticas, se prestan herramientas y emociones, si borbotean y esquilan juntos, si son recíprocos, si ninguno intenta acrecentar poder o riqueza en desmedro del otro, pueden convivir, no sin eludir desgarraduras pero sí soslayando las peores.
¿Es posible seguir viviendo después que el hombre tale el último árbol y el último bosque?
Ya sé, sí: el hacha está en el orden mortuorio del día. Ya la diabólica y más actual sierra eléctrica deambula recitando una letanía macabra. Con esas invenciones los taladores soplan y dejan vacías las montañas. Estornudan de muerte en los llanos, escupen al río los troncos y los empujan por la corriente hacia las maderables y apolilladas ciudades. En el pasado infausto siglo, y Martí fue contemporáneo de esa calamidad, la ruina cruzó sobre los ensoñados bosques de Cuba y arrasó aquellas fermosuras que avistó Colón.
En la Amazonia, dice la prensa, es el reino del hacha y el fuego. También en otras muchas locaciones, el mundo es ancho y vulnerable, los bosques se van derechito al cielo, seguramente, mientras las hachas se ganan los humos del infierno. No, no es posible seguir respirando ni valdría la pena. Cuando el hombre tira el hacha, la tira contra su propio cuello. Es decir, el cuello de la madera es mortal con mi sangre y la suya y no sobrevivirá al autocrimen. Creo que al ritmo que va todo, no quedará tiempo ni para mi permuta. Pero si de toda esa masa vegetal queda la sorpresa de una flor, que la ponga el viento sobre mi tumba.
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