VIGESIMONOVENA ENTREGA
Aniela Jaffé
Unión de opuestos
Hay aun que exponer otro punto. El espíritu de nuestro tiempo está en movimiento constante. Es como un río que fluye, invisible, pero constante, y dado el momento de vida de nuestro siglo, aun diez años es un tiempo muy largo.
Hacia mediados de este siglo comenzó a producirse un cambio en pintura. No fue nada revolucionario, nada que se pareciera al cambio ocurrido hacia 1910, que significó la reconstrucción del arte sobre sus verdaderos cimientos. Pero hubo grupos de artistas que expresaron sus propósitos en formas inauditas hasta entonces. Esta transformación se está produciendo dentro de las fronteras de la pintura abstracta.
La representación de la realidad concreta, que surge de la primaria necesidad humana de cazar al vuelo el momento fugaz, se ha convertido en un arte sensitivo verdaderamente concreto en hombres como el francés Henri Cartier-Bresson, el suizo Werner Bischof y otros. Por tanto, podemos comprender por qué los artistas jóvenes, el arte abstracto, tal como se ha practicado durante muchos años, no ofrecía aventura alguna, ni campo de conquista. Buscando lo nuevo, lo encontraron en lo que tenían más cerca, pero que se había perdido: en la naturaleza y el hombre. Nos les importaba, ni les importa, la reproducción de la naturaleza en la pintura, sino la expresión de su propia experiencia emotiva de la naturaleza.
El pintor francés Alfred Manessier definió las metas de su arte con estas palabras: “Lo que tenemos que reconquistar es el peso de la perdida realidad. Tenemos que hacernos por nuestra cuenta un nuevo corazón, un nuevo espíritu, una nueva alma a la medida del hombre. La verdadera realidad del pintor no reside en la abstracción ni en el realismo, sino en la reconquista de su peso como ser humano. En la actualidad, el arte no figurativo me parece que ofrece al pintor la única posibilidad de acceso a su propia realidad interior y de captar la consciencia de mismidad esencial o, incluso, de su ser. Creo que sólo con la reconquista de su posición podrá el pintor, en el futuro, volver lentamente a sí mismo, redescubrir su propio paso y, de ese modo, fortalecerse para poder alcanzar la realidad exterior del mundo”.
Jean Bazaine habla en forma análoga: “Para el pintor de hoy día es una gran tentación pintar el puro ritmo de sus sensaciones, los latidos más secretos de su corazón, en vez de incorporarlos en una forma concreta. Sin embargo, esto solamente conduce a unas matemáticas secas o a una especie de expresionismo abstracto que acaba en monotonía y en un progresivo empobrecimiento de la forma… Pero una forma que puede reconciliar al hombre con su mundo es un ‘arte de comunión’, por el cual puede el hombre, en todo momento, reconocer su propia imagen sin forma en el mundo”.
Lo que, de hecho, tienen hoy día los artistas en el corazón es una reunión consciente de su propia realidad interior con la realidad del mundo o la naturaleza; o, en último caso, una nueva unión de cuerpo y alma, materia y espíritu. Ese es el camino la “reconquista de su peso como seres humanos”. Sólo ahora se empieza percibir la gran escisión existente en el arte moderno (entre “gran abstracción” y “gran realismo”) y se está en camino de allanarla.
Para el observador, la primera se manifiesta en el cambiado ambiente de las obras de esos artistas. Desde las pinturas de artistas como Alfred Manessier o del pintor, nacido en Bélgica, Gustave Singier, a pesar de toda su abstracción, irradia una creencia y, a pesar de toda la intensidad de sensaciones, una armonía de formas y colores que con frecuencia alcanzan la serenidad. En los famosos tapices del pintor francés Jean Lurcat, del decenio 1950-60, la exuberancia de la naturaleza invade la pintura. Su arte podría llamarse sensorial y también imaginativo.
Encontramos también una serena armonía de formas y colores en las obras de Paul Klee. Esa armonía era lo que siempre había tratado de alcanzar. Sobre todo, se había dado cuenta de la necesidad de no negar el mal. “Aun el mal no debe ser un enemigo vencedor o degradante, sino una fuerza colaborativa en el conjunto”. Pero el punto de partida de Klee no era el mismo. Vivió cerca “de lo muerto y nonato” a una distancia casi cósmica de este mundo, mientras que la más joven generación de pintores puede decirse que está más firmemente enraizada en la tierra.
Un punto importante que ha de notarse en la pintura moderna, precisamente cuando ha avanzado lo suficiente para percibir la unión de opuestos, ha reanudado los temas religiosos. El “vacío metafísico” parece que se ha vencido. Y ha ocurrido lo que no se esperaba en absoluto: la Iglesia se ha hecho protectora del arte moderno. Sólo necesitamos mencionar aquí Todos los Santos en Basle, con vidrieras de Alfred Manessier; la iglesia de Assy, con pinturas de numerosos artistas modernos; la capilla de Matisse, en Vence; y la iglesia de Audincourt, que tiene obras de Jean Bazaine y del artista francés Fernand Léger.
La admisión del arte moderno en la Iglesia significa más que un acto de tolerancia por parte de sus protectores. Es un símbolo del hecho de que el papel representado por el arte moderno respecto al cristianismo está cambiando. La función compensadora de los viejos movimientos herméticos ha dado paso a la posibilidad de colaboración. Al hablar de los símbolos animales de Cristo, dijimos que la luz y los espíritus tectónicos se pertenecían mutuamente. Parece como si hoy día hubiera llegado el momento en que se alcanzara una nueva etapa en la solución de ese problema milenario.
No podemos saber lo que nos traerá el futuro, si la unión de opuestos dará resultados positivos o si el camino conducirá todavía a catástrofes más inimaginables. Hay demasiada ansiedad y demasiado miedo actuando en el mundo, y ese sigue siendo el factor predominante en el arte y en la sociedad. Sobre todo, hay aun demasiada falta de inclinación por parte del individuo a aplicarse a sí mismo y a su vida las conclusiones que pueden extraerse del arte. Con frecuencia, el artista puede expresar muchas cosas, inconscientemente y sin despierta hostilidad, que producen resentimiento cuando las expresa el psicólogo (hecho que podría mostrarse más categóricamente en la literatura que en las arte visuales). Ante las afirmaciones del psicólogo, el individuo se siente desafiado directamente; pero lo que el artista tiene que decir, en especial en nuestro siglo, generalmente permanece en una esfera impersonal.Y, sin embargo, parece importante que la sugestión de una forma de expresión más total y, por tanto, más humana, se hubiera hecho visible en nuestro tiempo. Es una vaga esperanza, simbolizada para mí (en el momento de escribir: 1961) por ciertas pinturas del artista francés Pierre Soulages. Tras una catarata de amasijos gruesos y negros asoma un azul claro y puro o un amarillo radiante. La luz está naciendo tras las tinieblas.
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