viernes

KIERKEGAARD Y LA FILOSOFÍA EXISTENCIAL - LEON CHESTOV


(Vox clamantis in deserto)
traducción de José Ferrater Mora

VIGESIMOCTAVA ENTREGA

XII
EL PODER DEL CONOCIMIENTO (1)

La superstición atribuye a la objetividad el poder de la cabeza de Medusa, el poder de petrificar la subjetividad. Y esta falta de libertad no permite ya al hombre destruir el hechizo.
KIERKEGAARD.

Lo ético eterno no puede dar nada al hombre, pero sabe exigir. Hasta se puede decir que cuanto menos da, más exige. Si Kierkegaard hubiese querido ir “hasta el fin”, habría tenido que contestar a las palabras del Evangelio respecto al sol que sale para los pecadores y para los justos con los mismos términos con que respondió a Falstaff. Y aun cuando la forma de la respuesta sea algo distinta, tal es, en el fondo, el sentido de los Discursos edificantes reunidos en el volumen titulado La vida y las obras del amor. Están enteramente consagrados a explicar la afirmación de que la esencia de las relaciones entre el hombre y Dios está definida por el mandamiento siguiente: “tú debes amar”. Tú debes amar a Dios, tú debes amar a tu prójimo, tú debes amar los sufrimientos y los horrores de la vida, tú debes, tú debes… Cuando Kierkegaard comienza a hablar acerca del “tú debes”, no termina nunca. La idea de que se podría sustituir la relación entre el hombre y Dios por el “tú debes” le parece inaudita, monstruosa. No teme declararlo abiertamente: “La época horrible de la esclavitud ha terminado: ¿se cree dar un paso más si se suprime la dependencia en la que el hombre vive respecto a Dios? Y, sin embargo, todos los hombres (no por el hecho de su nacimiento, sino por el hecho de haber sido creados de la Nada) le pertenecen de un modo más radical del que un esclavo ha podido nunca pertenecer a su amo terrestre.”(1)

Kierkegaard no ha encontrado esto ciertamente en la Biblia. En ella leemos, en efecto, las palabras siguientes: sois dioses e hijos del Muy Alto. Y en el Evangelio de San Juan (X, 34) se nos repite: sois dioses. Si recordamos que en sus obras anteriores Kierkegaard escribía que la “La ética considera que cada hombre es esclavo suyo”, adivinaremos sin dificultad de dónde extrae la idea fija que le ha inducido a comparar las relaciones entre el hombre y Dios con las existencias entre el siervo y el amo. Hay en esto, en cierto sentido, un riguroso encadenamiento lógico: las relaciones entre el hombre y los mandamientos de la ética, así como entre el hombre y las “leyes” de la razón, ofrecen el carácter de una sumisión absoluta, servil, tanto más terrible y nefasta para el hombre cuanto que ni la moral ni la razón pueden en lo más mínimo, y puesto que carecen de voluntad, atenuar sus exigencias. Kierkegaard comete un error sólo cuando afirma que los hombres han suprimido el “tú debes” en sus relaciones con Dios. Lo cierto es lo contrario: de todo lo que vinculaba a los hombres con Dios sólo le queda al hombre contemporáneo el “tú debes”. El mismo Dios ha dejado de existir para mucha gente desde hace largo tiempo, pero el “tú debes” ha sobrevivido a Dios. Kierkegaard ha podido blandir su “tú debes” contra Falstaff, y se ha expresado entonces con tal autoridad, que bien hubiese podido causar una gran impresión en el corpulento caballero. En todo caso, Falstaff hubiese podido creer más fácilmente en Kierkegaard y en aquella “eternidad” que absorbe todo lo pasajero, que en las narraciones de la Biblia donde se nos habla de un Dios sin cuya voluntad no puede caer un cabello de la cabeza del hombre. Pues la “experiencia” y el “razonamiento” le confirman a Falstaff la existencia en el mundo de una fuerza que arrebata a los hombres cuanto poseen de más precioso, y le testimonian, por otro lado, que no existe en el mundo una fuerza capaz de devolver a los hombres lo que les ha sido arrebatado. Y, evidentemente, jamás se podrá convencer a Falstaff de que puede oponer lo Absurdo a la experiencia y al razonamiento. Probablemente no ha leído a Platón, pero tiene la suficiente perspicaica para comprender por sí mismo que la mayor desdicha que puede ocurrirle a un hombre consiste en despreciar la razón y confiar su suerte a lo Absurdo. Como todo ser inteligente, ve con plena claridad que la lucha contra la verdad objetiva no puede desembocar en nada, y que la verdad objetiva se halla fundada en esa Necesidad increada que jamás retrocede ante nada. Si hubiera poseído algo, por poco que fuera, de cultura filosófica, habría percibido fácilmente el vínculo orgánico que existe entre lo necesario y la ética, pues este vínculo ha sido establecido por la razón, cuyos beneficiosos resultados ha podido apreciar perfectamente en el curso de su larga existencia. Pero Kierkegaard se burlaba de la objetividad. En El concepto de la angustia escribía: “La superstición atribuye a la objetividad el poder de la cabeza de Medusa, el poder de petrificar la subjetividad. Y esta falta de libertad no permite ya al hombre destruir el hechizo.” ¿Y no es él quien nos aseguraba que “las deducciones de la pasión son las únicas seguras, las únicas convincentes? ¡Cuántas veces y con qué pasión insiste sobre esto! Y, a pesar de todo, se deja tentar por la ética, que le seduce justamente por su objetividad, por su inmutabilidad, contra las cuales se había siempre puesto en guardia y contra las cuales también había puesto siempre en guardia a los otros. También la “ley” inmutable, implacable, obligatoria para todos, en la cual se fundan las posibilidades enunciadas por la razón, se oculta tras el “tú debes” ético, indiscutible e imperioso.

Notas
1) Discursos edificantes, III, 121; véase ib., pág. 114: “Todos los hombres son siervos de Dios.”

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+