Monk entró. Aquello parecía más polvoriento y oscuro que los bares de siempre. Se dirigió al extremo más alejado de la barra y se sentó junto a una rubia que estaba fumando un cigarrillo y bebiéndose una Hamm's. Cuando Monk se sentó, ella se tiró un pedo.
-Buenas noches -dijo él-. Me llamo Monk.
-Yo, Mud -dijo ella, lo que revelaba su edad de inmediato.
Cuando Monk se sentó, surgió un esqueleto de atrás de la barra, donde había estado sentado en un taburete. El esqueleto se acercó a Monk. Monk pidió un whisky con hielo y el esqueleto estiró los brazos y empezó a prepararlo. Derramó un poquito de whisky en la barra, pero logró servir lo que había pedido Monk y agarrar el dinero, meterlo en la caja y devolver el cambio justo.
-¿Qué pasa? –le preguntó Monk a la dama-. ¿Es que aquí no permiten gente del sindicato?
-Qué joder -dijo la dama-, eso es un truco de Billy. ¿Es que no ves los jodidos cables? Lo dirige con cables. Le parece muy divertido.
-Curioso lugar -dijo Monk-. Apesta a muerte.
-La muerte no apesta -dijo la dama-. Sólo lo vivo apesta, sólo lo que agoniza, sólo lo que se pudre apesta. La muerte no apesta.
Una araña descendió de pronto entre ellos colgando de un hilo invisible e hizo un leve giro. Era dorada, en aquella penumbra. Luego, corrió de nuevo hilo arriba y desapareció.
-Vive de las moscas del bar -dijo la dama.
-Dios santo, este sitio está lleno de chistes malos.
La dama se tiró un pedo.
-Un beso, para ti -dijo.
-Gracias -dijo Monk.
Un borracho, que estaba al otro extremo de la barra, metió dinero en la máquina de discos y el esqueleto salió de atrás de la barra y caminó hasta la dama e hizo una reverencia. La dama se levantó y bailó con el esqueleto. Dieron vueltas y vueltas. No se veía en el bar más gente que la dama, el esqueleto, el borracho y Monk. Era una noche de poco ajetreo. Monk encendió un Pallmall y siguió bebiendo. Terminó la pieza y el esqueleto volvió atrás de la barra y la dama volvió a sentarse al lado de Monk.
-Todavía recuerdo -dijo la dama- cuando venían aquí todas las celebridades, Bing Crosby, Amos y Andy, los Three Stooges. Este sitio estaba muy bien.
-Me gusta más así -dijo Monk.
La máquina de discos volvió a marchar.
-¿Baila? -preguntó la dama.
-¿Por qué no? -dijo Monk.
Se levantaron y empezaron a bailar. La dama llevaba un vestido color espliego. Olía a lilas. Pero era muy gorda y tenía la piel color anaranjado y la dentadura postiza parecía masticar lentamente un ratón muerto.
-Este sitio me recuerda a Herbert Hoover -dijo Monk.
-Hoover fue un gran hombre -dijo la dama.
-Las bolas -dijo Monk-. Si no hubiera llegado Franky D. nos habríamos muerto de hambre.
-Franky D. nos metió en la guerra -dijo la dama.
-Bueno -dijo Monk-, tenía que protegernos de las hordas fascistas.
-No me hables de las hordas fascistas -dijo la dama-. Mi hermano murió luchando contra Franco en España.
-¿Brigada Abraham Lincoln? -preguntó Monk.
-Brigada Abraham Lincoln -dijo la dama.
Bailaban muy juntos, y de pronto la dama le metió a Monk la lengua en la boca. Él la expulsó de un lengüetazo. La lengua de aquella dama tenía gusto a sellos de correos viejos y a ratón muerto. Terminó la pieza. Volvieron a la barra y se sentaron.
El esqueleto se acercó. Llevaba un vodka con naranja en una mano. Se paró frente a Monk y le tiró el vodka con naranja en la cara. Después se fue.
-¿Pero qué le pasa? -preguntó Monk.
-Es celosísimo -dijo la dama-. Vio que te besaba.
-¿Y a eso le llamás un beso?
-He besado a algunos de los hombres más grandes de todos los tiempos.
-Me lo imagino... A Napoleón, a Enrique VIII y a Julio César...
-Un beso, para ti -dijo.
-Gracias -dijo Monk.
-Creo que me estoy poniendo vieja -dijo la dama-. Hablamos de prejuicios pero nunca hablamos del prejuicio que tienen todos contra los viejos.
-Sí -dijo Monk.
-Pero, en realidad, no soy vieja -dijo la dama.
-No -dijo Monk.
-Todavía tengo la regla -dijo la dama.
Monk le hizo una seña al esqueleto pidiendo otros dos tragos. La dama también pasó a tomar whisky con hielo. Los dos tomaron lo mismo. El esqueleto volvió y se sentó.
-Sabes -dijo la dama-, yo estaba allí cuando Baby Ruth tenía dos tiradas y apuntó a la pared y a la siguiente lanzó la pelota por encima de la pared.
-Creí que eso era un mito -dijo Monk.
-Un mito las bolas -dijo la dama-. Yo estaba allí. Y lo vi todo.
-Sabés -dijo Monk-, es maravilloso. Sabés, es la gente excepcional la que hace girar el mundo. Es como si hicieran los milagros por nosotros, mientras nosotros andamos por ahí divirtiéndonos.
-Sí -dijo la dama.
Se sentaron y bebieron. Afuera, se oía el tráfico subir y bajar por Hollywood Boulevard. El rumor era persistente, como la marea, como las olas, casi como un océano; y era un océano: allá fuera había tiburones y barracudas y medusas y pulpos y rémoras y ballenas y moluscos y esponjas y lisas, la tira de peces. Allí dentro parecía más bien una pecera.
-Yo estaba allí -dijo la dama- cuando Dempsey estuvo a punto de matar a Willard. Jack salía directo del furgón, furioso como un tigre hambriento. Nunca se vio cosa igual, ni antes ni después.
-¿Y decís que todavía tenés la regla?
-Así es -dijo la dama.
-Dicen que Dempsey tenía cemento o yeso en los guantes, dicen que los empapó en agua y dejó que se endurecieran; que por eso liquidó a Willard como lo hizo -dijo Monk.
-Eso es una mentira asquerosa -dijo la dama-. Yo estaba allí, yo vi aquellos guantes.
-Me parece que estás loca -dijo Monk.
-También lo dicen de Juana de Arco -dijo la dama.
-Supongo que viste a Juana de Arco en la hoguera -dijo Monk.
-Yo estaba allí -dijo la dama-. Yo lo vi.
-Mentira.
-Ardió. Yo la vi arder. Fue tan horrible y tan bello.
-¿Qué tenía de bello?
-Cómo ardía. Empezó por los pies. Era como un nido de serpientes rojas, que se le enroscaban en las piernas y subían, y luego era como una cortina roja llameante; tenía la cara alzada hacía arriba, y notabas el olor de la carne quemada y todavía estaba viva pero no lanzó ni un chillido, ni un grito. Movía los labios, y rezaba, pero no gritó.
-Macanas -dijo Monk-. Cómo no iba a gritar.
-No -dijo la dama-. Hay gente que es distinta.
-La carne es carne y el dolor, dolor -dijo Monk.
-Subestimás el espíritu humano -dijo la dama.
-Sí -dijo Monk.
La dama abrió el bolso.
-Mirá, te voy a enseñar algo.
Sacó una caja de fósaforos, encendió una y extendió la palma de la mano abierta. Puso el fósforo debajo de la palma y lo dejó allí hasta que se apagó. Brotó un aroma dulzón a carne quemada.
-Estuvo muy bien -dijo Monk-. Pero no es todo el cuerpo.
-No importa -dijo la dama-. El principio es el mismo.
-No -dijo Monk-. No es lo mismo.
-Cojones -dijo la dama.
Se levantó y colocó un fósforo prendido en el dobladillo de su vestido color espliego. Era una tela fina, como gasa, y las llamas empezaron a lamerle las piernas y empezaron a subirle hacia la cintura.
-¡Dios santo! -dijo Monk-. ¿Pero qué carajo hacés?
-Demostrarte un principio -dijo la dama.
Las llamas se elevaron más. Monk saltó del taburete y derribó a la dama. La hizo rodar por el suelo una y otra vez, apagando las llamas del vestido con las manos. Por fin el fuego se extinguió. La dama volvió al taburete y se sentó. Monk se sentó a su lado, temblando. El camarero se acercó. Llevaba una camisa blanca limpia, chaleco negro, pajarita, pantalones a rayas azules y blancas.
-Lo siento, Maude -le dijo a la dama-. Pero tenés que irte. Por esta noche alcanza.
-Está bien, Billy -dijo la dama; vació su vaso, se levantó y fue hasta la puerta.
Antes de salir, le dio las buenas noches al borracho que había al otro extremo de la barra.
-Dios santo -dijo Monk-, esta mujer es demasiado.
-Volvió a hacer el número de Juana de Arco, ¿verdad? -preguntó el camarero.
-¡Qué joder! Usted lo vio, ¿no?
-No, yo estaba hablando con Louie -señaló al borracho del otro extremo de la barra.
-Creí que usted estaba arriba manejando esos cables.
-¿Qué cables?
-Los cables del esqueleto.
-¿Qué esqueleto? -preguntó el camarero.
-No se haga el vivo conmigo -dijo Monk.
-¿Pero de qué me está hablando?
-Aquí había un esqueleto sirviendo. Si hasta bailó con Maude y todo.
-Oiga, amigo, yo he estado aquí toda la noche -dijo el camarero.
-Ya le dije que no trate de hacerse el vivo conmigo.
-No lo estoy jodiendo -dijo el camarero.
Después se volvió hacia el borracho que estaba al extremo de la barra:
-Louie, ¿vos viste algún esqueleto aquí?
-¿Un esqueleto? -preguntó Louie-. ¿Pero de qué me hablás?
-Explícale a este individuo que yo he estado aquí atrás de la barra toda la noche -dijo el camarero.
-Sí, amigo, Billy ha estado aquí toda la noche y ninguno de los dos hemos visto ningún esqueleto.
-Póngame otro whisky con hielo -dijo Monk-. Tengo que tratar de salir de aquí.
El camarero le sirvió el whisky con hielo. Monk se lo bebió y al final logró salir de allí.
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