martes

EL SECRETO DE LA FLOR DE ORO - C. G. JUNG / RICHARD WILHELM


QUINTA ENTREGA

INTRODUCCIÓN (1)


1 . Por qué le es difícil al europeo comprender el Este (1)

En tanto soy un hombre que siente por entero a la manera occidental, no puedo sino experimentar en lo más profundo la foraneidad de este texto chino. Cierto, algunos conocimientos de las religiones y filosofías orientales ayudan a mi intelecto e intuición a comprender esas cosas de alguna forma, de modo que también logro concebir las paradojas de las concepciones religiosas primitivas "etnológicamente" o "según la historia comparativa de las religiones". Ésta es la modalidad occidental: velar el propio corazón bajo la capa de la llamada comprensión científica, por una parte porque la misérable vanité des savants teme, y al mismo tiempo rechaza, los signos de la simpatía viviente, y por otra porque una aprehensión, que involucrara los sentimientos, del espíritu foráneo podría configurar una vivencia a ser tomada en serio.

La llamada objetividad científica debía reservar este texto a la perspicacia filológica de los sinólogos, y guardarlo celosamente de toda otra interpretación. Pero Richard Wilhelm echó una ojeada más profunda en la vitalidad misteriosa y subterránea del saber chino, como para que pudiera dejar desaparecer en la gaveta de una ciencia especializada tal perla de la más alta y penetrante visión. Me es un especial honor y alegría el que su elección de un comentarista psicológico haya recaído justo en mí.

Sin embargo, este trozo escogido de conocimiento, que se halla por encima de toda especialidad, corre por cierto peligro de caer en otra gaveta especializada. Quien quisiera, empero, disminuir los méritos de la ciencia occidental, aserraría la rama sobre la que se asienta el espíritu europeo. La ciencia no es, en verdad, un instrumento perfecto, sino un instrumento inestimable y superior, que sólo produce el mal cuando pretende ser un fin en sí mismo. La ciencia debe servir, y yerra cuando usurpa un trono. Debe, incluso, servir a todas las demás ciencias, pues cada una tiene necesidad, precisamente a causa de su insuficiencia, del apoyo de las otras. La ciencia es la herramienta del espíritu occidental, y puede abrirse con ella más puertas que con las manos desnudas. Forma parte de nuestra comprensión, y oscurece la penetración sólo cuando toma la concepción que ella permite por el total de la concepción. Es, sin embargo, justamente el Este el que nos enseña una concepción distinta, más amplia, más profunda y más elevada, o sea la concepción mediante el vivir. A esta última realmente sólo se la conoce todavía pálidamente como un sentimiento desnudo, casi fantasmal, del modo de expresión religiosa, a consecuencia de lo cual se coloca también entre comillas, con placer, el "saber" oriental y se lo exila al oscuro campo de las creencias y supersticiones. Con eso, empero, queda totalmente mal entendida la "objetividad" oriental. No consiste en presentimientos sentimentales, místicamente excedidos, rayanos en lo enfermizo, de habitantes de un mundo aparte y de desequilibrados, sino de penetrantes concepciones prácticas de la flor de la inteligencia china, a la que no tenemos ningún motivo para subestimar. Esa afirmación podría quizás parecer muy audaz y por lo tanto provocar algunos meneos de cabeza, lo que es perdonable por la extraordinaria falta de conocimiento de la materia. Además, su foraneidad salta a la vista de tal manera que es enteramente concebible nuestra confusión acerca de cuándo y dónde el mundo del pensamiento chino pudiera ser unido al nuestro.

El error común (por ejemplo el teosófico) del hombre de Occidente, consiste en que, como el estudiante en Fausto, mal aconsejado por el diablo vuelve con desprecio la espalda a la ciencia y, percibiendo superficialmente el éxtasis del Este, emprende prácticas yogas al pie de la letra e imita deplorablemente. Así abandona su único suelo seguro, el espíritu occidental, y se pierde entre un vapor de palabras y conceptos que jamás se hubieran originado en cerebros europeos y sobre los que jamás pueden injertarse con provecho.

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