miércoles

JOHN DONNE (1572 – 1631)


DEVOCIONES

(versión y prólogo de Alberto Girri)
DECIMOCUARTA ENTREGA

XVI

Et properare meum clamant, è Turre propinqua, Obstreperae Campanae aliorum in funere, funus
Las campanas de la Iglesia vecina diariamente me recuerdan mi entierro en los funerales de los demás

Tenemos a mano un autor que escribió un discurso sobre las campanas cuando estuvo prisionero en Turquía. Cuánto pudo haberse extendido, si hubiera sido mi compañero de prisión en este lecho de enfermedad, tan cerca de ese campanario, que nunca cesa de tañer, no más que la armonía de las esferas, pero más oído. Cuando los turcos tomaron Constantinopla, fundieron las campanas en cañones, pero ninguna de ellas me ha impresionado tanto como estas campanas. He yacido cerca de un campanario, en el cual se dice que hay más de treinta campanas; y cerca de otro, donde hay una tan grande que se dice que el badajo pesa más de seiscientas libras, y sin embargo nunca me sentí tan impresionado como aquí. Aquí apenas si pueden las campanas solemnizar el funeral de alguna persona, pero yo ya sé que la conocí, o sé que era vecina mía; vivimos una vez en casas cercadas una de la otra, pero ahora él ha dio a esa casa a la que debo seguirlo. Hay una manera de corregir a los hijos de grandes personajes, y es que otros niños sean castigados en lugar de ellos, y en sus nombres, y esto obra sobre ellos, que por cierto merecían más el castigo. Y cuando estas campanas me dicen que, ya uno, ya otro, son enterrados, ¿no debo reconocer que han recibido el castigo que yo merezco, y pagado la deuda que yo debo? Hay un cuento sobre la campana de un monasterio, la cual, cuando alguien de los de la casa estaba enfermo de muerte, sonaba siempre voluntariamente, y así se sabía lo inevitable del hecho. Sonó una vez, cuando nadie estaba enfermo; pero al día siguiente uno de los de la casa se cayó del campanario, murió, y la campana conservó la reputación de profética. Si estas campanas que llaman ahora a un funeral, no estuvieran destinadas a nadie, ¿no podría ser yo, a la hora del funeral, quien les proporcionara su finalidad? ¿Cuántos hombres que asisten a una ejecución, si preguntaran por qué muere ese hombre, no escucharían condenar sus propias faltas, y se verían ellos mismos ejecutados por procuración? Apenas oímos de un hombre que se destaca pensamos en nosotros, que muy bien podríamos haber sido ese hombre; ¿por qué no podría yo haber sido ese hombre, que ahora es conducido a su tumba? ¿Podría yo aprestarme a estar de pie, o sentado en el lugar de cualquier hombre, y no para yacer en la tumba de alguno? Puedo carecer de muchas de las partes buenas de los más humildes, pero no me falta nada de la mortalidad de los más débiles; ellos pueden haber adquirido mayores talentos que yo, pero yo nací destinado a tantos achaques como ellos.

Ser un beneficiario acostado en una tumba, ser un doctor enseñando mortificación con el ejemplo, muriendo; aunque yo tenga antecesores, y otros sean mayores que yo, sin embargo yo he cursado aceleradamente en una buena universidad, y avanzado un gran trecho en poco tiempo, mediante la ayuda de una vehemente fiebre; y quienquiera fuese el que estas campanas entierran hoy, si él y yo hubiésemos sido comparados ayer, acaso yo hubiera sido estimado, entonces, el más a propósito para adelantármele. Dios ha conservado en sus propias manos el poder de la muerte, para que nadie pueda sobornar a la muerte. Si el hombre conociera el beneficio de la muerte, el alivio de la muerte solicitaría, provocaría a la muerte para que lo auxilie, por cualquier medio que pudiera emplear. Pero tal como, cuando los hombres ven a muchos de su misma profesión ensalzados, brota la esperanza de que eso pueda ocurrirles a ellos, así también, cuando estas frecuentes campanas me dicen de tantos funerales de hombres como yo, me manifiestan, no un deseo de que venga, sino un consuelo cuando quiera que el mío llegue.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+