domingo

LUCÍA DELBENE



EL ALFABETO DE LO ETERNO
Lucía Delbene (Uruguay, 1974) es poeta, ensayista y docente. En 2002 ganó el concurso de cuentos organizado por la revista Cantá odiosa con el texto La homicida de las flores. Ha publicado los poemarios Garza en garza (2009) y Taurolabia (2012), obteniendo con este último el Primer Premio del concurso de poesía "REVISTA LO QUE VENDRÁ"
Ha sido invitada por Hugo Giovanetti Viola y Federico Miralles a participar en el recital “Rumor de hipnótico concierto V”, a realizarse el viernes 21 de setiembre en Pocitos Libros, junto al poeta Diego Rodríguez y el cantautor Alessandro Podestá.
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¿Cómo emparentás a tu primer texto publicado en 2002, el cuento La Homicida de las flores, con tus dos poemarios posteriores? ¿Existe ya una búsqueda mítica del origen sagrado y el destino de la comunidad?
 La homicida de las flores fue un textito de juventud que ganó junto con otros en un concurso del IPA, para una revista que llevábamos entre los estudiantes llamada Cantá Odiosa, era un cuento sobre una transformación, el hombre que mutaba a mujer a través de un ritual que consistía en un “floricidio” que la amiga de este personaje cometía como una autoinmolación. Con esa muerte, el protagonista lograba un travestismo total. Tanto en este cuento como en mis otros poemarios, subyace la creencia en las potencias de la destrucción y de la creación como partes de un mismo amalgama, que los hombres y las mujeres hemos sabido formular en los mitos. Para los griegos, eran historias que hablaban de sus orígenes como pueblo, no obstante aquéllos siguen generándose entre los hombres de muchas formas distintas, es una de las capacidades intrínsecas de la memoria y de la identidad de las comunidades, un tema fascinante. Actualmente, sumidos en el mundo financiero de la especulación y de los gigantescos trust económicos, los mitos se han refugiado en las formas fragmentadas del arte del capitalismo, pero considero que estamos ante una etapa de grandes transformaciones en la que se están fundando nuevos relatos que darán luz a una nueva era, espero mucho más colectiva, donde el arte cumple un rol fundamental, a mi entender, la tea que ilumina este sendero incipiente.
 ¿Creés que después del viaje que hiciste a Creta terminó por aparecer el profundo reposo de la perla sanadora?
 Con respecto a esta pregunta, te voy a contar una anécdota que demuestra que el arte se emparenta con la hechicería y otras actividades no muy transparentes desde el punto de vista lógico racional. No sé cuando tomé contacto por primera vez con la mitología minoica. Recuerdo que cuando era bastante joven, me encontré temporariamente recluida en una clínica de salud mental. En ese tiempo realicé una pintura al acrílico sobre el Minotauro: era la escena en que éste desgarraba el pecho de una joven para devorarle el corazón. La pintura quedó en la clínica. El asunto es que varios años después, una amiga me invitó a ir a Gavdós, una isla en Grecia, pues Zanós, amigo de ella, le había contado que era el mejor lugar para conocer lejos de la langosta turística. Yo no tenía ni idea donde era Gavdós. Al guglearlo, cuál no fue mi sorpresa al observar que se encontraba a unos kilómetros al sur de Creta; una isla que es un pequeño cráter de piedra erigida sobre el zafiro del Mediterráneo y que no figura en las rutas de las vacaciones europeas. Los griegos nos contaron la leyenda de Gavdós, creían que aquel islote era originariamente Ogigia, donde vivía la diosa Calipso, quien se enamoró de Ulises y lo retuvo unos cuantos años consigo antes de que pudiera volver a su Itaca natal con el favor de los dioses. Imaginate que al recorrer esos lugares mi imaginación se disparó como un misil, junto a los que en ese momento bombardeaban la ciudad de Trípoli en Libia y que escuchábamos como en la impresionante película Mediterráneo de Gabriele Salvatores, surcar el cielo griego…. En fin, a lo que quería llegar con todo esto es a que estaba escrito que yo iba a llegar hasta Creta, iba a caminar por los senderos de Ulises y del Minotauro, pues ya lo había previsto años antes a través del arte. Por esto cada día me convenzo más de que el arte es una forma poderosa de conocimiento, que nos brindaron para compensar nuestra miserable condición y que la misma tiene una capacidad infinita de sanación para nuestro desconsuelo.         
 Torres García les decía a sus discípulos que para ser un romántico primero hay que ser un clásico, en el sentido de disponer del manejo de herramientas lingüísticas eficazmente ordenadoras del magma primigenio. Personalmente, pienso que esto no se advierte en el trabajo de tres de tus referentes esenciales a la hora de definir una poética femenina en un sentido fuerte en América Latina: Clarice Lispector, Marosa Di Giorgio y Armonía Somers. Tu Taurolabia, en cambio, se inscribe en la contención estructural propia de un Baudelaire, un Mendelshonn o un Cézanne. ¿Se podría hablar de una sofrosine sujetadora del desmelenamiento del Espíritu?
 No creo que en las autoras mencionadas no haya un cuidadoso cultivo de la forma. Sucede que éstas, tres hadas tutelares, trabajan con estructuras lingüísticas más afines a los procedimientos de la narrativa, aunque hoy en día el tema de los géneros, como otras tantas taxonomías que provenían de una tradición positiva, está en cuestión. Como te decía, tanto en Marosa como en Somers y Lispector, existe un discurso sustentado en un andamiaje poético-narrativo, que en Marosa se disuelve más hacia la poesía, y en Clarice, claramente hacia el relato. Pero hay grados intermedios, matices, como un encaje que a veces se hiciera presente por sí mismo y a veces sustituyera el movimiento del vestido de manera sutil. Creo que es un tipo de narración característicamente femenina, en donde las estructuras de una lógica dialéctica, dan paso a corrientes plasmáticas, proteicas, no tan discretas como en la narrativa clásica, tradicionalmente producida por los hombres. Personalmente, creo que el tema formal en el arte de la palabra es de vertebral importancia. Es una manera de ordenar bellamente el caos. La lengua es también una materia compleja, poliédrica, donde existe desde lo puramente sonoro hasta lo abstracto; como barro de la potencia creadora se puede volver un artefacto incontrolable o una herramienta maravillosa que te lleve hasta el arte. Pienso que cuánta más conciencia pueda tener el artista del material con el que trabaja, más posibilidades de extraer del mismo el objeto buscado de su fuga permanente hacia la utopía de la perfección. Para esto no hay recetas y la tradición nos brinda muchas veces una cadencia, una filogenética particular, una estética de la voz humana y una étnica lingüística si se me permite la hibridación, pero tampoco creo en la encriptación definitiva de ninguna forma en particular, sino que cada uno debe buscar sus métodos. La forma y no la fórmula entonces, es el medio, la metáfora, que media hacia lo imposible.
 Lezama Lima legitima lo que él llama una “técnica de contrapunto” apta para erigir una visión independiente del causalismo historicista. En ese sentido, tu búsqueda analógica del Minotauro -para convertirlo en la Imagen de nuestra red de imágenes contemporáneas- marca una especie de voluntad arqueológica de sosegar la “fiebre evolutiva”. ¿Por qué fue necesaria esa inversión tan radical?
 Creo en el tiempo parabólico de los mitos y de la trayectoria de las estrellas, no en el tiempo lineal que es solamente ilusión. En este tiempo, que en definitiva es un no tiempo, no hay retorno al origen ni huida hacia el fin, sino búsqueda de la belleza como plasmación real del alfabeto de lo eterno, visible en el negativo que solamente la forma artística y matemática, puede transparentar como una rendija para atisbar el infinito.

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