PEQUEÑAS APOCALIPSIS
(reportaje recuperado de El Entrevero Nro. 28, México, noviembre de 1999)
El artista plástico uruguayo Anhelo Hernández, quien viviera exiliado en México durante 11 años (1976-1987) ha regresado para exponer en el Museo Universitario de Ciencias y Artes de la UNAM. El título de la muestra es Pequeñas Apocalipsis. Entre sus múltiples compromisos encontró un momento para brindarnos esta oportunidad de entrevistarlo en exclusiva.
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(reportaje recuperado de El Entrevero Nro. 28, México, noviembre de 1999)
El artista plástico uruguayo Anhelo Hernández, quien viviera exiliado en México durante 11 años (1976-1987) ha regresado para exponer en el Museo Universitario de Ciencias y Artes de la UNAM. El título de la muestra es Pequeñas Apocalipsis. Entre sus múltiples compromisos encontró un momento para brindarnos esta oportunidad de entrevistarlo en exclusiva.
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Anhelo, vamos a hacer un poco de historia acerca de tus relaciones con México. ¿Cómo comienza esa vinculación con este país?
La relación se inicia a raíz de una exposición de grabados míos que tuve oportunidad de presentar en Casa del Lago en 1976 (Tropelías y tribulaciones en las Casas Reales), como una de las primeras experiencias en la que estaba tratando de crear un respaldo comercial para la actividad artística, porque el Uruguay en aquel momento no daba nada. La vinculación más directa comienza con el exilio, cuando llego con mujer e hijos a instalarme en México, después de estar 5 meses en territorio mexicano, pero en Montevideo, en la residencia del embajador, junto a otros 160 y pico de asilados. Así vivo 11 años en México, hasta 1987; transcurridos esos 11 años, el hijo que había llegado con un año está por empezar la secundaria, la hija que nace en México apenas está en 4to año de primaria y el dilema que se plantea en ese momento es: si nos quedamos más tiempo, ya no saldremos nunca, porque los chiquilines comenzarán a hacer relaciones de un orden que no se pueden romper sin un desgajamiento de la familia. Entonces nos los llevamos y los obligamos a un exilio a ellos, que ya eran mexicanos; si uno lo mide bien, es una barbaridad, porque vos los obligás a lo mismo que la dictadura te obligó. Claro, ellos tienen una edad en las que son mucho más lábiles, más rápidos para incorporarse a situaciones nuevas.
De regreso en Uruguay, mis relaciones con México son esporádicas, aunque ya vine varias veces antes de esta ocasión. En uno de esos viajes, en 1994 ofrezco realizar esta exposición; para ese entonces yo tenía pinturas muy grandes y mi preocupación era dónde exponerlas; mis paneles eran de 6 y 8 metros y aunque hubiera buena disposición, no había lugar físico para exponerlos. No cabían en el Museo de Arte Moderno, en el Tamayo ni siquiera podía pensarse, Bellas Artes era chico. Al final, me sugieren el Muca, y allí comenzamos los tratos; viaja a Montevideo Rodolfo Rivera para ver las obras, que le gustan, e inclusive me pide más obras; en ese momento yo tenía una exposición en Montevideo que se llamaba Los Caudillos. En un par de años me pongo a trabajar, ampliando la exposición, en un sentido más mítico, más elusivo, para poder golpear más duro a sectores más amplios. La exposición llega a México en 1998, en julio, y se concreta en enero del 99.
Además de la pintura, ¿estás investigando sobre algún tema en particular?
Estoy haciendo unos estudios sobre los estilos de la pintura mexicana en lo que refiere a la originalidad de un desarrollo que se produce en el mundo de manera independiente. Este desarrollo no tiene comunicación con la pintura europea ni asiática, es completamente independiente y eso brinda la oportunidad de sentar la hipótesis de que hay una contribución mesoamericana a la historia de la cultura mundial.
Estoy en la búsqueda de los sistemas que producen los diferentes estilos; por ejemplo: ¿cómo pinta un pintor maya, teotihuacano, uno de la costa, en lo que significa el encaramiento para representar una realidad? Y no estoy hablando de los supuestos filosóficos, religiosos, no el fondo mítico, porque eso ha sido muy bien observado y trabajado, sino el punto de vista formal. Yo pintor me planto frente a esta superficie enlucida y empiezo a dibujar: ¿con qué horizonte lo hago, hacia dónde voy, qué es lo que me determina ser de una manera y por qué rechazo otras maneras? Ese es el tema. Pienso que en torno a esto tengo algo que decir como pintor, no como arqueólogo, ni antropólogo. Con la mirada de pintor me planteo interrogantes acerca de cómo este individuo logra cosas extraordinarias y cómo llega a ese nivel. He estado centrado mucho en Cacaxtla, porque es excepcional como lo es el tigre de Teotihuacan. Imagínate un individuo que resuelve por un entramado de líneas, como si fuera un tejido, las manchas de un tigre, es algo que tiene un nivel de elaboración pictórica que realmente merece ser atendido como pintor. Para resolver que las manchas del tigre iban a ser de esa forma, desechó muchas opciones y a mí me gustaría saber el camino por el cual el individuo tomó esas opciones; me parece que eso no ha sido tocado todavía.
De pronto es como una fantasía mía y eso termina en un esplendoroso fracaso, pero aun así, en el camino hacia ese fracaso, voy a entender cosas que antes no entendía. Sé que hay ensayos sobre esto; hay algo de un argentino que publicó La estética precolombina, y es interesante, pero lo aborda desde el punto de vista de los sistemas europeos y aquí lo que hay que hacer es precisamente ver lo que no es europeo.
¿Cuál ha sido tu relación con los plásticos mexicanos?
Los contactos iniciales con los artistas mexicanos fueron en la primera exposición colectiva que hicimos en solidaridad con Uruguay, durante el exilio. Allí conozco a un excelente grabador, Capdevila, que había sido premio de grabado en la Bienal de Venecia, un individuo muy capaz, que hace unos comentarios muy generosos sobre mis grabados de ese momento. Mantuve con él una relación distante pero muy afectiva, porque en México las distancias imponen su ritmo. Luego me instalo en el Molino de Santo Domingo, que era una especie de taller colectivo compartimentado y allí conozco varios grabadores. Inicio también una relación con Siglo XXI Editores, donde trabajo como portadista y se va tejiendo un hilo delgadito con la intelectualidad mexicana.
Las conexiones con la crítica fueron importantes. Durante el exilio me atrevo a llamar a Aída Rodríguez Prampolini para que me hiciera una presentación del catálogo de la primera exposición que hice en el Carrillo Gil. Ella vino a mi taller, estuvo un buen rato mirando mi obra, le interesó y escribió el prólogo.
Luego Raquel Tibol, después las relaciones con la gente de la Academia, con Cantú, los de Santiago, Garibay, una serie de personas que estaban trabajando allí, y es injusto que deje a otros en el tintero… Hubo siempre una relación afectuosa y muy generosa de parte de ellos; cuando se hace una exposición en la Academia, un cuadro mío de pintura lo ponen en el centro, con esa generosidad inverosímil realmente de venir y decirme que el cuadro que más les había gustado era el mío. En nuestras tierras eso no se estila, somos más retenidos, más recortados.
Participé en exposiciones muy seleccionadas, por el número tanto de obras como de artistas; claro que yo entré por la puerta grande, sin saber bien cómo, de repente estaba como jurado de concursos de grabado. Tal vez porque era un internacional o un no nacional con cierta calificación que estaba a mano. Fue así que fui un par de veces jurado de concursos de grabado a nivel nacional; participé en una exposición de grabado que organizó Raquel Tibol, 5 sobre 100, cinco grabados por cien artistas, y luego en otras en Bellas Artes, denominada Confrontaciones.
Hubo otras muchas; recuerdo una en la que éramos 15 expositores, titulada Viejo testamento Nueva Visión, en una especie de competencia entre lo moderno y lo clásico.
En el Molino de Santo Domingo comencé a dar clases de grabado y con esa gente sigo estrechamente vinculado; he recibido a muchos alumnos míos de esa época en Montevideo.
Ya de regreso en Montevideo recibimos a José Luis Cuevas, Felipe Ehrenberg, Sebastián. Con un grupo de escultores mexicanos en acero hemos trabajado juntos y participado en un par de simposios internacionales, que han sido una experiencia muy linda, donde convivimos alemanes, franceses, luxemburgueses, latinoamericanos, todos revueltos en un solo taller para crear cosas, es una experiencia muy bonita. Malar, Hernández Urbán, son las cabezas visibles de ese movimiento de una escultura monumental en acero.
Anhelo, en Montevideo, desde hace bastante tiempo, estás dedicado a una labor docente.
Cuando llego en el 87 a Montevideo, la conexión con la Universidad era Samuel Lichzenstejn, que en esos momentos era el Rector. Él me sugiere presentarme a un concurso en la Escuela de Bellas Artes, y aunque faltaban tres días presenté los programas de posgrado que había desarrollado aquí en México. Así fue que ingresé como docente de grado 3, que era el nivel superior. Luego la Escuela se convierte en Instituto asimilado a Facultad, y los grados 3 pasamos a ser grados 5; solicito un espacio para la investigación y ahora estoy como profesor e investigador de tiempo completo.
Tenemos una curiosidad, Anhelo, porque los paneles que trajiste desde Montevideo son enormes. ¿Cómo hiciste para trasladarlos?
Están modulados, el formato único de la exposición es 2.20 m por 1.60 m. Estas no son hazañas personales, no me siento Miguel Ángel pintando la Sixtina, en verdad algunos son paneles que los hice solo, pero otros los hice con los muchachos, en una especie de recuperación de un método renacentista de enseñanza.
Yo pido un color, y uruguayos al fin, comienza la discusión, por qué tal color, por qué tal otro, por qué tal fondo, y eso es una experiencia muy fuerte porque te obliga a esclarecerte, porque estás haciendo elecciones, y a justificarlas. En ese proceso de autoconstrucción, donde hay muchos muchachos contra la tela, las cosas se vuelven difíciles para que como un director de orquesta no se te pierda el hilo de lo que querías.
¿Cómo ves, de acuerdo a tu punto de vista, el panorama de la plástica uruguaya de hoy?
Muy golpeado por las crisis de las ideologías, muy golpeado por la teoría del fin del arte, tratando de asimilar cosas interesantes como pueden ser las performances, las instalaciones. La performance no cunde mucho, porque el uruguayo es reprimido, esto de estarse exhibiendo no va con nuestra forma de ser, pero las instalaciones sí se han hecho; hay un abandono de las formas tradicionales de expresión, como la pintura. Está apareciendo el arte digitalizado y computacional. Este es un momento donde todo está mezclado, lo viejo, lo nuevo, creo que tenemos grandes dificultades económicas, en particular la muchachada. Las obras que consiguen vender son a nivel artesanal, los artesanos se defienden más que los artistas, porque la crisis golpea mucho. Hay un fenómeno que deseo destacar: en la escuela, en determinado momento, hay 2000 ingresos y cuando los pasas por el cernidor, con vocación de artista, quedan pocos. Muchos de ellos frustrados por las dificultades económicas, e inclusive me dicen que no los promueva porque se tendrían que ir y no tienen taller. Hay gente muy capaz, a la que si le quitas ese soporte lo hundes en la miseria.
Anhelo, ¿cómo se ve desde Uruguay el resto de América Latina, en cuanto a las conexiones con la plástica y el arte?
Yo no sé si se ve; lo que se puede decir en general, es que los artistas uruguayos están buscando más vinculaciones con el exterior. Hay gente que sale para Brasil, Argentina, y esas cosas no se producían antes. Mi maestro de escultura, Alberto Savio, nunca salió de Uruguay. Savio era un buen escultor, formado con la línea de los escultores franceses del siglo XIX-XX y él nunca salió del país, ni siquiera aspiraba a hacerlo. Ahora la gente joven sale mucho; yo he podido llevar 150 muchachos a la Bienal de San Pablo y ese tipo de conexión implica que el Uruguay se abre. Alguien podrá hablar del estímulo del Mercosur; puede ser que el Mercosur haya puesto algo en el aire que implique un nuevo modo de relacionarse con Brasil y Argentina. Acabo de hacer dos exposiciones en Buenos Aires, cosa que por mucho tiempo me pareció inalcanzable; he llevado obras a Brasil, y aunque ellos tienen mucho más apoyo que nosotros, igual se quejan. Creo que el momento es de apertura, aunque el fruto todavía no lo veo; pero si nos fijamos en México, vino Iturria, vino Widmann, y vinieron otros artistas a exponer en el Museo del Chopo. Vamos a recibir también mexicanos: va Helen Escobedo, Marta Palau, ha estado José Luis Cuevas un par de veces, fue Felipe Ehrenberg a hacer un altar de muertos que ya lo hicimos los uruguayos en el 98.
Las relaciones entre artistas uruguayos y mexicanos se van tejiendo y se van incrementando…
Eso es lo que me parece muy positivo, porque creo que hay mucho que decirse de ambas partes y porque siempre las relaciones culturales son benéficas para todos.
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