domingo

EDUARDO MILÁN



UNOS COMEN SELVA Y OTROS COMEN ESTRELLA

por Saúl Ibargoyen y Nelio Edgar Paz

(reportaje recuperado de El Entrevero, México, febrero-marzo de 1997)

La entrevista discurrió por las calles de la colonia Condesa, comenzó con un encuentro fugaz y semiclandestino en el Sanbors de Aguascalientes, se desenrolló hasta la Cafebrería El Péndulo, de la cual huimos emponchados por los acordes de La Cumparsita, y por fin pudimos asentarnos en la cafetería Monique, lugares y pasos recreados, encuentros y recuerdos comunes, ya que los tres vivimos alrededor de esta plaza de de Iztaccíhuatl, donde al separarnos nos fundimos, plomo de linotipo y letra impresa para ustedes.

Nacido en Rivera, Uruguay, en el año de 1952, Eduardo Milán es autor, entre otros títulos, de Secos y mojados (Montevideo, Banda Oriental, 1974), Estaciones estaciones (Montevideo, Banda Oriental, 1975), Nervadura (Barcelona, Llibres del Mall, 1986) y Circa 1994, CNCA, México, 1996. Practicó la crítica literaria en la revista Vuelta de 1987 a 1989 y aquellos artículos fueron publicados bajo el título de Una cierta mirada (México, UAM-Juan Pablos Editor, 1989).

En noviembre de 1996, su libro de poesías titulado Alegrial obtuvo la distinción del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, uno de los más prestigiados de México y con un destacadísimo jurado integrado por los poetas Juan Gelman (Argentina), José Miguel Ullán (España) y Hugo Gutiérrez Vega (México). Podría ser curioso y no: el seudónimo con que Milán se presentó al concurso fue El Oriental.
___________________________________


Edgar Paz: Vamos a comenzar con esto, que no pretende ser una entrevista sino una charla entre amigos, Eduardo, en la cual queremos que nos cuentes un poco cuándo llegaste a México, sobre qué fechas, cómo empezaste a reconstruir tu vida en este país, y cuáles fueron tus primeras relaciones o conexiones con el mundo de la poesía y de la literatura de México.

Yo vine a México un poco a instancias de una sugerencia que me había hecho Enrique Fierro y aquí me encontré con gente como Saúl Ibargoyen, como Enrique, como Ida (Vitale), como Zitarrosa, gente que es un poco diferente entre sí, pero que tenían el rasgo común, de alguna manera, de pertenecer al terreno de la poesía y de ser uruguayos. La primera parte de mi vida tiene poca inserción con la literatura, porque yo estaba con la cabeza en otra cosa, en México yo estaba entre dos aguas. Empecé a colaborar desde un punto de vista sistemático con crítica literaria en Vuelta, desde el 87 al 90, en que publiqué un libro precisamente en Juan Pablos y que reúne los escritos que había hecho en aquella revista; yo antes había hecho crítica literaria en el suplemento de Novedades, que todavía lo dirigía Eduardo Lizalde, y en la revista cultural de la Universidad de México cuando estaba dirigida por Julieta Campos. Ahí fue que yo empecé a escribir sistemáticamente crítica, cosa que yo no escribía en uruguay, eso es algo importante, en Uruguay yo escribía poesía, yo no escribía más que poesía. Y Saúl, que está aquí delante, fue el hombre que me publicó mi primer libro de poemas. En México como que yo relegué, o no pude, o tenía problemas para escribir poesía y estaba muy dedicado a la crítica.

Saúl Ibargoyen: ¿Por qué problemas?

Yo creo que eran como problemas de ubicación, como que en un momento me parecía que la poesía no era un valor de cambio, o que justamente lo era, pero no era un valor de uso, como que yo no podía hacer nada con la poesía. Yo pensaba que tenía una cantidad de cosas para decir desde el punto de vista poético, pero que no importaban demasiado. En la confusión, yo elijo la crítica literaria como la salida racional al asunto. Pero siempre estaba como el moverse entre dos aguas; por un lado la añoranza por el Uruguay y por el otro el intento de establecer familia aquí, el intento de hacer una nueva escritura aquí. Hay una parte de mi vida que es muy fuerte y que es una parte como mítica, que siempre me tiraba mucho, desde mi infancia. Eso se constituyó como una especie de hoyo negro que me tiraba, me jalaba, y es hasta el 85 que yo logro escribir un libro de poesía, a instancias de un poeta español, un poeta canario que es Andrés Sánchez Robayna, que me pidió un libro para una editorial que tenía él, que se llama Llibres del Mall (Libros del Mazo). Yo escribí ese libro, que se llamaba Nervadura, donde hay ahí un poema que me importa, es el último poema del libro. Luego escribí otro libro que se llamó Errar (1990), y ahí empezó toda una serie de libros que he escrito hasta ahora y que termina de alguna manera con Alegrial, que es con el cual gano el Premio de Poesía de Aguascalientes.

Por el camino, yo tuve una enfermedad muy grave, una enfermedad hepática muy grave y me reconstituyó una familia, la de la doctora Gina Soto, que fue una especie de guía espiritual para mí y conjuntamente con mi mujer actual me levantaron, pero me levantaron del piso. Gabriela, mi mujer, es esencial para mí. Le debo la vida. Sin ella no hay nada.

Saúl: Como el título de un libro de Saramago, “Levantado del suelo”…

Bueno, la metáfora es poca para cómo quedé yo, porque relativamente había una parte mía que no aguantaba más y yo tenía una vía débil que era el alcohol, hasta que no aguanté más… Ahora, es a partir de una reconsideración de mi vida pasada y presente que yo pude de alguna manera escribir, porque si no no hubiera podido… En el ritmo que yo venía, o estaba, yo no hubiera podido escribir; yo no era tan fuerte como creía y el peso del pasado, de lo que no estaba, fue demasiado para mí, esa es la verdad, en mi caso fue demasiado. Yo nunca pensé que fuera tan fuerte el peso del antecedente personal histórico que yo había vivido, porque todos nosotros había vivido de alguna manera cosas similares, y yo no me había dado cuenta, o no me quería dar cuenta…

Saúl: Una circunstancia extrema motivó la comprensión de otra circunstancia que todavía no había sido extrema.

Así es. Porque la vía fue la enfermedad, además una enfermedad del hígado, que es un lugar muy importante, por la simbología que tiene, es un lugar que tiene que ver con la madre.

Saúl: En otras culturas es el asiento de los sentimientos.

Para los griegos, parece que el hígado es el lugar del alma.

Saúl: Para los chinos el lugar del alma son los intestinos… La idea esa de los griegos que tú recuerdas acerca del hígado, la podemos trasladar a la época shakesperiana, con la teoría de los humores.

Toda la teoría medieval de los humores, pasa por el hígado, la bilis, los distintos temperamentos; pero más allá de la culturización que uno pueda hacer alrededor del tema, lo real es que había una parte mía que se quería destruir, sin duda. Esto, dicho sin ningún tipo de melodrama; quiero señalar el corte que existe desde el punto de vista absolutamente real entre una parte y la otra a partir de una circunstancia dramática puesta en enfrentamiento con otra, cómo se puede reconsiderar. Todo este trabajo fue posible por la ayuda de esa persona, la doctora Gina Soto, de otra manera yo solo no hubiera podido.

Edgar: ¿Esto en qué año fue, Eduardo?

En 1993.

Saúl: ¿Cómo influyó en tu producción poética esa especie de corte? ¿Se puede distinguir una etapa posterior?

Yo no distinguiría un corte demasiado marcado, en el sentido de que yo tenía ciertos intereses que venían por el mismo lado. Después de la enfermedad yo sentí como una especie de purificación en el sentido de dejar salir, porque yo había trancado mucho. En el 94, a raíz de los acontecimientos históricos de México, hubo algo en mí que produjo como una especie de alucinación y ahí escribí, porque estaba muy cercano, estaba trabajando mucho con Gina, Circa 1994, que es un libro que se publicó en CONACULTA. Y luego, en el 96, logré escribir este libro bastante breve que se llama Son de mi padre, que es un libro sobre la imagen de mi padre.

Saúl: Ese ha sido un tema recurrente, no sólo poético sino en las conversaciones.

Sí, efectivamente la presencia de mi padre fue muy importante y me marcó mucho, sobre todo a partir de la circunstancia personal de mi padre, de la cárcel. Ahí yo pienso que se volvió una presencia mucho más insistente por la lejanía, por la distancia y luego por el tiempo. Mi padre es una figura de gran condensación en mi vida, que tiene que ver con el conocimiento de mi mujer actual, la pintora Gabriela Gutiérrez, madre de mi nuevo hijo, José Alejandro, y con la posibilidad de ver una relación real, donde estabilicé algo, no sé muy bien qué; y ahí me doy cuenta que había hecho una cantidad de cosas, que había escrito mucho a raíz de esa enfermedad. Eso también parece como un lugar literario, pero a mí me pasó. Yo lo que quiero dejar claro es lo siguiente: si no hubiera habido una fidelidad subterránea a la poesía yo no cuento el cuento. Si yo no hubiera tenido un arma como la poesía para salir adelante, yo no hubiera salido. Por eso, cuando uno habla de que la poesía no tiene lugar o de que la poesía no tiene razón en este mundo, razón en el sentido de sentido, en el sentido de razón de amor, es falso. Efectivamente, la poesía no puede competir con un automóvil, con una casa en Acapulco, pero sí te puede salvar el alma, y eso es cierto, absolutamente cierto.

Saúl: Yo pienso que la poesía es un modo de vida consustanciado con una persona, es algo de algún modo endógeno. Cuando tú hablas de un automóvil o de una casa en Acapulco, esos son factores que vienen de afuera, yo creo que aquí puede haber una diferencia.

Yo lo que digo, Saúl, es que nosotros vivimos en inmundo donde lo privado y lo público están confundidos. Es entonces cuanto tú tienes que establecer ciertas normas estratégicas de tu vida para decir: “bueno, la poesía actúa así”. Es como decir “la poesía es una forma interior de estar afuera”. Hay que manejar esa doble dimensión. En un momento como este, donde todo de alguna manera es escaparate, o la gran mayoría de las cosas son escaparate y reflejo, la poesía en cambio aspira a un cierto nivel de esencialidad y tú te preguntas cómo se puede negociar con esto. No se puede negociar y ahí es donde hay que abandonar la pretensión de negociar; ahí es donde el carácter de mercader que puede tener un poeta en algún momento, tiene que ser abandonado. El problema de la desposesión para un poeta es fundamental, es real, no solamente es una cuestión evangélica, es real. Los poetas son seres que tienen que tender a la desposesión por un problema de fluido o de circulación de la poesía en el poeta y entre el poeta y el mundo. No puede haber carreras o interferencias en este fluir, porque la poesía es una cuestión básicamente de circulación, de movimiento.

Saúl: ¿Eso implicaría intermediarios?

¿Intermediarios…? Tú dices representantes, agentes.

Saúl: Pueden ser intermediarios de otro tipo. La palabra es el propio elemento intermediario. Yo pienso que la palabra es el recurso último de la poesía, es decir, la poesía no nace de las palabras, aunque no tiene más remedio que recurrir a ellas. El intermediario, aunque la pregunta pueda estar mal planteada, pueden ser los demás, el libro, las diversas maneras donde eso puede alcanzarse.

Ahí es donde yo pienso que el lugar de la poesía es como otro lugar que circula por estos lugares. La poesía no es de este mundo, de éste, pero tampoco es de ninguno; tal vez es esa capacidad de la poesía de establecerse como de este mundo aquí y operar aquí, allí y en cualquier lugar. En ese sentido siempre va a tener lugar, porque no lo tiene. Los intentos de fijar una topología o una topografía para la poesía en el presente, siempre han fracasado. Hay una cosa, Saúl, poesía sin mujer no se entiende, la poesía sin mujer no es posible. ¿Estamos de acuerdo, Saúl?

Saúl: Así es.

No sé por qué, pero no es posible. Ahí hay un vínculo entre la mujer y la poesía, no es entre lo femenino, es entre la mujer y la poesía. No es aquella cosa del amaneramiento, de amanérate y triunfa…

Edgar: Eduardo, hasta el 93, ¿cómo fueron tus relaciones con el medio literario mexicano?

En un momento yo estuve como muy activo, en la época en que escribí mucha crítica literaria, en la revista Vuelta, desde el 87 hasta el 89 escribiendo una columna que se llamaba Crónica de poesía y ahí creo que hice bastante por la crítica literaria de este país, porque tenía una columna que era sistemática, donde todos los meses escribía sobre tres o cuatro libros. Ahí fue que de alguna manera tuve una especie como de lugar, a pesar de que era un lugar difícil, porque la crítica en poesía es sumamente engorrosa…

Edgar: ¿Peligrosa?

Peligrosa, peligrosa porque además te lleva necesariamente a tener problemas con los demás, porque estás en una posición de señalamiento y es muy difícil hacer eso. Esa actividad como que me orilló a mí mismo, en última instancia a cuestionarme y decir qué derecho hay de ejercer esa cuestión acusadora y lapidaria e incluso legitimadora. Yo preferiría ya no hacerlo, no de esa manera.

Edgar: ¿Seguías escribiendo poesía mientras hacías crítica?

No, yo escribía poco. Fíjate que hay una relación directa entre la represión a los demás y la represión propia, porque la internalizar… Es como ser un caballo de batalla y después te das cuenta que no te queda nada, que no hay un reciclaje. La crítica no es un acto de amor: hay que entrar ahí, o si lo es, es un acto de amor sumamente difícil. La poesía es un acto de amor, sin lugar a dudas. La crítica no, y sobre todo la crítica sistemática. Ahora, está bien para una preparación de carácter, como un endurecimiento, siempre y cuando no sea un endurecimiento contra ti. En aquel momento, de alguna manera aquella fue mi última contradicción, fue como pelearte con lo que quieres. Porque lo único que yo tenía era la poesía, era lo único… y era algo que yo enjuiciaba.

Edgar: ¿Querías como deshacerte de la poesía?

De alguna manera parecería que sí. Es que había una cosa así, aunque dentro de esta dialéctica, creo que hice cosas favorables; por ejemplo, yo leo el libro que editó Juan Pablos, Una cierta mirada, y veo que triunfa el eros, y si triunfa el eros yo digo que está bien. El problema es que te gane lo otro…

Edgar: Que te gane el Thánatos…

Pues sí, que te gane y que te vuelvas una especie de Torquemada de la crítica literaria. Eso no le sirve a nadie y mucho menos a uno y eso es un problema de salvación personal. Lo que puede servir para los demás, date por feliz: como dice Williams Carlos Williams, hay que curarse antes de dejar esto. Y eso es real, no se puede salir enfermo, hay que salir curado.

Saúl: Eso se diferencia mucho del concepto de crítica que se realiza en nuestro lejano país.

¿Cuál dices tú?

Saúl: La crítica que se realiza en general en Uruguay.

Sí, lo que ocurre es que la crítica en Uruguay resulta como muy racional, en el sentido de querer establecer una especie de rigor científico a algo que no lo tiene, ante lo cual no se puede estipular una instrumentalización que se parezca a algo científico. Si es poema, siempre tiene algo que ver con la arbitrariedad profunda. El fondo es arbitrario; para que no sea tan arbitrario existe justamente una manera de ordenamiento, pero la traducción de la poesía a la ciencia es fatal. Este siglo se ha intentado hacerlo por diversas maneras, con la cual yo tuve vínculos muy fuertes al principio, que me parecen seres admirables, tienen toda una doxa de la poesía concreta en cuanto a la neocientificidad del poema que es imposible. Ese es un mito que tiene que ver con la industrialización, con una necesidad de convertir el poema justamente a la manera de un objeto útil, consumible y que pueda circular como cualquier otro objeto. Y eso no es cierto, no es cierto. Es decir, hay una lógica del poema, incluso como objeto, que tiene que ver con la parte espiritual del hombre y que no es reductible solamente a lo técnico. Los objetos o la parte de la tecné que entra a la industrialización y se reproduce es una parte que pertenece justamente a ese nivel, que también es humano, porque nosotros somos los padres de la tecnología, no son los fantasmas que viven dentro de los biombos, no, somos nosotros. Esa especie de duendecito o de monstruito que creamos funciona en un nivel, en el nivel de lo aparente y no sale de aquí. La poesía tiene otras cosas, es una manera de transporte y de conexión de distintos niveles de la realidad. Lo que se produce industrialmente opera en un nivel de la realidad: lo que pasa en una sociedad como ésta que intenta de alguna manera restringir lo todo lo que se ve y a lo aparente y a lo negociable, pues entonces la confusión es muy común, incluso uno puede caer, cuando uno tiene una fijación muy grande en el nivel del escaparate, uno confunde. Todos los estímulos son para aquí: uno de los últimos modelos de la Ford se llamaba Mystique. Yo hice un análisis de eso: ¿por qué se llama Mystique? Porque se trata de que todo esté aquí, aun el dominio de lo que intenta de salir de aquí que es la mística, que es la ruptura radical con el cuerpo. Los tipos te ponen entonces ese nombre en un auto como diciendo: “este es el nivel de la circulación, aquí hay todo”. Ese es el mundo, así lo ordenamos.

Edgar: ¿Cómo logra salir la poesía de ese sepultamiento a la que la están sometiendo?

Yo creo que la poesía siempre sale, sobre todo por esa cosa de no ser completamente de aquí, y por no identificarse con ese mundo, transita, va y viene, tiene que ver con el dios de la comunicación, que es Hermes, que traslada. La metáfora en la poesía es real, en cuanto al significado profundo, la metáfora es el vehículo que lleva de un lugar a otro, es el transporte. Ahora, si la pregunta es: de qué manera se va a valer la poesía para sobrevivir en el mundo, ahí sí entramos a otro nivel de la especulación, porque hay que ver también cuáles son las estrategias de un mundo. Me da la impresión de que toda esta ilusión o esta sobreilusión de la sociedad contemporánea, del reflejo, de lo aparente, de confundirse con lo aparente, yo creo que no va a durar mucho. No sé cuánto va a durar, pero creo que esto no va a durar, porque hay necesidades de una esencialidad real y no de la confusión.

Saúl: ¿Qué opina el poeta de su libro premiado?

Yo no puedo hablar mucho sobre lo que hago, sin duda no puedo juzgar lo que yo hago. Este libro que escribí tiene un desenlace como religioso y dividido en tres partes: un asunto que tiene que ver con la memoria, otra con la creación y una tercera que tiene que ver con un envío, con la esperanza y con la fe. Es un libro que de alguna manera coagula, en el sentido de que condensa, intenta cicatrizar una herida que estaba abierta en todo esos otros libros, con mayor o menor intensidad de abertura, mayor o menor brillo de la sangre, pero ahí hay un intento de cristalizar en algo. Yo no puedo hablar precisamente del valor poético de eso y lo que creo que significa es un intento de sutura de una herida que estaba abierta.

Saúl: ¿Cuál es el título?

Alegrial, es una palabra inventada por mí.

Saúl: ¿Por qué de ese invento?

¿Por qué de ese invento? Y, porque ahí vamos a la interpretación de la palabra: grial, cuestión sagrada y también el asunto de la alegría traída por un hijo mío que acaba de nacer y se llama José Alejandro. Mis hijos son fundamentales para mí. Aquí quiero hablar de mis hijos.

Saúl: Me parece muy bien.

Yo tengo tres hijos y si estoy aquí es porque les debo la vida a los tres: una hija de quince, Leonora, un hijo de cinco, Andrés, y uno de cuarenta y cinco días, José Alejandro. ¿En cuánto les debo la vida, en qué proporción? No lo sé, pero ha sido un respaldo que yo he tenido para poder sobrevivir. En momentos de un hundimiento, siempre aparecen los hijos míos. Eso es, tal vez, algo que tiene que ver con el karma, con la personalidad de uno. Mucha gente, cuando tiene un problema fuerte dice: “es que si no hubiera estado la imagen de otra persona, de la madre o del padre…”

En mi caso, han sido mis hijos, como posibilidad de otra cosa. Hay una frase muy linda de mi padre cuando se enteró de que era abuelo por tercera vez: “Bueno, otro más que de alguna manera me va a hacer estar presente cuando yo ya no esté”. Los hijos, para uno y no para ellos, y si unos les trasmite esto es un error, son envíos de uno, que ellos no tienen por qué saber. Ellos no tienen por qué llevar esa nueva, porque sería estigmatizante, pero la apuesta que uno pone es de alguna manera esa, que lleven algo de uno. Claro, siempre y cuando no se convierta en un lastre para ellos. Alegrial a mí me sugiere un lugar donde hay mucha alegría, un lugar de la alegría.

Saúl: Veo que es un cambio muy grande en la poética, digo en el sentido de poetizar, y también de personalidad.

En el sentido del tipo que vos conociste. ¿Cómo era el tipo que vos conociste?

Saúl: La entrevista es contigo, no conmigo.

Es que yo me acuerdo. ¿Por qué de esos cambios?

Saúl: Hay cambios muy grandes, que me recuerdan a los míos, que son similares.

Pero para bien, ¿verdad, Saúl?

Saúl: Te lo digo de verdad, como hermanos que somos.

Sí, yo lo sé, Saúl. ¡Vos no sabés, Edgar, el gusto, y quiero que esto salga en la entrevista, que me da de estar hablando con Saúl de frente, porque Saúl ha sido como un rector para mí, en el sentido moral, porque es un hombre que yo admiro mucho y rector en el sentido de la fidelidad que hay que mantener para hacerse de alguna manera acreedor al favor de la poesía! Saúl es un hombre que siempre, desde el momento que lo conocí, ha estado en el predicamento de la poesía. Es el único tipo que conozco así. Y además un hombre que de alguna manera se ha desposeído a favor de la poesía. Espero no equivocarme, Saúl. ¡Espero que no te hayas vuelto rico!

Saúl: ¡No, al contrario! De otra manera.

Lo que te digo es totalmente cierto, yo no tengo el don del cebollazo…

Edgar: Una pregunta, Eduardo, ¿vos pensás que los premios te limitan, después de que te los dan, o te pueden ser cierta valla para la creación, te envanecen, te traban para seguir trabajando?

Yo creo que eso es un riesgo y siempre está presente. Creo que depende de casa caso. En mi caso, yo fui a ese premio por una necesidad, porque yo necesitaba eso. Y agradezco haberlo ganado. Y eso es así, no tengo fundamentos a favor ni en contra. Creo que después uno tiene que lidiar con esa cuestión, que es una especie como de desafío. Yo espero que no sea una limitación creadora y sea una liberación.

Saúl: Te vas a olvidar enseguida, vas a publicar el libro… y la vida sigue.

Lo importante es el trabajo, que te abras puerta para el trabajo y yo ahí me doy por satisfecho. Creo que en mi caso efectivamente se dio que debo ganarme el pan con el sudor de mi frente, y así lo he asumido.

DOS POEMAS DE EDUARDO MILÁN

(de CIRCA 1944)

I

Encuentros con la alegría, urgen.
Alegría en la cara, en el salto
de vara, alto. Gloria es demasiado
con ángeles ausentes. Audacia: alegría
contra la inmundicia que no se dice por sucia:
alegría. Audacia decirla. Auspicios, bebés
que darán para más, nacerán para más,
aunque todo diga menos, más, La alegría
es verdadera, dura lo que dura lo real, Grial.


II

El hombre come de la mujer,
la mujer como del hombre, ya
libres del lobo, de los tigres y de los faros de la Ford.
Nada de máquinas: aquí, al menos, no hay máquinas.
Pero tampoco hay decoro, todo intenta ser sujeto
de cambio y termina por ser sujeto de cambio.
Vamos viendo por dónde porque no hay cómo para la muerte,
no hay comparación. Para la vida sí: como la víbora
se devora. Cascabel entre las patas de la vaca que masca
pasto, flujo de detalles el iris sin su Osiris,
la Holanda masca, en toda la mata un matiz:
luciérnaga que abre.
Unos comen selva.
Otros comen estrella.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+