VIGESIMOCUARTA ENTREGA
3 / EL PROCESO DE INDIVIDUACIÓN (VIII)
Marie-Louise von Franz
Aspecto social del “sí-mismo”
Hoy día, el enorme crecimiento de la población, evidente sobre todo en las grandes ciudades, tiene inevitablemente un efecto depresivo sobre nosotros. Pensamos: “Bien, solamente vivo de tal y tal modo en tales y cuales señas como millares de otras personas. Si a algunas de ellas las matan, ¿qué importancia tiene? De todas maneras, hay demasiada gente.” Y cuando leemos en el periódico la muerte de innumerables gentes desconocidas, que, personalmente, nada significan para nosotros, se acrecienta la sensación de que nuestra vida para nada se tiene en cuenta. Ese es el momento en que resulta de la mayor ayuda la atención hacia el inconsciente, porque los sueños muestran al soñante cómo cada detalle de su vida está entretejido con las realidades más importantes.
Lo que todos nosotros sabemos teóricamente -que toda cosa depende del individuo- se convierte, a través de los sueños, en un hecho palpable que todo el mundo puede experimentar por sí mismo. A veces, tenemos la firme impresión de que el Gran Hombre desea algo de nosotros y nos encomienda tareas muy especiales. Nuestra reacción ante tal experiencia puede ayudarnos a adquirir las fuerzas para nadar contra la corriente de los prejuicios colectivos, teniendo en cuenta seriamente nuestra propia alma.
Naturalmente, esto no resulta siempre una tarea agradable. Por ejemplo, se desea hacer una excursión con unos amigos el próximo domingo; luego un sueño lo prohíbe y exige que, en lugar de eso, se haga cierto trabajo creador. Si se escucha el inconsciente y se le obedece, serán de esperar constantes interferencias en los planes conscientes. La voluntad se cruzará con otras intenciones a las que habrá que someterse o, en todo caso, habrá que considerar seriamente. Esa es, en parte, la causa de que la obligación unida al proceso de individuación se considere con tanta frecuencia una carga más que una bendición inmediata.
San Cristóbal, el patrón de los viajeros, es un símbolo apropiado de esa experiencia. Según la leyenda, sentía un orgullo arrogante de su tremenda fuerza física y sólo estaba dispuesto a servir al más fuerte. Primero sirvió a su rey; pero cuando vio que el rey temía al demonio, le abandonó y se hizo criado del demonio. Entonces, descubrió un día que el demonio temía al crucifijo y, de ese modo, decidió servir a Cristo si podía encontrarle. Siguió el consejo de un sacerdote que le dijo que esperara a Cristo en un vado. En los años siguientes cruzó mucha gente de una orilla a otra. Pero una vez, en una noche oscura y tormentosa, un niñito le llamó diciéndole que quería que le cruzara el río. Con gran facilidad cogió el niño y se lo puso en los hombros, pero anduvo más despacio a cada paso porque su carga se hacía más y más pesada. Cuando llegó a la mitad del río, sintió “como si transportara todo el universo”. Entonces se dio cuenta de que llevaba a Cristo sobre los hombros, y Cristo le perdonó sus pecados y le dio vida eterna.
Este niño milagroso es un símbolo del “sí-mismo” que literalmente “deprime” al ser humano corriente, aun cuando es la única cosa que puede redimirle. En muchas obras de arte, el Cristo niño es pintado como la esfera del mundo o con ella, un motivo que claramente denota el “sí-mismo”, porque un niño y una esfera son símbolos universales de totalidad.
Cuando una persona trata de obedecer al inconsciente, con frecuencia le será imposible, como hemos visto, hacer lo que quiera. Pero igualmente, muchas veces le será imposible hacer lo que otras personas quieren que haga. Ocurre a menudo, por ejemplo, que tenga que separarse de su grupo -de su familia, de su socio, o de tras relaciones personales- con el fin de encontrarse a sí misma. Por eso se dice a veces que el hacer caso al inconsciente convierte a la gente en antisocial y egocéntrica. Por regla general esto no es cierto porque hay un factor poco conocido que entra en esa actitud: el aspecto colectivo (o, hasta podríamos decir, social) del “sí-mismo”.
Desde un punto de vista práctico, este factor se revela en que un individuo que siga sus sueños durante bastante tiempo, encontrará que, con frecuencia, se refieren a sus relaciones con otras personas. Sus sueños pueden prevenirle para que no confíe demasiado en cierta persona, o puede soñar acerca de un encuentro favorable y grato con alguien a quien anteriormente nunca ha prestado atención consciente. Si un sueño escoge la imagen de otra persona de esa forma, hay dos interpretaciones posibles. Primera, la figura puede ser una proyección que la imagen soñada de esa persona es un símbolo de un aspecto interior del propio soñante. Se sueña, por ejemplo, con un vecino poco honrado, pero el vecino está utilizado por el sueño como un retrato de la propia falta de honradez del soñante. Es tarea de la interpretación de los sueños encontrar en qué zonas especiales actúa la falta de honradez del soñante. (Esto se llama interpretación del sueño en el plano subjetivo.)
Pero también ocurre a veces que los sueños nos dicen auténticamente algo sobre otras personas. De ese modo, el inconsciente desempeña un papel que está muy lejos de que se entienda totalmente. Al igual que todas las más elevadas formas de vida, el hombre está a tono con los seres vivientes que le rodean en grado muy notable. Percibe instintivamente sus sufrimientos y problemas, sus atributos positivos y negativos y sus valores, con total independencia de sus pensamientos conscientes acerca de otras personas.
Nuestra vida onírica nos permite tener una vislumbre de esas percepciones sublimes y mostrarnos que tienen efecto sobre nosotros. Después de tener un sueño agradable acerca de alguien, aun sin interpretar el sueño, miramos involuntariamente a esa persona con mayor interés. La imagen onírica puede habernos engañado a causa de nuestras proyecciones; o puede habernos dado información objetiva. Encontrar cuál es la interpretación acertada requiere una actitud honrada y atenta, y pensar con cuidado. Pero, como en el caso de todos los procesos interiores, es en definitiva el “sí-mismo” el que ordena y regula nuestras relaciones humanas, mientras el ego consciente se tome el trabajo de localizar las proyecciones engañosas y trate con ellas dentro de sí mismo en vez de hacerlo desde el exterior. Así es cómo la gente espiritualmente armonizada y de igual modo orientada encuentra su camino hacia los demás, para crear un grupo que ataje por entre todas las usuales afiliaciones sociales y orgánicas de la gente. Tal grupo no está en conflicto con otros; es sólo distinto e independiente. El proceso de individuación conscientemente realizado cambia así las relaciones de una persona. Los lazos familiares tales como el parentesco o los intereses comunes se reemplazan por un tipo de unidad diferente: un lazo mediante el “sí-mismo”.
Todas las actividades y obligaciones que pertenecen exclusivamente al mundo exterior dañan en forma definida las actividades secretas del inconsciente. Mediante esos vínculos inconscientes, quienes pertenecen al mismo grupo van juntos. Esta es una de las razones por las cuales resultan destructivos los intentos de influir a la gente por medio de anuncios y de propaganda política, aun cuando estén inspirados por motivos idealistas.
Esto plantea la importante cuestión de si la parte consciente de la psique humana puede, en definitiva, ser influida. La experiencia práctica y la observación exacta muestran que no podemos influir en nuestros propios sueños. Cierto es que hay personas que pueden influir en ellos. Pero si examinamos su material onírico, encontramos que hacen sólo lo que yo hago con mi perro desobediente: le mando hacer esas cosas que noto le gusta hacer de todos modos, de esa forma puedo conservar mi ilusión de autoridad. Sólo un largo proceso de interpretación de nuestros propios sueños y de compararnos con lo que los sueños dicen puede transformar gradualmente el inconsciente. Y las actitudes conscientes también tienen que cambiar en ese proceso.
Si un hombre que desea influir en la opinión pública abusa de los símbolos con ese fin, naturalmente, estos impresionarán a las masas mientras sean verdaderos símbolos, pero que el inconsciente de la masa sea captado o no es algo que no puede calcularse de antemano. Ningún editor de música, por ejemplo, puede decir anticipadamente si una canción será o no un éxito, aun cuando contenga imágenes y melodías populares. Ningún intento deliberado para influir el inconsciente ha producido hasta ahora resultado importante alguno. Y parece que el inconsciente de las masas preserva su autonomía tanto como el inconsciente individual.
A veces, con el fin de expresar su propósito, el inconsciente puede emplear un motivo de nuestro mundo exterior y así parece que está influido por él. Por ejemplo, me he encontrado con muchos sueños de gente actual que tenían algo que ver con Berlín. En esos sueños, Berlín es un símbolo de un lugar psíquico débil -un sitio de peligro- y por esa razón es el lugar donde el “sí-mismo” puede aparecer. Es el punto donde el soñante es atormentado por un conflicto y donde, por tanto, podría llegar a unir las oposiciones internas. También encontré un número extraordinario de reacciones oníricas a la película Hiroshima, mon amour. En la mayoría de esos sueños se expresaba la idea de que los enamorados protagonistas de la película tenían que unirse (lo cual simboliza la unión de los opuestos interiores) o de que hubiera una explosión atómica (símbolo de la disociación completa, equivalente a la locura).
Sólo cuando los manipuladores de la opinión pública añaden presión comercial o actos de violencia a sus actividades parecen conseguir un éxito momentáneo. Pero, de hecho, eso produce meramente una represión de las auténticas reacciones inconscientes. Y la represión de las masas conduce al mismo resultado que la represión individual; esto es, a la disociación neurótica y a la enfermedad psicológica. Todos estos intentos para reprimir las reacciones del inconsciente tienen que fracasar a la larga porque se oponen básicamente a nuestros instintos.
Sabemos, por el estudio de la conducta social de los animales superiores, que los grupos pequeños (aproximadamente de 10 a 50 individuos) crean las mejores condiciones posibles de vida para el animal solitario y para el grupo, y el hombre no parece ser una excepción a ese respecto. Su bienestar físico, su salud psíquica espiritual y, más allá del reino animal, su eficiencia cultural parecen florecer mejor en semejante formación social. En lo que hasta ahora comprendemos del proceso de individuación, el “sí-mismo” muestra tendencias a producir tales grupos pequeños creando al mismo tiempo lazos sentimentales netamente definidos entre ciertos individuos y sentimientos de relación con toda la gente. Sólo si esas relaciones son creadas por el “sí-mismo” se puede tener alguna seguridad de que la envidia, los celos, la lucha y todas las formas de proyecciones negativas no romperán el grupo. Por tanto, una devoción incondicional a nuestro proceso de individuación también proporciona la mejor adaptación social posible.
Esto no significa, desde luego, que no habrá choques de opiniones y obligaciones en conflicto o desacuerdo acerca del camino “recto”, ante el cual tenemos constantemente que apartarnos y escuchar nuestra voz interior con el fin de encontrar el punto de vista individual que el “sí-mismo” trata que tengamos.
La actividad política fanática (pero no la ejecución de deberes esenciales) parece un tanto incompatible con la individuación. Un hombre que se consagró enteramente a liberar a su país de la ocupación extranjera tuvo este sueño:
Con algunos de mis compatriotas subo por una escalera al ático de un museo, donde hay una sala pintada de negro y que parece un camarote de barco. Una señora de mediana edad y de aspecto distinguido abre la puerta; su nombre es X, hija de X, (X era un famoso héroe nacional, del país del soñante, que intentó liberarlo hace algunos siglos.) En la sala vemos los retratos de dos camas aristocráticas vestidas con ropajes de brocados floreados. Mientras la señorita X nos está explicando esos cuadros, de repente adquieren vida; primero empiezan a vivir los ojos y luego el pecho parece respirar. La gente se sorprende y va a una sala de conferencias donde la señorita X les hablará acerca del fenómeno. Ella dice que mediante su intuición y su sentimiento esos retratos adquieren vida; pero algunas personas están indignadas y dicen que la señorita X está loca; otras, hasta abandonan la sala de conferencias.
El rasgo importante de este sueño es que la figura del ánima, la señorita X, es una pura creación del sueño. Sin embargo, tiene el nombre de un famoso héroe libertador nacional (como si fuera, por ejemplo, Guillermina Tell, hija de Guillermo Tell). Por las implicaciones contenidas en el nombre, el inconsciente señala al hecho de que hoy día el soñante no intente, como X hizo hace mucho tiempo, libertar a su país en una forma exterior. Ahora, dice el sueño, se ha realizado la liberación por el ánima (por el alma del soñante), que la realiza trayendo a la vida las imágenes del inconsciente.
Que la sala en el ático del museo parezca, en parte, el camarote de un barco y esté pintada de negro es muy significativo. El color negro sugiere tinieblas, noche, crisis interna, y si la sala es un camarote, entonces el museo es también, en cierto modo, un barco. Esto sugiere que cuando la tierra firme de la conciencia colectiva se ve anegada por la inconciencia y la barbarie, este museo barco, lleno de imágenes vivas, puede convertirse en un arca salvadora que llevará a quienes entren en ella a otra orilla espiritual. Los retratos que cuelgan en un museo son, por lo general, los vestigios muertos del pasado y, con frecuencia, las imágenes del inconsciente se consideran del mismo modo hasta que descubrimos que están vivas y llenas de significado. Cuando el ánima (que aparece aquí en un papel adecuado de guía del alma) contempla las imágenes con intuición y sentimiento, estas comienzan a vivir.
La gente indignada que aparece en el sueño representa el lado del soñante influido por la opinión colectiva, algo en él que desconfía y rechaza el que se dé vida a las imágenes psíquicas. Estas personifican la resistencia al inconsciente, que puede expresarse en una forma como esta: “¿Qué ocurriría si empiezan a arrojarnos bombas atómicas? ¡El profundo saber psicológico no nos serviría de mucho!”.
Este lado que hace resistencia es incapaz de librarse del pensamiento estadístico y de los prejuicios racionales extravertidos. Sin embargo, el sueño señala que en nuestro tiempo puede comenzar una auténtica liberación, sólo mediante una transformación psicológica. ¿Hasta que punto debemos liberar nuestro propio país si después no hay una meta de vida que tenga sentido… ni hay meta alguna que merezca la pena de ser libre? Si el hombre ya no encuentra ningún sentido a la vida, no hay diferencia en que la pase bajo un régimen comunista o uno capitalista. Sólo si se puede usar su libertad para crear algo que tenga significado, es importante que sea libre. Por eso encontrar el significado íntimo de la vida es más importante para el individuo que ninguna otra cosa y por eso se debe dar prioridad al proceso de individuación.
Los intentos para influir en la opinión pública por medio de la prensa, la radio, la televisión y la publicidad se basan en dos factores. Por una parte, confían en técnicas de sondeo que revelan la tendencia de la “opinión” o de los “deseos”, es decir, las actitudes colectivas. Por otra parte, expresan los prejuicios, proyecciones y complejos inconscientes (principalmente el complejo del poder) de quienes manejan la opinión pública. Pero las estadísticas no hacen justicia al individuo. Aunque el tamaño medio de las piedras de un montón sea de cinco centímetros encontraremos muy pocas de ese tamaño exacto en el montón.
Que el segundo factor no puede crear nada positivo es claro desde el principio. Pero si un solo individuo se dedica a la individuación, frecuentemente tiene un positivo efecto contagioso en la gente que le rodea. Es como si una chispa saltara de uno a otro. Y esto suele ocurrir cuando no se tiene intención de influir en los demás y, con frecuencia, cuando no se emplean palabras. Es precisamente hacia ese camino interior al que la señorita X quiere conducir al soñante.
Casi todos los sistemas religiosos de nuestro planeta contienen imágenes que simbolizan el proceso de individuación o, al menos, alguna etapa de él. En los países cristianos el “sí-mismo” se proyecta, como ya dije antes, en el segundo Adán: Cristo. En Oriente, las figuras relevantes son las de Krishna y Buda.
Para la gente que está contenida en una religión (es decir, que aun cree realmente en su contenido y enseñanzas), la regulación psicológica de la vida está afectada por símbolos religiosos y aun sus sueños, muchas veces, giran en torno a ellos. Cuando el difunto papa Pío XII publicó la declaración de la Asunción de María, una mujer católica soñó, por ejemplo, que ella era una sacerdotisa católica. Su inconsciente parecía extender el dogma de esta forma: “Si María es ahora casi una diosa, debería tener sacerdotisas”. Otra católica, que oponía ciertos reparos a algunos aspectos menores y externos de su credo, soñó que la iglesia de su ciudad natal había sido derribada y reedificada, pero que el tabernáculo con la hostia consagrada y la estatua de la Virgen María tenían que ser trasladados de la iglesia vieja a la nueva. El sueño le mostraba que algunos aspectos de su religión, realizados por el hombre, necesitaban renovación, pero que sus símbolos básicos -Dios hecho hombre y la Gran Madre, la Virgen María- sobrevivirían al cambio.
Tales sueños demuestran el vivo interés que toma el inconsciente en las representaciones religiosas conscientes de una persona. Esto plantea la cuestión de si es posible captar una tendencia general en todos los sueños religiosos de la gente contemporánea. En las manifestaciones del inconsciente halladas en nuestra moderna cultura cristiana, sea protestante o católica, el Dr. Jung observó con frecuencia que hay una tendencia inconsciente actuando para redondear nuestra fórmula trinitaria de la Deidad con un cuarto elemento, que tiende a ser femenino, oscuro e incluso maligno. En realidad, este cuarto elemento siempre existe en el reino de nuestras representaciones religiosas, pero fue separado de la imagen de Dios y se convirtió en su duplicado, en la forma de la propia materia (o señor de la materia, es decir, el demonio). Ahora el inconsciente parece querer reunir esos extremos al haberse hecho la luz demasiado brillante y la oscuridad demasiado sombría. Naturalmente, es el símbolo central de la religión, la imagen de la Divinidad, la que está más expuesta a las tendencias inconscientes hacia la transformación.
Un abad tibetano dijo una vez al Dr. Jung que los mandalas del Tibet están construidos por la imaginación, o dirigidos por la fantasía, cuando el equilibrio psicológico del grupo se perturba o cuando un pensamiento particular no puede expresarse porque aun no está contenido en la sagrada doctrina y, por tanto, tiene que ser buscado. En estas observaciones surgen dos aspectos básicos, de igual importancia, del simbolismo del mandala. El mandala sirve como propósito conservador, especialmente, para restablecer un orden existente con anterioridad. Pero también sirve al propósito creador de dar expresión y forma a algo que aun no existe, algo que es nuevo y único. El segundo aspecto es, quizá, aun más importante que el primero, pero no lo contradice. Porque, en la mayoría de los casos, lo que restablece el antiguo orden, simultáneamente implica cierto elemento de creación nueva. En el nuevo orden, los modelos más antiguos vuelven a un nivel superior. El proceso es el de la espiral ascendente que va hacia arriba mientras, simultáneamente, vuelve una y otra vez al mismo punto.
Una pintura hecha por una mujer sencilla, que había pasado su niñez en un ambiente protestante, mostraba un mandala en forma de espiral. En un sueño, esta mujer recibió la orden de pintar la Divinidad. Posteriormente (también en un sueño) la vio en un libro. De Dios mismo ella sólo vio la flotante túnica, el ropaje del que hizo un hermoso despliegue de luz y sombra. Esto contrastaba de modo impresionante con la estabilidad de la espiral en la profundidad del firmamento azul. Fascinada por la túnica y la espiral, la soñante no miró con detenimiento a la otra figura que estaba en las rocas. Cuando se despertó y pensó acerca de quiénes eran esas figuras divinas, se dio cuenta, de repente, de que era “el propio Dios”. Eso le produjo una conmoción de miedo que le duró mucho tiempo.
Generalmente el Espíritu Santo se representa en el arte cristiano por una rueda de fuego o una paloma, pero aquí aparece como una espiral. Este es un nuevo pensamiento, “no contenido aun en la doctrina”, que ha surgido espontáneamente en el inconsciente. Que el Espíritu Santo es la fuerza que actúa en pro del desarrollo de nuestra comprensión religiosa no es una idea nueva, desde luego, pero lo que sí es nuevo es su representación en forma de espiral.
La misma mujer pintó después un segundo cuadro, también inspirado por un sueño, mostrando a la soñante, con su ánimus positivo, de pie en lo alto de Jerusalén, cuando el ala de Satán desciende para oscurecer la ciudad. El ala satánica le recordaba mucho la túnica flotante de Dios de la primera pintura, pero en el primer sueño, la espectadora está por encima, en algún lado del cielo, y ve frente a sí la terrible hendidura entre las rocas. El movimiento de la túnica de Dios es un intento de alcanzar a Cristo, la figura de la derecha, pero no lo consigue del todo. En la segunda pintura, se ve lo mismo pero desde abajo, desde un ángulo humano. Mirándolo desde un ángulo más elevado, lo que se mueve y extiende es una parte de Dios; sobre ella se eleva la espiral como símbolo de un posible desarrollo futuro. Pero visto desde la base de nuestra realidad humana, esa misma cosa que está en el aire es la tenebrosa y extraña ala del demonio.
En la vida de la soñante, estas dos pinturas se hicieron reales en una forma que nonos concierne aquí, pero es evidente que también contienen un significado colectivo que sobrepasa lo personal. Pueden profetizar el descenso de una oscuridad divina sobre el hemisferio cristiano, una oscuridad que, sin embargo, señala hacia la posibilidad de evolución adicional. Puesto que el eje de la espiral no se mueve hacia arriba, sino en el fondo de la pintura, la evolución adicional no conducirá ni a mayor altura espiritual ni a un descenso al reino de la materia, sino a otra dimensión, probablemente al fondo de esas figuras divinas. Y eso quiere decir al inconsciente.
Cuando surgen del inconsciente de una persona símbolos religiosos que son, en parte, distintos de los que conocemos, se teme con frecuencia que alteren erróneamente o disminuyan los símbolos religiosos oficialmente conocidos. Este temor hace, incluso, que mucha gente rechace la psicología analítica y todo el inconsciente.
Si miramos tal resistencia desde un punto de vista psicológico, tendríamos que decir que, en lo que concierne a la religión, los seres humanos pueden dividirse en tres tipos. Primero están los que aun creen auténticamente en sus doctrinas religiosas, cualesquiera que estas sean. Para estas personas, los símbolos y doctrinan “ajustan” tan satisfactoriamente con lo que sienten profundamente en su interior que no hay posibilidad de que se deslicen dentro de ellas graves dudas. Esto ocurre cuando las ideas de la consciencia y el fondo inconsciente están en relativa armonía. La gente de este tipo puede permitirse contemplar sin prejuicio los nuevos descubrimientos psicológicos y los hechos y no temen que les puedan hacer perder su fe. Aunque cuando sus sueños les proporcionen ciertos detalles relativamente no ortodoxos, estos podrán integrarse en su idea general.
El segundo tipo lo forman esas personas que han perdido completamente su fe y la han reemplazado con ideas adicionales puramente conscientes. Para estas personas la psicología profunda significa simplemente una introducción en zonas recién descubiertas de la psique y no les preocupa embarcarse en la nueva aventura e investigar sus sueños para comprobar la verdad de ellos.
Después está un tercer tipo de personas que en una parte de sí mismas (probablemente la cabeza) ya no creen en sus tradiciones religiosas, mientras que en alguna otra aun siguen creyendo. El filósofo francés Voltaire es un ejemplo de este grupo. Atacó violentamente a la Iglesia católica con argumentos raciones (écrasez l’infâme), pero en su lecho de muerte, según algunos relatos, pidió la extremaunción. Sea o no esto verdad, cierto es que su cabeza era irreligiosa, mientras que sus sentimientos y emociones parecían seguir siendo ortodoxos. Tales gentes nos recuerdan a una persona que se queda pillada por la puerta automática de un autobús: ni puede apearse ni volver a entrar en el autobús. Desde luego, los sueños de tales personas quizá pudieran ayudarlas a resolver su dilema, pero tales personas frecuentemente se han sentido molestas al volverse hacia su inconsciente porque ellas mismas no saben lo que piensan y quieren. Tomar el inconsciente en serio es, en definitiva, una cuestión de valor personal e integridad.
La complicada situación de quienes se ven cogidos en la tierra de nadie entre dos estados mentales está creada, en parte, por el hecho de que toda doctrina religiosa oficial, pertenece, en realidad, a la consciencia colectiva (lo que Freud llamaba el superego); pero una vez, hace mucho tiempo, surgieron del inconsciente. Este es un punto que impugnan muchos historiadores de la religión y teólogos. Prefieren dar por cierto que una vez hubo una especie de “revelación”. He investigado muchos años en busca de una prueba concreta de la hipótesis de Jung acerca de este problema; pero resulta difícil encontrarla, porque la mayoría de los ritos son tan antiguos que no es posible descubrir su origen. Sin embargo, el ejemplo siguiente parece que ofrece una pista importante:
“Alce Negro”, hechicero de los siux Ogalala, que murió no hace mucho, nos cuenta en su autobiografía Black Elke Speaks (Alce Negro habla), que, cuando tenía nueve años, se puso gravemente enfermo y durante una especie de coma tuvo una tremenda visión. Vio cuatro grupos de hermosos caballos que venían de las cuatro esquinas del mundo y luego, sentado dentro de una nube, vio a los Seis Abuelos, los espíritus ancestrales de su tribu, “los abuelos del mundo entero”. Le dieron seis símbolos de curación para su pueblo y le mostraron nuevas formas de vida. Pero cuando tenía dieciséis años, se le desarrollaba de repente una fobia terrible siempre que se aproximaba una tormenta porque oía a “seres tonantes” que le llamaban para que “se apresurase”. Esto le recordaba el ruido atronador que hacían los caballos cuando se le acercaron en su visión. Un viejo hechicero le explicó que su miedo procedía del hecho de que guardaba su visión para sí y le dijo que debía contarla a su tribu. Así lo hizo, y después él y su pueblo representaron la visión en un ritual, utilizando caballos de verdad. No sólo el propio Alce Negro sino otros muchos miembros de su tribu se sintieron mucho mejor después de esa representación. Algunos incluso se curaron de sus enfermedades. Alce Negro dice: “Hasta los caballos parecían más saludables y felices después de la danza”.
El ritual no se repitió porque la tribu fue destruida muy poco después. Pero aquí tenemos otro caso diferente en el cual aun sobrevive un ritual. Varias tribus esquimales que viven cerca del río Colville, en Alaska, explican el origen de su fiesta del águila de la forma siguiente:
Un joven cazador mató a un águila muy poco común y quedó tan impresionado por la belleza del ave muerta, que la disecó e hizo de ella un fetiche para él, honrándola con sacrificios. Un día en que el cazador había viajado muy tierra adentro durante su cacería, de repente, aparecieron dos hombres-animales como mensajeros y lo condujeron a la tierra de las águilas. Allí oyó un ruido sordo de tambores, y los mensajeros le explicaron que eso eran los latidos del corazón de la madre del águila muerta. Entonces se le apareció al cazador el espíritu del águila en forma de mujer vestida de negro. Ella le pidió que iniciase una fiesta del águila en su pueblo para honrar a su hijo muerto. Después de que el pueblo de las águilas le enseñó cómo debía hacerlo, él se encontró, de repente, exhausto, de nuevo otra vez donde se había encontrado a los mensajeros. Al volver a su tierra, enseñó a su pueblo cómo celebrar la gran fiesta del águila, tal como la han seguido haciendo fielmente desde entonces.
Por esos ejemplos vemos cómo un rito o costumbre religiosa puede surgir directamente de una revelación inconsciente tenida por un solo individuo. Aparte de tales comienzos, la gente que vive en grupos culturales desarrolla sus diversas actividades religiosas, de tan enorme influencia, en la vida entera de la sociedad. Durante un largo proceso de evolución, el material originario se moldea y remoldea con palabras y acciones, se embellece y va adquiriendo formas definidas. Sin embargo, el proceso de cristalización tiene una gran desventaja. Se va aumentando el número de gentes que no conocen directamente la experiencia original y sólo pueden creer lo que sus mayores y maestros les cuentan sobre ella. Ya no saben que tales hechos son reales y, desde luego, ignoran qué se siente durante esa experiencia.
En sus formas presentes, archielaboradas y demasiado viejas, tales tradiciones religiosas se resisten con frecuencia a nuevas alteraciones creadoras del inconsciente. A veces, los teólogos defienden, incluso, esos “verdaderos” símbolos religiosos y doctrinas simbólicas contra el descubrimiento de una actividad religiosa en la psique inconsciente, olvidando que los valores por los que luchen deben su existencia a esa misma actividad. Sin una psique humana que reciba las aspiraciones divinas y les exprese en palabras o las plasme artísticamente, ningún símbolo religioso habría llegado nunca a la realidad de nuestra vida humana. (Basta con que pensemos en los profetas y evangelistas.)
Si alguien objetara que hay en sí misma una realidad religiosa, independiente de la psique humana, sólo podríamos contestarle con esta pregunta: “¿Quién dice eso sino un psique humana?”. Sin importar lo que afirmemos, nunca nos podremos librar de la existencia de la psique, porque estamos contenidos dentro de ella y es el único medio con el que podemos captar la realidad.
Por tanto, el moderno descubrimiento del inconsciente cierra una puerta para siempre. Excluye definitivamente la idea ilusoria, tan favorecida por algunas personas, de que el hombre puede conocer la realidad en sí misma. También en la física moderna se ha cerrado otra puerta con el “principio de indeterminación” de Heisenberg, dejando fuera el error de que podemos comprender una realidad física absoluta. El descubrimiento del inconsciente, sin embargo, compensa la pérdida de estas bien amadas ilusiones al abrir ante nosotros un inmenso e inexplorado campo de percepciones, dentro del cual la investigación científica-objetiva combina una extraña forma nueva con una aventura ética personal.
Pero, como dije al principio, es prácticamente imposible comunicar toda la realidad de nuestra experiencia en el nuevo campo. Gran parte de ella es única y sólo parcialmente se puede comunicar con palabras. También aquí se ha cerrado una puerta ante la ilusión de que podemos entender totalmente a otra persona y decirle lo que le conviene. Una vez más, sin embargo, se puede encontrar una compensación de eso en el nuevo reino de la experiencia, con el descubrimiento de la función social del “sí-mismo”, que labora en forma oculta para unir a individuos separados que tienen que estar juntos.
La charla intelectual se reemplaza de ese modo con hechos significativos que ocurren en la realidad de la psique. De ahí que, para que el individuo entre en serio en el proceso de individuación que hemos diseñado, ha de proponerse una orientación nueva y diferente hacia la vida. También el científico ha de proponerse una forma nueva y diferente de acercarse científicamente a los hechos externos. Qué efectos tendrá eso en el campo del conocimiento humano y en la vida social de los seres humanos es algo que no puede predecirse. Pero nos parece cierto que el descubrimiento de Jung acerca del proceso de individuación es un hecho que las generaciones futuras tendrán que tener en cuenta si quieren evitar desviarse hacia una visión estancada o, incluso, regresiva.
3 / EL PROCESO DE INDIVIDUACIÓN (VIII)
Marie-Louise von Franz
Aspecto social del “sí-mismo”
Hoy día, el enorme crecimiento de la población, evidente sobre todo en las grandes ciudades, tiene inevitablemente un efecto depresivo sobre nosotros. Pensamos: “Bien, solamente vivo de tal y tal modo en tales y cuales señas como millares de otras personas. Si a algunas de ellas las matan, ¿qué importancia tiene? De todas maneras, hay demasiada gente.” Y cuando leemos en el periódico la muerte de innumerables gentes desconocidas, que, personalmente, nada significan para nosotros, se acrecienta la sensación de que nuestra vida para nada se tiene en cuenta. Ese es el momento en que resulta de la mayor ayuda la atención hacia el inconsciente, porque los sueños muestran al soñante cómo cada detalle de su vida está entretejido con las realidades más importantes.
Lo que todos nosotros sabemos teóricamente -que toda cosa depende del individuo- se convierte, a través de los sueños, en un hecho palpable que todo el mundo puede experimentar por sí mismo. A veces, tenemos la firme impresión de que el Gran Hombre desea algo de nosotros y nos encomienda tareas muy especiales. Nuestra reacción ante tal experiencia puede ayudarnos a adquirir las fuerzas para nadar contra la corriente de los prejuicios colectivos, teniendo en cuenta seriamente nuestra propia alma.
Naturalmente, esto no resulta siempre una tarea agradable. Por ejemplo, se desea hacer una excursión con unos amigos el próximo domingo; luego un sueño lo prohíbe y exige que, en lugar de eso, se haga cierto trabajo creador. Si se escucha el inconsciente y se le obedece, serán de esperar constantes interferencias en los planes conscientes. La voluntad se cruzará con otras intenciones a las que habrá que someterse o, en todo caso, habrá que considerar seriamente. Esa es, en parte, la causa de que la obligación unida al proceso de individuación se considere con tanta frecuencia una carga más que una bendición inmediata.
San Cristóbal, el patrón de los viajeros, es un símbolo apropiado de esa experiencia. Según la leyenda, sentía un orgullo arrogante de su tremenda fuerza física y sólo estaba dispuesto a servir al más fuerte. Primero sirvió a su rey; pero cuando vio que el rey temía al demonio, le abandonó y se hizo criado del demonio. Entonces, descubrió un día que el demonio temía al crucifijo y, de ese modo, decidió servir a Cristo si podía encontrarle. Siguió el consejo de un sacerdote que le dijo que esperara a Cristo en un vado. En los años siguientes cruzó mucha gente de una orilla a otra. Pero una vez, en una noche oscura y tormentosa, un niñito le llamó diciéndole que quería que le cruzara el río. Con gran facilidad cogió el niño y se lo puso en los hombros, pero anduvo más despacio a cada paso porque su carga se hacía más y más pesada. Cuando llegó a la mitad del río, sintió “como si transportara todo el universo”. Entonces se dio cuenta de que llevaba a Cristo sobre los hombros, y Cristo le perdonó sus pecados y le dio vida eterna.
Este niño milagroso es un símbolo del “sí-mismo” que literalmente “deprime” al ser humano corriente, aun cuando es la única cosa que puede redimirle. En muchas obras de arte, el Cristo niño es pintado como la esfera del mundo o con ella, un motivo que claramente denota el “sí-mismo”, porque un niño y una esfera son símbolos universales de totalidad.
Cuando una persona trata de obedecer al inconsciente, con frecuencia le será imposible, como hemos visto, hacer lo que quiera. Pero igualmente, muchas veces le será imposible hacer lo que otras personas quieren que haga. Ocurre a menudo, por ejemplo, que tenga que separarse de su grupo -de su familia, de su socio, o de tras relaciones personales- con el fin de encontrarse a sí misma. Por eso se dice a veces que el hacer caso al inconsciente convierte a la gente en antisocial y egocéntrica. Por regla general esto no es cierto porque hay un factor poco conocido que entra en esa actitud: el aspecto colectivo (o, hasta podríamos decir, social) del “sí-mismo”.
Desde un punto de vista práctico, este factor se revela en que un individuo que siga sus sueños durante bastante tiempo, encontrará que, con frecuencia, se refieren a sus relaciones con otras personas. Sus sueños pueden prevenirle para que no confíe demasiado en cierta persona, o puede soñar acerca de un encuentro favorable y grato con alguien a quien anteriormente nunca ha prestado atención consciente. Si un sueño escoge la imagen de otra persona de esa forma, hay dos interpretaciones posibles. Primera, la figura puede ser una proyección que la imagen soñada de esa persona es un símbolo de un aspecto interior del propio soñante. Se sueña, por ejemplo, con un vecino poco honrado, pero el vecino está utilizado por el sueño como un retrato de la propia falta de honradez del soñante. Es tarea de la interpretación de los sueños encontrar en qué zonas especiales actúa la falta de honradez del soñante. (Esto se llama interpretación del sueño en el plano subjetivo.)
Pero también ocurre a veces que los sueños nos dicen auténticamente algo sobre otras personas. De ese modo, el inconsciente desempeña un papel que está muy lejos de que se entienda totalmente. Al igual que todas las más elevadas formas de vida, el hombre está a tono con los seres vivientes que le rodean en grado muy notable. Percibe instintivamente sus sufrimientos y problemas, sus atributos positivos y negativos y sus valores, con total independencia de sus pensamientos conscientes acerca de otras personas.
Nuestra vida onírica nos permite tener una vislumbre de esas percepciones sublimes y mostrarnos que tienen efecto sobre nosotros. Después de tener un sueño agradable acerca de alguien, aun sin interpretar el sueño, miramos involuntariamente a esa persona con mayor interés. La imagen onírica puede habernos engañado a causa de nuestras proyecciones; o puede habernos dado información objetiva. Encontrar cuál es la interpretación acertada requiere una actitud honrada y atenta, y pensar con cuidado. Pero, como en el caso de todos los procesos interiores, es en definitiva el “sí-mismo” el que ordena y regula nuestras relaciones humanas, mientras el ego consciente se tome el trabajo de localizar las proyecciones engañosas y trate con ellas dentro de sí mismo en vez de hacerlo desde el exterior. Así es cómo la gente espiritualmente armonizada y de igual modo orientada encuentra su camino hacia los demás, para crear un grupo que ataje por entre todas las usuales afiliaciones sociales y orgánicas de la gente. Tal grupo no está en conflicto con otros; es sólo distinto e independiente. El proceso de individuación conscientemente realizado cambia así las relaciones de una persona. Los lazos familiares tales como el parentesco o los intereses comunes se reemplazan por un tipo de unidad diferente: un lazo mediante el “sí-mismo”.
Todas las actividades y obligaciones que pertenecen exclusivamente al mundo exterior dañan en forma definida las actividades secretas del inconsciente. Mediante esos vínculos inconscientes, quienes pertenecen al mismo grupo van juntos. Esta es una de las razones por las cuales resultan destructivos los intentos de influir a la gente por medio de anuncios y de propaganda política, aun cuando estén inspirados por motivos idealistas.
Esto plantea la importante cuestión de si la parte consciente de la psique humana puede, en definitiva, ser influida. La experiencia práctica y la observación exacta muestran que no podemos influir en nuestros propios sueños. Cierto es que hay personas que pueden influir en ellos. Pero si examinamos su material onírico, encontramos que hacen sólo lo que yo hago con mi perro desobediente: le mando hacer esas cosas que noto le gusta hacer de todos modos, de esa forma puedo conservar mi ilusión de autoridad. Sólo un largo proceso de interpretación de nuestros propios sueños y de compararnos con lo que los sueños dicen puede transformar gradualmente el inconsciente. Y las actitudes conscientes también tienen que cambiar en ese proceso.
Si un hombre que desea influir en la opinión pública abusa de los símbolos con ese fin, naturalmente, estos impresionarán a las masas mientras sean verdaderos símbolos, pero que el inconsciente de la masa sea captado o no es algo que no puede calcularse de antemano. Ningún editor de música, por ejemplo, puede decir anticipadamente si una canción será o no un éxito, aun cuando contenga imágenes y melodías populares. Ningún intento deliberado para influir el inconsciente ha producido hasta ahora resultado importante alguno. Y parece que el inconsciente de las masas preserva su autonomía tanto como el inconsciente individual.
A veces, con el fin de expresar su propósito, el inconsciente puede emplear un motivo de nuestro mundo exterior y así parece que está influido por él. Por ejemplo, me he encontrado con muchos sueños de gente actual que tenían algo que ver con Berlín. En esos sueños, Berlín es un símbolo de un lugar psíquico débil -un sitio de peligro- y por esa razón es el lugar donde el “sí-mismo” puede aparecer. Es el punto donde el soñante es atormentado por un conflicto y donde, por tanto, podría llegar a unir las oposiciones internas. También encontré un número extraordinario de reacciones oníricas a la película Hiroshima, mon amour. En la mayoría de esos sueños se expresaba la idea de que los enamorados protagonistas de la película tenían que unirse (lo cual simboliza la unión de los opuestos interiores) o de que hubiera una explosión atómica (símbolo de la disociación completa, equivalente a la locura).
Sólo cuando los manipuladores de la opinión pública añaden presión comercial o actos de violencia a sus actividades parecen conseguir un éxito momentáneo. Pero, de hecho, eso produce meramente una represión de las auténticas reacciones inconscientes. Y la represión de las masas conduce al mismo resultado que la represión individual; esto es, a la disociación neurótica y a la enfermedad psicológica. Todos estos intentos para reprimir las reacciones del inconsciente tienen que fracasar a la larga porque se oponen básicamente a nuestros instintos.
Sabemos, por el estudio de la conducta social de los animales superiores, que los grupos pequeños (aproximadamente de 10 a 50 individuos) crean las mejores condiciones posibles de vida para el animal solitario y para el grupo, y el hombre no parece ser una excepción a ese respecto. Su bienestar físico, su salud psíquica espiritual y, más allá del reino animal, su eficiencia cultural parecen florecer mejor en semejante formación social. En lo que hasta ahora comprendemos del proceso de individuación, el “sí-mismo” muestra tendencias a producir tales grupos pequeños creando al mismo tiempo lazos sentimentales netamente definidos entre ciertos individuos y sentimientos de relación con toda la gente. Sólo si esas relaciones son creadas por el “sí-mismo” se puede tener alguna seguridad de que la envidia, los celos, la lucha y todas las formas de proyecciones negativas no romperán el grupo. Por tanto, una devoción incondicional a nuestro proceso de individuación también proporciona la mejor adaptación social posible.
Esto no significa, desde luego, que no habrá choques de opiniones y obligaciones en conflicto o desacuerdo acerca del camino “recto”, ante el cual tenemos constantemente que apartarnos y escuchar nuestra voz interior con el fin de encontrar el punto de vista individual que el “sí-mismo” trata que tengamos.
La actividad política fanática (pero no la ejecución de deberes esenciales) parece un tanto incompatible con la individuación. Un hombre que se consagró enteramente a liberar a su país de la ocupación extranjera tuvo este sueño:
Con algunos de mis compatriotas subo por una escalera al ático de un museo, donde hay una sala pintada de negro y que parece un camarote de barco. Una señora de mediana edad y de aspecto distinguido abre la puerta; su nombre es X, hija de X, (X era un famoso héroe nacional, del país del soñante, que intentó liberarlo hace algunos siglos.) En la sala vemos los retratos de dos camas aristocráticas vestidas con ropajes de brocados floreados. Mientras la señorita X nos está explicando esos cuadros, de repente adquieren vida; primero empiezan a vivir los ojos y luego el pecho parece respirar. La gente se sorprende y va a una sala de conferencias donde la señorita X les hablará acerca del fenómeno. Ella dice que mediante su intuición y su sentimiento esos retratos adquieren vida; pero algunas personas están indignadas y dicen que la señorita X está loca; otras, hasta abandonan la sala de conferencias.
El rasgo importante de este sueño es que la figura del ánima, la señorita X, es una pura creación del sueño. Sin embargo, tiene el nombre de un famoso héroe libertador nacional (como si fuera, por ejemplo, Guillermina Tell, hija de Guillermo Tell). Por las implicaciones contenidas en el nombre, el inconsciente señala al hecho de que hoy día el soñante no intente, como X hizo hace mucho tiempo, libertar a su país en una forma exterior. Ahora, dice el sueño, se ha realizado la liberación por el ánima (por el alma del soñante), que la realiza trayendo a la vida las imágenes del inconsciente.
Que la sala en el ático del museo parezca, en parte, el camarote de un barco y esté pintada de negro es muy significativo. El color negro sugiere tinieblas, noche, crisis interna, y si la sala es un camarote, entonces el museo es también, en cierto modo, un barco. Esto sugiere que cuando la tierra firme de la conciencia colectiva se ve anegada por la inconciencia y la barbarie, este museo barco, lleno de imágenes vivas, puede convertirse en un arca salvadora que llevará a quienes entren en ella a otra orilla espiritual. Los retratos que cuelgan en un museo son, por lo general, los vestigios muertos del pasado y, con frecuencia, las imágenes del inconsciente se consideran del mismo modo hasta que descubrimos que están vivas y llenas de significado. Cuando el ánima (que aparece aquí en un papel adecuado de guía del alma) contempla las imágenes con intuición y sentimiento, estas comienzan a vivir.
La gente indignada que aparece en el sueño representa el lado del soñante influido por la opinión colectiva, algo en él que desconfía y rechaza el que se dé vida a las imágenes psíquicas. Estas personifican la resistencia al inconsciente, que puede expresarse en una forma como esta: “¿Qué ocurriría si empiezan a arrojarnos bombas atómicas? ¡El profundo saber psicológico no nos serviría de mucho!”.
Este lado que hace resistencia es incapaz de librarse del pensamiento estadístico y de los prejuicios racionales extravertidos. Sin embargo, el sueño señala que en nuestro tiempo puede comenzar una auténtica liberación, sólo mediante una transformación psicológica. ¿Hasta que punto debemos liberar nuestro propio país si después no hay una meta de vida que tenga sentido… ni hay meta alguna que merezca la pena de ser libre? Si el hombre ya no encuentra ningún sentido a la vida, no hay diferencia en que la pase bajo un régimen comunista o uno capitalista. Sólo si se puede usar su libertad para crear algo que tenga significado, es importante que sea libre. Por eso encontrar el significado íntimo de la vida es más importante para el individuo que ninguna otra cosa y por eso se debe dar prioridad al proceso de individuación.
Los intentos para influir en la opinión pública por medio de la prensa, la radio, la televisión y la publicidad se basan en dos factores. Por una parte, confían en técnicas de sondeo que revelan la tendencia de la “opinión” o de los “deseos”, es decir, las actitudes colectivas. Por otra parte, expresan los prejuicios, proyecciones y complejos inconscientes (principalmente el complejo del poder) de quienes manejan la opinión pública. Pero las estadísticas no hacen justicia al individuo. Aunque el tamaño medio de las piedras de un montón sea de cinco centímetros encontraremos muy pocas de ese tamaño exacto en el montón.
Que el segundo factor no puede crear nada positivo es claro desde el principio. Pero si un solo individuo se dedica a la individuación, frecuentemente tiene un positivo efecto contagioso en la gente que le rodea. Es como si una chispa saltara de uno a otro. Y esto suele ocurrir cuando no se tiene intención de influir en los demás y, con frecuencia, cuando no se emplean palabras. Es precisamente hacia ese camino interior al que la señorita X quiere conducir al soñante.
Casi todos los sistemas religiosos de nuestro planeta contienen imágenes que simbolizan el proceso de individuación o, al menos, alguna etapa de él. En los países cristianos el “sí-mismo” se proyecta, como ya dije antes, en el segundo Adán: Cristo. En Oriente, las figuras relevantes son las de Krishna y Buda.
Para la gente que está contenida en una religión (es decir, que aun cree realmente en su contenido y enseñanzas), la regulación psicológica de la vida está afectada por símbolos religiosos y aun sus sueños, muchas veces, giran en torno a ellos. Cuando el difunto papa Pío XII publicó la declaración de la Asunción de María, una mujer católica soñó, por ejemplo, que ella era una sacerdotisa católica. Su inconsciente parecía extender el dogma de esta forma: “Si María es ahora casi una diosa, debería tener sacerdotisas”. Otra católica, que oponía ciertos reparos a algunos aspectos menores y externos de su credo, soñó que la iglesia de su ciudad natal había sido derribada y reedificada, pero que el tabernáculo con la hostia consagrada y la estatua de la Virgen María tenían que ser trasladados de la iglesia vieja a la nueva. El sueño le mostraba que algunos aspectos de su religión, realizados por el hombre, necesitaban renovación, pero que sus símbolos básicos -Dios hecho hombre y la Gran Madre, la Virgen María- sobrevivirían al cambio.
Tales sueños demuestran el vivo interés que toma el inconsciente en las representaciones religiosas conscientes de una persona. Esto plantea la cuestión de si es posible captar una tendencia general en todos los sueños religiosos de la gente contemporánea. En las manifestaciones del inconsciente halladas en nuestra moderna cultura cristiana, sea protestante o católica, el Dr. Jung observó con frecuencia que hay una tendencia inconsciente actuando para redondear nuestra fórmula trinitaria de la Deidad con un cuarto elemento, que tiende a ser femenino, oscuro e incluso maligno. En realidad, este cuarto elemento siempre existe en el reino de nuestras representaciones religiosas, pero fue separado de la imagen de Dios y se convirtió en su duplicado, en la forma de la propia materia (o señor de la materia, es decir, el demonio). Ahora el inconsciente parece querer reunir esos extremos al haberse hecho la luz demasiado brillante y la oscuridad demasiado sombría. Naturalmente, es el símbolo central de la religión, la imagen de la Divinidad, la que está más expuesta a las tendencias inconscientes hacia la transformación.
Un abad tibetano dijo una vez al Dr. Jung que los mandalas del Tibet están construidos por la imaginación, o dirigidos por la fantasía, cuando el equilibrio psicológico del grupo se perturba o cuando un pensamiento particular no puede expresarse porque aun no está contenido en la sagrada doctrina y, por tanto, tiene que ser buscado. En estas observaciones surgen dos aspectos básicos, de igual importancia, del simbolismo del mandala. El mandala sirve como propósito conservador, especialmente, para restablecer un orden existente con anterioridad. Pero también sirve al propósito creador de dar expresión y forma a algo que aun no existe, algo que es nuevo y único. El segundo aspecto es, quizá, aun más importante que el primero, pero no lo contradice. Porque, en la mayoría de los casos, lo que restablece el antiguo orden, simultáneamente implica cierto elemento de creación nueva. En el nuevo orden, los modelos más antiguos vuelven a un nivel superior. El proceso es el de la espiral ascendente que va hacia arriba mientras, simultáneamente, vuelve una y otra vez al mismo punto.
Una pintura hecha por una mujer sencilla, que había pasado su niñez en un ambiente protestante, mostraba un mandala en forma de espiral. En un sueño, esta mujer recibió la orden de pintar la Divinidad. Posteriormente (también en un sueño) la vio en un libro. De Dios mismo ella sólo vio la flotante túnica, el ropaje del que hizo un hermoso despliegue de luz y sombra. Esto contrastaba de modo impresionante con la estabilidad de la espiral en la profundidad del firmamento azul. Fascinada por la túnica y la espiral, la soñante no miró con detenimiento a la otra figura que estaba en las rocas. Cuando se despertó y pensó acerca de quiénes eran esas figuras divinas, se dio cuenta, de repente, de que era “el propio Dios”. Eso le produjo una conmoción de miedo que le duró mucho tiempo.
Generalmente el Espíritu Santo se representa en el arte cristiano por una rueda de fuego o una paloma, pero aquí aparece como una espiral. Este es un nuevo pensamiento, “no contenido aun en la doctrina”, que ha surgido espontáneamente en el inconsciente. Que el Espíritu Santo es la fuerza que actúa en pro del desarrollo de nuestra comprensión religiosa no es una idea nueva, desde luego, pero lo que sí es nuevo es su representación en forma de espiral.
La misma mujer pintó después un segundo cuadro, también inspirado por un sueño, mostrando a la soñante, con su ánimus positivo, de pie en lo alto de Jerusalén, cuando el ala de Satán desciende para oscurecer la ciudad. El ala satánica le recordaba mucho la túnica flotante de Dios de la primera pintura, pero en el primer sueño, la espectadora está por encima, en algún lado del cielo, y ve frente a sí la terrible hendidura entre las rocas. El movimiento de la túnica de Dios es un intento de alcanzar a Cristo, la figura de la derecha, pero no lo consigue del todo. En la segunda pintura, se ve lo mismo pero desde abajo, desde un ángulo humano. Mirándolo desde un ángulo más elevado, lo que se mueve y extiende es una parte de Dios; sobre ella se eleva la espiral como símbolo de un posible desarrollo futuro. Pero visto desde la base de nuestra realidad humana, esa misma cosa que está en el aire es la tenebrosa y extraña ala del demonio.
En la vida de la soñante, estas dos pinturas se hicieron reales en una forma que nonos concierne aquí, pero es evidente que también contienen un significado colectivo que sobrepasa lo personal. Pueden profetizar el descenso de una oscuridad divina sobre el hemisferio cristiano, una oscuridad que, sin embargo, señala hacia la posibilidad de evolución adicional. Puesto que el eje de la espiral no se mueve hacia arriba, sino en el fondo de la pintura, la evolución adicional no conducirá ni a mayor altura espiritual ni a un descenso al reino de la materia, sino a otra dimensión, probablemente al fondo de esas figuras divinas. Y eso quiere decir al inconsciente.
Cuando surgen del inconsciente de una persona símbolos religiosos que son, en parte, distintos de los que conocemos, se teme con frecuencia que alteren erróneamente o disminuyan los símbolos religiosos oficialmente conocidos. Este temor hace, incluso, que mucha gente rechace la psicología analítica y todo el inconsciente.
Si miramos tal resistencia desde un punto de vista psicológico, tendríamos que decir que, en lo que concierne a la religión, los seres humanos pueden dividirse en tres tipos. Primero están los que aun creen auténticamente en sus doctrinas religiosas, cualesquiera que estas sean. Para estas personas, los símbolos y doctrinan “ajustan” tan satisfactoriamente con lo que sienten profundamente en su interior que no hay posibilidad de que se deslicen dentro de ellas graves dudas. Esto ocurre cuando las ideas de la consciencia y el fondo inconsciente están en relativa armonía. La gente de este tipo puede permitirse contemplar sin prejuicio los nuevos descubrimientos psicológicos y los hechos y no temen que les puedan hacer perder su fe. Aunque cuando sus sueños les proporcionen ciertos detalles relativamente no ortodoxos, estos podrán integrarse en su idea general.
El segundo tipo lo forman esas personas que han perdido completamente su fe y la han reemplazado con ideas adicionales puramente conscientes. Para estas personas la psicología profunda significa simplemente una introducción en zonas recién descubiertas de la psique y no les preocupa embarcarse en la nueva aventura e investigar sus sueños para comprobar la verdad de ellos.
Después está un tercer tipo de personas que en una parte de sí mismas (probablemente la cabeza) ya no creen en sus tradiciones religiosas, mientras que en alguna otra aun siguen creyendo. El filósofo francés Voltaire es un ejemplo de este grupo. Atacó violentamente a la Iglesia católica con argumentos raciones (écrasez l’infâme), pero en su lecho de muerte, según algunos relatos, pidió la extremaunción. Sea o no esto verdad, cierto es que su cabeza era irreligiosa, mientras que sus sentimientos y emociones parecían seguir siendo ortodoxos. Tales gentes nos recuerdan a una persona que se queda pillada por la puerta automática de un autobús: ni puede apearse ni volver a entrar en el autobús. Desde luego, los sueños de tales personas quizá pudieran ayudarlas a resolver su dilema, pero tales personas frecuentemente se han sentido molestas al volverse hacia su inconsciente porque ellas mismas no saben lo que piensan y quieren. Tomar el inconsciente en serio es, en definitiva, una cuestión de valor personal e integridad.
La complicada situación de quienes se ven cogidos en la tierra de nadie entre dos estados mentales está creada, en parte, por el hecho de que toda doctrina religiosa oficial, pertenece, en realidad, a la consciencia colectiva (lo que Freud llamaba el superego); pero una vez, hace mucho tiempo, surgieron del inconsciente. Este es un punto que impugnan muchos historiadores de la religión y teólogos. Prefieren dar por cierto que una vez hubo una especie de “revelación”. He investigado muchos años en busca de una prueba concreta de la hipótesis de Jung acerca de este problema; pero resulta difícil encontrarla, porque la mayoría de los ritos son tan antiguos que no es posible descubrir su origen. Sin embargo, el ejemplo siguiente parece que ofrece una pista importante:
“Alce Negro”, hechicero de los siux Ogalala, que murió no hace mucho, nos cuenta en su autobiografía Black Elke Speaks (Alce Negro habla), que, cuando tenía nueve años, se puso gravemente enfermo y durante una especie de coma tuvo una tremenda visión. Vio cuatro grupos de hermosos caballos que venían de las cuatro esquinas del mundo y luego, sentado dentro de una nube, vio a los Seis Abuelos, los espíritus ancestrales de su tribu, “los abuelos del mundo entero”. Le dieron seis símbolos de curación para su pueblo y le mostraron nuevas formas de vida. Pero cuando tenía dieciséis años, se le desarrollaba de repente una fobia terrible siempre que se aproximaba una tormenta porque oía a “seres tonantes” que le llamaban para que “se apresurase”. Esto le recordaba el ruido atronador que hacían los caballos cuando se le acercaron en su visión. Un viejo hechicero le explicó que su miedo procedía del hecho de que guardaba su visión para sí y le dijo que debía contarla a su tribu. Así lo hizo, y después él y su pueblo representaron la visión en un ritual, utilizando caballos de verdad. No sólo el propio Alce Negro sino otros muchos miembros de su tribu se sintieron mucho mejor después de esa representación. Algunos incluso se curaron de sus enfermedades. Alce Negro dice: “Hasta los caballos parecían más saludables y felices después de la danza”.
El ritual no se repitió porque la tribu fue destruida muy poco después. Pero aquí tenemos otro caso diferente en el cual aun sobrevive un ritual. Varias tribus esquimales que viven cerca del río Colville, en Alaska, explican el origen de su fiesta del águila de la forma siguiente:
Un joven cazador mató a un águila muy poco común y quedó tan impresionado por la belleza del ave muerta, que la disecó e hizo de ella un fetiche para él, honrándola con sacrificios. Un día en que el cazador había viajado muy tierra adentro durante su cacería, de repente, aparecieron dos hombres-animales como mensajeros y lo condujeron a la tierra de las águilas. Allí oyó un ruido sordo de tambores, y los mensajeros le explicaron que eso eran los latidos del corazón de la madre del águila muerta. Entonces se le apareció al cazador el espíritu del águila en forma de mujer vestida de negro. Ella le pidió que iniciase una fiesta del águila en su pueblo para honrar a su hijo muerto. Después de que el pueblo de las águilas le enseñó cómo debía hacerlo, él se encontró, de repente, exhausto, de nuevo otra vez donde se había encontrado a los mensajeros. Al volver a su tierra, enseñó a su pueblo cómo celebrar la gran fiesta del águila, tal como la han seguido haciendo fielmente desde entonces.
Por esos ejemplos vemos cómo un rito o costumbre religiosa puede surgir directamente de una revelación inconsciente tenida por un solo individuo. Aparte de tales comienzos, la gente que vive en grupos culturales desarrolla sus diversas actividades religiosas, de tan enorme influencia, en la vida entera de la sociedad. Durante un largo proceso de evolución, el material originario se moldea y remoldea con palabras y acciones, se embellece y va adquiriendo formas definidas. Sin embargo, el proceso de cristalización tiene una gran desventaja. Se va aumentando el número de gentes que no conocen directamente la experiencia original y sólo pueden creer lo que sus mayores y maestros les cuentan sobre ella. Ya no saben que tales hechos son reales y, desde luego, ignoran qué se siente durante esa experiencia.
En sus formas presentes, archielaboradas y demasiado viejas, tales tradiciones religiosas se resisten con frecuencia a nuevas alteraciones creadoras del inconsciente. A veces, los teólogos defienden, incluso, esos “verdaderos” símbolos religiosos y doctrinas simbólicas contra el descubrimiento de una actividad religiosa en la psique inconsciente, olvidando que los valores por los que luchen deben su existencia a esa misma actividad. Sin una psique humana que reciba las aspiraciones divinas y les exprese en palabras o las plasme artísticamente, ningún símbolo religioso habría llegado nunca a la realidad de nuestra vida humana. (Basta con que pensemos en los profetas y evangelistas.)
Si alguien objetara que hay en sí misma una realidad religiosa, independiente de la psique humana, sólo podríamos contestarle con esta pregunta: “¿Quién dice eso sino un psique humana?”. Sin importar lo que afirmemos, nunca nos podremos librar de la existencia de la psique, porque estamos contenidos dentro de ella y es el único medio con el que podemos captar la realidad.
Por tanto, el moderno descubrimiento del inconsciente cierra una puerta para siempre. Excluye definitivamente la idea ilusoria, tan favorecida por algunas personas, de que el hombre puede conocer la realidad en sí misma. También en la física moderna se ha cerrado otra puerta con el “principio de indeterminación” de Heisenberg, dejando fuera el error de que podemos comprender una realidad física absoluta. El descubrimiento del inconsciente, sin embargo, compensa la pérdida de estas bien amadas ilusiones al abrir ante nosotros un inmenso e inexplorado campo de percepciones, dentro del cual la investigación científica-objetiva combina una extraña forma nueva con una aventura ética personal.
Pero, como dije al principio, es prácticamente imposible comunicar toda la realidad de nuestra experiencia en el nuevo campo. Gran parte de ella es única y sólo parcialmente se puede comunicar con palabras. También aquí se ha cerrado una puerta ante la ilusión de que podemos entender totalmente a otra persona y decirle lo que le conviene. Una vez más, sin embargo, se puede encontrar una compensación de eso en el nuevo reino de la experiencia, con el descubrimiento de la función social del “sí-mismo”, que labora en forma oculta para unir a individuos separados que tienen que estar juntos.
La charla intelectual se reemplaza de ese modo con hechos significativos que ocurren en la realidad de la psique. De ahí que, para que el individuo entre en serio en el proceso de individuación que hemos diseñado, ha de proponerse una orientación nueva y diferente hacia la vida. También el científico ha de proponerse una forma nueva y diferente de acercarse científicamente a los hechos externos. Qué efectos tendrá eso en el campo del conocimiento humano y en la vida social de los seres humanos es algo que no puede predecirse. Pero nos parece cierto que el descubrimiento de Jung acerca del proceso de individuación es un hecho que las generaciones futuras tendrán que tener en cuenta si quieren evitar desviarse hacia una visión estancada o, incluso, regresiva.
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