VIGESIMOTERCERA ENTREGA
3 / EL PROCESO DE INDIVIDUACIÓN (VII)
Marie-Louise von Franz
La relación con el “sí-mismo”
Hoy día hay más y más gentes, en especial los que viven en las grandes ciudades, que sufren un terrible vacío y aburrimiento, como si estuvieran esperando algo que jamás llega. Las películas y la televisión, los espectáculos deportivos y las excitaciones políticas pueden divertirlas por un momento, pero una vez y otra, agotadas y desanimadas, tienen que volver al yermo de su propia vida.
La única aventura que aun merece la pena para el hombre moderno se encuentra en el reino interior de la psique inconsciente. Con esta idea vagamente en el pensamiento muchos se vuelven hoy día hacia el yoga y otras prácticas orientales. Pero tales cosas no ofrecen ninguna nueva aventura auténtica, porque en ellas sólo obtienen lo que ya es conocido para los hindúes o los chinos, sin que lleguen al verdadero contacto con el centro de su vida interior. Aunque es cierto que los métodos orientales sirven para concentrar la mente y dirigirla al interior (y que esa forma de proceder es, en cierto sentido, análoga a la introversión de un tratamiento analítico), hay una diferencia muy importante. Jung desarrolla una forma de alcanzar el propio centro interior y de establecer contacto con el misterio vivo del inconsciente, por uno mismo y sin ayuda. Esto es completamente distinto que seguir un camino ya muy trillado. Tratar de conceder a la realidad viva del “sí-mismo” una cantidad constante de atención diaria es como tratar de vivir simultáneamente en dos niveles o en dos mundos diferentes. Dedicamos nuestra mente, como antes, a los deberes externos, pero, al mismo tiempo, permanecemos alerta a los indicios y signos, en los sueños y en sucesos exteriores, que utiliza el “sí-mismo” para simbolizar sus intenciones, la dirección en que se mueve el curso de la vida.
Los antiguos textos chinos que se refieren a esta clase de experiencia emplean con frecuencia el símil del gato acechando el nido de ratones. Uno de los textos dice que no deberíamos permitir que se entrometieran otros pensamientos, pero nuestra atención no sería demasiado aguda, ni tampoco sería demasiado obtusa. Existe exactamente el nivel adecuado de percepción. “Si el aprendizaje se soporta de este modo… será eficaz cuando pase el tiempo y cuando llegue la causa del goce, como una fruta madura que cae inmediatamente, algo puede ocurrir que toque o haga contacto y que producirá inmediatamente el supremo despertar del individuo. Este es el momento en que el ejecutante será como el que bebe agua y solo sabe si está fría o caliente. Llega a estar libre de toda duda sobre sí mismo y experimenta una gran felicidad análoga al encontrar al padre propio en un cruce de caminos”.
Así, en medio de la vida exterior corriente, nos sentimos cogidos, de repente, en una emocionante aventura interior; y como es la única para cada individuo, no puede ser copiada o robada.
Hay dos razones principales por las que el hombre pierde contacto con el centro regulador de su alma. Una de ellas es que cierta tendencia instintiva única o imagen emotiva puede llevarle a una unilateralidad que le hace perder su equilibrio. Esto también ocurre a los animales; por ejemplo, un ciervo sexualmente excitado olvidará completamente el hambre y la seguridad. Esta unilateralidad y consecuente pérdida de equilibrio era muy temida por los pueblos primitivos que la llamaban “pérdida del alma”. Otra amenaza para el equilibrio interior procede del exceso de soñar despierto que, en una forma secreta, generalmente gira en torno a determinados complejos. De hecho, el soñar despierto surge, precisamente, porque pone en contacto a una persona con sus complejos; al mismo tiempo, amenaza la concentración y continuidad de su consciencia.
El segundo obstáculo es exactamente lo opuesto y se debe a una superconsolidación de la consciencia del ego. Aunque es necesaria una consciencia disciplinada para la realización de actividades civilizadas (sabemos lo que ocurre si el encargado de las señales de un ferrocarril se deja llevar por el soñar despierto), tiene la grave desventaja de que puede bloquear la recepción de impulsos y mensajes procedentes del centro. Esa es la causa de que tantos sueños de las personas civilizadas se refieran a la restauración de esa receptividad intentando corregir la actitud de la consciencia hacia el centro inconsciente del “sí-mismo”.
Entre las representaciones mitológicas del “sí-mismo” encontramos mucha insistencia acerca de las cuatro esquinas del mundo, y en muchas pinturas se representa al Gran Hombre en el centro de un círculo dividido en cuatro. Jung empleó la palabra hindú mandala (círculo mágico) para designar una estructura de ese orden, que es una representación simbólica del “átomo nuclear” de la psique humana, cuyo centro no conocemos. A este respecto es interesante que un cazador naskapi representó gráficamente a su Gran Hombre no como un ser humano, sino como un mandala.
Mientras que los naskapi experimentan directa e ingenuamente el centro interior sin ayuda de doctrinas o ritos religiosos, otros pueblos utilizan el motivo mandala con el fin de recuperar un perdido equilibrio interior. Por ejemplo, los indios navajos tratan, por medio de pinturas hechas con arena, representando estructuras análogas a mandalas, volver a una persona enferma a la armonía consigo misma y con el cosmos y, por tanto, de volverle la salud.
En las civilizaciones orientales, se emplean pinturas análogas para consolidar el ser interior o para facilitar a alguien que se sumerja en profunda meditación. La contemplación de un mandala significa que aporta la paz interior, la sensación de que la vida ha vuelto a encontrar un significado y un orden. El mandala también aporta esa sensación cuando aparece espontáneamente en los sueños de las personas modernas que no están influidas por ninguna tradición religiosa de ese tipo y nada saben acerca de ello. Quizá el efecto positivo es aun mayor en tales casos, porque el conocimiento y la tradición a veces emborronan y aun bloquean la experiencia espontánea.
Un ejemplo de un mandala producido espontáneamente en el siguiente sueño de una mujer de sesenta y dos años. Surge como preludio a una nueva fase de vida en la que ella se transforma en muy creadora:
Veo un paisaje en la semioscuridad. Al fondo la cresta elevada y luego la continuación llana de un monte. A lo largo de la línea donde se levanta, se mueve un “disco cuadrangular” que brilla como el oro. En primer término veo una tierra arada que está comenzando a brotar. Ahora percibo de repente una mesa redonda con una losa de piedra gris encima, y, en el mismo momento, el “disco cuadrangular” está sobre la mesa. Ha dejado el monte, pero no sé cómo y cuándo ha cambiado de lugar.
Los paisajes de los sueños (al igual que en el arte) frecuentemente simbolizan un estado de ánimo inexpresable. En este sueño, la semioscuridad del paisaje indica que la claridad de la conciencia del día está disminuida. “La naturaleza interior” puede comenzar a revelarse ahora a su propia luz, por eso se nos dice que el “disco cuadrangular” se hace visible en el horizonte. Hasta aquí, el símbolo del “sí-mismo”, el disco, ha sido en gran parte una idea intuitiva en el horizonte mental del soñante, pero luego, en el sueño, cambia de posición y pasa a ser el centro del paisaje de su alma. Una semilla, sembrada hace mucho tiempo, comienza a brotar: durante mucho tiempo antes, la soñante había prestado cuidadosa atención y ahora esta labor daba su fruto. (Nos acordamos de la relación entre el símbolo del Gran Hombre y la planta de la vida mencionada anteriormente.) Luego el disco dorado se traslada al lado “derecho”, el lado donde las cosas se hacen conscientes. Entre otras cosas, “derecho” frecuentemente significa, psicológicamente, el lado de la consciencia, de la adaptación del ser “justo”, mientras que “izquierda” significa la esfera de las reacciones inconscientes inadaptadas o, a veces, hasta algo que es “siniestro”. Después, finalmente, el disco dorado detiene su movimiento y va a posarse -significativamente- en una mesa redonda de piedra. Ha encontrado una base permanente.
Como Aniela Jaffé observa más adelante en este libro, la redondez (el motivo mandala) generalmente simboliza una totalidad natural, mientras que una formación cuadrangular representa la realización de ella en la consciencia. En el sueño, el “disco cuadrangular” y la mesa redonda se juntan y de ese modo se tiene al alcance una realización consciente del centro. La mesa redonda, dicho sea de paso, es un símbolo muy conocido de totalidad y desempeña un papel en la mitología: por ejemplo, la Tabla Redonda del Rey Arturo, que por sí misma es una imagen derivada de la mesa de la Última Cena.
De hecho, siempre que un ser humano se vuelve auténticamente hacia el mundo interior y trata de conocerse -no rumiando sus pensamientos y sentimientos personales, sino siguiendo las expresiones de su propia naturaleza objetiva tal como los sueños y las fantasías auténticas-, luego, más pronto o más tarde, emerge el “sí-mismo”. Entonces el ego encontrará una fuerza interior que contiene todas las posibilidades de renovación.
Pero hay una gran dificultad que sólo he mencionado indirectamente hasta ahora. Y es que toda personificación del inconsciente -la sombra, el ánima, el ánimus y el “sí-mismo”- tienen, a la vez, un aspecto claro y otro oscuro. Vimos antes que la sombra puede ser vil o mala, un impulso instintivo que hemos de vencer. Sin embargo, puede ser un impulso hacia el desarrollo que debemos cultivar y seguir. De la misma forma, el ánima y el ánimus tienen aspecto doble: pueden proporcionar un desarrollo que da la vida y un creacionismo a la personalidad, o pueden producir petrificación y muerte física. Y aun el “sí-mismo”, el amplísimo símbolo del inconsciente, tiene un efecto ambivalente como, por ejemplo, en el cuento esquimal, cuando la “mujer pequeñita” ofrece salvar a la heroína del poder del Espíritu de la Luna, pero, en realidad, la convierte en una araña.
El lado oscuro del “sí-mismo” es lo más peligroso de todo, precisamente porque el “sí-mismo” es la fuerza mayor de la psique. Puede hacer que las personas “tejan” megalomanías u otras fantasías engañosas que las captan y las “poseen”. Una persona en tal estado piensa con excitación creciente que se ha apoderado de los grandes enigmas cósmicos y los ha resuelto; por tanto, pierde todo contacto con la realidad humana. Un síntoma de ese estado es la pérdida del sentido del humor y de los contactos humanos.
Así, el surgimiento del “sí-mismo” puede acarrear un gran peligro para el ego consciente de una persona. El doble aspecto del “sí-mismo” está hermosamente ilustrado en este cuento de hadas iranio, titulado El secreto del baño Bâdgerd:
El grande y noble príncipe Hâtim Tâl recibe orden de su rey para que averigüe el misterio del Baño Bâdgerd (castillo de la inexistencia). Cuando se acerca a él, después de haber pasado por muchas aventuras peligrosas, oye que nadie ha regresado jamás de él, pero insiste en continuar. Es recibido en un edificio redondo por un barbero que tiene un espejo y que lo conduce al baño, pero tan pronto como el príncipe entra en el agua estalla un atronador ruido, se produce la oscuridad total, el barbero desaparece y, lentamente, el agua empieza a subir.
Hâtim nada desesperadamente dando vueltas hasta que, por último, el agua alcanza lo alto de la cúpula redonda que forma el techo del baño. Ahora teme estar perdido, pero reza una oración y se agarra a la piedra central de la cúpula. Vuelve a sonar un ruido atronador, todo cambia, y Hâtim se encuentra de pie y solo en un desierto.
Después de largo y penoso vagar, llega a un hermoso jardín en medio del cual hay un círculo de estatuas de piedra. En el centro de las estatuas ve un loro en su jaula y una voz de lo alto le dice: “¡Ah, héroe!, probablemente no saldrás vivo de este baño. Una vez Gayomart (el Primer Hombre) encontró un enorme diamante que relucía con más brillo que el sol y la luna. Decidió esconderlo donde nadie pudiera encontrarlo y, por tanto, construyó este baño mágico para protegerlo. El loro que ves ahí forma parte de la magia. Si le aciertas, desparecerá la maldición, pero si no, quedarás petrificado como le ocurre a todos esos.”
Hâtim probó una vez y falló. Falló otra vez y quedó petrificado hasta el pecho. La tercera vez cerró los ojos, exclamó “Dios es grande”, disparó a ciegas y esta vez dio al loro. Se desató una tempestad de truenos y nubes de polvo. Cuando todo eso se ha calmado, hay un enorme y hermoso diamante, y todas las estatuas han vuelto a la vida. Todos le dan las gracias por su redención.
El lector reconocerá en ese cuento los símbolos del “sí-mismo”: el Primer Hombre Gayomart, el edificio redondo en forma de mandala, la piedra central y el diamante. Pero ese diamante está rodeado de peligro. El loro demoníaco significa el espíritu malo de imitación que nos hace fallar el blanco y nos petrifica psicológicamente. Como ya he indicado, el proceso de individuación excluye toda imitación, análoga a la del loro, de los otros. Una y otra vez, en todos los países, la gente ha tratado de copiar en su conducta “externa” o ritualista la experiencia religiosa original de sus maestros religiosos -Cristo o Buda o cualquier otro maestro- y, por tanto, se ha “petrificado”. Seguir los pasos de un gran maestro espiritual no significa que hay que copiar y realizar el modelo del proceso de individuación que representa su vida. Significa que debemos tratar, con sinceridad y devoción, de igualarnos a él en el curso de nuestra propia vida.
El barbero del espejo, quien luego desaparece, significa las dotes de reflexión que Hâtim pierde cuando más las necesita; las aguas crecientes representan el riesgo de que podamos ahogarnos en el inconsciente y perdernos en nuestras propias emociones. Con el fin de comprender las indicaciones simbólicas del inconsciente, hemos de tener cuidado en no quedarnos fuera de uno mismo o “junto a uno mismo”, sino estar emotivamente dentro de uno mismo. Desde luego, es de vital importancia que el ego pueda continuar actuando en forma normal. Sólo si permanecemos como seres humanos corrientes, conscientes de nuestra plenitud, podremos llegar a ser receptivos de los significativos contenidos y procesos del inconsciente. ¿Pero cómo puede un ser humano sostener la tensión de sentirse aunado con todo el universo si, al mismo tiempo, es sólo una miserable criatura terrenal? Si, por un lado, nos despreciamos como meras cifras estadísticas, nuestra vida no tiene sentido y no merece la pena vivirla. Pero si, por otro lado, nos sentimos parte de algo mucho mayor, ¿cómo vamos a mantener los pies sobre el suelo? Desde luego, es muy difícil mantener esas oposiciones internas dentro de uno mismo sin caer hacia uno u otro extremo.
3 / EL PROCESO DE INDIVIDUACIÓN (VII)
Marie-Louise von Franz
La relación con el “sí-mismo”
Hoy día hay más y más gentes, en especial los que viven en las grandes ciudades, que sufren un terrible vacío y aburrimiento, como si estuvieran esperando algo que jamás llega. Las películas y la televisión, los espectáculos deportivos y las excitaciones políticas pueden divertirlas por un momento, pero una vez y otra, agotadas y desanimadas, tienen que volver al yermo de su propia vida.
La única aventura que aun merece la pena para el hombre moderno se encuentra en el reino interior de la psique inconsciente. Con esta idea vagamente en el pensamiento muchos se vuelven hoy día hacia el yoga y otras prácticas orientales. Pero tales cosas no ofrecen ninguna nueva aventura auténtica, porque en ellas sólo obtienen lo que ya es conocido para los hindúes o los chinos, sin que lleguen al verdadero contacto con el centro de su vida interior. Aunque es cierto que los métodos orientales sirven para concentrar la mente y dirigirla al interior (y que esa forma de proceder es, en cierto sentido, análoga a la introversión de un tratamiento analítico), hay una diferencia muy importante. Jung desarrolla una forma de alcanzar el propio centro interior y de establecer contacto con el misterio vivo del inconsciente, por uno mismo y sin ayuda. Esto es completamente distinto que seguir un camino ya muy trillado. Tratar de conceder a la realidad viva del “sí-mismo” una cantidad constante de atención diaria es como tratar de vivir simultáneamente en dos niveles o en dos mundos diferentes. Dedicamos nuestra mente, como antes, a los deberes externos, pero, al mismo tiempo, permanecemos alerta a los indicios y signos, en los sueños y en sucesos exteriores, que utiliza el “sí-mismo” para simbolizar sus intenciones, la dirección en que se mueve el curso de la vida.
Los antiguos textos chinos que se refieren a esta clase de experiencia emplean con frecuencia el símil del gato acechando el nido de ratones. Uno de los textos dice que no deberíamos permitir que se entrometieran otros pensamientos, pero nuestra atención no sería demasiado aguda, ni tampoco sería demasiado obtusa. Existe exactamente el nivel adecuado de percepción. “Si el aprendizaje se soporta de este modo… será eficaz cuando pase el tiempo y cuando llegue la causa del goce, como una fruta madura que cae inmediatamente, algo puede ocurrir que toque o haga contacto y que producirá inmediatamente el supremo despertar del individuo. Este es el momento en que el ejecutante será como el que bebe agua y solo sabe si está fría o caliente. Llega a estar libre de toda duda sobre sí mismo y experimenta una gran felicidad análoga al encontrar al padre propio en un cruce de caminos”.
Así, en medio de la vida exterior corriente, nos sentimos cogidos, de repente, en una emocionante aventura interior; y como es la única para cada individuo, no puede ser copiada o robada.
Hay dos razones principales por las que el hombre pierde contacto con el centro regulador de su alma. Una de ellas es que cierta tendencia instintiva única o imagen emotiva puede llevarle a una unilateralidad que le hace perder su equilibrio. Esto también ocurre a los animales; por ejemplo, un ciervo sexualmente excitado olvidará completamente el hambre y la seguridad. Esta unilateralidad y consecuente pérdida de equilibrio era muy temida por los pueblos primitivos que la llamaban “pérdida del alma”. Otra amenaza para el equilibrio interior procede del exceso de soñar despierto que, en una forma secreta, generalmente gira en torno a determinados complejos. De hecho, el soñar despierto surge, precisamente, porque pone en contacto a una persona con sus complejos; al mismo tiempo, amenaza la concentración y continuidad de su consciencia.
El segundo obstáculo es exactamente lo opuesto y se debe a una superconsolidación de la consciencia del ego. Aunque es necesaria una consciencia disciplinada para la realización de actividades civilizadas (sabemos lo que ocurre si el encargado de las señales de un ferrocarril se deja llevar por el soñar despierto), tiene la grave desventaja de que puede bloquear la recepción de impulsos y mensajes procedentes del centro. Esa es la causa de que tantos sueños de las personas civilizadas se refieran a la restauración de esa receptividad intentando corregir la actitud de la consciencia hacia el centro inconsciente del “sí-mismo”.
Entre las representaciones mitológicas del “sí-mismo” encontramos mucha insistencia acerca de las cuatro esquinas del mundo, y en muchas pinturas se representa al Gran Hombre en el centro de un círculo dividido en cuatro. Jung empleó la palabra hindú mandala (círculo mágico) para designar una estructura de ese orden, que es una representación simbólica del “átomo nuclear” de la psique humana, cuyo centro no conocemos. A este respecto es interesante que un cazador naskapi representó gráficamente a su Gran Hombre no como un ser humano, sino como un mandala.
Mientras que los naskapi experimentan directa e ingenuamente el centro interior sin ayuda de doctrinas o ritos religiosos, otros pueblos utilizan el motivo mandala con el fin de recuperar un perdido equilibrio interior. Por ejemplo, los indios navajos tratan, por medio de pinturas hechas con arena, representando estructuras análogas a mandalas, volver a una persona enferma a la armonía consigo misma y con el cosmos y, por tanto, de volverle la salud.
En las civilizaciones orientales, se emplean pinturas análogas para consolidar el ser interior o para facilitar a alguien que se sumerja en profunda meditación. La contemplación de un mandala significa que aporta la paz interior, la sensación de que la vida ha vuelto a encontrar un significado y un orden. El mandala también aporta esa sensación cuando aparece espontáneamente en los sueños de las personas modernas que no están influidas por ninguna tradición religiosa de ese tipo y nada saben acerca de ello. Quizá el efecto positivo es aun mayor en tales casos, porque el conocimiento y la tradición a veces emborronan y aun bloquean la experiencia espontánea.
Un ejemplo de un mandala producido espontáneamente en el siguiente sueño de una mujer de sesenta y dos años. Surge como preludio a una nueva fase de vida en la que ella se transforma en muy creadora:
Veo un paisaje en la semioscuridad. Al fondo la cresta elevada y luego la continuación llana de un monte. A lo largo de la línea donde se levanta, se mueve un “disco cuadrangular” que brilla como el oro. En primer término veo una tierra arada que está comenzando a brotar. Ahora percibo de repente una mesa redonda con una losa de piedra gris encima, y, en el mismo momento, el “disco cuadrangular” está sobre la mesa. Ha dejado el monte, pero no sé cómo y cuándo ha cambiado de lugar.
Los paisajes de los sueños (al igual que en el arte) frecuentemente simbolizan un estado de ánimo inexpresable. En este sueño, la semioscuridad del paisaje indica que la claridad de la conciencia del día está disminuida. “La naturaleza interior” puede comenzar a revelarse ahora a su propia luz, por eso se nos dice que el “disco cuadrangular” se hace visible en el horizonte. Hasta aquí, el símbolo del “sí-mismo”, el disco, ha sido en gran parte una idea intuitiva en el horizonte mental del soñante, pero luego, en el sueño, cambia de posición y pasa a ser el centro del paisaje de su alma. Una semilla, sembrada hace mucho tiempo, comienza a brotar: durante mucho tiempo antes, la soñante había prestado cuidadosa atención y ahora esta labor daba su fruto. (Nos acordamos de la relación entre el símbolo del Gran Hombre y la planta de la vida mencionada anteriormente.) Luego el disco dorado se traslada al lado “derecho”, el lado donde las cosas se hacen conscientes. Entre otras cosas, “derecho” frecuentemente significa, psicológicamente, el lado de la consciencia, de la adaptación del ser “justo”, mientras que “izquierda” significa la esfera de las reacciones inconscientes inadaptadas o, a veces, hasta algo que es “siniestro”. Después, finalmente, el disco dorado detiene su movimiento y va a posarse -significativamente- en una mesa redonda de piedra. Ha encontrado una base permanente.
Como Aniela Jaffé observa más adelante en este libro, la redondez (el motivo mandala) generalmente simboliza una totalidad natural, mientras que una formación cuadrangular representa la realización de ella en la consciencia. En el sueño, el “disco cuadrangular” y la mesa redonda se juntan y de ese modo se tiene al alcance una realización consciente del centro. La mesa redonda, dicho sea de paso, es un símbolo muy conocido de totalidad y desempeña un papel en la mitología: por ejemplo, la Tabla Redonda del Rey Arturo, que por sí misma es una imagen derivada de la mesa de la Última Cena.
De hecho, siempre que un ser humano se vuelve auténticamente hacia el mundo interior y trata de conocerse -no rumiando sus pensamientos y sentimientos personales, sino siguiendo las expresiones de su propia naturaleza objetiva tal como los sueños y las fantasías auténticas-, luego, más pronto o más tarde, emerge el “sí-mismo”. Entonces el ego encontrará una fuerza interior que contiene todas las posibilidades de renovación.
Pero hay una gran dificultad que sólo he mencionado indirectamente hasta ahora. Y es que toda personificación del inconsciente -la sombra, el ánima, el ánimus y el “sí-mismo”- tienen, a la vez, un aspecto claro y otro oscuro. Vimos antes que la sombra puede ser vil o mala, un impulso instintivo que hemos de vencer. Sin embargo, puede ser un impulso hacia el desarrollo que debemos cultivar y seguir. De la misma forma, el ánima y el ánimus tienen aspecto doble: pueden proporcionar un desarrollo que da la vida y un creacionismo a la personalidad, o pueden producir petrificación y muerte física. Y aun el “sí-mismo”, el amplísimo símbolo del inconsciente, tiene un efecto ambivalente como, por ejemplo, en el cuento esquimal, cuando la “mujer pequeñita” ofrece salvar a la heroína del poder del Espíritu de la Luna, pero, en realidad, la convierte en una araña.
El lado oscuro del “sí-mismo” es lo más peligroso de todo, precisamente porque el “sí-mismo” es la fuerza mayor de la psique. Puede hacer que las personas “tejan” megalomanías u otras fantasías engañosas que las captan y las “poseen”. Una persona en tal estado piensa con excitación creciente que se ha apoderado de los grandes enigmas cósmicos y los ha resuelto; por tanto, pierde todo contacto con la realidad humana. Un síntoma de ese estado es la pérdida del sentido del humor y de los contactos humanos.
Así, el surgimiento del “sí-mismo” puede acarrear un gran peligro para el ego consciente de una persona. El doble aspecto del “sí-mismo” está hermosamente ilustrado en este cuento de hadas iranio, titulado El secreto del baño Bâdgerd:
El grande y noble príncipe Hâtim Tâl recibe orden de su rey para que averigüe el misterio del Baño Bâdgerd (castillo de la inexistencia). Cuando se acerca a él, después de haber pasado por muchas aventuras peligrosas, oye que nadie ha regresado jamás de él, pero insiste en continuar. Es recibido en un edificio redondo por un barbero que tiene un espejo y que lo conduce al baño, pero tan pronto como el príncipe entra en el agua estalla un atronador ruido, se produce la oscuridad total, el barbero desaparece y, lentamente, el agua empieza a subir.
Hâtim nada desesperadamente dando vueltas hasta que, por último, el agua alcanza lo alto de la cúpula redonda que forma el techo del baño. Ahora teme estar perdido, pero reza una oración y se agarra a la piedra central de la cúpula. Vuelve a sonar un ruido atronador, todo cambia, y Hâtim se encuentra de pie y solo en un desierto.
Después de largo y penoso vagar, llega a un hermoso jardín en medio del cual hay un círculo de estatuas de piedra. En el centro de las estatuas ve un loro en su jaula y una voz de lo alto le dice: “¡Ah, héroe!, probablemente no saldrás vivo de este baño. Una vez Gayomart (el Primer Hombre) encontró un enorme diamante que relucía con más brillo que el sol y la luna. Decidió esconderlo donde nadie pudiera encontrarlo y, por tanto, construyó este baño mágico para protegerlo. El loro que ves ahí forma parte de la magia. Si le aciertas, desparecerá la maldición, pero si no, quedarás petrificado como le ocurre a todos esos.”
Hâtim probó una vez y falló. Falló otra vez y quedó petrificado hasta el pecho. La tercera vez cerró los ojos, exclamó “Dios es grande”, disparó a ciegas y esta vez dio al loro. Se desató una tempestad de truenos y nubes de polvo. Cuando todo eso se ha calmado, hay un enorme y hermoso diamante, y todas las estatuas han vuelto a la vida. Todos le dan las gracias por su redención.
El lector reconocerá en ese cuento los símbolos del “sí-mismo”: el Primer Hombre Gayomart, el edificio redondo en forma de mandala, la piedra central y el diamante. Pero ese diamante está rodeado de peligro. El loro demoníaco significa el espíritu malo de imitación que nos hace fallar el blanco y nos petrifica psicológicamente. Como ya he indicado, el proceso de individuación excluye toda imitación, análoga a la del loro, de los otros. Una y otra vez, en todos los países, la gente ha tratado de copiar en su conducta “externa” o ritualista la experiencia religiosa original de sus maestros religiosos -Cristo o Buda o cualquier otro maestro- y, por tanto, se ha “petrificado”. Seguir los pasos de un gran maestro espiritual no significa que hay que copiar y realizar el modelo del proceso de individuación que representa su vida. Significa que debemos tratar, con sinceridad y devoción, de igualarnos a él en el curso de nuestra propia vida.
El barbero del espejo, quien luego desaparece, significa las dotes de reflexión que Hâtim pierde cuando más las necesita; las aguas crecientes representan el riesgo de que podamos ahogarnos en el inconsciente y perdernos en nuestras propias emociones. Con el fin de comprender las indicaciones simbólicas del inconsciente, hemos de tener cuidado en no quedarnos fuera de uno mismo o “junto a uno mismo”, sino estar emotivamente dentro de uno mismo. Desde luego, es de vital importancia que el ego pueda continuar actuando en forma normal. Sólo si permanecemos como seres humanos corrientes, conscientes de nuestra plenitud, podremos llegar a ser receptivos de los significativos contenidos y procesos del inconsciente. ¿Pero cómo puede un ser humano sostener la tensión de sentirse aunado con todo el universo si, al mismo tiempo, es sólo una miserable criatura terrenal? Si, por un lado, nos despreciamos como meras cifras estadísticas, nuestra vida no tiene sentido y no merece la pena vivirla. Pero si, por otro lado, nos sentimos parte de algo mucho mayor, ¿cómo vamos a mantener los pies sobre el suelo? Desde luego, es muy difícil mantener esas oposiciones internas dentro de uno mismo sin caer hacia uno u otro extremo.
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