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CRÓNICAS DE LA PATRIA VIEJA (18)




RICARDO AROCENA





A lo largo de 17 "Crónicas" y una "Entrevista", hemos hecho referencia a los dos primeros años de la revolución oriental. Antes de continuar, repasamos lo sustancial de la mayoría de los artículos publicados.





1. DON XAVIER





Radiante por la conformación en Buenos Aires de la denominada "Junta de Mayo", que daría inicio al proceso independentista en el Río de la Plata, el párroco interino del Pueblo de Santo Domingo de Soriano, don Tomás Xavier Gomenzor, escribió en el Libro de los Muertos de su parroquia un epitafio dedicado al imperio español, que décadas más tarde sería censurado por las más altas autoridades eclesiásticas.





"El día 25 de este mes de Mayo expiró en estas provincias del Río de la Plata la tiránica jurisdicción de los virreyes, la dominación despótica de la península española y el escandaloso influjo de todos los españoles. Se sancionó en la capital de Buenos Aires por el voto unánime de todas las corporaciones reunidas en Cabildo Abierto, una Junta Superior independiente de la península...", registró en el "acta de defunción", con no poca ironía por el lugar elegido para hacerlo, el modesto cura rebelde.





Profusa agua correría bajo los puentes, hasta que en 1869, el poderoso obispo de Megara Jacinto Vera, decide visitar la iglesia del antiguo pueblo de indios de Santo Domingo de Soriano. Llegado que hubo al lugar, y luego de que de alguna forma tomara conocimiento de la ocurrencia que 59 años antes tuviera el padre Xavier, absurdamente ordena a su secretario personal que tache minuciosamente, la irónica inscripción, aún cuando la misma nada tuviera que ver con los conflictos políticos que en ese momento dividían las aguas del Uruguay independiente.





2. DOÑA FELIPA





Fue de los campos de Tomás Rodríguez, y de su socio de aventuras Lorenzo Gutiérrez, que en febrero de 1811 salieron las primeras patriadas rumbo a la ciudad de Mercedes, para dar inicio a un alzamiento que la historia registraría con el nombre de "El grito de Asencio", y que simbolizaría para la Banda Oriental el punto de partida de la revolución libertadora.





Las chacras de donde partieron los insurrectos, estaban a unas tres leguas de la Capilla de Mercedes, sobre la costa del Río Negro, entre los arroyos Dacá y Asencio. Doña Felipa, una más que centenaria descendiente de Gutiérrez, relataría décadas después a la revista porteña Caras y Caretas:





"Nosotros estábamos ese día de pericón, ardían los fogones y circulaba el mate. En casa se habían reunido los capataces. Mi padre, Don Lorenzo Gutiérrez, discutía con los demás, mi madre Doña Rosa Arriola, de los Arriola de la Patria Vieja, cebaba mate. Nosotras las muchachas atisbábamos por la puerta y mirábamos a la mozada, que bailaba con Perico a la cabeza. Estaba ahí la flor de la mozada. Don Venancio Benavides y don Pedro Viera habían pasado la noche en casa".





3. DON JUSTO





Es indudable que al modesto Capitán de Blandengues Don Justo Correa, le gustaba escribir. Es por eso, que a la vuelta del "café", cuando caía la noche, se encerraba en su modesta habitación y registraba meticulosamente cuanto había vivido, visto y escuchado durante el transcurso del día.





Aquel hombre estaba en un lugar privilegiado. Por razones de salud había quedado varado desde 1810 en los pagos de Mercedes, en los que la cosa estaba "que ardía", y resolvió jugársela por la causa independentista, pero intentó además sustraerse, por lo menos "de a ratos", a cuanto estaba ocurriendo, para poder relatarlo en forma tan meticulosa como ordenada.





Entre otras cosas anota que el 26 de febrero de 1811, Pedro Viera y Venancio Benavides se habían ocultado en el monte de Asencio con 300 hombres para tenderle una celada al enemigo. Y disponen que un grupo de patriotas se instale "afuerita" del lugar, en pleno campo, con la orden de que si el enemigo se abalanzaba sobre ellos, huyeran arrastrando tras de sí a los atacantes.





Creídos los españoles que tenían "segura la carnada que se les había puesto, y luego que se aproximaron al monte donde estaba la lechiguana, salieron huyendo los veinte que estaban de gancho", refiere Correa, agregando que: "al poco trecho reparan a retaguardia el cardumen de avispas y dicen que los gauchos son tantos, con lo que el valor se les volvió pasmo, pero no para ganar un monte espeso, creyendo que ahí estarían salvos". Finalmente Viera llega con su columna a la vista de Mercedes y envía a Enrique Reyes "a conferenciar con los españoles", que luego de algunas deliberaciones, deciden entregar el pueblo "a disposición de Buenos Aires"





4. DON JOSE





El 15 de febrero de 1811, es decir muy pocos días después de que el Virrey Elío declarara la guerra a la Junta revolucionaria de Buenos Aires, José Artigas parte de Colonia, adonde se desempeñaba como Brigadier del Cuerpo de Blandengues al servicio del imperio español, para sumarse al movimiento independentista que venía conmoviendo a la Banda Oriental.





Hasta ese momento se había contenido de participar en cualquiera de las revueltas que los orientales venían realizando, sobre todo a lo largo del Río Uruguay, y que anticipaban una imparable avalancha contra el poder hispánico. Debía esperar pacientemente el "minuto histórico preciso", para que su partida sirviera de anuncio a sus compatriotas de que la hora de los hornos había arribado.





Poniendo fin a la tensa expectativa finalmente Artigas parte de Colonia rumbo a Paysandú acompañado por el militar y antiguo confidente Rafael Hortiguera, el cura José María Enríquez Peña, algunos soldados que se suman a la causa y un esclavo del mismo apellido que el religioso mencionado, al que se le otorga la libertad.





Luego de recorrer nueve leguas, el pequeño grupo de hombres se esconde en un bosque cercano al "Cerro de las Armas", sobre el arroyo San Juan y decide que Peña se dirija a la estancia de Teodosio de la Quintana, con el objetivo de solicitar ayuda para proseguir la marcha.





El estanciero los apoya proporcionándoles una tropilla de "excelentes caballos" para que se pudieran mover con velocidad y un baqueano de nombre Chamorro, pero además los hijos del hacendado se suman al pequeño comando patriota. Luego de un transitorio descanso, Artigas, que ya estaba siendo "requerido" por quienes habían sido sus superiores, rumbeando hacia el norte, arriba a Mercedes, luego sigue hasta Tres Árboles, traspasa el Río Negro y se dirige a Paysandú, desde donde sale rumbo a Buenos Aires, su destino final.





5. LA OFENSIVA





Luego de varios días de lluvias, el 18 de mayo había amanecido "sereno", recordará Artigas en un documento dirigido a la Junta Provisional en el que da cuenta en detalle del resonante triunfo en Las Piedras, que lo había colocado a un paso de la victoria total. Con inocultable orgullo destaca en el informe "el ardor y el entusiasmo con que mi tropa se empeñó entonces en mezclarse con los enemigos..."





Las fuerzas patriotas habían afrontado "la superioridad de su artillería (...) y el exceso de su infantería", pero habían suplido con entusiasmo lo que les faltaba en entrenamiento militar. "Sus rostros serenos pronosticaban las glorias de la patria", comentará el Jefe oriental.





Consolidada la victoria sobre los hispanos la gente enardecida estaba dispuesta a "vengar la inocente sangre de sus hermanos", pero Artigas había dado la orden de que se respetara la vida de los cautivos, lo que terminó siendo acatado por sus soldados, que de esa forma demostraban "la generosidad que distingue a la gente americana".





En un informe dirigido a sus superiores, el militar español José de Posadas corrobora la actitud de los patriotas frente a los vencidos: "Me hirieron los enemigos dándome un sablazo en el sombrero de cuyas resultas se me cayó en el suelo, me dieron otro de bastante consideración en la cara que me dividió el carrillo izquierdo en dos partes, y el tercero en la cabeza, y milagrosamente no fui muerto en aquel acto, pues me tiraron un balazo a boca de jarro sin tocarme, y me iban a asegundar otro pero un oficial que llegó en aquel acto me libertó la vida".





6. EL COMPLOT




"Si no hay lanzas no faltarán garrotes, y hasta con los dientes y las uñas se puede pelear", resonó hasta en el último rincón de la improvisada sala de reunión la voz del canónigo Bartolomé Ortiz, haciendo sacudir a la agitada asamblea. Con su inflamada intervención le estaba respondiendo a los que porfiaban que los patriotas estaban muy mal armados como para sostener por sí solos el sitio de Montevideo y a la vez hacerle frente a los portugueses que avanzaban desde la frontera.





El religioso se hacía eco de lo que sostenía el propio Artigas que pensaba que los orientales estaban en condiciones de continuar solos la pelea. El invierno de 1811 había sido crudo, pero lleno de esperanzas para los patriotas, que sentían que la ansiada independencia estaba al alcance de la mano. Sin embargo el advenimiento de la primavera no había traído buenas noticias: era inminente la firma de un armisticio que dejaba en manos españolas al territorio oriental.





En los "mentideros" políticos de la época se comentaba que aquellas transacciones se debían a que "había perdido el Gral. Castelli la acción del Desaguadero, y que los españoles avanzaban sobre las provincias del Río de la Plata, al mismo tiempo que la Carlota mandaba un ejército a las órdenes de Diego de Souza para pacificar la Banda Oriental".





El Gral. en Jefe José Rondeau, tendría la escabrosa tarea de explicar a los orientales que el gobierno de Buenos Aires había decidido retirar "todas las tropas de la Banda Oriental, para oponerlas a las tropas del Rey en la Banda Occidental". Pero semejante planteo produciría una "fermentación en contra de las medidas adoptadas por el gobierno argentino", según testimonios de la época, y se acabaría por convocar a una "junta de vecinos" a realizarse el 10 de septiembre en el "Cuartel General", "como a media legua de la Plaza", en la "Panadería de Vidal".





Artigas comienza la reunión diciendo que "no abandonaba a sus paisanos ", postura con la que de hecho enfrentaba las decisiones de Buenos Aires, desde una novedosa e inesperada perspectiva oriental. Todos los presentes sabían que el retiro de las tropas cuestionaba seriamente "la seguridad de los habitantes del país", sin embargo esto no estaba siendo tenido en cuenta por los negociadores porteños.





Por eso un momento culminante de la acalorada asamblea fue cuando los diputados llegados de Buenos Aires defendieron sus propuestas con el argumento de que eran una "urgente necesidad". Inmediatamente varios asambleístas tomaron la palabra para recordarles las "obligaciones y compromisos" del gobierno porteño para proteger la libertad de los pueblos.





7. LA MEDITACIÓN





El pacto entre Buenos Aires y Montevideo de octubre de 1811 deja expuestas a la "saña de los españoles" a las familias orientales, que desamparadas como consecuencia del "duro golpe", buscan protección y refugio junto a las tropas artiguistas. "El único medio es seguir la suerte del ejército...", proclaman masivamente los vecinos, que intentan escapar a la inevitable represión y saqueo.





A lo largo y ancho de la Banda Oriental corre la voz y un sentimiento nuevo, de patria en movimiento, gana a la población, que se encolumna detrás de su flamante Jefe, Don José Artigas. Subiendo cerros, bajando lomas, despuntando arroyos, en grupos o en forma aislada, en un lento y persistente goteo, las familias paisanas van llegando hasta donde se encuentran las fuerzas patriotas, que hacia principios de noviembre acampan en Soriano, a orillas del Cololó.





Sobre Artigas, que hasta no mucho tiempo atrás no era más que un modesto capitán de Blandengues y que en ese momento era un coronel subordinado a la Junta de Buenos Aires, comienza a caer una pesada responsabilidad, que trasciende en mucho lo meramente militar.





Es el día 3. Cae la tarde y las sombras del grupo de hombres se alargan hasta perderse, detrás de unas carretas, entre la espesura del monte. La bóveda estrellada es el escenario de la conversación del Jefe de los orientales con los integrantes de su séquito. El general dictaba una importante carta que había que mandar lo antes posible a Mariano Vega, uno de sus colaboradores de mayor confianza.





-Adviértale que todo punto que nosotros abandonemos será ocupado por las armas de Montevideo, y no podemos ocupar sino aquellos que conciliando nuestra seguridad nos facilite los recursos precisos. - Un integrante de la comitiva registraba lo que Artigas decía.





La plática los había llevado a la luz de una chispeante fogata ubicada a pocos metros de unos carruajes. El paisanaje que los ocupa comienza a asomarse al reconocer la voz. Muchos ojos se empañan al distinguir a quien habla y un nudo cierra muchas gargantas. Aquel individuo era la encarnación de sus sueños, el que los conduciría a lugares más seguros, adonde pudieran "ser libres".





Ninguno quería interrumpir la conferencia que se llevaba a cabo, percibían que lo que se estaba hablando les concernía. Desde donde estaban se escuchaba nítidamente lo que Artigas decía:





-Yo no puedo fijarme en Mercedes, ni menos mantenerlo con algunas tropas: todo individuo que quiera seguirme, hágalo, viniéndose a Ud. para pasar a Paysandú luego que yo me aproxime a ese punto; no quiero que persona alguna venga forzada; todos voluntariamente deben empeñarse en su libertad, quien no lo quiera, deseará permanecer esclavo.





El Jefe oriental hace una pausa. Al divisar a las mujeres y niños que atentos observan, una súbita ternura lo invade. Por aquellos días algunos de sus jefes, en una reunión, se habían exasperado recordando que habían visto, "expirar de miseria nuestras familias, mirando su desnudes y salpicado con nuestra sangre el decreto triste de su orfandad". Recordaba con dolor aquellas palabras. Entonces alzando la voz, cosa de ser escuchado por todos los presentes, comienza a decir:





-En cuanto a las familias..., siento infinito que no se hallen los medios de poderlas contener en sus casas: un mundo entero me sigue, retardan mis marchas, y yo me veré cada día más lleno de obstáculos para obrar...





Hizo otra pausa. En el silencio silvestre de la noche veraniega repicaban rondas de grillos. Los que rodeaban al Jefe eran concientes de la sensible trascendencia del momento. Tomándose su tiempo Artigas dicta en forma calmada:





-... Ellas me han venido a encontrar; de otro modo yo no las habría admitido; por estos motivos encargo a usted se empeñe en que no salga familia alguna...





Varias voces se alzaron para señalar que era imposible contener a los que querían seguir a las tropas, pero Artigas, sonriendo con tristeza y como hablando consigo mismo, agrega:





- ... Les será imposible seguirnos; llegarán casos que nos veamos precisados a no poderlas escoltar; y será muy peor verse desamparadas en unos parajes que nadie podrá valerlas...





El silencio se hace más tenso, pero pronto el "General" tranquiliza los ánimos y conteniendo a sus hombres con un gesto de su mano, agrega en voz más alta:





-Pero si no se convencen por estas razones, déjelas usted que obren como gusten. - Con aquellas palabras apadrinaba lo que ya era un hecho inevitable. El éxodo del pueblo oriental había comenzado.





8. EL LOBO





"Día 4.- De allí pasé al corral de Sierra al que arresté por sospechoso, habiéndole quitado una pistola; de donde fui a hacer noche a la capilla San Ramón.../ Permanecí en dicho lugar habiendo enviado dos partidas. La 1ra. A cargo del cabo García con objeto de registrar la casa de Isidro Pérez y de don Jerónimo Herrera.../ Día 7.- (recibí) noticias de andar algunas partidas de gauchos por las estancias de Genera..../ Día 9.- Salimos de la barra de Casupá y llegué a las Minas... en esta noche se prendió a Santiago Chirivao por denuncia.../ Día 10.-... llegué al Pueblo Viejo (Maldonado)... donde entregué al preso Chirivao al comandante".





Con estos términos el represor español Larrobla comienza a relatar su sangrienta cruzada contrarrevolucionaria. Había salido de la Guarnición del Cordón a las 10 de la mañana del 3 de Mayo de 1812 a la cabeza de una "partida tranquilizadora" para prevenir el resurgimiento de revueltas y exterminar a los "agitadores". Era un hombre duro, sanguinario, brutal, que sentía un profundo desprecio por los "pardos", "sospechosos" y "ladrones", como llamaba a los patriotas artiguistas.





Luego de comer en lo del "difunto Castro" en Toledo, había disfrutado la mezquina satisfacción de pasar la noche en la estancia del sedicioso Artigas, en el Sauce, antes de salir rumbo a lo de Salvador García. Lo habían destinado a vigilar desde Montevideo hasta Rocha, es decir toda la franja Este de la Banda Oriental. Había llegado la hora del lobo y el Capitán Larrobla afilaba sus colmillos.





9. EL CRIMEN





En enero de 1813, un vecino de Montevideo denuncia en forma anónima al periódico bonaerense "La Gaceta Ministerial", que uno de los "escuadrones de la muerte" españoles, que por aquel entonces asolaba a la Banda Oriental, había degollado "a sangre fría, a diez y nueve mujeres que no tenían otro crimen que el de ser americanas".





Los integrantes de la "Partida Tranquilizadora", nombre con el que se conocía a los "grupos de tareas" de la época, no solamente no ocultaban el delito, sino que se ufanaban abiertamente de él. Y a su regreso del nefasto episodio, según comentaría el aterrado vecino: "vociferaban aquí este glorioso triunfo propio y reservado a la barbarie de estos Caribes: todos los habitantes de la ciudad lo habían oído de sus nefandos labios y desgraciado aquel que se hubiera atrevido a increparlo o a manifestar en su semblante la más leve muestra de disgusto".





Con respecto a lo acaecido explicaba el paisano en forma textual: "Yo no me ocuparé de formar a Ud. el cuadro de horrores que estos vándalos de la América ejecutaron en las infortunadas casas por donde transitaron, ni los asesinatos que cometieron..., solo diré a Vmd. que estos bárbaros desnaturalizados, después de haber destruido, cuales zorras, cuanto de precioso mueblaba las casas de campo, que desgraciadamente se hallaba en el tránsito y no podían llevar consigo, degollaron a sangre fría diez y nueve mujeres que no tenían otro crimen que el de ser americanas".





10. DON FELIPE





Preocupado por las sistemáticas intrigas del gobierno de Buenos Aires contra Don José Gervasio Artigas, el patriota Felipe Santiago Cardozo alerta al Jefe revolucionario, que entretejida entre los circuitos del poder porteño, una peligrosa logia de "pícaros francmasones" conspiraba contra la revolución oriental. "Amigo, hablo a Ud. con la ingenuidad con que debo hablar a un paisano redentor de América, tal es Ud. aunque estos francmasones lo quieran ocultar", le escribirá con respeto, cariño y franqueza a su compadre, al cabo de una etapa de permanentes provocaciones.





Sabía muy bien de lo que hablaba. Desde su llegada a Buenos Aires, su ciudad natal, hacia fines del siglo XVIII, había sostenido una estrecha vecindad política con acreditados integrantes de las logias masónicas. Por aquel entonces para muchos no era un secreto que hombres de gran importancia para la causa independentista pertenecían a la organización secreta.





Amigos y enemigos veían a Cardozo como uno de los exponentes más radicales de la causa independentista. Había participado activamente de la lucha revolucionaria desde sus inicios: integró el Cabildo abierto del 22 de mayo en Buenos Aires, adonde se había plegado al voto de Francisco Planes, exigiendo la cesación del Virrey. Y fue uno de los firmantes de la petición del 25 de mayo para la conformación de la primera Junta de gobierno.





-La falta de una Constitución es el origen de nuestros males-. Proclamaría por aquel entonces, siendo sus palabras recogidas por el periódico "El grito del Sud". Desde los preludios de la revolución promulgaba lo que unos años después su antiguo compadre Don José Artigas, acabaría por proponer, cuando preocupado reclamaría una Carta Magna que sujetara cualquier "veleidosa probidad".





11.

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