miércoles

C. G. JUNG / EL HOMBRE Y SUS SÍMBOLOS



VIGÉSIMA ENTREGA

3 / EL PROCESO DE INDIVIDUACIÓN (IV)

Marie-Louise von Franz


El ánima: la mujer interior

La aparición de la sombra no acarrea invariablemente problemas éticos difíciles y sutiles. Con frecuencia emerge otra “figura interior”. Si quien tiene el sueño es un hombre, descubrirá una personificación femenina de su inconsciente; y será una figura masculina en el caso de una mujer. Muchas veces, esa segunda figura simbólica emerge detrás de la sombra produciendo nuevos problemas diferentes. Jung llamó a esas figuras masculina y femenina “ánimus” y “ánima” respectivamente.

El ánima es una personificación de todas las tendencias psicológicas femeninas en la psique del hombre, tales como vagos sentimientos y estados de humor, sospechas proféticas, captación de lo irracional, capacidad para el amor personal, sensibilidad para la naturaleza y -por último pero no en último lugar- su relación con el inconsciente. No es una pura casualidad el que en los tiempos antiguos se emplearan sacerdotisas (como la sibila griega) para interpretar la voluntad divina y para establecer la comunicación con los dioses.

Un ejemplo especialmente claro de cómo el ánima se experimenta como una figura interior en la psique del hombre se halla en los sanadores y profetas (chamanes) entre los esquimales y otras tribus árticas. Algunos de estos incluso llevan ropas de mujer o llevan pintados en su vestimenta pechos femeninos con el fin de manifestar su lado interno femenino, el lado que les capacita para ponerse en comunicación con la “tierra de los fantasmas”(es decir, lo que nosotros llamaríamos el inconsciente).

El informe sobre cierto caso, habla de un joven al que estaba iniciando un viejo chamán, el cual le introdujo en un hoyo hecho en la nieve. Quedó en un estado de ensoñación y agotamiento. En ese estado de coma, vio de repente una mujer que emitía luz. Ella le instruyó en todo lo que necesitaba saber y después, como espíritu protector suyo, le ayudó a practicar su difícil profesión poniéndole en relación con las potencias del más allá. Tal experiencia muestra el ánima como la personificación del inconsciente de un hombre.

En su manifestación individual, el carácter del ánima de un hombre, por regla general, adopta la forma de la madre. Si comprende que su madre tuvo una influencia negativa sobre él, su ánima se expresará con frecuencia en formas irritables, deprimidas, con incertidumbre, inseguridad y susceptibilidad. (Sin embargo, si es capaz de vencer los asaltos negativos, pueden servirle, incluso, para reforzar su masculinidad.) Dentro del alma de tal hombre la figura negativa del ánima repetirá interminablemente este tema: “No soy nada. Nada tiene sentido. Para otros es diferente, pero para mí… No disfruto de nada”. Estos “humores del ánima” producen una especie de embotamiento, miedo a la enfermedad, a la impotencia, o a los accidentes. La totalidad de su vida toma un aspecto triste y opresivo. Tales estados de humor sombrío pueden, incluso, inducir un hombre al suicidio y, en tal caso, el ánima se convierte en un demonio de la muerte. En tal papel aparece en la película de Cocteau Orfeo.

El francés llama a esa figura del ánima una femme fatale. (Una versión más moderada de esa ánima sombría la personifica la Reina de la Noche en La flauta mágica de Mozart.) Las sirenas griegas o las lorelei germanas también personifican este aspecto peligroso del ánima que, en una forma, simboliza la ilusión destructiva. El siguiente cuento siberiano es un ejemplo de la conducta de esa ánima destructiva:

Un día, un cazador solitario vio una hermosa mujer saliendo de un profundo bosque, al otro lado del río. Ella le saludó con la mano y cantó:
¡Oh, ven, cazador solitario en la calma del anochecer!
¡Ven, ven! Te echo de menos, te echo de menos, ahora te besaré, ahora te besaré.
¡Ven, ven! Mi nido está cerca, mi nido está cerca.
¡Ven, ven!, cazador solitario, ahora en la calma del anochecer.
Él se quitó la ropa y cruzó el río a nado pero, de repente, ella voló en forma de búho riéndose y moviéndose hacia él. Cuando trató de cruzar otra vez el río para recuperar la ropa, se hundió en el agua fría.


En este cuento, el ánima simboliza un irreal cuento de amor, felicidad, y calor maternal (su nido), un sueño que atrae a los hombres alejándoles de la realidad. El cazador se hunde porque corre tras una anhelada fantasía que no podía satisfacerse.

Otra forma en que puede revelarse el ánima negativa en la personalidad de un hombre es en los comentarios irritados, venenosos, afeminados con los que rebaja todo. Los comentarios de ese tipo siempre contienen una despreciable tergiversación de la verdad y son sutilmente destructivos. Hay leyendas en todo el mundo en las que aparece “una damisela venenosa” (como las llaman en Oriente). Es una hermosa criatura que esconde armas en su cuerpo secreto con el que mata a sus amantes en la primera noche que pasan juntos. De ese modo, el ánima es tan fría y desconsiderada como ciertos aspectos misteriosos de la propia naturaleza, y en Europa se expresa con frecuencia, hasta hoy día, en la creencia de brujas.

Sí, por otra parte, la experiencia de un hombre acerca de su madre ha sido positiva, eso también puede afectar a su alma en formas típicas, aunque diferentes, con el resultado de que, o bien resulta afeminado o es presa de las mujeres y, por tanto, incapaz de luchar con las penalidades de la vida. Un ánima de ese tipo puede volver sentimentales a los hombres o pueden convertirse en tan sensibleros como viejas solteronas o tan sensibles como la princesa del cuento, la cual podía notar un cañamón bajo treinta colchones. Una manifestación aun más sutil del ánima negativa aparece en ciertos cuentos de hadas en la forma de una princesa que dice a sus pretendientes que le respondan a una serie de acertijos o, quizá, que se escondan delante de ella. Si no pueden responder o si ella los puede encontrar, tendrá que morir, e, invariablemente, ella gana. El ánima en esa caracterización envuelve a los hombres en un destructivo juego intelectual. Podemos notar el efecto de esa añagaza del ánima en todos esos diálogos neuróticos seudointelectuales que inhiben al hombre de entrar en contacto directo con la vida y sus decisiones reales. Reflexiona tanto sobre la vida que no puede vivirla y pierde toda su espontaneidad y sus sentimientos resultantes.

Las manifestaciones más frecuentes del ánima toman la forma de fantasías eróticas. Los hombres pueden ser llevados a nutrir sus fantasías viendo películas y espectáculos de strip-tease, o soñando despiertos con materiales pornográficos. Este es un aspecto y primitivo del ánima que se convierte en forzoso sólo cuando un hombre no cultiva suficientemente sus relaciones sentimentales, cuando su actitud sentimental hacia la vida ha permanecido infantil.

Todos estos aspectos del ánima tienen la misma tendencia que hemos observado en la sombra, es decir, pueden ser proyectados de modo que aparezcan ante el hombre como las cualidades de alguna mujer determinada. Es la presencia del ánima la que hace que un hombre se enamore de repente cuando ve a una mujer por primera vez y sabe inmediatamente que es “ella”. En esa situación, el hombre tiene la impresión de haber conocido íntimamente a esa mujer desde siempre; se enamora de ella tan perdidamente que al observador le parece completa locura. Las mujeres que son “como hadas” atraen especialmente tales proyecciones del ánima porque los hombres pueden atribuir casi todo a una criatura que es tan fascinantemente indefinida y, por tanto, puede continuar fantaseando en torno a ella.

La proyección del ánima en esa forma tan repentina y apasionada como un asunto amoroso puede alterar al matrimonio de un hombre y conducirle al llamado “triángulo humano”, con sus dificultades correspondientes. Sólo se puede encontrar una solución soportable a un drama semejante si se reconoce que el ánima es una fuerza interior. El objetivo secreto del inconsciente al acarrear tal complicación es forzar al hombre a que desarrolle y lleve a su propio ser a la madurez integrando más de su personalidad inconsciente e incorporándola a su verdadera vida.

Pero ya hemos dicho bastante acerca del lado negativo del ánima. Hay también otros tantos aspectos positivos. El ánima es, por ejemplo, causante del hecho de que un hombre pueda encontrar la conyuge adecuada. Otra función, por lo menos tan importante: siempre que la mente lógica del hombre es incapaz de discernir hechos que están escondidos en su inconsciente, el ánima le ayuda a desenterrarlos. Aun más vital es el papel que desempeña el ánima al poner la mente del hombre a tono con los valores interiores buenos y, por tanto, abrirle el camino hacia profundidades interiores más hondas. Es como si una “radio” interior quedara sintonizada con cierta longitud de honda que excluyera todo lo que no hace al caso pero permitiera la audición de la voz del Gran Hombre. Al establecer esta recepción de la “radio” interior, el ánima adopta el papel de guía, o mediadora, en el mundo interior y con el “sí-mismo”. Así es como aparece ella en los ejemplos de iniciación de chamanes; ese es el papel de Beatrice en el Paraíso de Dante, y también el de la diosa Isis cuando se le aparece en un sueño a Apuleyo, el famoso autor de El asno de oro, con el fin de iniciarle en una forma de vida más elevada y más espiritual.

El sueño de un psicoterapeuta de 45 años de edad puede servir para aclarar cómo el ánima puede ser una guía interior. Cuando se iba a acostar la noche anterior a tener ese sueño, estuvo pensando que era duro pasarse la vida solo, si se carecía del apoyo de una Iglesia. Halló que envidiaba a la gente que estaba protegida por el abrazo maternal de una organización. (Había nacido en el seno de una familia protestante pero no volvió a tener ninguna afiliación religiosa.) Su sueño fue el siguiente:

Estoy en la nave lateral de una antigua iglesia llena de gente. Junto con mi madre y mi esposa, estoy sentado al final de la nave en la que parece haber asientos adicionales.
Voy a celebrar la misa como sacerdote y tengo un grueso misal o, más bien, un devocionario o una antología de poesías. Este libro no me es conocido y no puedo encontrar el pasaje adecuado. Estoy muy excitado porque tengo que comenzar inmediatamente y, para mayor complicación, mi madre y mi esposa me molestan con su charla acerca de trivialidades sin importancia. Ahora cesa de sonar el órgano y todos me están esperando, así es que me levanto de forma resuelta y le pido a una de las monjas que están arrodilladas detrás de mí que me dé su libro de misa y me señale el pasaje adecuado, lo cual hace ella en forma cortés. Ahora, esa misma monja, a modo de sacristán, me precede hacia el altar que está en algún sitio tras de mí, hacia la izquierda, como si nos acercáramos a él desde un ala lateral. El libro de misa es como un pliego de pinturas, una especie de tablero, de unos noventa centímetros de largo y treinta de ancho, y en él está el texto con antiguas pinturas dispuestas en columnas, una junto a la otra.

Primero la monja tiene que leer una parte de la liturgia antes que yo comience, y yo aun no he encontrado en el texto el pasaje correspondiente. Ella me dijo que era el número 15 (el penúltimo en el tablero), aunque todavía no sé si podré descifrarlo. De todas maneras tengo que intentarlo. Me despierto.

Este sueño expresaba de forma simbólica un respuesta del inconsciente a los pensamientos que el soñante había tenido la noche anterior. En efecto, el inconsciente le decía: “Tú mismo tienes que convertirte en sacerdote de tu iglesia interior, en la iglesia de tu alma”.

De este modo indica el sueño que el soñante que el soñante ha de tener el apoyo de una organización; está dentro de una iglesia, no una iglesia externa sino una que existe dentro de su propia alma.

La gente (todas sus propias cualidades psíquicas) desea que él actúe como sacerdote y celebre la misa. Ahora bien, el sueño no puede referirse a la mis auténtica ya que su libro de misa es muy diferente al verdadero. Parece que la idea de la misa se utiliza como un símbolo y, por tanto, significa un acto de sacrificio en el que está presente la Divinidad para que el hombre pueda comunicarse con ella. Esta solución simbólica, por supuesto, no es válida en general sino que sólo se refiere a este soñante determinado. Es una solución típica para un protestante porque un hombre que mediante una fe verdadera aun se mantiene en la Iglesia católica, generalmente experimenta su ánima en la imagen de la propia Iglesia, y sus imágenes sagradas son para él los símbolos del inconsciente.

Nuestro soñante no tenía esa experiencia eclesiástica y por eso tenía que seguir un camino interior. Además el sueño le decía lo que tenía que hacer. Le dijo: “Tus lazos maternos y tu extraversión (representada por la esposa que es extravertida) te distrae y te hace sentirte inseguro y con una charla sin significado te impide celebrar la misa interior. Pero si sigues a la monja (el ánima introvertida), ella te conducirá a la vez como sirviente y como sacerdote. Ella posee un extraño libro de misa que consta de 16 (cuatro por cuatro) antiguas pinturas. Tu misa consiste en tu contemplación de esas imágenes psíquicas que tu ánima religiosa te revela”. En otras palabras, si el soñante vence su incertidumbre interna, causada por su complejo materno, hallará que la tarea de su vida tiene la naturaleza y la calidad de un servicio religioso y que si medita acerca del significado simbólico de las imágenes en su alma, le conducirán a su realización.

En este sueño, el ánima aparece en su propio papel positivo, es decir, como mediadora entre el ego y el “sí-mismo”. La disposición de las pinturas, cuatro por cuatro, señala el hecho de que la celebración de esa misa interior se realiza en servicio a la totalidad. Como demostró Jung, el núcleo de la psique (el “sí-mismo”) normalmente se expresa en alguna forma de estructura cuádruple. El número cuatro también está relacionado con el ánima porque, como observó Jung, hay cuatro etapas en su desarrollo. La figura de Eva es la mejor simbolización de la primera etapa, la cual representa relaciones puramente instintivas y biológicas. La segunda puede verse en la Helena de Fausto: ella personifica un nivel romántico y estético que, no obstante, aun está caracterizado por elementos sexuales. La tercera está representada, por ejemplo, por la Virgen María, una figura que eleva el amor (eros) a alturas de devoción espiritual. El cuarto tipo lo simboliza la Sapiencia, sabiduría que trasciende incluso lo más santo y lo más puro. Otro símbolo de este tipo es la Sulamita del Cantar de los Cantares de Salomón. (En el desarrollo psíquico del hombre moderno, raramente se alcanza esta etapa. Monna Lisa es la que más se acerca a esa ánima de sabiduría.)

En esta etapa sólo estoy señalando que el concepto de cuadruplicidad se produce con frecuencia en ciertos tipos de material simbólico. Sus aspectos esenciales los estudiaremos después.

Pero ¿qué significa en la práctica el papel del ánima como guía en el interior? Esta función positiva se produce cuando el hombre toma en serio los sentimientos, esperanzas y fantasías enviadas por su ánima y cuando los fija de alguna forma; por ejemplo, por escrito, en pintura, escultura, composición musical o danza. Cuado trabaja en eso paciente y lentamente, va surgiendo otro material inconsciente más profundo salido de las honduras y conectado con materiales anteriores. Después de que una fantasía ha sido plasmada de alguna forma, debe analizarse intelectual y estéticamente con una reacción valorizadora del sentimiento. Y es esencial mirarla como a un ser completamente real: no tiene que haber ninguna duda secreta de que eso es “sólo una fantasía”. Si esto se realiza con devota atención se va haciendo paulatinamente la única realidad y puede desplegarse en su forma verdadera.

Muchos ejemplos extraídos de la literatura muestran al ánima como guía y mediadora respecto al mundo inferior: la Hypnerotomachia, de Francesco Colonna; Ella, de Rider Haggard, o “el eterno femenino” en el Fausto, de Goethe. En un texto místico medieval, una figura de ánima explica su propia naturaleza del modo siguiente:

Soy la flor del campo y el lirio del valle. Soy la madre del buen amor y del miedo y del saber y de la santa esperanza… Soy la mediadora de los elementos, haciendo que unos y otros se pongan de acuerdo; convierto lo caliente en frío y viceversa, y lo que es áspero lo suavizo… Soy la ley en el sacerdote y la palabra en el profeta y el consejo en el sabio. Mataré y daré vida y no hay nadie que pueda librarse de mi mano.

En la Edad Media se produjo una perceptible diferenciación espiritual en materias religiosas, políticas y de otra índole cultural; y el mundo fantástico del inconsciente era reconocido con mayor claridad que antes. Durante ese período, el culto caballeresco a la dama significó un intento para diferenciar el lado femenino de la naturaleza del hombre respecto a la mujer exterior así como en relación con el mundo interior.

La dama a cuyo servicio se consagraba el caballero, y por quien llevaba a cabo sus hechos heroicos, era, naturalmente, una personificación del ánima. El nombre del portador del Grial en la versión de la leyenda según Wolfram von Eschenbach es especialmente significativo: Conduir-amour (“guía en el amor”). Enseña al héroe a diferenciar sus sentimientos y su comportamiento respecto a las mujeres. Sin embargo, posteriormente, este esfuerzo individual por desarrollar las relaciones con el ánima se abandonó cuando su aspecto sublime se fundió con la figura de la Virgen que entonces se convirtió en el objeto de devoción y alabanza ilimitadas. Cuando al ánima, como Virgen, se la concibió como ser totalmente positivo, sus aspectos negativos encontraron expresión en la creencia en las brujas.

En China, la figura paralela a la de María es la diosa Kwan-Yin. Una figura del ánima más popular en China es la “Señora de la Luna”, que otorga el don poético o musical a sus favoritos e, incluso, puede concederles la inmortalidad. En la India, el mismo arquetipo está representado por Shakti, Pavati, Rati y muchas otras; entre los musulmanes, ella es, principalmente, Fátima, la hija de Mahoma.

La adoración al ánima como figura religiosa oficialmente reconocida acarrea el grave inconveniente de que la hace perder sus aspectos individuales. Por otra parte, si se la considera exclusivamente como a un ser personal, hay el peligro de que, si ella es proyectada en el mundo exterior, sea sólo ahí donde se la pueda encontrar. Esta última situación puede crear interminables molestias porque el hombre se convierte, a la vez, en víctima de sus fantasías eróticas y en un ser que depende forzosamente de una mujer concreta.

Sólo la decisión penosa (pero esencialmente sencilla) de tomar en serio las fantasías y sentimientos propios puede evitar, en esa etapa, un estancamiento total del proceso de individuación interior, porque sólo de esa forma puede un hombre descubrir qué significa esa figura cómo realidad interior. Así el ánima vuelve a ser lo que fue originariamente: la “mujer interior” que transmite los mensajes vitales del “si-mismo”.

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