QUINTA ENTREGA
La abertura hacia el Mundo hace al hombre religioso capaz de conocerse al conocer el Mundo, y este conocimiento le es preciso por ser religioso, por referirse al Ser.
Para los modernos desprovistos de religiosidad, el cosmos se ha vuelto opaco, inerte, mudo: no transmite ningún mensaje, no es portador de ninguna clave.
El sentimiento de la santidad en la Naturaleza sobrevive hoy día en Europa, especialmente en las poblaciones rurales, porque es allí donde subsiste un cristianismo vivido como liturgia cósmica.
Los ritos de tránsito desempeñan un papel importante en la vida del hombre religioso.
Para el hombre irreligioso, el movimiento, el matrimonio, la muerte son acontecimientos que sólo interesan al individuo y a su familia.
En una perspectiva irreligiosa de la existencia, estos tránsitos han perdido su carácter ritual.
Una experiencia drásticamente irreligiosa de la vida total se encuentra muy rara vez en estado puro, incluso en las sociedades más secularizadas.
Lo que se encuentra en el mundo profano es una secularización radical de la muerte, del matrimonio y del nacimiento, pero subsisten vagos recuerdos y nostalgias de comportamiento religiosos abolidos.
En cuanto a la iniciación, ésta comporta generalmente una triple revelación: la de lo sagrado, la de la muerte y la de la sexualidad.
La iniciación equivale a la madurez espiritual, y en toda la historia religiosa de la humanidad reencontramos siempre este tema: el iniciado, el que ha conocido los misterios, es el que sabe.
Cualquiera que sea el contexto histórico en que esté inmerso, el hombre religioso cree siempre que existe una religiosidad absoluta, lo sagrado, que trasciende este mundo, pero que se manifiesta en él y, por eso mismo, lo santifica y lo hace real.
El hombre irreligioso rechaza la trascendencia, acepta la relatividad de la realidad e incluso llega a dudar del sentido de la existencia.
Sólo en las modernas sociedades occidentales se ha desarrollado plenamente el hombre irreligioso.
El hombre moderno irreligioso asume una nueva situación existencial: se reconoce como único sujeto y agente de la historia, y rechaza toda llamada a la trascendencia. No llegará a ser él mismo hasta el momento en que se desmitifique radicalmente. No será verdaderamente libre hasta no haber dado muerte al último dios.
En última instancia, el hombre moderno irreligioso asume una existencia trágica y que su elección existencial no está exenta de grandeza. Pero este hombre irreligioso desciende del homo religiosus y, lo quiera o no, es también obra suya, y se ha constituido a partir de las situaciones asumidas por sus antepasados.
En suma, es el resultado de un proceso de desacralización.
El hombre irreligioso en estado puro es un fenómeno más bien raro, incluso en la más desacralizada de las sociedades modernas.
La mayoría de los hombres sin religión se siguen comportando religiosamente, sin saberlo.
Finalmente, en la medida en que el inconsciente es el resultado de innumerables experiencias existenciales, no puede dejar de parecerse a los diversos universos religiosos. Pues la religión es la solución ejemplar de toda crisis existencial, no sólo porque es capaz de repetirse indefinidamente, sino también porque se la considera de origen trascendente y, por consiguiente, se la valora como revelación recibida de otro mundo, trans-humano.
La solución religiosa no sólo resuelve crisis, sino que al mismo tiempo deja a la existencia abierta a valores que ya no son contingentes y particulares, permitiendo así al hombre el superar las situaciones personales y, a fin de cuentas, el tener acceso al mundo del espíritu.
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