lunes

16 ENTREVISTAS CON JOSÉ LEZAMA LIMA - FÉLIX GUERRA


PARA LEER DEBAJO DE UN SICOMORO

SEGUNDA ENTREGA

INTRODUCCIÓN AL PASADO: SABER SER DIGNAMENTE (2)

Cheque en blanco y ensayo coagulador

Soy invitado a la casa: Trocadero 162. Café. María Luisa, la esposa. Baldomera, alias Baldovina. Conozco su alfombra de viajar: el sillón. El asma es una atmósfera adicional en un entorno donde pulula el libro y el polvo de los libros: el nebulizador aguarda inminente para entrar en acción. Pláticas. De vez en cuando anoto algo en las agendas. Otras acciones y palabras las conservo en la memoria (cuando llegaba de regreso a mi rincón corría a mecanografiar recuerdos). En algún momento José intuye algo e interroga. “Quizá lo someto a un interrogatorio en el que me abstengo de hacer preguntas para no restar al fluido o la espontaneidad”.

No objeta. Lo frecuento más y más a menudo anoto en las agendas cambiantes, porque también aquella es una época de vacas gordas para las agendas: ese imperio íntimo de papel (con destino a funcionarios, dirigentes, personal administrativo y hasta periodistas inmersos en continuas reuniones y consejos y asambleas y forums y congresos) que comenzó a debilitarse solo con la caída del socialismo europeo a fines de los 80 y comienzos de los 90).

A punto de concluir 1967, aquel colega que leía Dador y reclamaba Dador y yo coincidíamos en la revista Cuba Internacional y poníamos en movimiento el sueño común de una edición especial dedicada al Che. Tras la muerte del guerrillero en Bolivia y en los primeros meses de 1968, Lezama publica en la revista Casa de las Américas su breve ensayo “Ernesto Guevara, comandante nuestro”. Tal vez la memoria y la ambición me engañan, pero creo recordar que por esa fecha Froilán Escobar y yo habíamos hablado in extenso con el amigo gordo sobre el Che, en un intercambio ardoroso y conceptual. De manera que a nosotros su breve y sustancial abordaje nos pareció que arrastraba fragmentos espirituales de aquellas charlas. Eso alentó el proyecto que definitivamente emprendimos en 1969 y se publicó en 1970. Un ejemplar de Che Sierra adentro, dedicado a dúo, fue a parar a manos de José Lezama. El poeta y maestro que extendió un cheque en blanco con su alto reconocimiento y dijo soportar mejor el asma de aquellos días por la ilusión enfática de que su ensayo coagulador de sueños nos había atinado a Froilán y a mí en el justo centro de los moropos.

También por esos días el colega de la prensa y yo comentábamos risueños el azar concurrente de aquellos encuentros en Carlos III, cuando Dador premonitoriamente fue un préstamo y un reclamo en las cercanías del Instituto de Lingüística. Para corroborar el aserto, mostré a Froilán un ejemplar de Dador, idéntico al suyo, pero con una dedicatoria que decía: “Para Félix Guerra, cuya inicial poética nos da una verdadera alegría. Con afectos de J. Lezama Lima. Noviembre de 1965.”

¿Qué tal de resonancias?

La labor de tomar notas continúa bajo la aparente indiferencia de Lezama. Un día hasta grabamos dos cintas con una grabadora que me presta por una semana el poeta Wichy Nogueras, conocido también con el alias de Cabeza de Zanahoria (dado el rojo pajizo de su cabello y el título de su poemario inicial). En 1970 ocurren dos sucesos que sólo debieron ser uno. Uno, la publicación de Valoración múltiple (sobre Lezama) que publica Casa de las Américas: se trata de un reconocimiento en grande de la labor como ensayista, novelista y poeta del amigo gordo, cuyo repentino encumbramiento no varió un ápice su hospitalidad y candor. Dos, tras la publicación de Che Sierra adentro, conseguida en prolongadas caminatas por la Sierra y más de un centenar de entrevistas con campesinos y combatientes localizados casi siempre en el escenario de los hechos, la incomprensión acumula alrededor nuestras oscuras y cargadas fermentaciones: era la uña afilada de cierta bárbara burocracia de turno (que luego el viento y el tiempo se llevaron). Froilán y yo no pudimos recoger lauros del trabajo y emprendíamos una retirada que nos excluía por tiempo indefinido de los medios periodísticos y parcialmente de los literarios.

Debo explicar de qué manera además la Valoración múltiple sobre Lezama me golpeaba a mí en pleno mentón. Allí venía condensado y listo para consumir mucho más del setenta por ciento de lo que acumulaban mis lentas agendas. La excelente Valoración de Pedro Simón trillaba un camino que yo creía intocado. Mi carga quedaba irremediablemente sin valor.

Visito a Lezama. Lo felicito. Pero sin poder esconder del todo mis aflicciones. Pregunta. Explico la doble angustia. Se produce una pausa, un palpable silencio, quizás el primero durante las muchas horas-plática acumuladas. “¿Y usted qué va a hacer ahora? ¿Se quedó además sin proyecto?” -pregunta Lezama. Opino que con respecto a nuestra larga entrevista al menos algún remedio se podía intentar, pero que él debía meditar si gastaba más tiempo con un desempleado que ahora de momento no sabía dónde podía publicar sus cosas. “¿En qué consistiría tal remedio?”. Bien, digo, en recomenzar de cero. Salir de los caminos conocidos e improvisar un juego con otras coordenadas. Le convido a un carnaval aparte. Salimos de sus inmensos terrenos e invadimos territorios más allá de las fronteras. Yo preguntaría de todo, de cualquier cosa. Usted respondería lo que le viniera en ganas. Usted tendría la opción de rechazar y yo de insistir. Nos iríamos a temas quizás menos cultos en el sentido cultural pero igualmente con su cultura. Sacaríamos a flote un Lezama desconocido, impensado. Deambularíamos por callejas que develen, iluminen, revelen, aclaren, completen. Por desfiladeros que nos obliguen a remover sesos y neuronas. ¿Demasiado ambicioso o demasiado molesto para usted? ¿Sueño de una noche de verano?

Lezama chupa largo del tabaco que hoy mismo, anuncia, le ha regalado Reynaldo González. La disnea esa tarde no le perturba la sonrisa. Lanza una parrafada dialogal. No entiendo. Otra vaharada suya pasa rozando, pero mi ansiedad y expectación me impiden descifrar. Una impresión sí va tomando cuerpo en el aire, hasta que al fin Lezama le pone barro comprensible en los pies y en la cabeza. Hoy él, José Feliz, desea ser solidario con el Infeliz Félix. ¿De cero dice? Acepta. Trato hecho. Recomencemos. “A ver: saque usted agenda de su repertorio. Oh, ¿qué seríamos sin las agendas?”. Aclaro, atrapado entre las sorpresas, que ese día no traigo agendas. Mañana, lo juraba, traería una docena de ellas. Distensión. El buen humor y el optimismo recobran despacio sus territorios. Lezama solicita: “María Luisa, por favor. ¿Quieres traernos dos copitas chicas del vino tinto que decapitamos ayer (un regalo -dijo- de Manuel Moreno Fraginals)?: queremos ahora celebrar algunas victorias y algunas afortunadas desgracias”. Vino (de algún viñedo español situado en la distancia). Y de nuevo a la labor. “¿Qué tal ahora de resonancias, joven?”.

Una cadena de victorias

Las entrevistas que siguen son el resumen en fin de un trabajo comenzado a mediados de los 60, recomenzado en 1970 y abruptamente cortado en la mitad de 1976. La marea del reconocimiento a su obra crece fuera y dentro. Su ascenso recuerda una epopeya del béisbol: cuando un equipo sotanero y ajeno al público eslabona sensacionalmente una cadena de victorias que lo conducen a la cumbre del triunfo y la popularidad.

En 1986 retorno a un órgano de la prensa. Reviso las viejas agendas y papeles. Saco todo a la luz del día. Rememoro, reconstruyo, transcribo, adivino brillos en mis propios garabatos. En 1993 publico, al fin, en la revista Bohemia y en La Gaceta de Cuba (literaria), un grupo de aquellas entrevistas. A menudo viene a la memoria una frase de Lezama, lector recurrente de Proust y criatura tan ansiosa por los avisos que le llegaban de todas partes para que se apurara, como por los tiempos perdidos y de alguna manera recuperados.

-Yo veré esas entrevistas publicadas. Depende de cuánta velocidad se imprima usted mismo. Pero si no las veo, conozco sobre qué disertan y cómo se iluminan, y esa novedad me acerca un airoso viento de júbilo. Para merecer algunas vigencias venideras hay también que saber dignamente el pasado.

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