miércoles

APOLOGÍA DE SÓCRATES - PLATÓN


SEXTA ENTREGA

SEGUNDA PARTE

SÓCRATES ES DECLARADO CULPABLE

COMENTARIO DE LA SENTENCIA

No me ha sorprendido ni indignado, oh atenienses, esta condena que acabáis de sellar con vuestro voto. Entre otras muchas razones, porque no me ha resultado inesperada; más bien me sorprende que haya habido un número tan elevado de votos a mi favor; no sospechaba que se resolvería así, sino que esperaba muchos más votos en mi contra. Podéis ver que los resultados se habrían trastocado si sólo treinta personas más hubieran votado mi absolución.

Por de pronto, de la acusación de Meletos, según las cuentas que yo me he hecho, he quedado plenamente absuelto; no sólo eso: sin la comparecencia de Anitos y Licón, parece evidente que Meletos habría sido condenado a pagar la multa de mil dracmas por no haber alcanzado la quinta parte de los votos exigidos.

LA CONTRAPROPUESTA

Ahora, este hombre propone la pena de muerte para mí. Bien, ¿y qué contrapuesta os voy a hacer, atenienses? Ciertamente, voy a proponer la que creo merecer. ¿Que cuál es? ¿Qué pena o castigo tengo que sufrir por haberme empeñado tozudamente en no querer una vida tranquila y cómoda, por descuidar lo que preocupa a la mayoría de las personas -sus bienes, sus intereses personales, la dirección de los ejércitos, los discursos en la Asamblea, el ejercicio de cargos públicos-, por permanecer neutral ante coaliciones y revueltas, por considerar que soy demasiado honrado para poder salir ileso si intervengo en la política? Jamás me he ocupado de cosas que no pudieran reportar alguna utilidad a vosotros o a mí, y siempre he preferido hacer el máximo bien a cada uno, tratando de convencerle de que aplicara sus energías a buscar la sabiduría antes que sus propios intereses, y que se ocupara del Estado antes que de los intereses del Estado, y que así procediera en todos los asuntos.

MANTENIMIENTO A COSTA DEL ESTADO

Ahora bien, ¿qué debo sufrir por todo esto? Ciertamente, algún bien, atenienses, si de verdad hay que ser ecuánimes y actuar con arreglo a los merecimientos. ¿Y qué bien puede ser más apropiado para un pobre benefactor que necesita todo el tiempo posible para dar consejos a sus conciudadanos? Sin duda sólo hay una recompensa que haga justicia a esos merecimientos: mantenerle a costa del Estado en el Pritaneo, y con mayores merecimientos que cualquiera de los ganadores de alguna carrera de caballos o de carros por parejas o de cuadrigas que se celebran en Olimpia. Pues mientras éstos os hacen creer que os dan la felicidad, yo os hago felices de verdad y, por otro lado, ellos no necesitan vuestras pensiones y yo sí. En resumen, si de verdad debo proponer la condena que merezco según la justicia, ésa es la que propongo: ser mantenido a costa del Estado en el Pritaneo.

¿CUÁL SERÍA EL CASTIGO JUSTO?

Tal vez al oír esta proposición y ver el tono que uso, se repita en vosotros la misma impresión que cuando hablaba de recurrir a lágrimas y súplicas: que os parezca arrogante mi comportamiento. Pero no es esta mi intención, atenienses; ésta es la única verdad: no tengo conciencia de haber hecho nunca voluntariamente mal a nadie, aunque no he podido convenceros a la mayoría de vosotros, porque no ha habido tiempo suficiente para ello.

Pues creo que si entre vosotros fuera ley lo que es costumbre en otros pueblos, es decir, en cuestiones de pena capital no dictar sentencia en el mismo día del juicio, sino uno o varios días después, estoy persuadido de que os lograría convencer; pero ahora no es fácil rechazar tan graves cargos en tan corto espacio de tiempo.

Estando convencido, como estoy, de no haber hecho mal a nadie injustamente, es lógico que tampoco me lo haga a mí mismo hablando como si mereciera un castigo o me condenara a mí mismo.

¿Qué tengo que temer? ¿Tal vez sufrir lo que Meletos propone contra mí, cosa que, repito, aún no sé si es un bien o un mal? ¿Voy a decantarme hacia las cosas que sé que son malas y proponer contra mí algún castigo concreto? ¿Tal vez la cárcel? ¿Y por qué tengo que encerrarme en una cárcel, a merced de los que vayan ocupando anualmente el cargo de los Once, que son los vigilantes?

¿O debo tal vez proponer una multa y prisión hasta que no haya pagado el último plazo? Estamos en lo mismo: debería estar siempre en la cárcel, pues no tengo con qué pagar.

¿Me condenaré al exilio? Quizá sea ésta la pena que a vosotros más os satisfaga. [5] Pero debería estar muy apegado a la vida y muy ciego para no ver que si vosotros, mis paisanos, no habéis podido soportar mis interrogatorios ni mis tertulias, sino que os han resultado molestos hasta el extremo de querer libraros de ellos, ¿cómo voy a esperar que unos extraños los soporten con más generosidad?

Es evidente que no lo soportarían, atenienses. Y, ¡vaya espectáculo el mío! A mis años escapando de Atenas, vagando de ciudad en ciudad, convirtiéndome en un pobre desterrado. Bien sé que en cualquier parte vendrían los jóvenes a escucharme con agrado, igual que aquí. Pero si los rechazara, serían ellos los que rogarían a sus ancianos que me exiliaran de su ciudad, y si los acogiera, serían sus padres y familiares los que no pararían hasta hacerme la vida imposible y tendría que volver a huir.

Oigo la voz de alguien que me recomienda: "Pero Sócrates, ¿no serás capaz de vivir tranquilamente, en silencio, lejos de nosotros?" Éste es el sacrificio mayor que podéis pedirme, pues se trataría de desobedecer al dios y yo jamás podría quedarme tranquilo si renunciara a mi misión. Y aunque no me creáis y penséis que hablo con evasivas, debo deciros que el mayor bien para un humano es mantener los ideales de la virtud con sus palabras y tratar de los diversos temas, examinándome a mí mismo y a los demás, pues una vida sin examen propio y ajeno no merece ser vivida por ningún hombre, me creáis o no. Las cosas son así, aunque sé lo difícil que es convenceros.

OFERTA DE UNA MULTA

Tampoco soy de los que aceptan con agrado condenas injustas. Si me sobrara el dinero, me habría puesto una multa soportable, que no representara un perjuicio para mí. Pero como no lo tengo, sois vosotros los que debéis tasar la multa. Tal vez, rebuscando, podría pagaros hasta una mina de plata. Ésta es la suma que os propongo. Algunos de los presentes, como Platón, Critón y Critóbulo, me instan a elevar la multa hasta treinta minas, de las que ellos se hacen fiadores. Propongo, pues, esta nueva suma. Y tendréis en ellos a unos fiadores de total solvencia.

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